Filiberto Cruz Sánchez (El Universitario, enero 2015)
Era el 15de marzo de 1844 cuando Juan Pablo Duarte regresó del exilio y de inmediato fue nombrado miembro de la Junta Central Gubernativa con el rango de General de Brigada y Comandante de la plaza de Santo Domingo. Cuatro días después se produjo en Azua la famosa batalla del 19 de marzo, donde las tropas haitianas, dirigidas por Charles Hérard, fueron contenidas en su avance arrollador hacia Santo Domingo por las tropas del improvisado general Pedro Santana. Varias horas de combates librados por soldados bisoños representan ahora el bautismo de nuestras guerras de independencia.
Charles Hérarden realidad no fue derrotado en Azua, sino contenido en su marcha impetuosa hacia la capital dominicana. Concluida la batalla, el general haitiano permaneció en la provincia sureña durante casi dos meses, mientras el general Santana y su ejército de seibanos se replegaron a la villa de Baní, una decisión que ha sido objeto de debates entre historiadores militares que la aprueban o la critican. En Baní, Santana y sus tropas permanecieron hasta el 12 de julio, esperando una supuesta ayuda militar de Francia que nunca vino.
La permanencia del Presidente provisional haitiano en Azua preocupaba a la Junta Gubernativa de Santo Domingo. El 21 de marzo, la Junta decidió enviar al General Duarte al mando de una segunda expedición al Sur, compuesta por unidades de caballería e infantería y un con voy de mulas con efectos y pertrechos militares. Duarte aceptó gustoso este nuevo compromiso con la patria. Se dirigió al Sur para asistir y ayudar al ejército dominicano estacionado en cuartel general de Baní.
Tan pronto llegó al villorrio, dos días después, el líder trinitario y el hatero seibano se saludaron y se vieron las caras por primera vez. Después de presentar sus credenciales, Duarte y Santana revisaron la situación militar de la región y acordaron verse al día siguiente para consensuar una estrategia de ataque común contra el enemigo que controlaba la importante ciudad sureña, considerada la antesala de Santo Domingo.
Después de varias conversaciones, Duarte observó el desinterés de Santana por concertar un plan conjunto para atacar al enemigo por la retaguardia. Llevaba varios días allí, cuando decidió enviarle a la Junta Gubernativa, el primero de abril, una tercera carta, donde le solicitaba que le permitiera atacar sólo con su división a los haitianos estacionados en la capital sureña.
La Junta le contestó al patricio que regresara a Santo Domingo “con sólo los oficiales de su Estado Mayor, donde su presencia era necesaria”, pero avisándole a Pedro Santana. Duarte aceptó la orden emanada del gobierno provisional y regresó a la capital, donde siguió al frente de la comandancia militar y continuó muy atento al curso de los acontecimientos bélicos, manteniendo su estrategia de atacar al enemigo en Azua sorprendiéndolo por la retaguardia, viniendo desde el Oeste.
Asimismo,el prócer trinitario se propuso hacer la primera rendición de cuentas de la historia política dominicana. Al aceptar su nueva misión, la Junta Gubernativa le había entregado al líder trinitario MIL PESOS fuertes de la época, equivalentes a varios millones de pesos en el presente. Los mil pesos entregados al general Duarte eran para cubrir los gastos de la expedición que él comandó hacia el Sur. El dinero se le había entregado sin recibo y nadie le había dicho que debía rendir cuentas. De los mil pesos recibidos, sólo gastó 173 y los restantes 827 pesos fueron devueltos, en calidad de reingresos, al tesorero de la Junta Gubernativa, Miguel Lavastida.
Duarte también decidió no tomar la ración que le correspondía como jefe de la expedición, tal vez para contribuir a ahorrar en lo posible los escasos fondos del erario, tan necesarios en tiempos difíciles. Esta última decisión nos induce a pensar que algún dinero de su bolsillo puso para cubrir los gastos de su breve campaña militar en la región Sur.
El en documento, escrito de su puño y letra, Duarte anotó cada gasto “desde su salidade Santo Domingo hasta su vuelta”. Veamos, a continuación, la histórica rendición de cuentas del patricio, la cual debe ser colocada ahora en todas las instituciones del Estado dominicano:
“Debe el General Duarte C/C con Erario Público (sic).
“Pesos mil que le fueron entregados para gastos de la División de Baní. Marzo 23, gastados en Haina (a), 1 peso. Pitanza, o sea, raciones para el Estado Mayor y agregadosa él, desde su salida de Santo Domingo hasta su vuelta, 14 hombres, sin contarse él mismo, 39.12. 1 peso de papel blanco. A ocho militares, para pan obastimento, 1 peso. Al Sargento Caprí, (b) una ración atrasada, 0.25. Maíz,2.00. Al Bn. Castillo, gratificación por su buen comportamiento para con loshabitantes, sin estar racionado, 10.00. Una lata de aceite de almendras (c),1.50. Plátanos para racionar las tropas, 2.00. Por ese mismo concepto, 6.00. Un novillo para racionar las tropas, 20.00. Medio quintal de azúcar (d), 4.00.Cuatro platos de hojas de lata, 4.00. Al Comandante Pina (e), a cuenta, 50.00.Dos cueros para las cajas, 1.00. En velas, 3.88. Al Capitán Martín Girón,enfermo, 16.00. A Ramírez, miembro de la Central, 10.00. Total gastados:$173.00. Entregado al Tesorero, $827.00.
“Visto bueno por la Sección de Hacienda, habiéndose entregado en el Tesoro los ochocientos veinte y siete pesos que fueron devueltos (A seguidas están los nombres de los miembros del gobierno colegiado: Bobadilla, Caminero, Medrano, Jimenes, Echavarría y Mercenario).
“Recibí del General Duarte la suma de ochocientos veinte y siete pesos, para ser entregados en la Tesorería de esta ciudad. Miguel Lavastida, 12 de abril de 1844”.
Llama la atención que Duarte compró un novillo por 20 pesos para alimentar a sus soldados. Para que los amigos lectores tengan una idea del valor del dinero entregado a Juan Pablo Duarte, meditemos cuánto vale ahora un novillo o un becerro de calidad. Veinte pesos en aquellos tiempos tenían un valor aproximadoa los 20 mil pesos dominicanos hoy.
Los mil pesos del erario manejados por Juan Pablo Duarte deben pues, servir de ejemplo a todos los dominicanos y dominicanas en el presente, donde el cáncer de la corrupción pública amenaza con destruir el cuerpo social de la nación.