Leonte Brea (Listin, 30-9-17)
La elección de un personaje como arquetipo del soberbio es una misión difícil, casi imposible. Lo es, porque la soberbia es parte de un conjunto de conceptos que por compartir rasgos parecidos dificulta cualquier empeño en diferenciarlo de los demás. Y porque estas dificultades definitorias han traído como consecuencia que se designe con la palabra soberbia a diversas formas de vida que si bien comparten aspectos en común, también exhiben ciertas especificidades. El orgullo, la vanidad, la prepotencia, la altanería, el engreimiento, la arrogancia, jactancia y la personalidad autoritaria no son más que unos cuantos ejemplos.
Por ahora no abordaremos estas sinuosidades tan significativas. Nos las reservamos para el momento en que hayamos despejado una serie de incógnitas sobre la vida, formación y algunas disposiciones psicosociales de nuestro personaje por entender, como lo creyó Ortega y Gasset con Mirabeau y el político, que la manera de conducirse Coriolano en la vida real representa el modelo más fiel del soberbio.
Niñez y formación del carácter
Tanto Plutarco, Dionisio de Halicarnaso y Tito Livio se refieren a la vida de Cayo Marcio Coriolano: el héroe trágico romano elevado a la inmortalidad por Shakespeare y Beethoven. Pero pocos cuentan de su niñez, la cual, por ser una etapa fundamental en la formación del carácter, podría arrojar mucha luz sobre su extrema soberbia e incorregible terquedad. Sabemos, sin embargo, que su padre murió cuando era muy pequeño y que su madre, Volumia, de noble extirpe, se encargó de su educación pues jamás volvió a casarse.
Todo parece indicar que Volumia, al quedar viuda muy joven, dedicó sus mejores esfuerzos en hacer de su único hijo un héroe guerrero excepcional. Probablemente fueron las vidas de sus antepasados ilustres y, quizás, la muerte prematura del padre, las que le sirvieron de inspiración en la escogencia de esta meta tan ambiciosa. Lo cierto es que la matrona romana, aunque poco afectuosa con su hijo, se entregó, sin la presencia de una figura masculina, a la formación de su pequeño vástago. Demostrando, según el pensador de Queronea, que la orfandad no implica la corrupción de los jóvenes.
El planteamiento anterior luce impecable. Pero resulta que el mismo Plutarco no se siente muy cómodo con estas ideas. Así al menos lo interpretamos cuando afirma que si bien la madre de Coriolano lo formó en consonancia con el valor, el desapego a las riquezas y a otros placeres, también le inculcó la ambición y la autosuficiencia de la cual devinieron sus reacciones coléricas y la obstinación, rasgos que, junto a la falta de instrucción, hacían de él un ser huraño e impertinente en sus relaciones con sus semejantes.
Pero la pasión por los honores y los triunfos guerreros -conjuntamente con la valentía, la templanza y la fortaleza de ánimo -, no eran cualidades suficientes para convertirlo en el héroe mítico soñado. Requería, igualmente, de la destreza, el entrenamiento militar, la fortaleza física y la pericia en el arte de la guerra para hacer de él un excelente combatiente. De esos asuntos también se encargó Volumia. Nada descuidó, nada dejó al azar en la construcción del héroe idealizado.
Por eso, desde muy joven lo alistó en el ejército donde se destacó por su arrojo, valentía, destreza y don de mando. Cuenta Plutarco que fue tanto el valor exhibido en su primera batalla que se hizo notar del dictador Aulio Postumio, quien reconoció su valentía y destreza otorgándole la corona de encina. En lo adelante, llovieron copiosamente las victorias, los honores, la notoriedad, los elogios y el reconocimiento público y con ellos la autosuficiencia.
Lucha de clases
Coincidía, sin embargo, el acrecentamiento del prestigio militar y la notoriedad pública de Cayo Marcio con los momentos en que la república se debatía en una intensa lucha de clases. Eran tiempos difíciles, sobre todo para una personalidad tan arrogante y complicada como la suya. Resulta que el senado, al defender los intereses de los ricos, entró en conflicto con los plebeyos quienes se sentían maltratados por aquellos que Plutarco sindicó como usureros. Los pobres, que ya se creían engañados por las promesas incumplidas de este órgano de la república, se hicieron insensibles a sus nuevas proposiciones por parecerles galanteos retóricos vacíos, razón por la cual se mantuvieron irreductible en sus reclamos de un trato más justo. Fue en esas circunstancias que incitado por Sicinio se retiraron al Monte Sacro y allí se establecieron de manera ordenada y sin violencia. Tremenda desgracia para Roma al quedarse sin trabajadores para el desenvolvimiento normal de sus actividades y sin soldados que reclutar para enfrentar a sus enemigos.
Ante circunstancias tan adversas para la supervivencia de la república, al senado no le quedó más opción que parlamentar con los sublevados. Urgía un acuerdo. Sobre todo porque los volscos, pueblo belicoso y enconado enemigo de Roma, conocedores de los conflictos internos que la aquejaban, aprovecharon esas contradicciones para atacarla. Y fue en esos momentos aciagos que aparece el senador Menenio como legatario del senado para negociar con la plebe amotinada.
Pero al persuasivo Menenio no le valieron su apacible ancianidad, su suave sonrisa, su temperamento conciliador, cierta simpatía cultivada con los plebeyos, ni su elocuencia engalanada con analogías y hermosas fábulas cuyas moralejas tenían como finalidad más que una enseñanza para un vivir mejor, la racionalización de las acciones del poder. Esta vez el senado no podía negociar con las manos vacías ni con un puñado de promesas. Fue así como los pobres le arrancaron a este órgano político, además de algunas de las indulgencias reclamadas, cinco magistrados conocidos como tribunos de la plebe con inmunidad suficiente y amplios poderes para vetar.
Triunfo de Coriolano
Sólo bajo estas condiciones el pueblo romano decidió enrolarse en la lucha contra los volscos que ya estaban sobre sus fronteras. Momento culminante en la vida de Cayo Marcio quien, bajo las órdenes del cónsul Cominio y conjuntamente con Tito Larcio, se lanzó con denuedo y coraje contra las huestes enemigas dirigidas por su caudillo Tulo Aufidio. No sslo los frenó cuando estos a punto estuvieron de penetrar en el campamento romano, sino que, con escasos efectivos, los persiguió tenazmente, los diezmó sin piedad alguna hasta derrotarlos en su bastión Corioles.
Por esa victoria tan aplastante como sorprendente, además de su entrada triunfal, recibió regalos de todas clases y los más encomiados elogios, que siempre desdeñaba, pero fundamentalmente el cognomen de Coriolano. Honor que Roma otorgaba a sus héroes más excelsos.
Parecería que con el triunfo de la república sobre los volscos se disiparían los conflictos entre plebeyos y nobles. Pero no ocurrió así, pues una gran escasez de alimento estremeció a Roma llevando hambre y desolación al pueblo al punto de soliviantarlo nuevamente contra los ricos. Y es en este punto de la dinámica vivencial de nuestro personaje en que Shakespeare, le imprime, desde la primera escena, una intensa fuerza dramática a fin de proyectar crudamente las características esenciales del soberbio. Por esa razón el dramaturgo inglés arranca con la crisis de alimentos para dar inicio a la tragedia, exhibir las contradicciones de Coriolano con el pueblo, personificar en él a los patricios y bosquejar con trazos fuertes las pasiones del infausto héroe romano.
Nos sorprende, eso sí, cómo logra trazar la línea sutil que separa el carácter soberbio de la personalidad autoritaria. Lo consigue magistralmente en el momento mismo en que Coriolano, además responder de manera seca y desdeñosa los saludos del prestigioso senador Menenio, desprecia con lenguaje soez a los ciudadanos romanos. Esta actitud podría considerarse insocial, pero nunca propia de una personalidad autoritaria acostumbrada a golpear a los débiles y a agacharse ante los poderosos.
Plutarco, por su parte, desde que inicia la biografía de Coriolano, va marcando gradualmente las sutiles diferencias entre la soberbia con la jactancia, el orgullo, la vanidad y el engreimiento. Ciertamente, nos presenta a Cayo Marcio como un ser resistente a las lisonjas; poco jactancioso, pues generalmente se niega a hablar de sus propios triunfos; con altivez, quizás un poco rústica; y de trato distante, desabrido, colérico bajo ciertas condiciones, lo que hacen de él un ser inmensamente odioso y solitario.
La decisión trágica.
Con su decisión de invadir a Roma, a Coriolano se le presentó un dilema. Si cedía ante los reclamos generalizados de suspender el ataque a la Ciudad Eterna, con esa decisión estaba traicionado a los volscos. Pero si cedía a sus deseos de hacer efectiva la invasión planificada como forma de satisfacer su soberbia como conquistador poderoso, estaba traicionando, a la vez, a la propia Roma, a su madre y a todos sus familiares.