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In memoriam de Lipe Collado (31)

Written by Debate Plural

La virtud del comienzo de las cosas buenas

Lipe Collado (Hoy, 3-1-14)

Siempre he querido acertar por imaginación lumínica intuitiva cómo fue que vine al mundo. Mi mamá nunca me lo dijo, y se lo agradezco. ¿Acaso lloré como lloran todos los carajitos y carajitas ante la explosión de la claridad repentina? ¿Por qué lloran? ¿Para hacerse saber que siguen vivos fuera del túnel oscuro, anegado, en que estuvieron, o acaso por la violencia agresiva de la repentina luminosidad no divina?

A mi modo de ver –no veo de otro modo que no sea el mío (¿?)-, los comienzos de lo bueno tienen la virtud de la seducción. Por eso les dedico mucha atención y los reflexiono. También me seducen los finales, pero es tema para otro día que sea tan aburrido como el Uno de enero, y digo “Uno de enero” y no “Primero de enero” en razón de que los días de cada mes carecen de gradaciones, de donde no debería de haber “primero de enero” si no hay “segundo de enero” ni tercero ni décimo. De todas maneras decir “primero de enero” es uno de tantos disparates gramaticales correctos (?) como cuando te imponen decir “los años setenta”, así, sin “ese” al final de “setenta”.

El profesor Juan Bosch, un maestro del buen escribir, prescribió que un buen cuento comienza con una buena entrada, cautivante, que atrapa al receptor y lo lleva por el cuerpo del escrito hasta su conclusión, que también es satisfactoria.

He ahí entonces que el comienzo de un cuento ha de seducir y que se categorizan como sinonimia comienzo y seducción.

La redacción periodística informativa comienza con un “Lead”, un primer párrafo contundente, que procura atrapar al lector luego de la atracción inicial del título. Como el lector demanda información su comienzo tiene que responder inicialmente a sus interrogantes de qué pasó, cuándo, a quiénes, cómo, y  así sucesivamente.

En la novelística, en la poética, en la ensayística, en la arquitectura, en la ingeniería de construcción y cualquier otra, en las relaciones humanas, en los amores, en todos los procesos de la vida el buen comienzo es una de las normativas de los procesos exitosos. Tal vez por eso y a contra posición la gente común -¿todos?- suele decir que “lo que mal comienza mal termina”, de donde habría que decir, por sobreentendido, que “lo que bien comienza bien termina”.

Pero me late que eso no se proyecta al campo de la política, en el que procesos de gobierno comienzan bien y terminan mal, como el del difunto amigo Salvador Jorge Blanco, el del  familiar don  Antonio Guzmán Fernández y el del amigo Hipólito Mejía. Los tres parecieran tener un pico bienhechor pendular entre sus dos y tres años de gestión… y terminaron mal.

Recuerdo muchos buenos comienzos literarios y personales que preconizaron un buen discurrir y en sus finales se desnivelaron pero no tanto como para que hicieran olvidar lo primero. He memorizado los comienzos cautivantes de algunas narraciones literarias que suelo repetir en alta voz en medio de tragos codeados entre amigos “P.M.” (Pasado Meridiano). Los comienzos de la novela Cien Años de Soledad y del relato Crónica de una Muerte Anunciada, de Gabriel García Márquez, y  de la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, tienen fuerza cautivadora y me mariposean  en la memoria. Ahí se los dejo:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.  Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.” (Cien Años de Soledad).

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el Obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros”. (Crónica de una Muerte Anunciada).

“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi papá, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo- me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo, aún después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos.

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