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Trump: “Habrá brexit”

Written by Debate Plural

Rafael Ramos (La Vanguardia, 5-6-19)

 

En vez del elixir del amor o de la eterna juventud, Donald Trump reparte botellas de cianuro allí donde va. Le encanta montar el follón. Pero en este caso nadie le puede acusar de haber convulsionado la política británica, por mucho que haya puesto su granito de arena. Hace tiempo que la política británica está dinamitada por culpa del Brexit, el país descabezado, con una primera ministra sólo de nombre, una crisis constitucional de caballo, el sistema electoral cuestionado, el Parlamento y el ejecutivo en guerra abierta, y los tribunales cada vez más intervencionistas.

A Trump se le puede acusar de muchas cosas, pero no de la enfermedad de un paciente inglés que ha sucumbido a la fiebre y no sabe lo que quiere. En teoría, el propósito del Brexit era “recuperar el control”, pero sus partidarios más feroces abogan por caer en brazos de los Estados Unidos, cuyo presidente dejó ayer claro que querría toda la economía del país a su disposición para hacer tratos y privatizarla, incluida una sanidad pública que se vendería por pedazos a las empresas norteamericanas. Que “prohíbe” a Londres que la compañía china Huawei se encargue de desarrollar la tecnología móvil digital 5G. Que califica de “desagradable” a su compatriota Meghan Markle, miembro de la familia real británica. Que impulsa abiertamente a Boris Johnson como líder conservador, y a Nigel Farage como negociador con Bruselas. La tan detestada UE nunca ha interferido de esa manera en la política del Reino Unido.

Theresa May, que en verano tuvo que aguantar cómo Trump la puenteaba y decía lo maravilloso que era Boris Johnson al poco de dimitir como ministro de Exteriores, se las ingenió ayer para no dar la mano a su invitado e introducirlo con un simple gesto en el 10 de Downing Street. En la conversación hablaron del Brexit, la líder tory reivindicó el derecho a que el país tome una decisión independiente sobre Huawei, y discreparon sobre Medio Ambiente y Oriente Medio (Londres defiende los acuerdos con Irán en materia nuclear y quiere dejar abierta la solución de los dos estados para Palestina).

Después, en una conferencia de prensa en un podio a rebosar de banderas de la Union Jack y las barras y estrellas, pusieron énfasis en la “relación especial” y en el papel de ambos países para derrotar al nazismo (hoy se cumple el 75.º aniversario del desembarco en Normandía). Pero Trump no pudo evitar meter cizaña, por mucho que la etiqueta diplomática tradicional prohíba a los líderes entrometerse en los asuntos internos de los países que visitan. “El Brexit ocurrirá”, pronosticó el titular de la Casa Blanca, que lo ve como una granada para hacer explotar la Unión Europea, a la que no puede ver por tratarse del mayor mercado único del mundo, y un fuerte competidor comercial que no siempre le baila el agua (como en las relaciones con China). Y para que sus vecinos centroamericanos no puedan respirar ni siquiera cuando está al otro lado del charco, insistió en la imposición de tarifas a México “hasta que su gobierno frene la invasión de inmigrantes a los Estados Unidos”. Cianuro y más cianuro, de primera calidad.

Su predecesor Barak Obama había dicho que, de producirse el Brexit, el Reino Unido tendría que ponerse el último de la cola para firmar un acuerdo comercial con Washington. Según Trump, todo lo contrario. Los amigos británicos tendrán prioridad, y podrán beneficiarse de un “trato fenomenal” que compensará con creces los inconvenientes de la ruptura con el continente. Eso sí, Londres tendrá que abrir “todos los sectores de la economía sin excepción” (es decir, la sanidad pública también), y rebajar los actuales estándares alimenticios y de higiene para poder comprar los pollos clorados del otro lado del Atlántico. Adiós a la medicina universal gratuita, orgullo de este país. Uno de los sueños no tan secretos del presidente norteamericano es que Boris Johnson o quien sea imponga un sistema de pago como el de Estados Unidos, y las aseguradoras norteamericanas hagan su agosto. Si los brexiters creen que la relación con Bruselas es de vasallaje, que se preparen para lo que les espera a merced de la Casa Blanca…

Donald Trump dividió a los políticos británicos en amigos, enemigos y neutros. May fue neutra, y la dejó en paz, sobre todo porque está ya de salida. El líder laborista Jeremy Corbyn es enemigo, se negó a concederle una audiencia (lo cual es tradicional), y dijo que no está seguro de que le confiaría secretos de inteligencia en caso de que llegue a Downing Street. También en la lista negra está por supuesto el alcalde de Londres Sadiq Khan, con quien lleva años intercambiando insultos. Los amigos son el ultraderechista Nigel Farage, al que invitó a un ­encuentro cara a cara, y los dos principales aspirantes al liderazgo tory, Michael Gove y Boris Johnson. Con el primero se entrevistó en persona, y con el segundo habló por teléfono, porque ya lo ha promocionado bastante y no había que pasarse de la raya más de lo necesario.

Trump ha diseminado su veneno político en una Gran Bretaña sumida ya en la misma guerra cultural que los republicanos han fomentado en los Estados Unidos. Las fantasías han reemplazado a las ideologías, los brexiters sueñan con un Nuevo Jerusalén con adoquines de oro en las calles, los partidos tradicionales se encuentran en caída libre (el Labour obtuvo un 14% y los conservadores un 9% del voto en las últimas elecciones europeas), y la clase y el dinero han dejado ser el factor diferencial entre los ciudadanos, divididos ahora por la actitud hacia Europa la globalización, la inmigración, el aborto, los matrimonios homosexuales, la apertura o cerrazón ante los cambios en la sociedad y en el mundo… Los tories ya no son el partido de la estabilidad, la tradición, el orden y el sentido común para jugárselo todo en el casino del Brexit, incluida la economía. Parecen entregados a una especie de creación destructiva, como un artista alucinado, sin disciplina, sin filosofía, sin valores. En los dos últimos sondeos de cara a unas elecciones generales, en uno ganarían los liberales demócratas y en el otro Nigel Farage. El bipartidismo corre peligro mortal.

Cuando los votantes estaban divididos por cuestiones económicas y de clase, era posible tender puentes y montar coaliciones. Lo hizo Harold Wilson, lo hizo Margaret Thatcher con su apelación a las aspiraciones de las clases trabajadores, y lo hizo Tony Blair uniendo a los votantes tradicionales del Labour con las clases medias en una causa común. Pero si las diferencias son culturales e identitarias, de actitud hacia la vida, todo compromiso es imposible, como resulta ahora el caso. No hacía falta que viniera Trump metiendo cizaña para que los británicos estén divididos casi a partes iguales entre los pro y anti Brexit, los pro y anti inmigración, bodas gay, pena de muerte, sentencias más severas… Las soluciones de consenso se alejan cada vez más en el horizonte, lo mismo que la gobernabilidad.

Trump ha repartido su cianuro en un país que es importante pero se cree más importante de lo que es, donde una parte de la población cree que puede reeditar el Imperio una vez rotas las cadenas con la UE, con una primera ministra (May) que quería ser Thatcher y no lo ha conseguido, y un posible sucesor (Boris Johnson) que se cree Winston Churchill. Y como estrella invitada, Nigel Farage. En cualquier caso, la víctima ya se había envenenado a sí misma.

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