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Joe Biden continúa la política de Donald Trump

Written by Debate Plural

Sin Permiso (2-3-21)

 

A quienes les regocijaba un cambio de rostros en la Casa Blanca pueden comenzar a desilusionarse, una vez más. El presidente Joe Biden parece no llenar las expectativas de quienes han puesto en él granos de esperanza, sea en política exterior como en la gestión doméstica.

Para un botón, el reciente bombardeo a territorio sirio en la frontera con Irak significó la apertura del campo de batalla por parte del gobierno demócrata en Medio Oriente, de acuerdo al análisis de Elijah Magnier. Fue un mensaje de Estados Unidos en su avance bipartisano de política internacional sobre Irán: o te pliegas a mis condiciones o habrá repercusiones bélicas. Zanahoria y garrote son dos caras de la misma moneda.

Pero además, en un mes de gestión, la Administración Biden ha procedido a multiplicar las medidas que ya venían encaminándose durante la Administración Trump, una continuidad de los procederes estratégicos, aunque sin duda se espera que se entronice el enfoque belicista comparado con el anterior gobierno republicano, dado el historial del equipo de Biden y del propio presidente en funciones.

Antes del ataque ilegal a territorio sirio, a finales de enero ya Estados Unidos había ordenado el bombardeo sobre Somalia y el envío de más tropas a Irak vía OTAN, aprobó millones de dólares en contratos armamentísticos con Raytheon y mantiene las guerras sobre Yemen y Afganistán. Y Washington sigue apoyando los esfuerzos de mantener a Jovenel Moïse en la presidencia de Haití, intefiere en las elecciones ecuatorianas, continúa la persecusión judicial contra Julian Assange, propulsa guerras económicas contras las poblaciones y gobiernos de Siria, Líbano, Irán, Cuba y Venezuela y trata de «terroristas domésticos» a gran parte de los ciudadanos estadounidenses.

Sin contar que, a pesar de las grandes cantidades de dinero reservados al espectro militar y a los grupos financieros, la Administración Biden se rehúsa a apoyar la emisión de cheques por 2 mil dólares a los estadounidenses necesitados por la crisis económica y el covid, además de oponerse al aumento del suelo mínimo a 15 dólares. Esta fue la queja mayoritaria entre los propios estadounidenses mientras ocurría el fervor gubernamental por las acciones y las tomas de decisiones bélicas.

ESPEJOS DE POLÍTICA EXTERIOR

Es cierto que el presidente Biden ha sido muy crítico de la política exterior de su predecesor, el magnate Donald Trump; sin embargo, esto es solo retórica si tomamos en cuenta el grueso de las acciones tomadas por la anterior administración y las comparamos con la actual, salvo por cambios menores.

Como demuestra el historiador norteamericano Eric Zuesse en un artículo reciente, si bien el actual presidente prometió acometer su política exterior con base a «valores» y no en torno a modelos transaccionales, todos los golpes, invasiones y «sanciones» económicas sobre los países-objetivo de Estados Unidos se han fundamentado en la supuesta «falta de democracia» de sus Estados y en la «violación de los derechos humanos» de sus gobiernos, como si la misma Casa Blanca fuera el abanderado mundial de una y otra.

Pero se debe tomar en cuenta, como lo recuerda el mencionado escritor, que Estados Unidos tiene el mayor porcentaje de su población en cárceles entre todos los países del mundo, siendo en su mayoría pobre y sin igualdad de derechos en términos de defensa legal. Ni hablar de los inmigrantes: los niños migrantes en ese país vuelven a las «jaulas» impuestas durante la Administración Trump que fueron reabiertas por Biden para supuestamente protegerlos del coronavirus.

Así que la continuidad de las políticas de Trump y Biden es meramente estructural, con agendas retóricas diferentes pero con fondos conceptuales y de acción casi idénticos.

La doble moral de Estados Unidos llega a niveles draconianos cuando se deja ver que tres de sus mayores aliados en Oriente Medio, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí e Israel, son incluso tanto o más tiránicos que los mismos norteamericanos. Veamos el caso saudí.

El asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en 2018, cuyo cuerpo fue descuartizado y picado en pedazos en el consulado del Reino en Estambul, capital turca, ha sido expuesto como un caso paradigmático entre los aliados de Estados Unidos que no reciben los mismos «castigos» por parte de Washington como otros Estados. A pesar de que las mismas agencias de inteligencia responsabilizan al príncipe heredero Mohamed bin Salman, como ya se había reporteado en otro momento, la máxima «sanción» que piensa imponer el hegemón occidental en decadencia es una petición de desmantelar el equipo de seguridad del príncipe.

Un trato similar, apenas un regaño, fue lo que recibió la monarquía saudí durante la era Trump cuando se comenzó a sospechar de Salman como autor intelectual de la muerte de Khashoggi. De hecho, ni una reprimenda exponen cuando es absolutamente visible el hecho de que el gobierno de los Saud es uno de los máximos protectores de la ideología yijadista de la que se componen grupos como el Estado Islámico (ISIS) y Al-Qaeda, supuestos grandes enemigos de la Casa Blanca.

Por otro lado, el gobierno de Trump se había retirado del llamado acuerdo nuclear iraní, sin embargo la Administración Biden exige que la República Islámica debe volver primero a dicho trato multinacional para retomar las negociaciones; un exabrupto desde todo punto de vista, siendo Irán el agraviado por «sanciones» económicas, financieras y comerciales por parte de quienes anuncian prerrogativas.

Esta «iniciativa» de Biden no es más que una extorsión absurda a los ojos de cualquiera, sino que además Estados Unidos exige que el acuerdo nuclear incluya una cláusula de restricciones sobre el programa misilístico de Irán, cuestión que no estaba en el trato original de 2015.

La guerra en Siria, además, se intensifica con la implicación directa del Pentágono. Luego de la inaguración del gobierno de Biden, fueron enviados los primeros convoyes de armas y materiales logísticos en Hasaka, donde Estados Unidos mantiene bases ilegales y el Estado sirio tiene entre sus propiedades un importante pozo petrolero. De allí se extrae una buena cantidad de crudo que fue primero robado por milicianos del ISIS y que ahora usufructúa el gobierno estadounidense de manera ilegal.

Esta absorción estadounidense de pozos petroleros en Siria ha sido un plan desde la era Obama, usando a los grupos yijadistas como invasores y custodios para luego ser desplazados por los mismos soldados norteamericanos. De igual forma el proyecto prosiguió durante la presidencia de Trump y Biden piensa consolidarlo. El traslado de combatientes del ISIS por parte de las fuerzas estadounidenses (y no en calidad de prisioneros) desde su base ilegal en Hasaka a un lugar en la provincia de Deir Ezzor lo confirman.

De hecho, según Zuesse, el objetivo de la estratagema es entregar a la monarquía Saud el control del gobierno de Siria, un plan que ha convenido la CIA desde mediados del siglo XX.

Pero el historiador estadounidense va más allá:

«Al igual que con Hitler, todo es una farsa, excepto que (como con Hitler) el mal que lo motiva y que amenaza al mundo entero es demasiado real. Se desconoce si el régimen de los Estados Unidos llegará hasta otra Guerra Mundial para imponerla en todas partes (como aspiraba a hacer Hitler). (Algunos expertos creen que las señales apuntan en esa dirección.) Hitler llegó tan lejos, pero perdió la guerra. Y su espíritu (menos el antisemitismo) se apoderó de Washington, pero con una retórica ‘más amable’. Los resultados en la era nuclear serían que todos perderían. La única forma de detener eso sería detener a Washington, pero esa es una decisión que solo tomarían los países vasallos de Washington, si es que lo hacen».

En vista de que existe una prolongación de las políticas exteriores de los últimos presidentes de los Estados Unidos, es muy poco probable (tanto como la «paz mundial») que los «socios» de la Casa Blanca se rebelen a los designios de la «nación indispensable». Es una «estabilidad» que están dispuestos a seguir manteniendo, aun cuando la inestabilidad sea realmente la divisa estadounidense como política exterior.

Esperemos que la Casa Blanca insista en lo que viene proponiendo desde hace décadas como «destino manifiesto» hipermilitarizado, pero con una retórica «progresista» que genera una imagen mucho más hipócrita de Estados Unidos ante los ojos del resto del mundo.

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