Jesus de la Rosa (Hoy, 21-5-19)
La aparición de mis escritos sobre la Revolución de Abril de 1965 requiere una breve explicación de nuestra parte. Autores nacionales y extranjeros han publicado valiosos ensayos históricos sobre dicho conflicto; hecho éste que les permite a muchos calificar de vana la esperanza nuestra de añadir algo nuevo a lo que sobre ese tema ya se sabe.
Sin embargo, dentro de los conocimientos generales que sobre Abril se posee, un aspecto del mismo ha quedado inédito: el subjetivo, la experiencia vivida por muchos de los participantes en dicho acontecimiento. Es esto lo que realmente nos motiva a dictar conferencias, participar en mesas redondas, escribir libros, en fin, en aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente de referirnos a tan magno acontecimiento.
El relato de los hechos ocurridos en Abril de 1965 constituye un intento de incluir en nuestras consideraciones el ambiente intangible de esos aconteceres; de descubrir los puntos de vista y las motivaciones de muchos de sus actores; y de comunicarles a nuestros amables lectores cómo sentimos la guerra quienes la vivimos. Recurriendo a mis recuerdos y a las narraciones de algunos testigos oculares de aquellos sucesos, hemos tratado de describir sus principales entornos. Si mal no recordamos, una vez le oímos afirmar al destacado historiador dominicano Frank Moya Pons que: “la historia oral no sustituye a la historiografía, sino que la complementa y llena intersticios”. Parecería diferente a lo expresado por el destacado escritor argentino Carlos Fuente, cuando, refiriéndose a su país, afirma que:
“la memoria le da su verdadero sentido a la historia; la salva de la pretendida objetividad de los hechos de archivo; y la conecta con la colectividad y con las vidas personales. ”Quizá parezca escandaloso y hasta de mal gusto, narrar muertes, sufrimientos y tragedias ocurridas hace más de medio siglo. Muchos se preguntarán: ¿Para qué recordarlos? ¿Para qué revivir tantos odios y tantos rencores? Respondemos: porque creemos que recordarlos es la mejor manera de evitar su repetición.
La crueldad de algunos de los hechos ocurridos en Abril de 1965 anuncia con la alegría de hoy la celebración de los 54 años de una gesta que expresó el heroísmo del pueblo dominicano en defensa de sus libertades. Entendemos que por sí misma, la suma de mis micros experiencias no puede dar como resultado una macro totalidad objetiva.
Y que estas líneas que sobre la Guerra de Abril de 1965 tenemos a bien escribir no constituyen una historia de tan magno evento. Sin embargo, creemos que las mismas concentran, en la perspectiva de los más de 50 años transcurridos, los aspectos principales del conflicto. Resumiendo, no es la historia de Abril de 1965 la que contamos, son nuestras verdades de esa tragedia.
El 27 de Abril de 1965, creyéndose que todo estaba perdido, algunos dirigentes políticos y militares sublevados buscaron refugios en embajadas extranjeras o trataron de llegar a un acuerdo de cese al fuego con sus contrarios de la Base Aérea de San Isidro contando con la mediación de algunos miembros del cuerpo diplomático estadounidense. Otros, en cambio, decidieron combatir hasta el final.
Al amanecer del día 27 de Abril, las tropas de San Isidro se encontraban concentradas en la margen occidental del rio Ozama dispuestas a asaltar las posiciones constitucionalistas; para ello, contaban con tanques blindados AMX; un batallón de fusileros; una compañía de artillería; y con apoyos de unidades navales y aéreas.
Los generales de San Isidro pensaban que el disponer de un arsenal como ése resultaba más que suficiente para terminar de una vez por todas con la resistencia de los militares insurrectos. Ante una situación como ésa, los militares constitucionalistas consideraron más importante que un alineamiento de artillería, el aprovechar la reacción moral de los combatientes para exigirles resistir donde el combate tuviera lugar. Dicha fórmula como solución militar parecería vaga e ilusoria; pero, era la más válida para explotar las fuerzas de una agrupación militar erigida ya en toda una muchedumbre de gentes dispuestas a batirse hasta el final.
La intervención militar norteamericana de 1965 (2 de 5)
Jesús de la Rosa (Hoy, 28-5-19)
Recurriendo a mis recuerdos y a las confesiones y pareceres de unos que otros testigos oculares tratamos de describir los entornos de lo que aquí pasó en abril de 1965. Sabemos que esto tiene sus limitaciones y que, por sí misma, la suma de nuestras micro experiencias no puede dar como resultado una macro totalidad. Narramos hechos en los cuales tomamos parte. Pero, nuestros juicios al respeto no están respaldados por documentos ni por citas de eruditos. No obstante, sabemos que para escribir con entera propiedad la historia de lo sucedido no basta con haber sido testigo y participante en esa gesta como lo fuimos nosotros; se necesita algo más; se requiere de talento y dotes de historiador; también, de disponer de documentaciones que reposan en archivos militares cuidadosamente guardados, a los cuales pocas personas han tenido y tienen acceso.
Al amanecer del 27 de abril de 1965, las tropas de San Isidro se encontraban concentradas en la margen oriental del río Ozama, listas para asaltar las posiciones constitucionalistas. Alrededor de las seis de la mañana de ese mismo día, dichas tropas iniciaron el ataque; pero, ante el empuje y arrojo del ejército constitucionalista, no pudieron avanzar. Después de horas de combate, alrededor del mediodía las tropas de San Isidro abandonaron el combate, dejando abandonados valiosos equipos bélicos incluyendo tanques y carros de asalto. Después de dicha batalla, conocida como la Batalla del Puente, los militares constitucionalistas aumentaron sus efectivos y reafirmaron sus dominios de la ciudad.
Conjurado el peligro de San Isidro, las tropas constitucionalistas acompañadas por combatientes civiles enfilaron hacia la Fortaleza Ozama asiento de los temibles y odiados policías contra motines “Cascos Blancos”. Por medio de altavoces, los mandos constitucionalistas convidaron a las tropas policiales encerradas en el fortín a rendirse. El Jefe de las mismas, aunque confiado, no tenía ningún plan de acción concertado con los demás cuarteles policiales de la ciudad, las cuales, por demás, ya habían caído en manos de los constitucionalistas. Durante algunas horas, no hubo más que horror, muertes y derramamiento de sangre. Después de prolongados esfuerzos, los mandos constitucionalistas lograron controlar la situación e impedir que esa orgía malsana continuara. Un cierto número de oficiales y alistados de los llamados Cascos Blancos se lanzaron al río Ozama pereciendo algunos de ellos ahogados o víctima de los ataques de tiburones. Sólo unos pocos lograron escapar de aquel infierno. Toda resistencia le resultó inútil. Cerca del mediodía del 27 de abril, las tropas policiales sitiadas enarbolaron banderas blancas en señal de rendición. Los constitucionalistas tomaron más de 400 prisioneros y una cantidad considerable de armamentos conque armar, como así lo hicieron, a cuantas personas desearon incorporarse a la lucha revolucionaria.
A continuación ocurrieron varios cambios en la estructura de mando de los dos bandos en pugna: el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó surgió como jefe político y caudillo militar de las tropas constitucionalistas integradas a partir de entonces por militares y civiles, al mismo tiempo que en la Base Aérea de San Isidro se instalaba una Junta Militar encabezada por el coronel Pedro Bartolomé Benoit.
Después de los combates del 26 y el 27 de Abril de 1965, los mentores norteamericanos que respaldaban a los de San Isidro entendieron que no existía en el Ejército regular capacidad militar ni disposición para enfrentarse grupos de militares y pueblerinos en vía de convertirse en un ejército popular.
La Revolución de Abril de 1965 constituyó una fuente inagotable de enseñanzas militares, políticas y morales. Han transcurrido 54 años desde que se inició; pero, todavía sangran algunas heridas. Peor aún, no son muchos los dominicanos que posee una idea acabada de esa tragedia que condiciona tanto nuestra vida de hoy.
La intervención militar norteamericana de 1965 (3 de 5)
Jesús de la Rosa (Hoy, 4-6-19)
Nos proponemos seguir contribuyendo al deber común de todos los dominicanos de evitar que acontecimientos como los escenificados aquí en abril de 1965 vuelvan a repetirse. Al paso de los años, dichos sucesos han venido situándose en una perspectiva que nos permitirá en un futuro cercano examinarlos con cierta objetividad y precisión; pero, una serie de dificultades todavía se interponen en el camino de lograrlo. En la página 304 de su libro “La Esperanza Desgarrada”, el escritor italiano Piero Gleijeses escribe: “para los funcionarios norteamericanos, el levantamiento del 24 de abril había sido una total sorpresa. Y había estallado en momento en que la embajada estaba media vacía. Desde el 23 de abril, el embajador Bennett se encontraba en su nativo estado de Georgia visitando a su madre que estaba enferma”. Otros altos funcionarios de la embajada norteamericana en Santo Domingo se encontraban fuera de su puesto de trabajo en momentos del estallido al cual nos estamos refiriendo, quedando al frente de la Embajada el encargado de negocios William Connett, quien hacía sólo algunos meses que ocupaba dicho cargo.
Los días 26, 27 y 28 de abril de 1965, después de su triunfo en la batalla del Puente y en la toma de la fortaleza Ozama, los militares constitucionalistas reafirmaron su dominio en la ciudad de Santo Domingo y para su ganancia de causa, casi todos los cuarteles militares del interior del país le manifestaron su apoyo, en momentos en que los nervios y la emoción empañaban el ambiente de la Base Aérea de San Isidro y la del Centro de Entrenamiento Militar de las Fuerzas Armadas (CEFA) bajo la jefatura de los generales Elías Wessin y Wessin y Juan de los Céspedes, allí estuvo en la madrugada del día 27 el Jefe del Grupo Norteamericano de Asesoría Militar (MAAG) quien pudo constatar la atmósfera de miedo que allí reinaba con casi todos los pilotos cansados y desanimados, y una cantidad considerable de oficiales llorando.
A las tres de la tarde del 28 de abril de 1965, el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, recibió en su despacho de la Casa Blanca un cable de su embajador acreditado en República Dominicana que decía que la situación allí se había tornado peligrosa para los intereses estadounidenses, que las autoridades encargadas de hacer cumplir las leyes y de mantener el orden público le habían avisado que la situación estaba completamente fuera de su control y que la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas (entiéndase tropas militares de la Base Aérea de San Isidro y del llamado CEFA) no ofrecían ninguna garantía respecto a la seguridad de los ciudadanos norteamericanos residente o de tránsito por la República Dominicana. A las pocas horas de recibir esa nota, el presidente de los Estados Unidos anunciaba desde Washington que había ordenado al Secretario de Estado de Defensa disponer de las tropas necesarias para salvaguardar la vida y los intereses de los norteamericanos residentes en República Dominicana. Otro cable recibido más tarde por el mandatario yanqui subrayaba que el Ejército Constitucionalista, integrados por militares y civiles, habían derrotado a las tropas de San Isidro en la Batalla del Puente Duarte y tomado la Fortaleza Ozama, asiento de los temibles y odiados policías cascos blancos. Y que en las provincias del interior del país, las gentes se lanzaban a las calles en apoyo al Ejército Constitucionalista y en reclamo de reponer a Juan Bosch en la Presidencia de la República sin elecciones.
Los constitucionalistas habían salido triunfante de la guerra civil, en los precisos momentos en que una fuerza de tarea de la Armada de los Estados Unidos compuesta por 42 unidades navales con el porta aviones Boxer como buque madre ponía proa hacia la República Dominicana. Después de ser instruido al respecto, el coronel Pedro Bartolomé Benoit formuló por escrito una solicitud de intervención militar norteamericana fundamentada en la necesidad de proteger las vidas y los bienes de los ciudadanos norteamericanos de paso o residentes en el país. La invasión militar norteamericana a la República Dominicana había comenzado ya.
La intervención militar norteamericana de 1965 (4 de 5)
Jesús de la Rosa (Hoy, 11-6-19)
La mayor parte de los documentos alusivos a la Revolución de Abril de 1965 reposan en archivos a los cuales los investigadores interesados en el tema no siempre tienen acceso. Muchos de los cedularios referentes a las actuaciones de las tropas interventoras estadounidenses permanecen guardados en los archivos de la Armada norteamericana y en los de ciertas instituciones de los Estados Unidos. Suponemos que los legajos de la administración constitucionalista llevados a Europa por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó a su salida del país en enero de 1966 reposan, al igual que otros, en archivos cubanos.
Por lo expuesto en el párrafo anterior, muchos de los aspectos esenciales de la Revolución de Abril de 1965 han tenido que basarse en fuentes partidarias comprometidas con uno de los bandos. Algunos testigos y actores que ocuparon puestos de mucha responsabilidad han preferido guardar silencio en relación con el tema; otros han postergado, no sabemos hasta cuándo, la publicación de sus memorias. Ciertos documentos de gran valor histórico están en manos de personas negadas a ponerlos al cuidado de terceros. Afortunadamente, en los últimos años, a pesar de todos esos inconvenientes, se han venido poniendo a disposición de algunos que otros historiadores una considerable cantidad de documentos sobre la revuelta abrileña, entre los que cabe mencionarse fotocopias de escritos de archivos desclasificados; memoria de importantes actores, entre otros. Los archivos militares de nuestro país, al menos los comprendidos en 1930 y 1965, fueron enviados al Archivo General de la Nación; y en la actualidad se trabaja para ponerlos a disposición de historiadores, de investigadores y de personas interesadas en dicho tema.
Los días 26, 27 y 28 de abril de 1965, después de su triunfo en la Batalla del Puente y en la toma de la Fortaleza Ozama, los militares constitucionalistas reafirmaron su dominio en la ciudad de Santo Domingo y, para su ganancia de causa, las comandancias de casi todos los cuarteles militares localizados en el interior del país le manifestaron su apoyo, contrario a lo que en esos mismos momentos sucedía en la Base Aérea de San Isidro y en el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas (CEFA). En esos dos lugares se respiraba una atmósfera de dolor y de miedo; los soldados estaban cansados y muchos habían desertado; y los pilotos y algunos de los oficiales lloraban desconsolados. Era que la naturaleza de la rebelión había cambiado entre el 25 y 27 de abril como bien lo planteaba el destacado historiador Roberto Cassá: “lo que debió quedar como un pronunciamiento militar y popular incuestionable devino en guerra civil (….) El desenlace del 27 d abril en el Puente Duarte presagiaba un nuevo tipo de Estado, ya que la derrota de la casta militar derechista replanteaba los términos de poder en la sociedad dominicana. Quedaba, por consiguiente, un camino despejado para la puesta en vigencia de los contenidos sociales consignados en la Constitución repuesta, en lo adelante con un matiz revolucionario que probablemente incluiría transformaciones más profundas”
El 28 de abril de1965, el sueño de Juan Pablo Duarte y el de los demás miembros de la Sociedad la Trinitaria de vivir en una República Dominicana libre e independiente de todo poder extranjero se había hecho realidad. Pero, ¿qué decir de la solicitud de algunos generales y oficiales de nuestras Fuerzas Armadas dirigida al presidente de los Estados Unidos pidiéndole que nuestro país fuera intervenido? Esto merece de nuestra parte una respuesta desapasionada y veraz. La variabilidad de las fuerzas amadas como instituciones del Estado, y la consideración de esa variabilidad en el tiempo, en el espacio y en las circunstancias del medio ambiente en que se desenvuelven, serán siempre condiciones a tener en cuenta para comprender, sin las deformaciones de los convencionalismos ni la rigidez de imágenes falsas, las razones de eficacia y las causas de fracaso de algunas de ellas.
La intervención militar norteamericana de 1965 (5 de 5)
Jesús de la Rosa (Hoy, 18-6-19)
El movimiento Enriquillo, integrado en su mayoría por militares de carrera, casi todos graduados en academias extranjeras, tuvo como objetivos principales el restablecer el derrocado Gobierno Constitucional del ´profesor Juan Bosch y el de combatir la corrupción dentro de las Fuerzas Armadas. La sapiencia y determinación de ese grupo, dirigido en principio por los coroneles Rafael Tomás Fernández Domínguez y Hernando Ramírez, se puso muy de manifiesto en la organización del golpe de Estado que derrocó el gobierno de facto del doctor Donald Reid Cabral, la batalla del Puente Duarte y la toma de la Fortaleza Ozama. Con algunas que otras excepciones, el anhelo de reformas sociales de dicho grupo era modesto, teniendo poco en común con “los cabezas calientes y los politiqueros de la época”
En relación con la actuación del grupo de militares al cual nos referimos en el párrafo anterior, el escritor italiano Piero Gleijeses, en la página 475 de su libro “La Esperanza Desgarrada”, expresa que: “aquellos días de lucha habían dejado una mancha indeleble en muchos oficiales constitucionalistas, especialmente en los que tomaron parte en la batalla del Puente Duarte. Habían peleado no por el pueblo, sino junto a él. Habían experimentado el valor y el espíritu de sacrificio de los infelices y la traición y la cobardía de tantos de sus compañeros oficiales. Su relación con la población y en consecuencia, su actitud hacia los cambios sociales, nunca (pero nunca) podía volver a ser la de antes”. Es que poco importa que en los movimientos bélicos de un futuro cercano dispongan de armamentos mucho más poderosos que los empleados por ambos bandos en la Guerra de Abril de 1965. Los factores de índole espiritual y moral del hombre y de la mujer no han de ceder su principalidad mientras los conflictos bélicos sigan siendo problemas de vida o muerte para el Estado, y más que para éste, para la comunidad que le da vida.
A principio de la década de los años sesenta del pasado siglo 20, el gobierno de Haití encabezado por un dictador de nombre François Duvalier inició una política de relaciones con países socialistas, comenzando con Polonia y Checoslovaquia que no fue del agrado del presidente de los Estados Unidos, John Kennedy, quien desencadenó una serie de acciones para derrocarlo. Pero, como veremos más adelante, lo que hizo el gobernante estadounidense para deponer al dictador haitiano resultó en el derrocamiento del gobierno del profesor Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963.
Como lo expresara el expresidente Juan Bosch diez años después de haber sido derrocado: “el golpe de 1963 no fue planeado, pero hubo que darlo para salvar a John F. Kennedy del escándalo internacional que hubiera sido inevitable, pues como habíamos dicho, lo que hizo el gobierno presidido por él no lo había hecho ningún otro en la historia: organizar campamentos guerrilleros en territorio de un Estado amigo ocultándole esa actuación al jefe de ese Estado; pero, además hacerlo mientras se presentaba ante el mundo como el campeón armado que luchaba contra los que apoyaban guerrillas en otros países….” En resumen, el golpe de Estado que derrocó su gobierno el 25 de septiembre de 1963 fue una consecuencia de la intervención norteamericana en nuestro país.
Afortunadamente, hay otra realidad más expresiva, más plausible, más general, más humana: el afán de los dominicanos (plural masculino) de vivir en paz, en libertad, en bien y en la verdad. Alcanzar dicha meta no es imposible. A ella se puede llegar por la unidad en la acción de las instituciones sociales creadas para hacer fecunda la vida con el vigor, con el entendimiento y la cooperación de todos.
Para que constituyan la más expresiva encarnación de la nacionalidad, las Fuerzas Armadas deben ser en esencia instituciones sociales, soporte del Estado al cual sirven y asisten.