Cultura Nacionales

Gastón Fernando Deligne: Excelente pintor de los estados internos del espíritu

Written by Juan de la Cruz

Por Juan de la Cruz

[“¿Qué es un poeta? Es un hombre desgraciado

que oculta profundas penas en su corazón, pero cuyos

 labios están hechos de tal suerte que los gemidos

y los gritos, al exhalarse, suenan como una

hermosa música”. Soren Kierkegaard]

 

Gastón Fernando Deligne es, a nuestro juicio, el más subjetivo de los poetas dominicanos y americanos de todos los tiempos. Esta subjetividad se nos desvela no en la inconcreción de las temáticas que aborda en su poesía, sino en la capacidad casi si psiquiátrica con que nos expone los estados internos de sus personajes -que nos siempre son personas-. Subjetividad que no es casual, sino el producto de su concepción estética de que en el arte “no ha existido” ni existe, sino la “individualidad”. Es precisamente por ello -en la concreción de esta concepción- que podemos distinguir “el rasgo especial” de la poética de Deligne, sin confundirnos, en un supuesto parentesco de ésta con las de otros poetas; y es que podemos percibir el “olor especial” de esta poética entre “100,000” poéticas distintas, de la misma manera que todo “perro conoce a su amo entre más de 100,000 personas”.

Deligne ha pintado -en contrastes claroscuros y en las mezclas más sutiles de distintos colores- los más hermosos cuadros del espíritu, rector de todas sus producciones poéticas (aun las de precisos contenidos sociales, políticos, históricos, patrióticos y tradicionalistas). Son esos cuadros -producto de las diestras manos del poeta- los que le han valido a Deligne calificaciones como las del distinguido crítico y polígrafo español Marcelino Menéndez y Pelayo, de ser “el más notable de los ingenios de la actual generación”, hacia el año 1910; asimismo, le valió la calificación de ser “digno de regir los coros en las solemnidades de la victoria o, mejor acaso, de discurrir sobre la belleza junto a la margen del Illiso”, por parte del gran crítico, filólogo y humanista Pedro Henríquez Ureña, en 1908.

No en vano Henríquez Ureña afirmó que Deligne había “creado su propio género, único en América: el poema psicológico”. Ahora, yo no me atrevo a afirmar -sin la intención expresa de contradecir lo manifestado por nuestra gran humanista- que Deligne es el más selecto pintor de los estados internos del espíritu. Cuando hablo de estos, no me refiero en lo exclusivo a los estados psicológicos, sino también a los filosóficos, metafísicos, existencialistas, psiquiátricos y a las múltiples formas de expresión de la catarsis humana. Precisamente por eso encontramos en muchas de sus poesías dichos estados en estrecha trabazón, lo que le torna un tanto indescifrable como tal aspecto especial. Yo prefiero llamar a la poética de Deligne, poética de los estados internos del espíritu, en vez de poesía psicológica.

Siendo fiel a su principio (y al de su hermano Rafael) de que en arte “en todas las épocas no ha existido sino la individualidad”, Deligne rehúsa alinearse a un determinado movimiento o corriente literaria de su tiempo -tanto del país como del exterior-: “Cúmpleme darles explicaciones acerca de la actitud del muerto Rafael y mía, frente a lo que se ha dado en llamar impropiamente ‘modernismo’. Esto supone que lo pasado era antiquísimo; cuando en su época fue absolutamente ‘moderno’; y, en parte, sigue siéndolo y lo será… Ni el desaparecido ni yo, hemos hecho apreciaciones de términos: para él como para mí, hay gente que no puede hacer buen trabajo en arte y hay gente que sí… Nuestra tirria no ha sido contra los menos (no Rubén Darío, mal aconsejado imitador de Paul Verlaine, este ingenuo, el otro deliberado) que nos hartado de la época del Rey Sol: de las lises, de las Pompodurs y de las frivolidades Watteau” (Carta de Gastón F. Deligne a Pedro Henríquez Ureña, con fecha del día 3 de diciembre de 1904).

Deligne fue como Federico Nietzsche, un rebelde de su época contra todos los patrones establecidos, y constructor de su propio sendero literario. Mas diferente a Nietzsche por no haberse casado con fórmula filosófica alguna, ni haberle planteado a la humanidad tan trágica y atrevida solución: negarse a sí mismo “para que un día la tierra pertenezca al súper hombre”. Deligne, al contrario, se complace con esbozar en su poética los “nuevos deliquios” y aflicciones de la humanidad, alojados “en la fecunda cárcel del cerebro”.

¿En quién, como en Deligne, se ha cumplido la máxima literaria del filósofo danés Soren Kierkegaard, de que el poeta “es un hombre desgraciado que oculta profundas penas en su corazón”; y en quién como en él se hace realidad aquello de que los “labios” del poeta “están hechos de tal suerte que los gemidos y gritos”, al ser exhalados por éste “suenan como una hermosa música”; acaso en Deligne, la que expresa y embriaga con mayor hondura los estados internos “de la fecunda cárcel del cerebro?”. El caso primero se nos hizo evidente cuando los oídos y ojos del mundo se enteraron de la desalentadora noticia de que el poeta espiritualista hizo cumplir su mandato implacable: “¡Que se aniquile la materia y despliegue el espíritu sus alas” y, así, su vida “desvanecióse como un trueno distante que se apaga!” y obtuvo la “dicha” de “abandonar la pequeñez mundana” para pasar a ser en el Parnaso Nacional y Americano un “alma inmortal iluminada!”. El caso segundo, cómo nos lo muestra esta seducción que se adueña de quien se atreve a leer sus desgarrantes “gemidos y gritos” expresados con rítmica y “hermosa música”, a través de los trazos regios de su pincel poético.

Así mismo, en Deligne se nos hace realidad la afirmación de Miguel de Unamuno de que el “verdadero director de los movimientos íntimos de un pueblo, suele ser a menudo el que menos se ve y de quien menos se habla”. Referimos estos porque Deligne es y ha sido el más original de los exponentes de la poesía dominicana y americana de todos los tiempos, pero el más olvidado, “de quien menos se habla”, no sólo en América, sino también en su propio país. Mas Deligne prefirió ser “de quien menos se habla” en el país, América y el mundo, a verse encadenado a ser un poeta que tuviese que “moldearse por otro” para dejar “de ser él mismo”, y de esa manera no ser “nadie”; que, como dejar ver Unamuno, es el destino que le espera a todo individuo que trata de tomar como modelo a otro. Por eso, Deligne, a nuestro juicio, fue una especie de Prometeo; pues prefirió estar “encadenado” a sus errores antes que ser el “criado fiel” de un modelo perfecto.

En la poética deligniana lo subjetivo no “aparece como un espejo pasivo y tranquilo de lo objetivo, puesto delante de él”, como lo concibe el filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte, sino como algo activo e independiente de lo objetivo, que parte de sí mismo para referirse a sí mismo. Ahora bien, si entendiésemos la relación de lo activo y lo pasivo como lo entiende el también filósofo germano Gottfried Wilhelm Leibniz, en el sentido de que “lo que desde cierto punto de vista es activo, es pasivo si le considera de otro modo”, y viceversa; entonces, no hay contradicción: “Activo, en tanto que lo que se conoce distintamente de una cosa sirve para dar razón de lo que ocurre en otra; y pasivo, en tanto que la razón de lo que pasa en una cosa se halla en lo que se conoce distintamente en otra”. Así, pues, la subyacencia y expresión de lo subjetivo en la poética de Deligne mantendrá su vitalidad incontrovertible.

Deligne tenía “la conciencia de un yo infinito”, razón por la cual siempre buscaba ser él mismo. Este llevó su “yo infinito” a “la más abstracta de las posibilidades del yo”. Con esta “forma infinita” del yo, Deligne llegó, desesperadamente, a “disponer de sí mismo”, “ser su propio creador” y destructor, “haciendo de su propio yo” el yo que él quería ser. Por eso, apoyándonos en Kierkegaard, podemos afirmar que el yo de Deligne era un “yo activo” que se relacionaba “consigo mismo de una manera experimental”. Mas la afirmación de Kierkegaard de que este yo no puede llegar tan lejos hasta convertirse “en un auténtico Dios que hace experimentos”, no se cumple en el caso de Deligne. Y es que Deligne, “en su esfuerzo desesperado por ser sí mismo” no ha llegado a negarse a sí mismo y, por tanto, su yo no llegó a ser, en momento alguno, “ningún yo”. Esta afirmación -de que Deligne quiso tanto ser sí mismo-, nos lo muestra el hecho de que eligió hasta el modo de morir, que es la más elevada forma de la desesperación de querer reafirmarse como tal; pero en manera alguna debe ser entendida como una negación desesperada de su yo. Con todo, entendemos que el “señor absoluto” que encerraba el yo de Deligne no era “un monarca sin reino”, sino su “señor absoluto”, en el sentido hegeliano del término.

Los personajes que discurren por la poética deligniana son individuos con traumas psíquicos desgarradores, tales como postración, angustia, frustración, desesperación, deliquios, delirios mentales, nostalgias, melancolías… a los que el psiquiatra-poeta, Deligne, le aplica con maestría inigualable el método del psicoanálisis de Sigmund Freud: para traer a la conciencia los sentimientos reprimidos u oscuros en cada uno de ellos. Ahora bien, los personajes delignianos exponen de una manera singular -filosófica- esos sentimientos reprimidos u oscuros, hasta tal punto que, quien lee su poética no tiene más remedio que reconocer que se encuentra ante un filósofo, maestro de la palabra, que pinta con una belleza, hondura y abstracción incomparables los estados internos del espíritu.

Las poesías de Deligne donde se nos relevan claramente los estados internos del espíritu son: Angustias, La aparición, Confidencias de Cristina, Aniquilamiento, ¡Quid divinum…!, Valle de lágrimas, En el botado, Entremés Olímpico, ¡Ololoi…!, Del Patíbulo, Soledad, Incendio, Bayajá 1606, entre otras. En todas ellas el ser humano desgarrado, contrariado, angustiado, solitario, disminuido, desesperado, desquiciado… es la figura clave, por cuanto es el sujeto que sufre y se enfrenta a las mayores adversidades tanto individuales, sociales como políticas.

Al leer a Deligne, inmediatamente nos damos cuenta de la relación reflexiva existente entre los personajes que discurren por su poética y la persona creadora de los mismos. Esto es tan verdad que, a quien lee algunas poesías suyas y conoce su vida, le hace pensar -no sin razón- que él lo que ha hecho es examinar su estado interior, mediante la introspección; y exponer, a través de sus personajes, sus aflicciones y desventuras, aunque sea pintarrajeadas, para confundirnos.

El mundo exterior aparece como una circunstancia o un símbolo, producto de la exigencia de la subjetividad, para poder pervivir en un plano que no se revele como fatalmente suprahumano. Esto quiere decir que, en la poética deligniana, lo subjetivo que emana de los estados internos del espíritu, subyace como algo absoluto: que pica en el mundo objetivo, lo salpica y se extiende incontrovertiblemente por los túneles laberínticos de “la fecunda cárcel del cerebro”.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Balaguer, Joaquín (1976), Discursos Escogidos, Santo Domingo: Editora Colonial.

Deligne, Gastón F. (1963), Galaripsos, Santo Domingo: Editorial Librería Dominicana. Edición Especial con motivo del Primer Centenario del Nacimiento del Poeta.

Deligne, Gastón F. (1996a), Obra Completa. 1.-Soledad y poemas dispersos, Santo Domingo: Ediciones de la Fundación Corripio. Biblioteca de Clásicos Dominicanos XXIV.

Deligne, Gastón F. (1996b), Obra Completa. 2. Galaripsos y prosas, Santo Domingo: Ediciones de la Fundación Corripio. Biblioteca de Clásicos Dominicanos XXV.

Fichte, Gottlieb (1960), El destino del hombre. Madrid: Editorial Espasa-Calpe.

Freud, Sigmund (2003), Obras Completas (Tomos 1, 2 y 3), Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.

Kierkegaard, Soren (1969a), La enfermedad moral, Madrid: Ediciones Guadarrama.

Kierkegaard, Soren (1969b), El concepto de la angustia, Madrid: Ediciones Guadarrama.

Kierkegaard, Soren (1969c), Estudios estéticos I y II, Madrid: Ediciones Guadarrama.

Leibniz, Gottfried Wilhelm (1960). Monadología, Buenos Aires: Editora Aguilar.

Nietzsche, Federico (1978), Así hablaba Zaratustra, Barcelona: Ediciones Península.

Unamuno, Miguel (1962), Obras Completas Tomos III, V y VII, Barcelona: Editorial Vergara.

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Juan de la Cruz

Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Santo Domingo

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