El encuentro el día de 11 de junio de este año en la isla Sentosa, Singapur, entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, constituye un hecho singular en la historia de la diplomacia y de la política internacional.
¡Se trata de un hecho singular revestido y cubierto por muchos contrastes!
Y todo comenzó con el ensayo de una guerra nuclear en el discurso entre Kim Jong-un y Donald Trump. Las agitadas y continuas maniobras nucleares de Kim Jong-un, incluido el casi permanente lanzamiento de misiles al océano Pacífico, por el lado de Corea del Norte, aceleraron el discurso de confrontación entre Trump y Kim Jong-un.
No obstante la juventud de Kim Jong-un y su condición de un sanguinario total en el ejercicio del poder político, todo su accionar respondía a una estrategia muy bien diseñada y articulada: posicionarse en la escena internacional como una mini-potencia nuclear.
Y Kim Jong-un logró el objetivo central de su estrategia al medirse, de tú a tú, con el presidente de la nación más poderosa de la Tierra, Donald Trump.
¿Cómo ha sido posible que el presidente de la nación más poderosa de la Tierra se haya reunido, FACE to FACE, en una mal llamada cumbre, con el presidente de una nación pequeña como Corea del Norte?
El accionar y la decisión final de Donald Trump revelan un hecho innegable e irrebatible: Trump no tiene la condición de estadista, tiene solo la condición de presidente de Estados Unidos.
Si Donald Trump hubiera tenido la condición de estadista no se hubiese reunido, jamás, en un encuentro o “cumbre” con Kim Jong-un. Donald Trum, sin proponérselo redimensionó la condición o la categoría de Kim Jong-un.
Si hubiera tenido la privilegiada y excepcional condición de estadista hubiese delegado en el secretario del Departamento de Estado u otro secretario para que se hubiera reunido con Kim Jong-un en Singapur.
Al ser reconocido implícitamente por Trump como líder de una mini-potencia nuclear, con él Estados Unidos no podrá hacer lo mismo que hizo con Saddam Hussein y con Muammar el Gaddafi.
¡Lo cierto es que Kim Jong-un ha logrado posicionar a su país como una mini-potencia nuclear frente a Estados Unidos y frente al mundo!
¡Tanto es así que Putin acaba de invitar a Kim Jong-un para una visita oficial!
El primer contraste de ese encuentro entre los dos presidentes salta a la vista: Donald Trump es el presidente de la nación más poderosa de la Tierra y Kim Jong-un es el presidente de una nación pequeña.
El segundo contraste tiene que ver con el hecho de la biología: Trump (70 años) puede ser abuelo de Kim Jong-un (34 años).
Se podría decir que hay un tercer contraste: Trump llegó al poder en Estados Unidos a través de unas elecciones muy cuestionadas en cuanto a su legitimidad –ausencia de limpieza y diafanidad- y Kim Jong-un asciende al poder a través de la sucesión familiar o “dinástica” en el marco de un régimen autoritario.
Aparentemente este contraste nos revela una situación que parcialmente no es: Trump es “demócrata” y Kim Jong-un es autoritario y dictador.
Pero la verdad verdadera es que ambos tienen una identidad común: unos genes, una personalidad, un carácter, un temperamento y un estilo que los tipifican como personas y como políticos enteramente autoritarios aunque en el marco de regímenes formal e históricamente diferenciados.
Hasta ahora Trump ha demostrado hasta la saciedad que es un hombre de pensamiento ultraconservador (antiinmigrante a plenitud, proteccionista por antonomasia, enemigo del libre comercio, enemigo a muerte del combate al cambio climático y de la generación de energías limpias, cero reformas sociales a favor de la clase media etc.), en tanto que Kim Jong-un, que no es un líder internacional, cuyo pensamiento no se conoce internacionalmente a no ser lo relativo a las armas nucleares y su dictatorial estilo de gobernar, luce un gobernante de pensamiento ultraconservador que no cree ni trabaja para lograr el desarrollo, el progreso y el bienestar de la población de su país.
Mientras las instituciones en Estados Unidos sirven de contrapeso al estilo autoritario de Donald Trump –quien tiene una verdadera vocación tiránica encubierta- porque en ese país hay una democracia institucionalizada, en Corea del Norte no hay instituciones que sirvan de contrapeso a la dictadura de Kim Jong-un, quien es un dictador y un tirano convicto y confeso, porque las instituciones existente son estructuras que forman parte de la organicidad del régimen dictatorial.
En otras palabras, la democracia institucionalizada en Estados Unidos no le permite a Donald Trump instrumentalizar la vocación tiránica que lleva dentro de sí.
Y ese atraso secular de Corea del Norte se profundiza y eterniza porque Kim Jong-un ha decidido concentrar los pocos recursos de Corea del Norte en el desarrollo de una industria nuclear.
Por primera vez en 70 años un presidente de Corea del Norte logra reunirse con un presidente de Estados Unidos, venciendo una enemistad tan prolongada entre las dos naciones.
¿Cómo es posible que Corea del Norte tuviera una enemistad de 70 años con Estados Unidos mientras China Popular, protectora de aquella pequeña nación, ha tenido relaciones diplomáticas y comerciales formales con Estados Unidos desde 1971?
Mientras China Popular asumió una estrategia internacional de tener relaciones con todas las potencias del mundo para atraer capitales, inversiones y tecnologías, lo que en gran medida le ha permitido construir su condición de la segunda economía y de una de las grandes potencias del mundo, Corea del Norte se enterró en su cueva y se negó a tener relaciones diplomáticas y comerciales con las naciones más desarrolladas de la tierra ubicadas en el mundo capitalista.
El atraso de Corea del Norte se explica, en parte, por la aplicación de una estrategia internacional equivocada: faltó visión de futuro
Y aunque Kim Jong-un ha obligado o doblegado a Donald Trump a reunirse con él en esa mal llamada cumbre, a partir de su establecimiento o posicionamiento de su país como mini-potencia nuclear, ese no es el camino para sacar a Corea del Norte del atraso secular, expresado en la más espantosa y tenebrosa situación de miseria y de pobreza que consume a la población de ese país.
Si Corea del Norte hubiese tenido otro gobernante con una visión de futuro, los recursos dedicados a financiar la gestación y expansión de una industria nuclear hubiesen sido dedicados a financiar el desarrollo económico-social, político e institucional: esa es la transición que un gobernante moderno y democrático hubiera propiciado
¿Cuáles fueron los acuerdos a los que se arribó en ese encuentro entre los dos presidentes?
Ciertamente de manera concreta no hubo acuerdos, pero sí hubo muchas fotos, muchas poses y aparente cordialidad.
Trump planteó al otro día del encuentro que Estados Unidos iba a descontinuar las maniobras nucleares conjuntas que lleva a cabo con Corea del Sur en la península de Corea.
Ahora bien, en el encuentro no se logró un compromiso formal por parte de Kim Jong-un de iniciar un verdadero y creíble proceso de desnuclearización.
El problema central del match entre Estados Unidos y Corea del Norte está marcado por el proceso de nuclearización que se desarrolla velozmente en esa nación asiática y que constituye una seria amenaza al equilibrio y a la paz en la zona.
Si Corea del Norte ha utilizado su condición de mini-potencia nuclear para posicionarse frente a Estados Unidos, la región y el mundo, no es verdad que Kim Jong-un va a iniciar un creíble y verdadero proceso de desnuclearización inmediatamente después del encuentro con Donald Trump, porque él entiende que eso equivaldría al suicidio político.
El desarrollo de la industria armamentista, nuclear y misilística en Corea del Norte constituye una amenaza al equilibrio y a la paz en la región asiática, por lo que este grueso problema debe ser asumido por la ONU en el marco del multilateralismo.
Pero en realidad debe haber un acuerdo entre las naciones, sobre todo entre las potencias, con miras a limitar la proliferación de armas nucleares y el compromiso firme de destruir arsenales nucleares para sentar las bases de una paz duradera en el mundo.
Si esto fue posible en los momentos más álgidos, encendidos y escalofriantes de la guerra fría por qué no puede ser posible ahora en esta etapa de la posguerra fría.
Estoy firmemente convencido de que la guerra nuclear no pasará del ámbito del discurso político, pero siempre los Estados y los gobiernos de las naciones, sobre todo de las potencias, deben accionar con políticas públicas, claramente fundamentadas y focalizadas, para prevenir y evitar siempre una catástrofe nuclear en el planeta.
La ONU debe estar al servicio siempre de ese noble propósito global. Y todo esto debe hacerse siempre en el marco de la filosofía política y de la práctica diaria y permanente del multilateralismo.
La “cumbre” entre Donald Trump y Kim Jong-un, celebrada con mucha fanfarria y poca sustancia en la encantadora y excepcional isla turística de Sentosa, no tendrá gran trascendencia en la historia de la diplomacia y de la política internacional si no se enmarca dentro de la cultura y de la filosofía política del multilateralismo en esa región del mundo.