El desenlace de los conflictos políticos entre los liberales duartianos y los conservadores afrancesados fue desfavorable para los auténticos mentores de la independencia pura y simple. Como sabemos, Duarte, Sánchez, Mella, Pina, Pérez y otros trinitarios fueron declarados traidores a la Patria y desterrados del país a perpetuidad. De ese grupo de consecuentes revolucionarios, solo Sánchez, Mella y otros pocos regresaron a Santo Domingo en 1849, a raíz del decreto de amnistía política promulgado por el Congreso Nacional durante la administración de Manuel Jimenes. Duarte optó por no regresar al país pues, a diferencia de sus demás compañeros, toda su familia también había sido deportada y, peor aún, todavía los responsables de su desgracia política conservaban pleno control del poder político, económico y militar. Conviene destacar que durante la llamada Primera República (1844-1861), los nombres de los principales abanderados de la independencia nacional sin ataduras a ninguna potencia extranjera, apenas eran recordados y valorados por la generalidad de sus coetáneos, entonces enfrascados en los conflictos bélicos con Haití e inmersos en las pugnas caudillistas escenificadas por los grupos políticos de Santana y Báez.
La prolongada ausencia de Juan Pablo Duarte del país, entonces de escasa población, carente de medios de comunicación impresos y de un sistema educativo organizado, contribuyó a echar su nombre sin máculas en cruel e injusto olvido colectivo. Cuando regresó a Santo Domingo en 1864, con el fin de incorporarse a la guerra restauradora, la nueva generación que había surgido en el decurso de la guerra dominico-haitiana apenas tenía noción de su nombre y de su magna obra política.