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Trabas a los electores, campañas onerosas y el gobierno de quien menos votos obtiene: las falencias de la democracia de EE.UU. según Netflix

Written by Debate Plural

Cecilia González (Cubadebate, 30-10-20)

 

Votar en Estados Unidos no es fácil.

Más que un derecho, hay sectores de la sociedad que todavía lo piensan como un privilegio destinado a unos pocos. De preferencia hombres blancos, viejos y ricos. Por eso se desalienta o se dificulta el sufragio lo más posible. O de plano, se proscribe. Los controles de los multimillonarios gastos de campañas son prácticamente inexistentes. Muchos donantes permanecen en las sombras.

Y lo peor: no necesariamente ganan los candidatos que más votos reciben. No es una democracia de voto popular, lo que ha derivado en una grave crisis de representatividad en la que, quienes gobiernan, no toman las decisiones que quiere la mayoría de la población, sino las que responden a sus propios intereses políticos.

Estas son las principales conclusiones del documental ‘El poder del voto’, que Netflix estrenó a propósito de las elecciones presidenciales que se realizarán el próximo martes y en la que los principales contendientes son Donald Trump, el presidente republicano que pelea por la reelección, y el demócrata Joe Biden.

La plataforma produjo la serie junto con Vox, un medio digital estadounidense, y Appian Way, la productora de Leonardo Di Caprio, quien conduce el primer programa. El segundo está a cargo de la cantante Selena Gómez, y el tercero, del artista John Legend. La intención, explícita, es promover el voto, aumentar la participación ciudadana como una forma de rescatar un sistema que está lejos de ser ejemplar.

Críticas

«Nuestra democracia está rota», dice a cámara Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista más joven de Estados Unidos. «Es un sistema fallido y la gente está enojada», reconoce Arnold Schwarzenegger, el exgobernador de California.

«En la democracia más antigua del mundo, votar sigue siendo una lucha», lamenta Di Caprio. «El sistema financiero de las campañas se corrompió totalmente», denuncia el senador Bernie Sanders.

Son apenas algunos de los múltiples testimonios que tiene la serie y que incluyen a historiadores, políticos, gobernadores, congresistas, profesores y activistas, que explican el origen de un modelo electoral que fue diseñado en el siglo 18, y que les otorgó el derecho al voto solo a hombres blancos que tuvieran propiedades.

Gracias a intensas luchas civiles, en el siglo 20 lograron su derecho al voto los negros, las mujeres, los nativos americanos y, ya en los años 70, la edad para votar se redujo de 21 a 18 años.

Pero aun así, Estados Unidos sigue siendo uno de los países desarrollados con menores tasas de participación electoral. En los comicios presidenciales de 2016, por ejemplo, sólo votó el 56 % de los votantes habilitados.

De acuerdo con la serie, el panorama se complica más este año debido a la pandemia, ya que, a pesar de que muchos estados cuentan con la opción de votar por correo, la realidad es que le complican ese derecho al elector: o no se le envía la boleta, o se le exige que haga un trámite especial para recibirla, o debe justificar por qué quiere votar a distancia. Se le anula, también, si firmó fuera del espacio requerido o si la boleta llegó con retraso a los funcionarios electorales.

Otras formas de desalentar el voto es que las elecciones se realizan en un martes, un día laboral, no en domingo como en la mayor parte de las democracias. A este hecho se suma que el votante debe solicitar su registro, trámite que en otros países es automático.

Pareciera que el objetivo, en realidad, es que vote el menor número posible de ciudadanos.

Proscripciones

El documental detalla un caso emblemático, el de Florida, en donde, al igual que en muchos otros estados, los exconvictos perdieron su derecho al voto.

De 2007 a 2011, el entonces gobernador Charlie Crist aplicó políticas de clemencia, por lo que 155.000 excondenados pudieron votar, pero luego su sucesor, Rick Scott, decidió que deberían exponer en persona su caso, y de manera individual, para ver si se le devolvía ese derecho. Él mismo se lo denegó a la inmensa mayoría.

Más tarde, Scott ganó un escaño en el Senado por un margen muy escaso, el 50,06 % contra el 49,93 % de su más cercano rival. Eran menos de 10.000 votos. Si hubiera permitido que más gente votara, es probable que hubiera perdido.

Esos ejemplos se repiten a lo largo del documental: en Estados Unidos suelen ganar los políticos que hacen todas las maniobras posibles para limitar el voto ciudadano.

La Corte Suprema, además, no ayuda en nada a mejorar la democracia del país. Más bien, todo lo contrario.

En 1965, el presidente Lyndon B. Johnson proclamó la ley del derecho al voto que volvió ilegales las tácticas racistas que seguían impidiendo que los afroamericanos sufragaran. Surgió así un consenso bipartidista para facilitar la votación, de manera que cada vez que esa ley estaba por caducar, el gobierno de turno la prorrogaba. Uno de sus aspectos más importante es que los estados que querían aplicar leyes de supresión del voto, o sea, acotar el número de ciudadanos considerados aptos para votar, primero debían obtener la autorización del gobierno federal.

Pero en 2008 el triunfo de Barack Obama cambió todo. A la élite de poder político y económico no le gustó mucho que ganara un demócrata negro. A partir de entonces, volvieron las resistencias a la democratización del país. Cuatro años más tarde, la Corte Suprema, de mayoría conservadora, fue ampliamente criticada por derribar un pilar fundamental de la democracia que facilitaba la votación y le volvió a otorgar autonomía a los estados para que restringieran a su gusto el voto.

El resultado es que, desde 2013, en la mitad del país se impusieron nuevas restricciones, se redujeron los lugares de votación y, por lo tanto, crecieron las filas de electores y el tiempo para sufragar. Se las hicieron más difícil. También se aprobaron leyes de identificación más estrictas: una letra, un punto o un acento mal colocado, bastan para anular el voto.

Datos

Trump ha sido uno de los principales promotores de la idea de que en cada comicio hay un «fraude masivo de votantes», es decir, de millones de ciudadanos que supuestamente sufragan de manera ilegal. Jamás presentó pruebas. En 2017 incluso creó una comisión para investigar ese presunto delito. La tuvo que disolver ocho meses después porque no había nada que lo demostrara. Era una acusación falsa.

Hoy, con miras a la elección presidencial, el presidente ha dirigido sus denuncias sin pruebas a un supuesto fraude en la votación por correo. Según el documental, prefiere bloquear ese voto porque cree que beneficia a demócratas.

La serie enfatiza, además, que en ese país se llevan a cabo las campañas más caras del mundo. Solamente la elección de 2016 costó 2.300 millones de dólares. En realidad, 6.500, si se suman las campañas al Congreso. También es el proceso electoral más largo: en esta ocasión, desde el primer debate en las elecciones primarias tardó 496 días. Equivale a 12 elecciones alemanas, 24 francesas, o 41 japonesas.

Y ni hablar de la opacidad. Dado que, a diferencia de otros países, en Estados Unidos no hay financiamiento estatal controlado para los partidos, cada candidato depende de multimillonarias donaciones para postularse, que en altos porcentajes provienen de desconocidas corporaciones.

A lo largo de sus tres capítulos, la serie ofrece una serie de datos que confirman el deterioro de la democracia estadounidense.

Por ejemplo, en 2016, 400 donantes representaron el 19 % de todas las donaciones políticas. Son un puñado de millonarios que influyen en los triunfos de gobernantes que se vuelven dependientes de ellos. La élite que no quiere democratizar el poder se refleja, también, en el hecho de que la mayoría de los congresistas son millonarios: 65 en el Senado y 214 en la Cámara de Representantes.

A estos y otros factores se debe que, en 2016, no hayan votado 94 millones de ciudadanos que tenían derecho. Están tan desencantados, desconfían tanto, que creen que su voto no importa. ¿Para qué, entonces, perder el tiempo en registrarse, ir hasta el centro de votación un martes, hacer largas y demoradas filas o cumplir con los engorrosos trámites para votar por correo?

El que pierde, gana

El documental alerta que últimamente gobiernan personas por las que no votó la mayoría y que, por lo tanto, no la representan ni les interesan sus agendas. Y cita a modo de ejemplo:

– El 93 % de los ciudadanos opina que los gobernantes escuchan más a los donantes que a los votantes.

– El 77 % cree que deberían limitar el gasto en campaña.

– El 64 % apoya controles más estrictos a las armas.

– Más del 50 % quiere que se apruebe el derecho a la salud universal, la renegociación de la deuda estudiantil, la reforma migratoria y penal y se combata el cambio climático.

Pero nada de ello ocurre. La voluntad popular no se obedece, básicamente, porque en Estados Unidos no existe el voto popular, lo que permite que no siempre ganen los candidatos que más votos obtienen.

Lo que hay es un intrincado sistema de rediseño constante de distritos electorales, manipulados por los gobernantes de turno para garantizarse el mayor número de cargos, a lo que se suma un Colegio Electoral con determinados representantes por cada estado, que son quienes en realidad eligen al presidente.

Gracias a ese sistema, en 2012 los republicanos recibieron menos votos que los demócratas, pero aun así se quedaron con más escaños tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes.

En 2016, Hillary ganó las elecciones con el 48,4 %, ya que Trump obtuvo el 46,1 %. Fueron más de tres millones de votos de diferencia. Pero al final, Trump ganó en el Colegio Electoral.

Y ese escenario puede repetirse el próximo martes y en todas las elecciones futuras si, como advierte la serie, no se moderniza el sistema electoral.

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