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Derechos humanos, duelos populares y feminismos: Argentina y esa manía de hacer historia

Written by Debate Plural

Cecilia González (Russia Today, 23-12-20)

 

Argentina es un país conmocionante. La organización de múltiples colectivos lo dotan de una vitalidad permanente. Es una sociedad que, por suerte, jamás está quieta.

Hace dos décadas llegué a vivir a Buenos Aires y, apenas con información histórica básica de por medio, comencé a cubrir sus luchas sociales. Una de las más importantes y reconocidas a nivel mundial es la de los derechos humanos. Cómo no. Con los 30.000 desaparecidos que dejó su última dictadura y sus cientos de niños robados y apropiados por los represores, la pelea por la justicia y la memoria ha debido ser permanente.

Recién cuando vine conocí en detalle todo lo que había pasado: de las las apropiaciones de los recién nacidos en las prisiones ilegales y las personas que eran tiradas vivas al mar a los crímenes cometidos en los centros clandestinos de detención y las insuficientes condenas y los indultos.

En las primeras horas del 21 de agosto de 2003 tuve una primera experiencia que me conmovió y me acercó aun más a este país, cuando el Senado confirmó la anulación de las leyes que habían permitido la impunidad de cientos de represores que habían secuestrado, torturado, desaparecido y asesinado a miles de víctimas.

Esa madrugada yo estaba en la Plaza del Congreso junto a familiares de desaparecidos, mezclada entre la multitud que vitoreó la lectura del resultado. La gente se abrazaba, lloraba, se felicitaba. Nada mejor que el sentimiento de reparación colectiva. Nunca lo había vivido.

La postal se repitió en otras ocasiones, también de madrugada.

Orgullo

Alrededor de las cuatro de la mañana del 15 de julio de 2010, el Senado aprobó el matrimonio igualitario. Argentina sentó un precedente fundamental al legalizar las bodas entre personas del mismo sexo. Nada del eufemismo de «unión civil» ni de considerarlos ciudadanos y ciudadanas de segunda clase.

El festejo afuera del Congreso fue masivo, eufórico. De nada importó la espera de más de 16 horas que había durado la sesión. La alegría no daba lugar al cansancio. Y al orgullo, porque era el primer país latinoamericano en conquistar este derecho, y el segundo en América, después de Canadá. Un triunfo histórico por los derechos civiles. Más tarde, otros países seguirían su ejemplo.

Poco tiempo después, el 31 de agosto de 2010, la Corte Suprema anuló el indulto que había beneficiado durante tanto tiempo al dictador Jorge Rafael Videla, símbolo del terror en la región. La luz de la justicia por los delitos de lesa humanidad se intensificaba. Los juicios lograron que recibiera tres cadenas perpetuas. Cada fallo era celebrado por las y los integrantes de los organismos de derechos humanos que acudían a cada audiencia. Los testimonios de los sobrevivientes eran dolorosos, pero cruciales.

El 17 de mayo de 2013, Videla murió viejo, solo, condenado y preso. Se convirtió en una excepción a la impunidad que suele cobijar a dictadores en todo el mundo. Y el mérito de que ello ocurriera, y de que casi mil criminales de lesa humanidad hayan sido enjuiciados desde entonces, es de las y los argentinos que jamás bajaron los brazos, ni siquiera cuando la batalla para alcanzar justicia parecía perdida.

Imposible olvidar, tampoco, la tarde de ese 5 de agosto de 2014, cuando la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, encontró al nieto que había buscado durante 36 años, el mismo que fue robado por los represores que ya estaban siendo juzgados. Difícil encontrar un mayor símbolo de resistencia y esperanza.

Participar de esa alegría colectiva ha sido un privilegio. Tanto como presenciar y contar otros momentos que convulsionaron a todo el país.

Conmoción

El 27 de octubre de 2010 se suponía que iba a ser un día tranquilo.

Me levanté a las nueve de la mañana, envié una nota breve sobre el censo que había ese día y fui a la cocina a preparar café. Un rato más tarde, mientras desayunaba todavía en pijama y revisaba en los portales las notas sobre una nueva internación del expresidente Néstor Kirchner, la pantalla de la tele, que tenía encendida sin audio, anunció su muerte.

Se me fue el aire. «No puede ser… no puede ser», me decía a mí misma en voz alta mientras hacía zapping por todos los canales. Nadie esperaba el fallecimiento del expresidente, entonces uno de los líderes políticos más importantes de América Latina. Casi en automático, mandé un escueto reporte con la confirmación de la noticia. La incredulidad me superaba. A ratos, me inmovilizaba.

La conciencia del momento histórico se mezclaba con la urgencia de redactar la necrológica de Kirchner y las reacciones de líderes políticos y sociales. No sé cómo me sacudí el shock.

Los tres días siguientes no paré de escribir sobre la inesperada tristeza masiva y colectiva de jóvenes que se acercaban a llorar a la Plaza de Mayo, la vigilia, la fila eterna de dolientes que lloraron frente al ataúd, la llegada de Hugo Chávez y Luiz Inácio Lula da Silva que viajaron para consolar a Cristina Fernández de Kirchner, la multitud que acompañó el recorrido del féretro por las calles de Buenos Aires hasta el avión que lo trasladó a Santa Cruz para su entierro definitivo.

Después de la intensidad de esos días, sentí que ya podía cubrir lo que fuera en cualquier parte del mundo. Me había graduado como corresponsal.

O eso pensaba, hasta que el mediodía del 25 de noviembre de 2020 nos enteramos de que había muerto Diego Armando Maradona. Tuve un déja vú. Otra vez la incredulidad, la sorpresa y el esfuerzo para trabajar en medio de un desasosiego multitudinario que traspasó fronteras.

Mujeres

La primera marcha ‘Ni una menos’ se convocó para el 3 de junio de 2015.

Quería ir al Congreso para cumplir con un compromiso personal: defender mis derechos como mujer. Hacía tiempo había abandonado la vieja enseñanza de que los periodistas no debemos involucrarnos en los temas que cubrimos. La violencia de género y los femicidios eran (son) una emergencia y ameritaban una lucha colectiva a la que me quería sumar.

En la mañana escribí un rato en casa y en la tarde fui a la marcha. Desde que empecé a recorrer las calles rumbo al Congreso y vi a las miles y miles de mujeres que se acercaban, supe, sentí que estaba presenciando algo nuevo. Un capítulo bisagra en la historia del feminismo.

Voces que nunca habían sido escuchadas gritaron «Ni una menos» en una manifestación inédita. La convocatoria, nacida en las redes sociales como respuesta al asesinato de la adolescente Chiara Páez, de 14 años, había crecido como una bola de nieve, al amparo de décadas de lucha feminista en Argentina. La admiración hacia las feministas argentinas se dispersó en muchos países.

Después, algo cambió aquí. Los reclamos ante cada femicidio se multiplicaron y se tornaron cada vez más masivos. Las redes sociales fueron la válvula de escape para denunciar campañas, comentarios, actitudes machistas que antes eran cotidianas y toleradas. La paciencia con el patriarcado se estaba agotando.

Sin proponérselo, las argentinas se pusieron a la vanguardia del feminismo que revolucionaba el mundo.

Por eso no fue casual que, tres años más tarde de esa primera marcha, el movimiento demostrara su crecimiento y fortaleza en el debate por la legalización del aborto que el expresidente Mauricio Macri habilitó, a pesar de estar en contra, y sin tener idea del vendaval feminista que iba a desatar.

El 8 de agosto de 2018, el día que el Senado debía ratificar o rechazar la iniciativa que ya había aprobado la Cámara de Diputados, soñé, al igual que millones de mujeres, con que la presión de las calles y el coro social en favor del aborto legal convencerían a la mayoría de las y los senadores. Que Argentina daría de nuevo el ejemplo en el otorgamiento de derechos sociales en América Latina.

No ocurrió.

Hoy, estamos otra vez en el mismo escenario. La Cámara de Diputados ya aprobó el proyecto que envió el presidente Alberto Fernández y sólo resta que el Senado lo ratifique o rechace el próximo martes.

Será una nueva e intensa jornada en este país. Gran parte del mundo estará atento mirando. Ojalá la mayoría de las y los senadores hagan historia en favor de los derechos y logren que Argentina vuelva a ser un ejemplo.

Ojalá que sea ley.

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