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La curiosa popularidad de Bolsonaro

Written by Debate Plural

André Barbieri y Gabriel Girão (Sin Permiso, 7-9-20)

 

Las últimas encuestas muestran un aumento en la popularidad del presidente brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro. Este artículo, publicado originalmente en Esquerda Diário de Brasil, analiza este fenómeno, con sus límites y contradicciones.

Después que Bolsonaro sufriera una caída de popularidad y un aumento de rechazo récord en el inicio de la pandemia, las recientes encuestas de popularidad han traído el fenómeno opuesto: un aumento de la popularidad presidencial. Según la consultora Datafolha a mediados de agosto, el porcentaje de quienes evalúan el Gobierno como excelente o bueno fue de 37 %, subiendo con respecto al 32 % de junio, mientras que los que evalúan el Gobierno como malo o pésimo cayó a 44 %, del 34 % de junio.

Sin embargo, en la más reciente encuesta de la consultora DataPoder360, realizada entre el 31 de agosto y el 2 de septiembre, ya aparece la precariedad de ese crecimiento. Aunque hay un 39 % de encuestados que consideran al Gobierno de Bolsonaro “excelente” o “bueno” y 34 % que lo consideran “malo” o “pésimo” -coincidiendo con Datafolha-, si se compara ese resultado con la encuesta anterior, realizada entre el 17 y 19 de agosto, llaman la atención algunas tendencias que son expresivas. En los sectores sin ingresos fijos, así como en la población de la región nordeste, la aprobación de Bolsonaro cayó 6 % y 8 % respectivamente, dos importantes blancos del programa asistencial del Gobierno. Si la ayuda de emergencia es el pilar de su recomposición, en esta semana con la reducción a la mitad de la asistencia, ¿estará apareciendo una importante fisura?

Caber recordar que, aun en caída, el rechazo a Bolsonaro sigue siendo el mayor entre los presidentes elegidos en primer mandato desde Fernando Collor. Esa dificultad para conquistar gobiernos estables es una marca registrada de la crisis orgánica, o crisis de la autoridad estatal, según el filósofo marxista Antonio Gramsci. La misma situación de crisis orgánica, sin embargo, incluye como hipótesis teórica en su interior múltiples coyunturas, donde la regla es el equilibrio inestable. ¿Qué significa esto? En pocas palabras, Bolsonaro puede tener coyunturas favorables, sin ser capaz de resolver por derecha el dilema de “ya no más” de la Nueva República de 1988, y el “todavía no” de un nuevo régimen consolidado.

Volvamos a la coyuntura: existe un fenómeno de migración del apoyo a Bolsonaro. Inicialmente ese apoyo se concentraba más en sectores de clase media, adeptos de la operación judicial Lava Jato de Sérgio Moro y de todo el discurso anticorrupción -nada más que un discurso- que impulsó el golpe institucional de 2016. Ese segmento social incluye principalmente hombres blancos del sur, sureste y centro-oeste, además de sectores precarios de la clase trabajadora, muchos de ellos ligados a la base evangélica pentecostal y neopentecostal.

Lo que vienen demostrando las encuestas es que Bolsonaro se va debilitando en el sector de clase media y ganando peso en los pobres urbanos y en sectores más precarios, que en el ciclo económico de la década de 2000 fueron integrados en el rol de programas asistenciales del lulismo. Deriva de ahí la pregunta de si Bolsonaro estaría cambiando su base social.

En la región Nordeste, tradicional reducto lulista y donde Bolsonaro registró sus peores resultados en 2018, el Gobierno federal obtuvo mayor aprobación, en buena medida por los efectos concretos de la ayuda de emergencia, que de abril a septiembre fue de 600 reales, algo más de 100 dólares. En la misma región, sin embargo, Bolsonaro perdió el 8% de aprobación en las últimas dos semanas, pasando de 48 % a 40 %, en relación a mediados de agosto. “Háblame de la condición fluida del mundo”…

Considerado como el mayor programa asistencialista de la historia de Brasil, en 25 estados la cantidad de personas que reciben la ayuda de emergencia es mayor que la cantidad de personas con trabajo registrado, más de 65,2 millones de beneficiados. Globalmente, la cantidad de personas que recibe algún tipo de beneficio del Gobierno federal se cuadruplicó entre 2019 y 2020: pasó de 20,57 millones a 85, 29 millones del año pasado a esta parte. En 2019, fue asistido por alguno de estos beneficios el 10,8 % de la población brasileña, mientras que este año pasó a 44,8 %.

El nordeste es la región con más beneficiados y con la mayor cantidad de presupuesto en los subsidios, más del 50 % de la población de los 9 estados nordestinos reciben alguna forma de ayuda estatal. El programa es actualmente la mayor experiencia de gasto social de Brasil, con un monto de recursos mensual de 50.000 millones de reales por mes, casi 9.500 millones de dólares. Es decir que al menos 200.000 millones de reales en su totalidad, frente a los 30.000 millones de reales del Bolsa Familia creado por el expresidente Lula da Silva, los 56.000 millones de reales del BPC ( Benefício de Prestação Continuada) que reciben las personas que tiene alguna enfermedad crónica o capacidad diferente o los 17.000 reales de Subsidio al salario (ayuda para quienes ganan menos de 2 salarios mínimos).

Daniel Duque, de la Fundación Getúlio Vargas, relata en un análisis que la ayuda de emergencia redujo la pobreza en Brasil, que pasó de 25,6 % en 2019 a 21,7 % en 2020, y la extrema pobreza, que pasó de 8,8 % a 3,3 %. Se trata de la tasa de pobreza más baja en 40 años.

Esos datos componen un cuadro comprensible que deja pocas dudas sobre la razón de la rehabilitación bolsonarista. Bolsonaro logró recomponerse en las encuestas de opinión no a través de políticas reaccionarias de extrema derecha, sino de políticas públicas asistencialistas, buena parte de ellas copiadas de las realizadas por el lulismo. La apuesta es alta: sustituir los programas sociales del lulismo por programas con la marca bolsonarista. Junto con eso, la trampa instalada es convencer a los sectores más precarios que, para seguir con la asistencia estatal, tienen que apoyar el programa de ajustes económicos ultraliberales contra los empleados públicos y los trabajadores formales en general. Dividir para reinar.

La naturaleza de la política de Bolsonaro con los programas sociales de auxilio financiero a los pobres, por lo tanto, es distinta a la que venía llevando adelante. Pero precisamente es una combinación con la política económica ultraliberal de ajustes, privatizaciones, precarización del trabajo y desempleo. Se trata de una especie de “populismo asistencialista” de extrema derecha, para buscar un rótulo temporal a falta de mejor denominación.

Esto implica que la recomposición de Bolsonaro no significa inmediatamente un “giro a la derecha” de esas bases sociales, que dependen altamente de la ayuda estatal frente al desempleo de masas impuesto por los capitalistas, Bolsonaro y las instituciones del régimen golpista (Corte Suprema, Congreso, etc.). Esto no hace menos real la recomposición. Está abierta la posibilidad de que la extrema derecha logre consolidar las inversiones que vino haciendo sobre los sectores más pobres. Incluso un intelectual petista como André Singer admite que, encontrando un camino para estructurar de forma más continua un programa como Renda Brasil, Bolsonaro puede lograr estabilizar más allá de la coyuntura su influencia como figura política sobre la antigua base del lulismo.

El politólogo argentino Juan Elman indica esta tendencia profunda en la clase dominante brasileña, el gusto por las políticas populistas que sostienen sus distintos ciclos de dominación. Por eso, el narcótico del populismo fundado en el gasto público no es exclusivo de la conciliación petista. Para seguir recogiendo índices positivos de aprobación, la extrema derecha también busca el suyo. Y lo hace aunque eso signifique rifar su precioso guedismo. La foto de Paulo Guedes, rodeado por Bolsonaro y su corte del gran centro parlamentario es uno de los rasgos más marcados de pérdida de status de superministro del Chicago Boy, que tuvo que entender que solo manda en la cartera de Economía si se pone de acuerdo antes con Brasilia.

Cualquiera que sea la nueva arquitectura del Gobierno, la verdad es que Bolsonaro se metió en un camino sin retorno. Entendió el mensaje de las encuestas y hará todo lo que pueda para mantener esta base social conquistada entre los más pobres. Para eso, necesita encajar un programa social, el Renda Brasil, que sustituya con éxito la ayuda de emergencia, ya deshidratada, después de las elecciones. Los ultraliberales están saboreando el gusto de la popularidad mediante el gasto.

La colisión entre Bolsonaro, que quiere flexibilizar la ley que pone techo al gasto público para financiar la continuidad de los programas sociales en 2021, y Guedes que defiende rajatabla el límite establecido en 2017, revela algo más importante que el destino del ex funcionario pinochetista en el Gobierno.

¿Límites materiales al populismo bolsonarista?

Como para todo en esta vida existe la prueba material, el problema de Bolsonaro es contar las monedas y verificar cuáles son las condiciones reales para poner en pie el Renda Brasil, y por mímesis de la política económica lulista, entrar más estratégicamente en ese reducto social.

El PT creó una serie de programas sociales, como el Bolsa Familia (Subsidio por grupo familiar), el Farmacia Popular (subsidio a medicamentos esenciales) , el BPC , el ProUni (Programa de universidad para todos: el ministerio de educación da becas de 100% a 50% para acceder a universidades privadas) y el FIES (Financiamiento al estudiante de educación superior: consiste en préstamos que se comienzan a pagar una vez que el estudiante termina la carrera) transformándose en fuerza política hegemónica en el Nordeste, sobre la base de una coyuntura económica internacional magistralmente ventajosa para el padrón económico brasileño. Sostenían este ciclo económico los altos precios de las materias primas, la voracidad de China por productos brasileños, y la entrada masiva de capital extranjero en la década de 2000, en que el capitalismo mundial prosperaba, bajo los efectos de la globalización imperialista y la absorción de la enorme masa del proletariado mundial de la ex URSS y los Estados obreros deformados.

Tomando el concepto de Juan Dal Maso (El marxismo de Gramsci, IPS) existe una íntima relación entre la expansión o retracción de los mecanismos del Estado ampliado, y la coyuntura económica internacional, una especie de “precariedad de la condición occidental de América Latina”. En términos más directos, podemos decir que la característica del Estado ampliado en América Latina (y en Brasil) es su dependencia de las coyunturas económicas favorables para desarrollar políticas sociales y económicas que amplíen la base de apoyo gubernamental.

El carácter expansivo de la política estatal se amplía a medida que las condiciones económicas son favorables, en nuestro caso, para la inserción dependiente de Brasil en la economía mundial. En estas coyunturas existen mayores condiciones para políticas públicas que buscan consenso en base al acceso al consumo y a servicios básicos por una camada más amplia. En los momentos de crisis económica, la tendencia suele ser de “contracción” de las políticas públicas.

Pues bien: las condiciones económicas internacionales favorables son un recuerdo del pasado. Las condiciones materiales internacionales que vimos en la década de 2000 se revirtieron. La crisis mundial de 2008 fue un primer fuerte golpe, que dejó secuelas que no pudieron resolverse desde la Gran Recesión. El año 2020 profundizó la debilidad de la economía global, y se prevé una caída de 4,9 % del PBI global, mientras en 2008 fue de solo 0,1 %.

En síntesis, Bolsonaro busca reeditar políticas públicas expansivas en un escenario de retracción de la economía mundial, y las dificultades son evidentes. Lo logrará? Está por verse.

La pelea entre Bolsonaro y Guedes tiene su fundamento en esta controversia. El equipo económico viene barajando tres escenarios para el Renda Brasil, todos bloqueados hasta ahora. En el primero, el Gobierno tendría que ampliar el período de calamidad pública el año que viene, lo que liberaría esos pagos sin desobedecer las reglas fiscales. Además de ampliar el endeudamiento público, esta opción no cuenta con el apoyo del presidente de la cámara baja, Rodrigo Maia. La segunda opción sería incumplir o alterar la ley del techo de gastos, pero Guedes está en contra porque generaría mucha crisis. Como última alternativa, esos gastos podrán ser hechos si el Gobierno recorta gastos equivalentes en otras áreas, pero Bolsonaro ya vetó recortes a beneficios sociales como Farmacia Popular, subsidio al salario y seguro de defensa (es un subsidio que el gobierno Brasilero le da a los pescadores artesanales en un determinado periodo del año para que ellos no salgan a pescar y así defender la fauna marina, funciona desde abril del 2015).

En este caso, la posibilidad de una estructuración estable del proyecto asistencialista de extrema derecha se choca contra la pared de concreto de la coyuntura económica desfavorable a nivel internacional. Sería imprudente considerar que la economía mundial representa una contradicción insoslayable. Cuenta en el activo de Bolsonaro la burguesía mundial, que viene interviniendo con todos los mecanismos posibles de contención y desvío de procesos rupturistas en la economía y la lucha de clases. Pero sería ingenuo descartar este factor como algo de menor importancia. Los próximos meses dirán su peso relativo.

Unidad de los trabajadores y precarios

No podemos olvidar el principal factor que termina la situación: la lucha de clases. Toda esta situación se desarrolla en el marco de que predomina una circunstancial pasividad de la lucha de clases, aunque con ejemplos importantes como la fuerte huelga de trabajadores postales, pero aún aislada nacionalmente, y la posible movilización de los trabajadores de la Empresa Brasileña de Aeronáutica (Embraer). La crisis sanitaria y la ayuda de emergencia tienden a amortiguar la situación, además de la tregua de los distintos actores del régimen. Sin embargo, la disminución de la ayuda de emergencia de 600 a 300 reales y la situación de desempleo de millones pueden encender una mecha que hasta ahora estaba apagada, y ataques como la reforma administrativa y privatizaciones pueden desencadenar movimientos de resistencia entre los trabajadores.

¿Qué pasaría si los sectores más precarios de la sociedad, que dependen de los programas estatales para sobrevivir, y los trabajadores estatales, los dos sectores que Bolsonaro quiere dividir y antagonizar, se uniesen en contra del Gobierno? Ese escenario de pesadilla para la extrema derecha es lo que el Gobierno pretende evitar. La defensa de la unidad de las filas obreras es una condición de primer orden para preparar los desafíos que van a surgir después de las elecciones municipales.

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