Argentina está hoy bajo los efectos dramáticos del sobreajuste, o ajuste tipo shock, de Macri.
Por su condición de empresario, Macri es un neoliberal de cuerpo entero, de los pies a la cabeza. Lo que significa que el hombre cree ciegamente en el esquema neoliberal, aunque tenga déficits en cuanto al manejo teorético y conceptual del tema del neoliberalismo económico.
Por la formación especializada en Economía que tenemos y por las experiencias vividas por los países y por los pueblos en éste y en otros continentes, todo indica que no es la cirugía adecuada para enfrentar los excesivos niveles de deuda pública acumulada y déficit fiscal que tiene Argentina.
Y en esto de la crisis de la deuda pública en Argentina, hay una responsabilidad compartida entre el gobierno de Macri y los gobiernos anteriores de Cristina Fernández y del mismo Néstor Kirchner. Los gobiernos de estos dos últimos mandatarios tienen su cuota de responsabilidad porque se manejó de manera muy alegre, populista y clientelista la época de las vacas gordas cuando los precios de las materias primas que exporta Argentina tuvieron su gran bonanza en los mercados internacionales, impulsada esa bonanza por el crecimiento de los gigantes de la economía pero, sobre todo, por el crecimiento de la economía de China Popular.
Pero lo de Macri, en cuanto al manejo de la deuda pública, ha sido ciertamente descomunal. Lo de Macri en Argentina se parece a lo de Trump en Estados Unidos: Dos empresarios totalmente inexpertos e improvisados en la política y en el manejo de la cosa pública.
El sobreajuste fiscal se produce ahora en el marco de un acuerdo con el FMI, pero los efectos económicos y sociales de esos altísimos niveles de deuda pública se han estado sintiendo en la economía y en la sociedad desde hace un tiempo.
Pero el esquema neoliberal, cuya inviabilidad por su comprobada inefectividad económica y social -cuya verificación está ahí en los anales de la historia universal pasada y presente-, lejos de resolver el problema de los astrónomicos índices de déficit fiscal y de deuda pública, lo que hace es agravarlos y profundizarlos al cubo.
El sobreajuste fiscal y monetario mata de entrada el crecimiento de la economía, y al matar el crecimiento de la economía mata la posibilidad real de sanear las finanzas públicas.
He ahí que la economía cae en una especie de círculo vicioso: la terrible austerización del gasto público provoca una contracción de la demanda agregada o total de bienes y servicios en la economía, y esa caída de la agregada provoca, a su vez, otro efecto también perverso: la caída dramática del crecimiento de la economía.
Esa crisis de la deuda pública acaba de zarandear del 2011 al 2016, profunda y estructuralmente, las economías de la Unión Europea, sobre todo las economías de la periferia de dicha Unión, que todavía siguen presentado problemas en su desempeño y en su crecimiento, es decir, siguen siendo bajos los índices de crecimiento de los países de la periferia.
Estamos ante un cuadro dantesco en el que se recrudecen los graves problemas económicos de depreciación del peso argentino, de la inflación, del déficit fiscal, de la deuda pública y de los problemas sociales de desigualdad distributiva, desigual social, pobreza extrema, exclusión, empobrecimiento agigantado de la población en general y de la clase media en particular.
Veamos la política económica de Macri desde diciembre de 2015 hasta hoy y el contenido del sobreajuste fiscal.
Recuerdo que una de las primeras y controvertidas medidas de política económica tomadas por Macri a partir de diciembre de 2015, cuando llegó a la Casa Rosada, fue liberalizar las tarifas de prácticamente todos los servicios públicos –agua, energía eléctrica, basura, combustibles, transporte, etc.-, es decir, eliminó todos los subsidios que habían sido incorporados a estos servicios públicos por parte de los gobiernos anteriores.
Claro, estas medidas se tomaron en el contexto de un altisonante y galopante discurso que cuestionaba con acritud la delicada situación económica y financiera que se heredaba de la gestión de Cristina Fernández viuda Kirchner.
Pero la deuda pública ha crecido de manera escandalosa en el gobierno de Macri. En efecto, en diciembre de 2015, cuando Macri recibió el poder de Cristina Fernández la deuda pública heredada era de 241 mil millones de dólares. Dos años después el monto de la deuda pública era 334 mil 700 millones de pesos, para un incremento de 38.9%.
Hoy la deuda pública en Argentina está calculada en 400 mil millones de dólares. Como el sobreajuste fiscal se hace en el marco de un acuerdo con el FMI, el gobierno recibirá del FMI 50 mil millones de dólares, por lo que ese desembolso aumentará en la misma cantidad la deuda pública argentina.
El gobierno argentino se endeuda interna y externamente, vía préstamos y bonos internos y bonos soberanos, no solo para financiar el déficit fiscal, sino para pagar deuda pública vencida –pago de intereses y amortización de capital- y al hacerlo incrementa el déficit fiscal.
En el monto de la deuda pública acumulada se incluyen 2 mil 900 millones de dólares de los fondos buitres, 2 mil 750 millones de bonos internos emitidos a 100 años.
El déficit fiscal en Argentina fue de 7% del PIB en el año 2017. El PIB nominal argentino en el año 2018 es de 625 mil 921 millones de dólares. La deuda pública argentina representa el 63.9% del PIB. Si a esa deuda pública se le suma el préstamo del FMI, la misma, como porcentaje del PIB, estaría por encima del 70% (algunos hablan de un 87%). Y eso que solamente estamos sumando a la deuda pública argentina el valor absoluto de ese préstamo del FMI.
Pero no solo el gobierno central de Argentina es un permanente y prolífero emisor de deuda, sino que el Banco Central y las provincias son también continuos emisores de deuda. Las provincias se endeudan por cuenta del Estado.
El Banco Central argentino está sobreendeudado, pagando tasas de interés que se han colocado en 47% en el mercado primario y hasta tasas de 60% en el mercado secundario.
Todo ese cuadro de desequilibrios macroeconómicos ha estado provocando de manera inevitable un sostenido e imparable proceso de depreciación o devaluación del peso argentino, de un proceso inflacionario que galopa a la velocidad de un relámpago, de tal manera que las expectativas de inflación se mueven entre un 30 y un 40%, y aumento vertiginoso de las tasas de interés en el sector financiero.
A su vez todos esos efectos están incidiendo directamente en la estampida de capitales extranjeros, aumento de la demanda de dólares con fines de atesoramiento, y dado ese ambiente de incertidumbre, volatilidad y crecidos riesgos hay serias barreras como para que fluya la inversión extranjera y la entrada de nuevos capitales.
Y todo eso ocurre en el contexto de bajos índices de crecimiento del PIB real en los primeros meses y de una innegable ruptura de la estabilidad macroeconómica en este 2018. El crecimiento del PIB real fue apenas de 2.9% en el 2017 y en el 2016 el PIB real decreció en 2.3% o sea que hubo recesión.
Ante esa dramática situación de expectativas inflacionarias y recesivas, de cerrada y crecida incertidumbre y de una tormentosa, agitada y creciente inestabilidad, ¿procedía que el gobierno de Macri y su equipo se enrumbaran por el movedizo, doloroso y cercenador camino del sobreajuste fiscal en el marco de un acuerdo con el FMI?
Obviamente que no.
Pero Macri y su equipo, que todo lo que hacen en materia de políticas públicas lo hacen pensando siempre y solo en los mercados, y nunca en los intereses de la población, se decidieron por el sobreajuste fiscal, es decir, por la receta neoliberal del FMI.
En el lenguaje neoliberal de Macri y de su equipo, que dicho sea de pasada ambos están muy cuestionados en Argentina, por no decir desacreditados, de lo que se trata es de lograr que los mercados reaccionen positivamente ante los cambios de políticas públicas; sin embargo, ni siquiera eso han logrado al juzgar por el lamentable desempeño que ha tenido la economía argentina en la época de Macri.
En efecto, el sobreajuste fiscal se ha traducido en un voraz aumento de impuestos, supresión de trece ministerios, entre los cuales están el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Ciencia y Tecnología, y aumento de la tasa de interés de política monetaria, entre otras.
En la andanada de impuestos hay uno que grava los dólares generados por las exportaciones, el cual entra en contradicción y conflicto con el espíritu de la globalización. Y cómo se explica que se eliminen trece ministerios, entre ellos dos muy importantes con el de Ciencia y Tecnología y el de Cultura, tan trascendentes para apuntalar y desbrozar el camino del desarrollo económico, social y cultural de Argentina y de su población. Y la subida de la tasa de interés de política monetaria acelera el ciclo de aumento de las tasas de interés en la economía argentina.
Esas tres aristas del sobreajuste fiscal y monetario están dando lugar a una contracción violenta de la demanda agregada de bienes y servicios y, por tanto, se le ha decretado la muerte al crecimiento económico.
Esas medidas fiscales impactan de manera directa y muy seriamente el problema del desempleo. Pero el desempleo se convertirá en un problema estructural y muy profundo con la muerte del crecimiento económico.
Y esa muerte inevitable del crecimiento económico ha de provocar el agigantamiento del déficit fiscal y la de por sí muy voluminosa deuda pública de esa nación de Sudamérica.
Total los mercados se han puesto más nerviosos con el sobreajuste fiscal, y la gran crucificada, atormentada y acogotada es la población, sobre todo, los pobres, los muy pobres y la clase media.
Cuando un ciudadano en la democracia se convierte en candidato a la presidencia de la república no solo somete un programa de gobierno a la consideración de la población sino que el discurso político está permanentemente concebido y dirigido a convencer a los diferentes sectores de la sociedad; ni el programa de gobierno ni el discurso político están dirigidos a los mercados porque los mercados no votan, votan las personas.
Entonces cuando un candidato presidencial llega a la presidencia de una nación, sea empresario o no, su accionar, su discurso y las políticas públicas tienen que ser concebidos, estructurados y fundamentados en función, primero y siempre, de los intereses generales de la sociedad y de la población, y no en función de los mercados.
Hay que decirlo ya: el sobreajuste fiscal de Macri en Argentina que se ha hecho pensando fundamentalmente en los mercados, no en la gente, golpea severamente a la población pero no evita el nerviosismo ni calma ni entretiene la furia de los mercados, ahítos de inestabilidad, de incertidumbre y de expectativas sombrías, angustiantes y pesarosas.