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Reducir al trumpismo y fortalecer la alianza con las minorías: los grandes retos de Biden

Written by Debate Plural

Ociel Alí López 8Russia Today, 21-1-21)

 

El nuevo presidente de EE.UU., Joe Biden, interpeló al «alma estadounidense» en la ceremonia de juramentación de su cargo.

Sin nombrar en ningún momento al presidente saliente, Donald Trump, Biden planteó la división entre los estadounidenses como el principal problema de EE.UU., pidiendo unidad para confrontar las dificultades, que fue enumerando una a una: ataque a la democracia, pandemia, racismo, entre otras.

La forma de abordar el discurso, le permitió a Biden nombrar el pecado y evitar darle rostro al «sujeto pecador», como si el trumpismo no hubiera existido nunca y se tuviera que enfrentar a un enemigo interno tan invisible como desparramado.

«Mi alma está en unir a EE.UU., unificar a nuestro pueblo, le pido a todos los estadounidenses que se unan a mí en esta causa (…) para enfrentar a nuestros enemigos: la rabia, el resentimiento, el odio, el extremismo, la falta de ley, la violencia, la enfermedad, el desempleo, la desesperanza», argumentó.

Así, antes de criminalizar al trumpismo como fenómeno social, Biden procuró seguirle hablando a todo el pueblo estadounidense, buscando no irritar a los primeros (algunos de los cuales aún no lo reconocen como presidente y consideran fraudulenta su elección) y mantenerlos como interlocutores válidos.

Además, el nuevo mandatario trasladó parte de la responsabilidad de lo que suceda en el país a los republicanos, a los que lanzó un planteamiento implícito: si no se controla al trumpismo, el país está en un grave riesgo, derivado de lo que ha denominado «terrorismo interno» y «supremacismo blanco».

Por otro lado, de los talibanes, los comunistas y los inmigrantes, señalados como enemigos en discursos inaugurales anteriores, ya el ‘establishment’ estadounidense no parece sentir temor alguno. Todos los ojos están puestos en este nuevo enemigo interno que puede acabar con la nación.

Un problema profundo más allá de Trump

Quizá lo más importante del discurso de Biden fue que situó la coyuntura en medio de una historia atribulada, reconociendo implícitamente que el problema no es solo Donald Trump, sino un problema profundo e histórico de la nación.

En este contexto, el nuevo mandatario recordó a Lincoln, la guerra civil y episodios históricos, tal como lo hizo en plena campaña cuando debía captar el malestar causado por el asesinato de George Floyd a manos de la Policía. Y lo hizo, ahora, para asumir públicamente el grado de agudización que conlleva la crisis actual.

Eso le dio profundidad y seriedad a una postura que ha podido ser más acomodaticia en contra del trumpismo. Con su discurso, Biden trató de rehacer la imagen de la política. Frente a la burla sobre su senilidad, demostró sobriedad política ante el belicoso emborrachamiento del ‘outsider’.

Con la asistencia de los expresidentes de EE.UU. (salvo Jimmy Carter) y el vicepresidente saliente, Mike Pence, a quien saludó, así como su discurso moderado, sin dibujar enemigos concretos, ni internos ni externos, trato de hacer ver a los ciudadanos que es el representante de la vuelta de la normalidad política.

¿Dónde poner el foco?

El intento trumpista de obstaculizar la transición ha sacado de foco al país, que se encuentra en un pozo sanitario. La principal potencia del mundo luce débil para poder controlar la pandemia y esto puede tener un nuevo impacto en la economía, en caso de que Biden opte por decretar cuarentenas y distanciamientos físicos. No obstante, las órdenes ejecutivas firmadas el primer día ponen el punto de atención en el uso de las mascarillas y en la coordinación sanitaria, y no en la paralización de la actividad económica.

Todo ello sucede mientras China, su principal competidor económico, sigue creciendo y puede convertirse en la primera economía mundial, terminando de desplazar a EE.UU.

Pero la pandemia y la economía no son los únicos problemas. Entre las razones que llevaron a Biden al poder está la incapacidad del Estado por acabar con el racismo y la brutalidad policial. Este tema podría ser un dolor de cabeza para el nuevo mandatario, ya que podría hacer perder el entusiasmo de buena parte de las masas que le votaron para sacar a Trump del poder.

Para ello, el ofrecimiento ha sido claro: «La demanda de igualdad racial no se va a seguir quedando a la zaga»

A nivel internacional

En el ámbito internacional, Biden prometió bajar el volumen a la conflictividad y enarbolar un EE.UU. como ejemplo, y no como atacante, algo que está por verse debido a que su gestión en la vicepresidencia fue prolija en guerras a lo largo del mundo. No mencionó a países concretos ni amenazas latentes, centrándose sobre todo en los problemas internos.

Las minorías que le llevaron al poder se vieron simbólicamente presentes en el acto de posesión por la vía de la cantante latina Jennifer López, la poeta afroamericana Amanda Gorman y figuras como Lady Gaga.

Más tarde, en el Despacho Oval, firmo varias órdenes ejecutivas que favorecen las demandas de inmigrantes, colectivos LGBT, ecologistas, afroamericanos, latinos, clase media, inquilinos y estudiantes, con lo cual, al menos en este punto de partida, solidifica su alianza y potencia la ideología progresista liberal como principal factor de su política. Allí fortalece al antitrumpismo en el tejido social: «Pongamos fin a esta era nefasta de demonización».

Escenarios

Por los momentos, el trumpismo está acorralado. Sin embargo, la situación es extremadamente compleja y la luna de miel del nuevo presidente podría durar poco. Cada error permitirá el resurgir del primero, que está latente y con un poder poblacional y territorial inmenso.

Su gestión deberá corresponder al voto de las minorías, atendiendo graves problemas que han arrastrado históricamente: el racismo, la represión, la persecución a inmigrantes, la precariedad de la salud y educación para clases medias y populares. Si Biden no avanza en esta dirección, podría llevar a sus votantes hacia la abstención en los próximos comicios, tal como ha ocurrido anteriormente.

La pelota que lanzó Biden a las manos republicanas es una bola caliente. Si estos logran controlar al trumpismo tendrán que rehacer su partido para buscar oxígeno en las presidenciales de 2024. Pero si el trumpismo se roba al partido republicano y la gestión del presidente Biden desanima a sus seguidores, entonces en las próximas elecciones Trump podría estar de vuelta.

Si por el contrario, el trumpismo es expulsado del partido podrían ocurrir dos cosas: o se forma un nuevo partido y los conservadores sufren una división que les dificulta el éxito electoral, o el trumpismo termina expulsado de la política y por ende diseminado por todo el tejido social, volviéndose un factor de desestabilización social y territorial, sobre todo si contamos con el enorme poder territorial que tiene, además de los 74 millones que le han votado a Trump y su postura radical y supremacista.

Por todo esto, lo que sucede a lo interno de las fuerzas conservadoras es clave para el futuro estadounidense.

En paralelo, lo que se ha llamado el Estado profundo, presente en pleno en la toma de posesión, va a tratar de empoderarse, intentando reducir al trumpismo y fortaleciendo las alianzas con las minorías que han destronado del poder a la antigua mayoría blanca. Pero esta intentará volver como ha dicho Trump: «De alguna manera».

La crisis es severa y Biden deberá demostrar que puede controlarla, sino el declive estadounidense se seguirá acentuando.

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