Internacionales Politica

El poder de las cacerolas llega a Colombia

Written by Debate Plural

Francisco Herranz (Sputnik, 10-12-19)

 

Colombia he entrado en la lista de naciones latinoamericanas sacudidas por las movilizaciones populares.

La actitud altiva e inexperta del presidente colombiano, Iván Duque, la actuación del Ejército encubierta al público y la propuesta de unas reformas económicas muy impopulares han desatado una oleada de protestas ciudadanas poco habituales por estas latitudes, pues se prolongan por más de tres semanas.

Ya se han producido tres huelgas generales: el 21 y el 27 de noviembre y el 4 de diciembre, un acontecimiento inusual en la historia reciente de Colombia. Los paros se desarrollaron en las principales ciudades del país: BogotáMedellínCaliBarranquillaCartagena de Indias y Bucaramanga; aunque han ido perdiendo intensidad.

La movilización social motivó el cierre de cientos de comercios y negocios, mientras atronaban miles de cacerolas y sartenes y grupos de indígenas cortaban la vía Panamericana que une por carretera todo el continente de sur a norte.

El inicio

El descontento, sin embargo, viene de bastante atrás, concretamente del 30 de agosto, cuando Duque felicitó a las Fuerzas Armadas por un «meticuloso, impecable» bombardeo aéreo ejecutado un día antes por el Comando Conjunto de Operaciones Especiales (CCOES) sobre un campamento móvil de disidentes de la organización guerrillera FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), enclavado en la zona rural de San Vicente del Caguán.

El objetivo era aniquilar a un conocido insurgente, Rogelio Bolívar Córdoba, alias Gildardo Cucho. Lo consiguieron y mataron a otros 13 «delincuentes». Luego se supo, por fuentes oficiales, que a consecuencia de la operación también fueron despedazados ocho menores de edad, incluida una niña de 12 años.

Esa tremenda información se había ocultado a la opinión pública; fue denunciada en la tribuna del Senado y provocó la renuncia del ministro de Defensa, Guillermo Botero, a quien algunos medios de comunicación tildaban de «incompetente, insensible y mediocre».

La gota que colmó el vaso de la paciencia a propósito de Duque fue su reacción ante ese controvertido bombardeo. Preguntado en Barranquilla por un reportero sobre su opinión acerca de los menores, el jefe del Estado se despachó con un «¿De qué me hablas, viejo?», que se hizo viral en las redes sociales pues quedó grabado en vídeo. La Presidencia aludió que Duque no escuchó bien la pregunta y que la persona que la formuló no se identificó como periodista. Suena inverosímil.

Duque, tachado de «inútil» por sus oponentes, está arrinconado y parece esconder la cabeza como los avestruces precisamente ahora que el país está que arde. Llegó a la Casa de Nariño, residencia oficial del jefe del Estado colombiano, gracias a la ayuda interesada del tajante expresidente Álvaro Uribe, en el poder entre 2002 y 2010. Duque lleva apenas 15 meses a los mandos de la nación, pero en ese tiempo ha demostrado muy pocas cualidades de estadista y una escasa gobernabilidad. Esos factores han hundido su índice de impopularidad hasta llegar al 69%; en otras palabras, dos de cada tres colombianos tienen una percepción negativa de su gestión política.

Cada vez más arrinconado, el mandatario aceptó que sus representantes se reunieran con los promotores de las manifestaciones, el Comité Nacional del Paro, pero el diálogo ha transcurrido hasta el momento sin resultados, lo que no ha frenado las algaradas.

Los motivos

Uribe y su partido Centro Democrático llevan días diciendo que los cacerolazos, las huelgas y los cortes de carreteras forman parte de un «plan de desestabilización» regional, una conspiración anarquista internacional dirigida desde Venezuela por Nicolás Maduro, una maniobra financiada por el Foro de Sao Paulo, esa agrupación de partidos y organizaciones de izquierda y extrema izquierda opuesta al imperialismo y el neoliberalismo. Todas esas acusaciones carecen de fundamento.

Detrás de las protestas, mayoritariamente pacíficas, que aglutinan a entidades sociales, indígenas y estudiantiles, subyacen las legítimas reclamaciones de estos colectivos contra la política económica del Ejecutivo basada en el llamado «paquetazo», un término que saltó desde Ecuador.

El «paquetazo» colombiano incluye reformas laborales, financieras, fiscales y de las pensiones que favorecen al gran capital y perjudican a la clase trabajadora.

En concreto, plantea las siguentes reformas:

  • la reducción drástica del salario mínimo para los jóvenes;
  • la subida de la factura de la luz;
  • cambios sustanciales en el sistema de pensiones, contemplando incluso su posible privatización.

Es obvio pues que haya provocado el abierto rechazo de importantes sectores sociales.

Otro motivo de peso ha sido el asesinato de 88 exguerrilleros y 123 líderes sociales perpetrados durante el mandato de Duque. La situación es especialmente complicada en el departamento del Cauca, donde confluyen guerrilleros disidentes, paramilitares y narcotraficantes. Ese clima de inseguridad afecta, sobre todo, a campesinos indígenas y pone en riesgo la letra y el espíritu del histórico acuerdo de paz firmado hace tres años con las FARC.

Además, se dio la terrible circunstancia de que el 25 de noviembre murió un universitario de 18 años, Dilan Cruz, a consecuencia de las graves heridas en la cabeza que le produjo una bomba aturdidora lanzada por un agente del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) de la Policía. La ESMAD es una unidad muy cuestionada que suele actuar con extrema contundencia. La muerte de Dilan, que participaba en una marcha pacífica en Bogotá, agitó muchas conciencias.

Sin embargo, las jornadas de movilizaciones no han sido violentas tal y como ocurrió, por ejemplo, en Chile, lo que plantea la siguiente pregunta:

¿Cómo fue posible eso precisamente en Colombia, que ha vivido en medio de la violencia durante muchos años?

Fidel Cano Correa, actual director del diario El Espectador de Medellín, el más antiguo del país, aventuró una respuesta. La razón primordial radicaría, para él, en el convencimiento de que la oportunidad del proceso de paz no la pueden dejar pasar los colombianos.

Cano Correa, bisnieto del fundador de El Espectador, hizo un sentido alegato de la cacerola: «Estos años de construcción de paz, de ver historias de reconciliación en medio de la gritería ideológica o partidista, de escuchar el perdón otorgado por tantas víctimas y la transformación reflexiva de tantos victimarios mientras los oportunistas escupen odio, de entender que somos mejores seres humanos lejos de la violencia aunque pensemos muy diferente, que los años de dolor se pueden dejar a un lado para que florezcan todas esas causas de esta nueva ciudadanía que hemos visto en la calle, todo eso, pienso o sueño, es lo que ha hecho sonar tan fuertes y afinadas estas cacerolas para arrinconar la violencia y el rencor».

El cacerolazo, tan común en Argentina, no lo era tanto en Colombia. Hasta ahora. Veremos su eficacia.

About the author

Debate Plural

Un medio independiente, libre, plural, sin ataduras con empresas o gobiernos; buscando el desarrollo de una conciencia critica, y la verdad que subyace en el correr de la vida nacional e internacional para el empoderamiento del pueblo dominicano en relación con las luchas y reivindicaciones económicas y sociales fundamentales

Leave a Comment