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Putin en defensa del Estado y soberanía cultural ante un mundo en ruinas

Written by Debate Plural

Mision Verdad (22-10-21)

 

Las reuniones del Club Valdai suelen dejar muchas discusiones de interés global que tocan los temas más urgentes en medio de una crisis civilizatoria y sistémica en pleno desarrollo. Esta vez numerosos investigadores, analistas, académicos, activistas, políticos y científicos sociales se encuentran en Sochi culminando una ronda de temas que convergen sobre los ámbitos del individuo, el Estado y los valores desde una perspectiva euroasiática.

Es evidente la importancia que tiene ese espacio por las figuras que atienden a la invitación, como el diplomático brasileño Celso Amorim y el ministro de Exteriores Serguéi Lavrov, e incluso reputados académicos de China, India, Francia, Estados Unidos, Turquía, y políticos de Europa, África y Asia que han participado durante esta semana de los paneles de discusión.

Para mayor detalle de lo que se ha venido discutiendo recomendamos leer (en inglés, traducible al español con el navegador) esta reseña parcial escrita por el analista y periodista Pepe Escobar, quien resume que en la reunión de Valdai se enfocaron en el multilateralismo como doctrina de las relaciones internacionales y «la Guerra Híbrida y la Guerra en la Sombra, los nuevos instrumentos imperiales desplegados contra partes de América Latina, el ‘Gran Medio Oriente’ y Rusia-China», en un momento en el que el Kremlin ha decidido dejar de dialogar con la OTAN por el intento de cerco y asfixia.

Pero el plato fuerte se dio este jueves 21 de octubre cuando el presidente Vladimir Putin dio un discurso y compartió una extensa ronda de preguntas y respuestas. Sus palabras propusieron una visión global del conservadurismo tradicional ruso, vital en la práctica política del Kremlin pues: así como entiende el mundo, así gobierna. Y siendo Rusia uno de los países más fuertes y con mayor influencia en Eurasia y el mundo, vale la pena revisitar su intervención en Valdai.

CRISIS: PELIGROS Y OPORTUNIDADES

Aunque con la era del coronavirus se entiende que mucha gente en el mundo hable de que están ocurriendo cambios profundos en nuestros tiempos, Putin asegura que esta «era de cambio comenzó hace bastante tiempo, un estado cambiante se ha vuelto habitual», y que identifica como un estado de crisis.

Para desarrollar esta idea recordó de la sabiduría china que «la palabra ‘crisis’ consta de dos jeroglíficos -probablemente haya representantes de la República Popular China, si me equivoco en algo, me corregirán-: ‘peligro’ y ‘posibilidad’. Y como ya dicen aquí, en Rusia, ‘lucha contra las dificultades con tu mente y contra los peligros, con la experiencia'», y desarrolla:

«Pero es igualmente importante recordar el segundo componente de las crisis: las oportunidades que no deben perderse. Además, la crisis a la que nos enfrentamos es conceptual, incluso de civilización. De hecho, se trata de una crisis de enfoques, de principios que determinan la existencia misma del hombre en la tierra, y todavía tenemos que repensarlos seriamente. La pregunta es en qué dirección moverse, qué rechazar, qué revisar o corregir. Al mismo tiempo, estoy convencido de que hay que luchar por los valores genuinos, defendiéndolos con todas sus fuerzas».

Entonces detalla: «La humanidad entró en un nuevo período hace más de tres décadas, cuando se crearon las principales condiciones para el fin del enfrentamiento político-militar e ideológico», y continúa: «Entonces, en ese momento, se inició la búsqueda de un nuevo equilibrio, relaciones estables en los ámbitos social, político, económico, cultural, militar, apoyo al sistema mundial».

Pero Estados Unidos y algunos países europeos ya se creían dueños unipolares del mundo con la caída de la Unión Soviética: «(…) a pesar de que pensaban que habían escalado el propio Olimpo, pronto sintieron que en este Olimpo el suelo se estaba cayendo bajo sus piernas, ahora sí, y nadie es capaz de detener el momento, por muy bonito que parezca».

Debido a este factor unipolarizante de poder, que trata de mantener su hegemón aun cuando experimenta una era de cambios, Putin mantiene que «en general, parece que teníamos que adaptarnos a la cambiabilidad constante, a la imprevisibilidad, al tránsito constante». Así, la crisis no es solo algo que sucede sino que también es impulsado.

Y aquí viene la centralidad del argumento en el discurso de Putin sobre la crisis actual:

«Agregaré que la transformación, de la que estamos presenciando y participando, es de un calibre diferente a las que han sucedido repetidamente en la historia de la humanidad, al menos de las que conocemos. Esto no es solo un cambio en el equilibrio de poder o un avance científico y tecnológico, aunque ambos, por supuesto, también están ocurriendo ahora. Hoy nos enfrentamos a cambios sistémicos simultáneos en todas direcciones: desde el estado geofísico cada vez más complejo de nuestro planeta hasta interpretaciones cada vez más paradójicas de lo que es una persona, cuál es el sentido de su existencia».

De esta manera se refiere al cambio climático: «Las deformaciones climáticas y la degradación ambiental son tan obvias que incluso la gente común más descuidada es incapaz de descartarlas. Se pueden seguir llevando a cabo debates científicos sobre los mecanismos de los procesos en curso, pero es imposible negar que estos procesos se agravan y es necesario hacer algo. Los desastres naturales (sequías, inundaciones, huracanes, tsunamis) se han convertido casi en la norma, hemos empezado a acostumbrarnos».

Bajo el estado actual de las consecuencias climáticas del capitalismo, de acuerdo a Putin, «cualquier rivalidad geopolítica, científica y técnica, ideológica, justo en tales condiciones, a veces parece, pierde su significado si sus ganadores no tienen nada que respirar o nada con qué saciar su sed». Sigue:

«Para aumentar las posibilidades de supervivencia ante los cataclismos, será necesario repensar cómo se organiza nuestra vida, cómo administramos nuestros hogares, cómo se desarrollan o deberían desarrollarse las ciudades, cuáles son las prioridades del desarrollo económico de Estados enteros. Repito: la seguridad es uno de los principales imperativos; en cualquier caso, hoy se ha vuelto obvio, y si alguien intenta desmentirlo que luego explique por qué resultó estar equivocado y por qué no estaban preparados para las crisis y trastornos que enfrentan naciones enteras».

EL RÉGIMEN AGOTADO DEL CAPITAL

Lo anterior se compagina con «los problemas socioeconómicos de la humanidad» que «se han agravado hasta el punto de que en el pasado hubo conmociones a escala mundial: guerras mundiales, cataclismos sociales sangrientos».

Es por ello que no duda en afirmar que «el modelo de capitalismo existente -y esta es hoy la base de la estructura social en la inmensa mayoría de los países- se ha agotado, en su marco ya no hay salida a la maraña de contradicciones cada vez más enredadas».

Dicho diagnóstico ha sido compartido por muchas voces políticas, económicas, académicas y activistas a lo largo de los últimos años, sobre todo luego del desencadenamiento de sucesivos cracks financieros, alarmas del estado de descomposición del sistema hegemónico que rige la economía global.

«En todas partes, incluso en los países y regiones más ricos, la distribución desigual de la riqueza material conduce a una creciente desigualdad, principalmente desigualdad de oportunidades, tanto dentro de las sociedades como a nivel internacional. También noté este desafío más serio en mi discurso en el Foro de Davos recientemente, a principios de año. Y todos estos problemas, por supuesto, nos amenazan con divisiones sociales profundas y significativas.

Las consecuencias de la desigualdad en los planos nacionales e internacional son evidentes, pues también involucra una lucha por los recursos: «En varios Estados e incluso en regiones enteras, periódicamente se produce una crisis alimentaria. (…) hay muchas razones para creer que esta crisis se agravará en el futuro cercano y puede llegar a formas extremas. También debemos mencionar la escasez de agua y electricidad, sin mencionar los problemas de pobreza, alto desempleo o falta de atención médica adecuada».

Putin entiende que las promesas de los economistas y políticos neoliberales ya no calan en los países del Sur Global y en aquellos sectores de las sociedades del capitalismo central que sufren los mayores impactos de la crisis sistémica actual, y que por ello hay una decepción generalizada que «estimula la agresión, empuja a la gente a las filas de los extremistas. Las personas en esos países tienen una sensación cada vez mayor de expectativas incumplidas y no cumplidas, un sentimiento de ausencia de perspectivas de vida no solo para ellos, sino también para sus hijos. Esto es lo que lleva a la búsqueda de una vida mejor, a la migración descontrolada, que a su vez crea las condiciones previas para el descontento social [de los ciudadanos] de los Estados ya más prósperos».

Por eso debemos pensar que «las causas de la irritación social y el descontento son mucho más profundas» que la aplicación de medidas por parte de algunos gobiernos para la gestión del coronavirus, teniendo en cuenta que ha habido múltiples protestas en el mundo por la imposición de cuarentenas y mandatos obligatorios de vacunación en Estados Unidos y Europa.

Luego, argumentaría una mayor participación del Estado en la economía de mercado diciendo que «el capitalismo salvaje tampoco funciona» y que por lo tanto «debemos construir un Estado de bienestar», sin embargo reconociendo que «no hay recetas preparadas» en esa dialéctica. Destacó el ejemplo de China como una manera de lidiar con este problema.

LOS LÍMITES DE LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL

Putin no duda en «la necesidad de una lucha conjunta contra la infección por coronavirus», cuestión que no se ha podido cristalizar, ni siquiera en su intento, debido a varios factores promovidos por Occidente, como las guerras económicas, financieras y comerciales impuestas desde Washington.

«Las sanciones permanecen en aquellos Estados que necesitan urgentemente ayuda internacional. ¿Y dónde están los principios humanistas del pensamiento político occidental? De hecho, resulta que no hay nada, solo hay palabra vacía, ¿entiendes? Esto es lo que aparece en la superficie».

Aunque el presidente ruso no se extiende en el régimen sancionatorio de Occidente, sí profundiza en el hecho de que «los intereses egoístas prevalecieron por completo sobre el concepto de bien común», aduciendo que ante la inestabilidad reglamentaria de nuestros tiempos, «los temas internacionales y transnacionales nunca serán tan importantes para el liderazgo de los países como la estabilidad interna. Esto es, en general, normal, correcto».

«Además, admitimos que las instituciones de gobernanza mundial no siempre funcionan de manera efectiva, sus capacidades no siempre se corresponden con la dinámica de los procesos globales», por lo que «el cambio de equilibrio de poder presupone una redistribución de acciones a favor de aquellos países en desarrollo y en crecimiento que hasta ahora se sentían excluidos. Para decirlo sin rodeos: el dominio de Occidente en los asuntos mundiales, que comenzó hace varios siglos y se volvió casi absoluto durante un corto período a fines del siglo XX, está dando paso a un sistema mucho más diverso».

Es interesante que el jefe del Kremlin analice este cuadro en donde los límites de la cooperación internacional se vean claramente, ya que advierte un posible desenlace trágico mundial:

«La historia política, quizás, aún no conoce ejemplos de cómo se habría establecido un orden mundial estable sin una gran guerra y no sobre la base de sus resultados, como sucedió después de la Segunda Guerra Mundial. Así que tenemos la oportunidad de sentar un precedente extremadamente favorable. Un intento de hacer esto después del final de la Guerra Fría sobre la base de la dominación occidental, como podemos ver, no fue coronado por el éxito. El estado actual del mundo es producto de ese mismo fracaso, y debemos aprender de esto».

El análisis empírico de las últimas décadas comprueba que las guerras impuestas por Estados Unidos ya no tienen fin, «solo cambian de forma. El ganador condicional, por regla general, no quiere o no puede garantizar una construcción pacífica, sino que solo exacerba el caos y profundiza el vacío que es peligroso para el mundo». El ejemplo de Afganistán es ilustrativo de lo que presenta Putin.

ESTADO Y CONSERVADURISMO DEL SIGLO XXI

Ante este mundo convulso, «en ruinas» de acuerdo a la ilustración hecha por los organizadores de la reunión en Sochi, el presidente ruso formula unas tesis que son los «puntos de partida del complejo proceso de remodelación» del mundo en constante cambio.

«Primera tesis. La pandemia de coronavirus ha demostrado claramente que solo el Estado es la unidad estructural del orden mundial», dando prioridad a la soberanía estatal como un reflejo de la autodeterminación de una cultura política frente a los desafíos sistémicos del agotamiento capitalista.

Argumenta que el Estado no ha podido ser rebasado, por ejemplo, por «los intentos de las plataformas digitales globales» de «usurpar la política o las funciones estatales, se trata de intentos efímeros».

En defensa de la gobernanza pública, Putin apunta que «solo los Estados soberanos son capaces de responder eficazmente a los desafíos de la época y las demandas de los ciudadanos. En consecuencia, cualquier orden internacional efectivo debe tomar en cuenta los intereses y capacidades del Estado, partir de ellos y no intentar probar que no deben existir».

Ya que «después de todo, es obvio que cuando llega una crisis real, solo hay un valor universal: la vida humana», pero «cada estado decide de forma independiente, en función de sus capacidades, cultura, tradiciones, cómo protegerla».

Esto lleva a Putin a formular que «la escala de los cambios nos obliga a todos a ser especialmente cuidadosos, aunque solo sea por un sentido de autoconservación. Los cambios cualitativos en la tecnología o los cambios drásticos en el medio ambiente, una ruptura de la estructura habitual no significa que la sociedad y el Estado deban reaccionar ante ellos de manera radical. Romper, como saben, no es construir».

Defiende el hecho de que en Rusia existe una valoración positiva de la estabilidad en estos momentos de crisis, diferente a los anteriores donde se definieron por los conflictos armados: «Una revolución [violenta] no es una salida a una crisis, sino una forma de agravar esta crisis (…) por el daño que inflige al potencial humano».

Luego, une los conceptos prácticos de Estado y estabilidad para formular su tesis de que los valores conservadores de las culturas pueden hacer frente a los embates del «frágil mundo moderno». Por eso «la importancia de un apoyo sólido, moral, ético y basado en valores, está creciendo significativamente. De hecho, los valores son producto del desarrollo cultural e histórico de cada nación y un producto único».

No duda en entender que «el entrelazamiento mutuo de los pueblos sin duda enriquece, la apertura amplía los horizontes y permite comprender la propia tradición de una manera diferente. Pero este proceso debe ser orgánico y nunca rápido».

De lo contrario, la imposición a la fuerza de valores exógenos a determinadas culturas «implica una reacción inversa y lo contrario del resultado esperado», estimando que en Estados Unidos y en Europa Occidental «están convencidos de que el borrado agresivo de páginas enteras de su propia historia, la ‘discriminación inversa’ de la mayoría en interés de las minorías o la exigencia de abandonar la comprensión habitual de cosas tan básicas como mamá, papá, familia, o incluso la diferencia de género, son opinión, y hay hitos en el movimiento hacia la renovación social».

De esta forma hace una crítica a la ideología woke y la cultura de la cancelación (cancel culture) como «banderas del progreso», como parte de aquella palabra vacía del pensamiento humanista occidental que se trata de imponer a la fuerza como un dictado colonial, frente al punto de vista diferente de la sociedad rusa: «Creemos que debemos confiar en nuestros valores espirituales, en la tradición, sobre la cultura de nuestro pueblo multinacional».

Al conservadurismo del siglo XXI le llama «saludable», «razonable» y «moderado» ante el colapso estructural que está experimentado el mundo «como base de un curso político»:

«El enfoque conservador no es una tutela irreflexiva, ni un miedo al cambio ni un juego de retención, y mucho menos estar encerrado en el propio caparazón. Esto es, en primer lugar, la confianza en una tradición probada por el tiempo, la preservación y el crecimiento de la población, el realismo en la evaluación de uno mismo y de los demás, la alineación precisa de un sistema de prioridades, la correlación de lo necesario y lo posible, una formulación prudente de metas y el rechazo del extremismo como método de acción. Y, francamente, para el próximo período de reconstrucción mundial, que puede continuar durante bastante tiempo y cuyo diseño final se desconoce, el conservadurismo moderado es la línea de conducta más razonable, al menos en mi opinión. Inevitablemente cambiará, por supuesto, pero hasta ahora el principio médico de ‘no hacer daño’ parece ser el más racional. Noli nocere, como sabes».

Para terminar, Putin señala que, si bien entiende que la cooperación internacional es necesaria, «la mayoría de los hermosos lemas sobre una solución global a los problemas globales que hemos escuchado desde finales del siglo XX nunca se harán realidad».

Conservando la visión soberana del Estado en el centro de su pensamiento, alega que «las soluciones globales proporcionan tal grado de transferencia de los derechos soberanos de los Estados y pueblos a estructuras supranacionales, para lo cual, francamente, pocos están preparados y, francamente, nadie está preparado. En primer lugar, porque la responsabilidad por los resultados de la política todavía debe hacerse no ante un público mundial desconocido, sino ante nuestros ciudadanos y nuestros votantes».

De hecho, opina que la Organizacion de Naciones Unidas (ONU) es la única institución internacional que «sigue siendo un valor perdurable para todos, al menos hoy. Creo que es la ONU en el turbulento mundo actual la portadora de ese conservadurismo tan saludable de las relaciones internacionales, tan necesario para la normalización de la situación».

Advierte que la responsabilidad de que la ONU no se adapte a estos tiempos de «cambios rápidos» recae sobre todo en sus participantes, ya que la organización «es portadora no solo de normas, sino también del espíritu mismo de hacer reglas, además, basadas en los principios de igualdad y la máxima consideración de la opinión de todos. Nuestro deber es preservar esta propiedad, por supuesto, reformando la organización, pero de tal forma que, como dicen, no se eche al niño con el agua de la bañera».

Así que Putin, para cerrar, declaró «nuestra disposición a trabajar juntos para resolver los problemas comunes más urgentes» en el mundo, pero con la base de pensamiento que desplegó durante su intervención en la 18va reunión el Club Valdai: el conservadurismo del siglo XXI.

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