Delia Blanco (Hoy, 28-12-12)
Con los recientes acontecimientos en Oriente que están acercando los países árabes a América Latina, gracias a las dinámicas diplomáticas lanzadas desde hace más de diez años en varios foros bi-regionales como fue el celebrado en Brasilia en el año 2005, y recientemente en Lima, Perú, entre otros de gran importancia. Nos crea un déja-vu, porque no podemos olvidarnos de don Simón Haché, a quien conocimos en el hotel Mercedes de Santiago de los Caballeros, hotel donde él vivía y con quien compartimos cada fin de semana para cumplir nuestro compromiso de docencia en la Pucamaima, a finales de los 60. Fue a través de sus recuerdos y memorias que nos apasionó la aventura migratoria humana de los árabes en esta y otras islas. Y luego, al regresar a París, y continuar otros estudios en la Universidad París IV, la Sorbona, nos fuimos interesando por el conjunto de esta diáspora en toda América Latina, queriendo saber y conocer cada vez más. También contribuyó a apasionarnos sobre el tema lo que nos enseñaban nuestras lecturas literarias de García Márquez, en las que siempre aparece en trasfondo un árabe, o mejor dicho un turco.
Esta curiosidad también se impuso para muchas estudiantes y profesores de mi generación, pues en la década del 80 no estaba claramente definida la ubicación histórica ni antropológica de la comunidad árabe en la Nación Capital Primada de América, ni en el conjunto del continente suramericano.
Nos llamó y nos sigue llamando la atención cuando se trata de turco a un árabe de ascendencia libanesa, siria, palestina, jordana, iraquí, etc. Entendimos que el adjetivo ubica rápidamente la manera expeditiva e impropia para definir a los descendientes de una de las mayores y más antiguas civilizaciones de la humanidad.
El nominativo turco tenemos que reubicarlo en su dimensión humana para evitar un error y hasta una equivocación del espíritu, pues estamos hablando del conjunto de los árabes que tuvieron el valor y el coraje de huir de la opresión del imperio otomano, sin saber a donde llegarían y llegaron a América Latina a finales del siglo XIX, principios del veinte, años en que sus tierras de origen se definieron y trazaron dándoles a los que se quedaron en sus pueblos y montañas la nacionalidad libanesa, siria y palestina.
Volviendo a don Simón Haché, él contaba que los que se fueron para evitar la opresión turca-otomana se montaron en el primer barco, llegaron a Nueva York, y muchos como él y su madre siguieron el viaje hasta estas tierras, huyendo del frío.
Pero resulta que detrás de toda anécdota humana hay que buscar la historia oficial, y en este caso es muy precisa, América Latina cuenta con una diáspora árabe de 22 millones de ciudadanos de origen católico en su mayoría, pertenecientes al catolicismo oriental maronita. Muchos asimilan y mezclan la arabeidad con el islam, que cuenta en amplia mayoría, pero no podemos obviar ni descartar la importancia del cristianismo de oriente y mucho menos si pensamos que ha sido a lo largo de toda su historia abierta, culta y erudita. A pesar de ser minoritario, el clero oriental ha contribuido extensamente en el conocimiento y el estudio de las escrituras santas, de tal manera, que tenemos una diáspora cristiana árabe en América Latina, que se integró por el trabajo y la fe a este Nuevo Mundo, contribuyendo a su desarrollo tanto en el campo agrícola como en el comercial, terrestre y marítimo.
Esta diáspora árabe de principios de siglo XX dejó huellas profundas en el crecimiento económico de América Latina, es dentro de este contexto que la nación dominicana se integra con naturalidad al movimiento político y diplomático que grandes dirigentes, como Lula Da Silva, inician en el 2003, visitando los países del Medio Oriente y entablando lazos diplomáticos entre los países árabes y latinoamericanos, considerando una realidad geopolítica y humana, sin que nadie se pierda en los datos.
América Latina tiene estadísticas de 400 millones de habitantes, el mundo árabe 300, en una palabra, estamos frente a un potencial de producción y consumo de 700 millones de ciudadanos y ciudadanas, y tal como expresa el profesor e investigador francés Dabéne: Estamos frente a una realidad que puede significar un gran equilibrio económico
Pero si las razones económicas son fundamentales en las nuevas estrategias políticas entre América Latina, el Caribe y el mundo árabe, tenemos también un extraordinario potencial cultural y científico que compartir. Por ejemplo, la cantante y bailarina colombiana Shakira hiciera sonar la rítmica árabe en sus tonalidades vocales cuando se inspira de la gran árabe Fayruz, que fusiona con el estilo vocal de Madona.
Nuestro patrimonio cultural árabe-latinoamericano debe contarse también a través de la comunidad palestina de Chile, que significa ser la diáspora más grande a nivel del planeta, grupo migratorio que cuenta entre sus hijos a uno de los mayores cineastas chilenos, el intelectual Miguel Littin. En Ecuador, podemos mencionar a la intelectual y ministra señora Telle, de origen árabe. En República Dominicana, la comunidad palestina y sirio-libanesa participó y sigue participando en el desarrollo económico y cultural del país, contando grandes hombres políticos, como el expresidente Jacobo Majluta, y las familias de distinguidos apellidos como los Haché, los Khoury, Cury, Elmúdesi, Tactuk, Najri, Sadhalá, Zaglul, Hazim, Dájer, Nader, Jana, Hasbun, Hued, entre otros de igual importancia, que llevaron la ciudad del Este San Pedro de Macorís a la distinción del denominativo La Gran Sultana.
Queremos resaltar la especificidad de la dominicanidad con el aporte árabe, y debemos investigar, pues probablemente que ya desde el sigo XV llegaron a estas tierras españoles andaluces con fuertes características de la civilización árabe que heredaron los españoles durante cinco siglos.
Es en nombre de todos estos aspectos que debemos sentir con orgullo todo lo que acerca América Latina a los países árabes, como el recibimiento que don Leonel Fernández, pasado presidente de la República, externó en el Palacio Nacional al recibir al líder y jefe palestino Mahmoud Abbas, antes de que Palestina fuera reconocida por la ONU como país observador.
Notemos que la casi totalidad de los países latinoamericanos dieron su voto a Palestina. Todos los pasos que se han ido dando desde hace ocho años en dirección de abrir una diplomacia activa con Jordania y con Qatar, son iniciativas que preparan el porvenir y el futuro económico del Caribe como región que cuenta, pues no podemos descartar los nuevos horizontes que imponen los desafíos del siglo XXI. Desafíos de paz, de reconciliaciones y de desarrollo, pero también, de nuevos platillos en la construcción de la paz en Medio Oriente, pues, si la diáspora hebrea cuenta en la política norteamericana en dirección del conflicto israelí-palestino, es justo que la diáspora árabe de América Latina pueda contar con dirigentes latinoamericanos, como Lula Da Silva, Correa, Chávez y Leonel Fernández, quienes dirigen y apuntan hacia nuevos equilibrios en la panorámica internacional, y que están construyendo una nueva visibilidad de una nueva cultura política de América Latina y del Caribe. Debemos estar orgullosos de que estos políticos tracen estas nuevas perspectivas, y que los demás dirigentes de la región se unan a estas acciones.