Alberto Acosta y John Cajas Guijarro (Rebelion.org, 19-4-18)
Proteccionismo mantenido por años, usando desde enormes subsidios concedidos a su producción (como la agricultura, en nombre de la “seguridad alimentaria”) hasta el apoyo -reiterado- de sus marines para defender a cañonazo limpio sus intereses económicos cuando sus cercanos vecinos del sur se atrevían a afectarlos. Asimismo, los EEUU sostienen su poderío económico en un sistema financiero globalizado -pero extremadamente dependiente de Wall Street-, y sobre todo en el poder de su moneda sostenida por una supuesta confianza mundial, aunque en realidad habría que hablar de un acto de fe mundial. Washington ha recurrido siempre a las restricciones “voluntarias” a las exportaciones; a la acusación de dumping (definido arbitrariamente por su gobierno); a imponer cuotas; y a varios legalismos proteccionistas, para “premiar” la sumisión de gobiernos latinoamericanos a su política de combate al narcotráfico o para castigar a quienes tomen medidas que puedan afectar sus inversiones. Este neoproteccionismo, sustentado en verdaderos muros no arancelarios hasta rebasa el efecto de los anteriores muros arancelarios.
Cuánta razón tuvo Paul Bairoch al afirmar que los EEUU son “el país madre y el bastión del proteccionismo moderno”, pero que al mismo tiempo -y sin ningún reparo- busca imponer “libertad” a los demás países del mundo.
El uso y abuso proteccionista beneficia a unos y perjudica a otros, según los intereses estadounidenses. Esto se da en un proceso de confusos y hasta aparentemente contradictorios “avances” y “retrocesos” motivados por las diferentes coyunturas y por las fuerzas de poder dominantes en esos momentos; una amalgama de factores que hasta parecen hacer perder de vista al Estado norteamericano la magnitud del proceso en marcha. Tan es así que brillantes pensadores como James Petras creen que este accionar proteccionista de Trump representa “un gran salto atrás”. Eso sí, no olvidemos que estos procesos -fundamento de la expansión imperialista global- fueron el telón de fondo de dos grandes conflagraciones mundiales y de muchos otros conflictos bélicos, como los varios que hoy presenciamos (y en donde, reiteremos, confluyen varias lógicas imperialistas de orígenes diferentes).Y así como Inglaterra, Alemania o EEUU, ni siquiera los países asiáticos, Japón o China inclusive, fueron ni son librecambistas. Incluso, en el caso particular de China, parecería que la amalgama entre Estado y capital bajo esquemas en extremo proteccionistas han logrado consolidar una de las mayores fuentes de explotación capitalista global.
Como diría Eduardo Galeano: “China ofrece al mercado mundial sus millones de brazos muy baratos y muy obedientes, y su aire, su tierra y su agua, su naturaleza dispuesta a la inmolación en los altares del éxito. Los burócratas comunistas se convierten en hombres de negocios. Para eso habían estudiado ‘El Capital’: para vivir de sus intereses”.
Todos estos países se han parapetado una y otra vez detrás de murallas arancelarias. Por eso es indispensable descubrir cómo en verdad evoluciona el comercio mundial envuelto entre mitos y realidades que contradicen tales mitos.
De hecho, la política real de los centros no ha sido el libre comercio, sino el proteccionismo en beneficio de su propio proceso de acumulación capitalista (la cual, incluso, se ha acrecentado en los últimos años, generando que los centros sean cada vez más poderosos y tengan mayor influencia en la red del comercio mundial). La realidad nos dice que la historia del comercio mundial está dominada, por un lado, en el proteccionismo y la intervención estatal, que explica en gran medida el poder dominante de unos pocos países que han conseguido un significativo bienestar para sus poblaciones, y, por otro lado, en el boboaperturismo (o incluso boboproteccionismo) de gran parte de países aún atados a la dependiente función de suministradores de materias primas y compradores de tecnología de los centros.
En medio de semejantes relaciones asimétricas de poder comercial internacional, lo que nunca falta es el cinismo de los poderosos: una y otra vez los países ricos reclaman de los otros la adopción del libre comercio, la desregulación económica, la apertura de mercados de bienes y de capitales, la adopción de instituciones adecuadas a la racionalidad empresarial (a su cultura empresarial transnacional, se entiende), entre otras peticiones -entiéndase claudicaciones- para que el capital transnacional siga su senda de acumulación ad infinitum (y sin ninguna esperanza de que los pobres alcancen a los ricos).
A contrapelo del discurso dominante, hasta hoy, en mayor o menor medida, los centros siguen siendo proteccionistas. Incluso los “tratados de libre comercio”, que solo tienen la libertad en el nombre y tienen muy poco de comercio, han consolidado su dominio, cual carabelas que van consolidando nuevamente el poder recolonizador del capital.
Así, los EEUU despliegan actualmente una política comercial muy conocida, que combina el proteccionismo en los sectores en donde ha perdido competitividad, con el liberalismo comercial acentuado en los sectores donde son competitivos en el resto del mundo. La diferencia es que ahora este accionar choca con los interese de grupos cada vez más poderosos, que van borrando sus fronteras nacionales; además que la adopción de estas medidas provienen de un presidente que ve al mundo desde la lógica de un gerente general en un directorio de una empresa empeñada en disputar -a dentelladas o incluso de formas cooperativas- espacios de mercado con otras empresas (y a esto se suma las formas estúpidas de Trump cuando transmite sus reflexiones en sus mensajes de Twitter, en los que habría que buscar elementos de un mensaje cifrado o de completa idiotez…).
Siendo más profundos, vemos que el trasfondo de este contexto es la actual fase de globalización capitalista -acelerada en las últimas décadas-, caracterizada por integrar y desintegrar con una fuerza desenfrenada, íntimamente vinculada a complejos fenómenos de exclusión de amplios segmentos de la población mundial, en donde se vuelven habituales las guerras por los recursos naturales (por ejemplo los hidrocarburos, como se ha visto hasta la saciedad en Oriente Medio, en Afganistán o en Libia). Un proceso que globaliza algunos sectores y regiones, pero desglobaliza otros, creando cada vez más violencias directas que descubren la violencia estructural del sistema. Una violencia en donde toman fuerza negocios como el narcotráfico, la trata de personas, la venta de armas y demás formas de lumpen-acumulación que parecen ser el futuro -y hasta el presente- del capitalismo contemporáneo.
Esta compleja lógica aperturista y proteccionista genera una mayor integración transnacional a costa de una creciente desintegración nacional en todo el mundo. Mientras ciertos sectores económicos de los centros -y sus capitales transnacionales legales e ilegales- tienen una fuerza centrípeta que concentra la dinámica del comercio, las inversiones, las tecnologías y las finanzas; una fuerza centrífuga tiene el efecto contrario en las periferias globales, no solo en los países empobrecidos. Es ya inocultable lo que provocan tales fuerzas al interior de todos los países, aunque con mayor intensidad en la periferia, en tanto reducidos grupos de la población logran integrarse en los flujos globales, mientras que la creciente exclusión de las mayorías es constante.
Así, más allá del discurso dominante, el hecho de que un mercado mundial libre sea una fantasía no implica que su establecimiento asegure los objetivos planteados por sus panegíricos. Ya Karl Polanyi, hace más de medio siglo, en su obra clásica “La gran transformación”, señalaba que “el mercado es un buen sirviente, pero un pésimo amo”. Más grave aún es cuando este pésimo amo –entendido como una institucionalidad en donde se procesa la permanente acumulación de capital casi sin cuestionar ni su origen ni su destino- se matrimonia con estados cada vez más dependientes de las lógicas mafiosas de las grandes transnacionales, como sucede en los Estados Unidos, Rusia o en la misma Europa, sin olvidar a las potencias economías asiáticas.
Aún falta mucho para comprender los motivos profundos del accionar -político, económico y hasta bélico- de Trump y las repuestas de los grandes poderes mundiales, incluyendo europeos o asiáticos. Lo concreto es que la “libertad de mercado” es solo la muletilla del más fuerte, que protege sus intereses con todo tipo de muros, como son muros arancelarios o para arancelarios, o muros para impedir el libre desplazamiento de personas, o muros ideológicos-culturales como los que despliegan empresas globales como Facebook.
Ante todo esto, la verdadera lección para los pueblos del mundo es que -sin caer en la trampa ni librecambista ni proteccionista- deben tejerse redes globales de resistencia y de construcción de alternativas para hacer frente al capitalismo. Incluso pensadores como Bertrand Russell lo tenían claro:
“El capitalismo y el sistema salarial deben ser abolidos; son monstruos gemelos que devoran la vida del mundo. En lugar de ellos, necesitamos un sistema que mantenga a raya los impulsos depredadores de los hombres, y así disminuirá la injusticia económica que permite a algunos ser ricos en la ociosidad, mientras que otros son pobres a pesar del trabajo incesante; pero, sobre todo, necesitamos un sistema que destruya la tiranía del empleador, al hacer que los hombres al mismo tiempo estén seguros contra la miseria y puedan encontrar el alcance de la iniciativa individual en el control de la industria en la que viven. Un sistema mejor puede hacer todas estas cosas, y la democracia puede establecerlo cada vez que se canse de males perdurables que no hay razón para soportar.”.
En oposición a esos “monstruos gemelos”, debemos construir el pluriverso, un mundo en donde quepan todos los mundos posibles asegurando la vida digna a todos los seres (humanos y no humanos), en un marco en el que la justicia, la igualdad y la equidad sean la base no de la libertad del capital sino de la verdadera libertad del ser.-