Permítaseme abordar un tema un tanto virgen en el análisis de la obra del gran maestro Eugenio María de Hostos, como lo es, en primer lugar, su concepción sobre la historia como ciencia y, en segundo lugar, su visión o perspectiva histórica en torno a la sociedad dominicana del siglo XIX, colectividad de la que fue un actor de primer orden en su evolución material, cultural, moral y espiritual.
Concepción de Hostos sobre la Historia
Eugenio María de Hostos concibe la historia como la ciencia que tiene por objeto “el señalamiento del desarrollo orgánico, moral e intelectual a que ha llegado un pueblo cualquiera o todos los pueblos de la tierra”. Para a seguidas afirmar: “Solo hay verdadera historia cuando se relatan todos los esfuerzos de un pueblo, una nación o raza para asegurar su vida, desarrollar su entendimiento y complacer su sensibilidad, bien sean esfuerzos de brazo, de corazón o de cabeza, o lo que tanto vale, de trabajo muscular, moral o mental” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 69). A lo anterior agrega la siguiente idea: “Teniendo la historia que referirse a todas las manifestaciones del ser humano, sólo es bueno y exacto aquel relato histórico que comprende todo lo sentido, pensado y realizado por la sociedad a que se refiere” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 71).
En esta concepción de Hostos se vislumbra de entrada una visión holística sobre la historia, en la medida que procura un análisis de conjunto de la sociedad en su proceso de desarrollo o evolución, tomando en cuenta de forma especial los esfuerzos desplegados por su población para lograr su reproducción material, vivir de forma digna, honrada y decorosa, adquirir un alto nivel de sensibilidad social y estética, así como alcanzar un grado importante de adelanto o perfeccionamiento intelectual. A esta concepción sólo hay que hacerle una sola objeción, su visión organicista y, por tanto, biologicista, tomada de la filosofía spenceriana que concibe la sociedad como un organismo vivo que actúa de forma armónica y unitaria. Lo cierto es que la sociedad es un todo complejo que lleva en su interior una multiplicidad de contradicciones económicas, sociales, culturales, morales y de las mentalidades, donde los seres humanos en su interacción recíproca son los que hacen posible los cambios y las transformaciones que devienen en su evolución constante.
Por lo demás, en esta concepción de la historia, Hostos se distancia enormemente del positivismo clásico, el cual ve en los hechos objetivos, per se, la razón de ser de las ciencias históricas en su examen de la evolución de las sociedades humanas, sin otorgarle la relevancia que tienen los procesos socio-económicos, culturales, morales e intelectuales, importancia que sí le confiere nuestro gran pensador antillanista.
Hostos deplora la priorización que le han dado historiadores antiguos, modernos, contemporáneos y coetáneos a la narración de “la activad militar de pueblos y naciones”, a “la relación cronológica de triunfos y conquistas, catástrofes y extorsiones”, así como a “la narración parcial de los hechos consumados por este o aquel afortunado fundador o destructor de pueblos, por este o aquel imperio poderoso, por esta o aquella raza dominante”, ya que, desde su perspectiva, “el entusiasmo y la adulación fueron poco a poco concretando el objeto de la historia a la relación artificiosa de las grandezas atribuidas a los conquistadores, monarcas y demás usurpadores de libertades y derechos” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 69).
La postura que asume Hostos en el proceso de construcción y reconstrucción del proceso histórico de las sociedades humanas es clave para comprender su amplia concepción filosófica y su muy bien razonada e intransigente postura anticolonialista, anti neocolonialista y antiimperialista, así como su lucha permanente en favor de las libertades, los derechos humanos, la autodeterminación soberana de los pueblos para decidir su destino y la edificación de la democracia.
La sociedad dominicana en la primera mitad del siglo XIX
En el texto “Quisqueya, su sociedad y algunos de sus hijos”, publicado en Chile entre agosto y octubre 1892, en la víspera del 400 aniversario del denominado Descubrimiento de América o del Nuevo Mundo, Hostos hace una caracterización general de la sociedad dominicana desde sus orígenes hasta ese momento, conocedor como fue de su historia, de su desarrollo material, de sus costumbres, de su cultura y de su desarrollo intelectual.
Hostos se adentra a analizar la sociedad dominicana del siglo XIX, después de examinar todas las pericias del proyecto conquistador y colonizador de Colón, describir el contexto geográfico de la Isla de Santo Domingo que comparten la República Dominicana y Haití, trazar una breve relación histórica de quienes sustituyeron al Almirante y Virrey de los Mares y Océanos hasta la división de la Isla en dos colonias, una española y otra francesa, al tiempo de reseñar la lucha de los negros esclavos contra sus amos en Haití y la lucha de los dominicanos contra los franceses que ocuparon toda la Isla en virtud del Tratado de Basilea del 22 de julio de 1795, para luego retornar al dominio colonial español de la mano del hatero Juan Sánchez Ramírez.
Inmediatamente después, Hostos procede a ponderar el primer intento de independencia del país, encabezado por el ex rector de la Universidad de Santo Domingo, licenciado José Núñez de Cáceres, cuando expresa: “…el primero de los dominicanos, el que primero personificó la independencia y la república, realizó sin lucha la independencia y sentó la confederación de la Gran Colombia, ya artificial, pero gloriosamente concluida por Bolívar. Más apenas Núñez hubo tenido su propósito, cuando los negros ya independientes de la parte occidental de la isla, se abalanzaron sobre lo que ellos llaman todavía `la parte del´ Est´, y sorprendiéndola desprevenida e inerme, la sojuzgaron” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 248). .
En esta apreciación sobre la denominada Independencia Efímera de Núñez de Cáceres, Hostos evidencia un conocimiento superficial en torno a las verdaderas causas que motivaron el fracaso de este primer proyecto independentista. Entre ellas, la relacionada con el incumplimiento de la promesa de abolir la esclavitud que le había hecho Núñez de Cáceres al jefe del ejército de los mulatos y negros libertos, también conocido como Batallón de los Pardos Libres, Coronel Pablo Alí, lo que impidió se creara un ejército que estuviera en capacidad de resistir la futura incursión de las tropas haitianas y el haber mandado a su vicepresidente Antonio María Pineda a buscar el apoyo de la Gran Colombia que presidía el prócer Simón Bolívar, olvidando que éste había recibido entrenamiento y apoyo militar del presidente haitiano Alexander Petión para la causa independentista sudamericana, siendo para entonces el general Jean Pierre Boyer -futuro presidente expansionista haitiano- el Jefe de la Guardia Presidencial.
En torno a la dominación haitiana del territorio dominicano y el proyecto independentista encabezado por los trinitarios entre 1822 y 1844, el maestro Hostos expresa: “Veintidós años bajo el yugo habían pasado los dominicanos, cuando, por fin, un gran patriota, Duarte, y dos grandes discípulos suyos, Sánchez y Mella, arrebataron de las garras del haitiano la presa que habían desgarrado, desangrado y desorganizado. Esto sucedió en 1844, y todavía en 1856 estaban guerreando las dos vecinas” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 248-249).
Sin duda alguna, en esta afirmación de Hostos se evidencia una identidad absoluta con la causa del pueblo dominicano, lo que es sumamente positivo, al tiempo que evidencia una cierta animadversión hacia el vecino pueblo haitiano cuando dice que Duarte, Sánchez y Mella le arrebataron a República Dominicana de las garras, con las que, desde su punto de vista, habían “desgarrado, desangrado y desorganizado”.
Al ponderar los aspectos positivos y negativos de la dominación haitiana sobre la parte oriental de la Isla de Santo Domingo, Hostos sostiene los siguientes criterios:
“La oleada africana barrió bienhechoramente con la esclavitud, con los privilegios de castas y con los de origen, y mantuvo de tal modo en suspensión los elementos caucásicos que pudieron resistirla, ya resguardándola del contacto, ya transigiendo, ya aceptándola como un hecho consumado, que el imperio durante veintidós años, de los haitianos sobre los dominicanos, se puede mejor considerar como un hecho social que como un suceso político. Mucho daño hizo a la sociedad civil ese predominio, porque era predominio de los bárbaros, durante el cual padecieron hondo mal la constitución de la familia y de la propiedad, el progreso de las ideas y el curso de la civilización; pero a la sociedad política hizo el inestimable beneficio de democratizarla y de igualarla hasta el punto de barrer de la idea y de la costumbre la noción de autoridad privilegiada y la diferencia de castas. Así, gracia a eso, pudo, cuando sonó la hora de expulsar a los haitianos, constituirse en Gobierno de iguales, para blancos, negros y mestizos, sin que los blancos disputaran a los mestizos o a los negros, su elevación política y social, y sin que los mestizos y los negros se desencantaran de obedecer como jefe a hombres blancos” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 250).
Entre los aspectos positivos que destaca Hostos están la abolición de la esclavitud, la eliminación de los privilegios entre las diferentes clases sociales y razas, la democratización de la vida política, así como la participación social y política en condiciones de igualdad de negros, blancos y mulatos en el ejercicio del Gobierno. Ahora bien, Hostos utiliza términos impropios y peyorativos cuando habla de “oleada africana”, “mantuvo de tal modo en suspensión los elementos caucásicos que pudieron resistirla” y “predominio de los bárbaros” para referirse al pueblo haitiano, del cual dice que afectó “la constitución de la familia y la sociedad, el progreso de las ideas y el curso de la civilización”. En estas ideas de Hostos se ponen de manifiesto ciertos prejuicios raciales, ideas biologicistas y un menosprecio explícito a los aportes de los negros al desarrollo del pensamiento y de la civilización, de los cuales, aparentemente, sólo son depositarios “los elementos caucásicos” o blancos.
La Perspectivas Históricas de Hostos sobre la Sociedad Dominicana de finales del siglo XIX
Con respecto al proceso que condujo a la anexión de la República Dominicana a España, al desarrollo de la Guerra Restauradora y su posterior desenlace, Hostos asevera lo siguiente:
“Desgraciadamente la tentativa de anexión a España y la formidable lucha que provocó, acaso íntima y furiosa entre los dominicanos de uno y otro bando que entre los españoles y los dominicanos, se efectuó en un momento social que, bien aprovechado, hubiera favorecido la formación de una sociedad modesta y oscura, pero fuerte y viva; que, mal aprovechado como fue por lo que creyeron necesario llamar en su auxilio a España, interrumpió con la anexión el desarrollo normal, y con la guerra provocó la mezcolanza de los peores con los mejores elementos sociales, determinando el prevalecimiento de los peores. Todo lo que la triste dominación haitiana había servido para desmoralizar la sociedad, sirvió la guerra contra la anexión para facilitar la demagogia” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 250-251).
Está claro que la anexión de la República Dominicana hacia España motivó la alianza táctica de los patriotas nacionalistas, de los sectores baecistas que no disfrutaban de los privilegios de que gozaba su líder Buenaventura Báez como Mariscal de Campo y de algunos líderes militares santanistas que habían sido golpeados por la dominación española en el país, al no otorgársele igualdad de condiciones con los militares ibéricos y relegarlos a la peyorativa posición de “reservas”, con bajos salarios y totalmente menospreciados por su condición de mulatos y negros.
Ahora bien, lo que obstaculizó el desarrollo de la sociedad dominicana en toda su potencialidad fue la no definición de un proyecto de nación claro por parte de los sectores liberales y nacionalistas que participaban de la Guerra Restauradora que impidiera que los sectores baecistas y santanistas se apoderaran del aparato gubernamental y militar. Esto ocurrió cuando se designó a José Antonio Salcedo como presidente de la República del Gobierno Provisorio Restaurador y a Gaspar Polanco como Jefe del Comando Militar Restaurador, elevado a la categoría de “generalísimo”, quien era totalmente analfabeto, desconociendo con estas acciones que el primero era un reconocido baecista y el segundo un alto oficial del bando santanista.
En medio de la Guerra Restauradora y al finalizar la misma, se produjo un enfrentamiento permanente entre los principales líderes civiles y militares, acusándose mutuamente de baecistas y de santanistas hasta llegar al asesinato vil de unos y otros, como ocurrió en el caso de José Antonio Salcedo, y al derrocamiento de múltiples gobiernos tanto serviles como liberales, sin que los sectores patrióticos y nacionalistas pudiesen lograr el control absoluto de la situación, hasta que Gregorio Luperón, líder del Partido Azul, asumió la presidencia de la República de forma provisional entre 1879 y 1880, desde la ciudad de Puerto Plata, e inauguró un nuevo período de prosperidad y progreso material y espiritual para la República Dominicana, donde la propuesta de revolución educativa del gran pedagogo dominico-puertorriqueño Eugenio María de Hostos recibiría todo el apoyo material y moral.
Hostos describe con gran claridad el proceso migratorio que condujo a que la sociedad dominicana lograra sobreponerse a las condiciones materiales y espirituales heredadas de la dominación colonial española, de la Guerra Restauradora que por espacio de cuatro años desangró al país y de los gobiernos entreguistas y demagógicos que azotaron al país en el período post-restaurador:
“…El estado de debilidad en que quedó la República ha ido sirviendo para el régimen político más irregular, circunstancias excepcionales de las Antillas vecinas y las fuerzas de la sociedad que han quedado intactas, empezaron a determinar un renacimiento. De Cuba y Puerto Rico, durante los 10 años que la primera estuvo en lucha con España y en que la segunda estuvo pendiente de esa lucha, emigraron a Quisqueya muchos centenares de familias que llevaron el ejemplo de hábitos, costumbres, necesidades y modo de satisfacerlas, industrias y procedimientos económicos, que no tardó en ser seguido por aquel pueblo tan dócil al buen ejemplo. Aunque una revolución muy principalmente encaminada contra aquella emigración ejemplar dio por triste resultado la dispersión de los que la componían, no tardó en ser sustituida por una inmigración de capitales, que, huyendo de la ruina que los amenazó un momento en Cuba y Puerto Rico, fueron a aprovechar las ventajas que les ofrecían la concesión gratuita de terrenos y la excelencia de éstos. Eso bastó para que, en sólo cuatro años, aquella fecundísima tierra produjera uno de los cambios económicos más pasmosos, aunque perfectamente natural, que ha sido dado en producir en estos tiempos. Ese mismo brevísimo plazo de cuatro años sirvió para, en otro campo de experimentación social, probar las actitudes de la sociedad dominicana. El ensayo de organización de la instrucción pública que empezó en 1880, dio ya en 1884 los primeros frutos: la enseñanza secundaria y la profesional produjeron maestros normalistas, bachilleres y abogados que inmediatamente se pusieron al servicio de las ideas en que acababan de educarse, y que contribuyeron a la formación de nuevos auxiliares de la verdad, la libertad y la civilización” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 251).
Es importante destacar que Hostos llegó a la República Dominicana por primera vez hacia el año 1875 a través de Puerto Plata, como parte de las relaciones que sostenía con el patriota puertorriqueño, Dr. Ramón Emeterio Betances, donde permanece hasta abril de 1876, cuando viaja a América del Sur, hasta su regreso nuevamente en marzo de 1879, ocasión que aprovecha para proponerle al país una profunda reforma del sistema educativo, que incluye la creación de la primera escuela normal de varones, cuya primera graduación se produjo en el año 1884.
De esta manera, el prócer de la educación dominicana describe los pormenores de la labor educativa desarrollada por él, Salomé Ureña y el padre Billini en aras de lograr el desarrollo espiritual de la República Dominicana: “Durante diez años los esfuerzos de la Escuela Normal, del Instituto Profesional, de la Escuela Preparatoria, del colegio en que el presbítero Billini acogió y secundó la reforma, dieron resultados tan satisfactorios que era necesario ser indiferentes a la vida y progresos de una sociedad juvenil, para no alborozarse con ella y no presagiar bien de suelo y entendimiento en donde tan corto tiempo de trabajo bastaba para tan pingües resultados” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 251-252).
Es importante destacar que la Alta Jerarquía Católica, que presidía el Arzobispo Fernando Arturo de Meriño y de la que formaba parte el padre Billini, en principio se opuso fieramente a la reforma educativa por considerarla una especie de Escuela sin Dios, debido al carácter laico que Hostos le imprimió a la misma. No obstante, al conocer las verdaderas intenciones del educador puertorriqueño en favor del crecimiento cultural del pueblo dominicano, el filántropo Billini le tributó todo su apoyo.
Hostos resalta la época de progreso que vivió la República Dominicana en el orden material y cultural en las últimas décadas del siglo XIX, al establecerse en el país grandes fincas de caña para la producción de azúcar, grandes cacaotales y el aprovechamiento de algunos productos agrícolas como el tabaco y el banano, como materias primas para la confección de productos fabriles o como nuevos artículos para la exportación. En el ámbito de la cultura intelectual subraya que “se aplicó a la educación de la mujer la misma reforma que había fecundado el entendimiento de la juventud masculina, y dos establecimientos de educación femenil, dieron al progreso el empuje que le falta cuando el primer iniciado en sus ventajas no es la mujer. Este vivo sentimiento del deber de la civilización no se centralizaba en la capital, Santo Domingo, sino que se manifestaba en casi todas las capitales de las provincias; y, para inspirar más confianza, aparecía acalorado por las municipalidades” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 252).
La participación de la mujer en el proyecto educativo de Hostos constituyó el centro de la revolución hostosiana, dado que fueron ellas quienes mejor interpretaron el ideal del ser humano totalmente nuevo que era necesario construir en la sociedad dominicana de entonces para sacarla del letargo y anquilosamiento en que se encontraba, llevando por todas partes la luz de la verdad, tal como el Gran Maestro instó a la primera legión de maestras en su primera investidura del 17 de abril de 1887, cuando en un discurso hondamente reflexivo expresó:
“Sois las primeras representantes de vuestro sexo que venís en vuestra patria a reclamar de la sociedad el derecho de serle útil fuera del hogar, y venís preparadas por esfuerzo de la razón hacia lo verdadero, por esfuerzos de la sensibilidad hacia lo bello, por esfuerzos de la voluntad hacia lo bueno, por esfuerzos de la conciencia hacia lo justo. No vais a ser la antigua institutora de la infancia, que se acomodaba en la sociedad en que vivía, y, devolviendo lo que había recibido, daba inocentemente a la pobre sociedad los mismos elementos de perturbación que siempre han sido y serán la ignorancia, la indiferencia por la verdad y la justicia, la indiferencia con el mal poderoso y la complacencia con la autoridad del vicio. Van a ser institutrices de la verdad demostrable y demostrada, formadoras de razón sana y completa, escultoras de espíritus sinceros, educadoras de la sensibilidad, para enseñarla a sólo amar lo bello cuando es bueno; educadoras de la voluntad para fortalecerla en la lucha por el bien; educadoras de la conciencia para doctrinarla en la doctrina de la equidad y la justicia, que es la doctrina de la tolerancia y la benevolencia universal en cuanto somos hechuras del error, y la doctrina del derecho y de la libertad en cuanto somos entidades responsables…Venís condenadas a luchar con vuestro medio social; pero nunca la luz es más gloriosa que cuando, difundiéndose pausadamente por entre masas impenetrables de vapores, después de largo combate, brilla al fin; venís condenadas a sufrir: pero vais a sufrir por alcanzar la gloria de enseñar el Sol. Vuestro sol sea la verdad: enseñadlo al pequeñuelo, enseñadlo a los sencillos, enseñadlo al inocente, y día llegará en que lo vean los adultos, en que con su luz se purifiquen los astutos, en que al influjo de su luz mejore el delincuente. Entonces, aunque no hayáis atendido al resultado, habréis reorganizado la sociedad desorganizada, y cualesquiera que hayan sido los dolores, bendecida de vosotros será la recompensa. ¿Qué recompensa más digna de altas almas que el haber regenerado con su ejemplo y su doctrina la patria desconocida de sí misma?” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 209, 210 y 212).
La Cotidianidad Cultural del Pueblo Dominicano a finales del Siglo XIX de la Mano de Hostos
En su reflexión sobre las costumbres cotidianas del pueblo dominicano en la postrimería del siglo XIX, Hostos destaca que hasta la llegada de los emigrados cubanos a Puerto Plata no era costumbre que la gente saliera a los paseos públicos, como los parques y otros espacios de relación social, a ofrecerse a sí mismas y a los forasteros. Esta nueva costumbre se generalizó posteriormente y contribuyó a que las tardes en las villas y ciudades ofrecieran el encanto de las tertulias al aire libre, entre los mercaderes, boticarios e industriales con sus clientes y contertulios en las calzadas de sus casas, lo que animaba las calles, a lo que se agregaba la vuelta de los trabajadores a sus hogares. En tanto que en las noches, principalmente las de luna llena, las calzadas y balcones se convertían en antesalas, donde las familias recibían las visitas, o donde se convertían en visitantes obligados los amigos que pasaban o los conocidos, a quienes siempre se les preguntaba por las novedades de la política o de la crónica cotidiana.
Hostos refiere que aunque los dominicanos no acostumbraban a hacer siestas en las horas del mediodía –una información que contradice lo planteado por algunos intelectuales del llamado pesimismo dominicano-, pero eran regularmente pasivas, silenciosas y solemnes, contrario a lo que hacen algunas poblaciones mediterráneas de América Latina. Esto significaba que eran horas de recogimiento, donde el tráfago y tráfico se suspendía o disminuía en su mínima expresión en campos y ciudades, los campos parecían “paraísos abandonados” y las ciudades “desiertos”.
Igualmente Hostos sostiene que la única diversión que existía en las ciudades dominicanas de entonces eran las fiestas de iglesias, siendo Santo Domingo el lugar en donde más proliferaban los templos religiosos católicos, seguida de Santiago, donde había dos y en los demás valles y ciudades apenas existía uno, mientras que en Puerto Plata, Samaná y la Capital de la República, también había un templo protestante. En ese sentido expresa que “los domingos y los días de fiesta, que eran los días de distracciones religiosas, eran esperados como esperanza, desahogo y rompimiento de uniformidad, por los días restantes, tranquilos, iguales, regulares, pero fastidiosos, monótonos e invariables” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 253).
El prócer dominico-puertorriqueño refiere que aunque no era frecuente, algunas veces llegaban al país, procedente de Cuba o de Puerto Rico algunas compañías de comedia, drama o zarzuela, en las ciudades litorales como Santo Domingo, Puerto Plata, Monte Cristi y más a lo interno, como era el caso de Santiago de los Caballeros, lo que permitía que personas de los sectores privilegiados asistieran a este tipo de función. En tanto, que en múltiples ocasiones se improvisaban teatros en algunos almacenes desalquilados o en algunos templos desiertos, convirtiéndolos en templos de las Musas, lo que era aprovechado por el dominicano, como una excusa para reunirse y disfrutar de un sano esparcimiento.
Ahora bien, dos tipos de diversiones populares, que denomina “por excelencia nacionales”, eran el “Fandango”, del que se derivó el “Perico Ripiao” o “Merengue Típico” y “las galleras”, las cuales Eugenio María de Hostos criticó muy acremente.
La descripción que Hostos hace del “Fandango” es la siguiente: “El fandango es un baile en el que se han mezclado del modo más extravagante el antiguo baile español que le da el nombre, y el tamborileo de los negros africanos, que en otras Antillas llaman el baile de bomba. Los instrumentos músicos son también el concierto y maridaje de un instrumento de la civilización, el acordeón, y de un instrumento del salvajismo, la bomba o tambor de un solo parche (atabal). Este instrumento, que representa el principal papel es un barril, cubierto en una de sus bocas por una panza curtida de ternero. El que lo maneja tiende horizontalmente el barril, se sienta a horcajadas sobre él, en dirección al parche, y con ambas manos sobre éste, produciendo un ruido, no sin armonía cuando lo oye a distancia el que de noche camina por los bosques. El acordeón secunda al tambor, y completa el concierto la voz del tamborero, coreada en ciertos pasajes por el unísono de los concurrentes, e interrumpido con frecuencia por gritos, aclamaciones y verdaderos alaridos, que conmueven la soledad de los bosques y los suburbios de las poblaciones, porque es seguro que, en la noche del sábado, se baila fandango en todas partes (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 255-256).
Con esta apreciación Hostos denota una cierta aversión a los aportes de la raza negra a los ritmos musicales dominicanos, como el fandango, cuando dice que “se han mezclado del modo más extravagante el antiguo baile español que le da el nombre, y el tamborileo de los negros africanos”, algo propio del sincretismo musical de la cultura dominicana y caribeña. Para luego catalogar al acordeón como “un instrumento de la civilización” y al tambor o atabal como “un instrumento del salvajismo”. Pero lo que más le disgusta es que sea el tambor quien marque el ritmo en este tipo de baile, mientras que “el acordeón secunda al tambor”.
La otra diversión que Hostos destaca son las galleras, de las que dice lo siguiente: “La gallera es lo que aquí le llamamos cancha de gallos; pero aquí, y creo que en toda la América de origen español, es una simple diversión, al paso que en la República Dominicana, lo mismo que en Puerto Rico y Cuba, es una pasión nacional. Es la pasión del juego con todos sus neurotismos, con todos sus extravíos, con todos sus furores. En la República Dominicana es diversión de los domingos. Una sola vez he asistido a ella, en un campo, cuyos encantos me hizo odiosos: tan viva y tan enérgica fue la repulsión que me causó el ver convertido un noble, valeroso y arrogante animalito en bárbaro pretexto de la codicia y la furia de los hombres” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 256).
En cuanto a las galleras, que detesta por su carácter sanguinario y sádico, en ningún momento indica su procedencia, las cuales se practicaban en la India desde hace alrededor de 3,500 años, en la china desde hace 2,500 años, en la Antigua Roma y fueron traídas al continente americano por los conquistadores españoles, que tienen gran semejanza con la corrida de toros que se celebran desde hace varias centurias en la Península Ibérica. En ambas prácticas se evidencia el más cruel salvajismo, las cuales proceden de Asia y el continente europeo, las denominadas cunas de la civilización humana.
Sobre estas dos formas de diversión por excelencia del pueblo dominicano en el siglo XIX y principios del siglo XX, el fandango y las galleras, Hostos afirma: “Así como ese baile singular es una diversión que degenera en vicio, así la gallera es un vicio que degenera en diversión…La pelea de los gallos y los fandangos son las únicas distracciones sociales del trabajador de campos y de ciudades, son dos sostenedores de barbarie. Mientras subsistan las galleras no se deberá considerar como dado el primer paso de aquel pueblo hacia la civilización. A las galleras van sin recatarse, junto con los más humildes y más bajos, los más soberbios y más altos; pero, a los fandangos y ciertos, allí y en Puerto Rico, llamados bailes de empresas, mala empresa y bailes malos, no va `la gente decente`” (Rodríguez Demorizi, 2004, Tomo I: 256).
Está claro que Hostos deploraba tanto el fandango como las galleras, a las que considera propias del estadio de la humanidad que el antropólogo norteamericano Lewis Morgan denominó como del “salvajismo”, razón por la cual nuestro gran pedagogo entendía que hasta que no se superaran esas dos formas de diversión popular, la sociedad dominicana no podría dar un paso firme hacia lo que él denominaba “la civilización”. Conforme la República Dominicana se ha ido desarrollando, las galleras han ido cediendo el paso a otras formas de diversión menos sangrientas y más integradoras, como las carreras de caballos, el béisbol, el baloncesto, el futbol, el atletismo, el ciclismo y los juegos propios de la era digital.
LA CULTURA EN LA SOCIEDAD DOMINICANA DE HOY
Ahora bien, lo que antes se llamaba fandango ha ido evolucionando hacia nuevos ritmos musicales, pasando a convertirse en el merengue, el principal ritmo dominicano tanto nacional como internacionalmente, con figuras destacadas como Julio Alberto Hernández, Luis Kalaf, Papa Molina, Alberto Beltrán, Joseíto Mateo, Rafael Martínez, Pipí Franco, Francis Santana, Vinicio Franco, Ángel Viloria y el Conjunto Típico Cibaeño, Ñico Lora, Guandulito y su Conjunto, Tatico Henríquez y sus Muchachos, Fefita La Grande, La India Canela y Bartolo Alvarado (El Cieguito de Nagua).
El merengue sufriría una transformación profunda de la mano de Johnny Ventura y los Caballos, Félix Rosario y sus Magos del Ritmo, Wilfrido Vargas y sus Beduinos, Fernandito Villalona y los Hijos del Rey, Sergio Vargas y Orquesta, Alex Bueno y Orquesta, Mily Quezada y sus Vecinos, Juan Luis Guerra y 4:40 , Sergio Hernández y Orquesta, Cuco Valoy y su Tribu, Ramón Orlando y la Orquesta Internacional, Henry García, Pochy Familia y la Coco Band, Kinito Méndez y la Rokabanda, Jossie Esteban y la Patrulla 15, El Conjunto Quisqueya, Héctor Acosta (El Torito) y Los Toros Band, entre otros, quienes han puesto muy en alto la bandera tricolor dominicana. El Merengue fue adoptado el 30 de noviembre del año 2016 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Posteriormente, el fandango continuó evolucionando hacia otros ritmos cuando volvió a reintroducirse la guitarra y se adicionó el bongó, junto a otros modernos instrumentos musicales, dando origen a lo que en un tiempo se llamó “música de amargue” o “bachata de amargue”, que se tocaba principalmente en las velloneras de los cabarets de los barrios marginados de las ciudades y en los campos.
Los primeros exponentes de esta música bailable que grabaron discos fueron José Manuel Calderón, Luis Segura (El Añoñaíto), Rafael Encarnación, Rafael Alcántara (Raffo El Soñador), Tommy Figueroa, Edilio Paredes, Mélida Rodríguez (La Sufrida), Leonardo Paniagua, Ramón Torres, Marino Pérez, Robin Cariño, Aridia Ventura y Blas Durán, entre otros, a través del sello Zuni del empresario artístico Radhamés Aracena, dueño de la emisora Radio Guarachita.
Hoy por hoy recibe el nombre de Bachata, es uno de los ritmos musicales que, con nuevas letras y nuevas tonalidades, identifica a la República Dominicana en el mundo, de la mano de artistas como Sonia Silvestre, Luis Díaz, Víctor Víctor, Juan Luis Guerra, Romeo Santos, Prince Royce, Anthony Santos (El Mayimbe), Luis Vargas, Teodoro Reyes, Raulín Rodríguez, Frank Reyes, Joe Veras, Yoskar Sarante, Elvis Martínez (El Camarón), Héctor Acosta (El Torito), Zacarías Ferreira, Luis Miguel del Amargue, El Chaval, Monchy y Alexandra, entre otros. El 11 de diciembre del año 2019 la Bachata fue declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Los dos ritmos derivados del Fandango, el Merengue y la Bachata, ambos denigrados y vilipendiados por los sectores intelectuales, de clase media y clase alta, han alcanzado en la actualidad dimensiones nacional e internacional, al ser reconocidos por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, con una diferencia de apenas tres años: el merengue en el 2016 y la bachata en el 2019.
Otro aspecto no menos importante es el relativo a la conformación étnica del pueblo dominicano, que, de acuerdo a lo postulado por la antropología socio-cultural actual, es esencialmente mulata, como resultado de la unión de españoles y africanos. Sobre este particular Hostos llegó a afirmar que el pueblo dominicano:
“Es, como pensaba quien pensaba al contemplarlo, el espectáculo que da la embriología comparada a quien la estudia. Al mismo tiempo se presentaban a la vista las representaciones vivientes de un pueblo sin tipo étnico definido y sin tipo de civilización determinada, que trata de romper, y está rompiendo, el molde de las organizaciones inferiores para amoldarse a modelos superiores. Todas las variedades del cruzamiento entre el etíope y el caucásico, juntas a los representantes más bellos de la familia caucásica y a los más feos de la familia etiópica; todas las ingenuas alegrías de la gente primitiva, que ni en las Antillas, ni en la Hotentosia fué nunca feroz, son, al contrario, dulce, ingenua y halagüeña; todos los matices de la inteligencia, así la que es sutil como la que es capaz de celebrar la sutileza; todas las exterioridades de todas las formas de cultura; la del bárbaro, que empieza a vestir su desnudez a la vista con colorines; la del semibárbaro, que completa su vestidura con su armamento, y que en calles, como en caminos, anda armado de todas armas, con machete, revólver, cuchillo y a veces fusil; la del semicivilizado, que no atina a adecuar el traje a la persona y concluye por parecer mono vestido, antes que vestido para no ser mono; la del civilizado o imitador de los civilizados, que con su persona contrasta casi tanto como en su actitud y en el género reservado de la alegría con la muchedumbre circunstante. Todo, todo es parte, elemento y componente del espectáculo de una evolución embriológica, que tanto atrae al que piensa, como distrae al que imagina, abstrae al que siente y retrae al que se disgusta de todo lo que no es indicio o apariencia de civilización. Mas, para aquellos que se interesan en todo lo que es realmente interesante, difícilmente hay en nuestros países un espectáculo más divertido, e instructivo, que el de esas fiestas parroquiales en que el pobre pueblo de la capital y las ciudades quisqueyanas se olvida de la tristeza a que le tienen sojuzgado sus pésimos gobiernos” (Demorizi, 2004, Tomo I: 263).
Estas ideas revelan una escasa comprensión de la verdadera identidad étnica y cultural del pueblo dominicano, resultante de una mezcla de los elementos culturales más pronunciados de los troncos raciales más importantes que incidieron en la conformación del ser dominicano. Al mismo tiempo se evidencian ciertos prejuicios raciales y biologicistas cuando trata al negro de origen africano de etíope y al blanco con la denominación de caucásico, sin que en los hechos esas denominaciones se correspondan con la verdadera procedencia o génesis de ambas razas.
En el epílogo de este ensayo es necesario manifestar que lo expresado, en modo alguno, pretende desmeritar los grandes aportes hechos por el maestro Eugenio María de Hostos a la comprensión de la sociedad y la cultura dominicana del siglo XIX. Lo que hemos intentado hacer en estas páginas es hacer un examen objetivo de la visión de este gran pensador antillanista y latinoamericano sobre la República Dominicana decimonónica, tanto en sus puntos luminosos como en sus puntos oscuros, partiendo de la máxima del gran pensador dominicano e hispanoamericano Pedro Henríquez Ureña (2009:76), cuando expresaba:
“Que el respeto a las figuras venerables no corte las alas al libre examen: la crítica es, en esencia, homenaje, y el mejor; pues, como decía Hegel, sólo un gran hombre nos condena a la tarea de explicarlo” (Henríquez Ureña, 2009: 76).
Con estas observaciones críticas, lo que hemos querido hacer es dar, justamente, una visión de totalidad sobre la concepción que elaboró el gran pensador Eugenio María Hostos con relación a la sociedad y la cultura dominicana del siglo XIX, colectivo humano que le acogió como uno de sus hijos más distinguidos y excelsos.