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El lucrativo negocio de los migrantes: el caso mexicano

Written by Debate Plural

Luis Gonzalo Segura (Russia Today, 3-12-18)

 

Si la geopolítica es el juego que mueve el mundo, la geografía es el tablero sobre el que se lanzan los dados. Por ello, un país con una posición privilegiada en cuanto al acceso a un mar interior, un cruce de cordilleras montañosas, un encuentro de continentes, una confluencia de valles o una concurrencia de océanos puede convertirse solo por ello en esencial. Siguiendo este razonamiento, aquellos países que se insertan entre el mundo desarrollado y el resto del planeta se transforman en enclaves estratégicos por su valor como murallas del primer mundo.

Países como Marruecos o Turquía son claros ejemplos. Turquía recibió 6.000 millones de euros como compensación por hacer desaparecer a los refugiados que acudieron, desesperados y huyendo de los conflictos bélicos, a la Europa de los Derechos Humanos y la Democracia. Dos años después, a principios de 2018, se habían deportado a 2.000 personas y había 13.000 atrapados en las islas griegas. Acuerdo que España pretende reeditar con Marruecos, aunque de forma más opaca, y que en agosto de este mismo año sirvió para la expulsión de 116 migrantes a Marruecos, algo que no sucedía desde 2005.

Y México, uno de los países más poblados e importantes del mundo y que abarca casi la totalidad continental centroamericana, aunque geomorfológicamente hablamos de un territorio norteamericano, es otro cuarto trasterodel Primer Mundo.

El fortaleza centroamericano frente a la caravana de migrantes

Según The New York Times, casi 400.000 personas fueron detenidas en la frontera mexicano-norteamericana en el año fiscal de 2018, que terminó el 30 de septiembre, mientras que la Patrulla Fronteriza detuvo a 107.212 migrantes. Cifra que supera los 77.857 detenidos del año fiscal de 2016 y supone, para los medios, un nuevo récord. Y la dinámica no parece detenerse, pues solo en septiembre de este año fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza otros 16.658 migrantes, cifra histórica una vez más.

Sin embargo, si analizamos la información existente en cuanto a migración en la frontera mexicano-norteamericana, lo cierto es que, si bien entre 2010 y 2015 esta se mantuvo a niveles muy bajos (menos de 30.000 migrantes detenidos al año), entre 2005 y 2010 más de 3,5 millones de personas fueron detenidas en la frontera. Cifras que demuestran que los 400.000 detenidos son una cifra considerable, pero no escandalosa ni histórica. Ni tan siquiera suponen récord alguno.

Más allá de la estadística, el problema migratorio en Norteamérica ha quedado escenificado en los últimos años en tres acontecimientos relevantes:

  1. La vehemencia electoralista de Donald Trump en sus exigencias de construir un muro migratorio que sería pagado por los mexicanos
  2. La dramática e incomprensible separación de menores migrantes de adultos que habían penetrado en Estados Unidos
  3. La caravana de miles de personas que huyendo de la pobreza y la violencia de El Salvador, Guatemala y Honduras penetraron en México por el sur dirigiéndose a la frontera norteamericana (unos 6.000 migrantes solo en octubre pasado).

La mano dura norteamericana

La respuesta de Donald Trump, y por tanto de Estados Unidos, ha sido amenazar en lo económico, en lo fronterizo y en lo militar: recorte de ayudas económicas, cierre de frontera y despliegue militar. Puñetazos que caerán aunque ello devenga en un escándalo cuando se difundan mundialmente las imágenes de militares capturando a migrantes o en un problema económico si se consuma el cierre para aquellos que viven del trasiego fronterizo (686.000 personas cruzan por tierra la frontera, 282.000 vehículos privados, 72.000 contenedores, 60.000 trabajadores…).

Esta postura norteamericana no es nueva. Si analizamos las últimas décadas podremos comprobar que el muro que Donald Trump pretende que paguen los mexicanos ya estaba siendo construido por Barack Obama (lo comenzó Bill Clinton en 1993 y ya acumula más de 3.000 kilómetros) y pagado, claro está, sino por los mexicanos, sí por el resto del mundo de forma indirecta (venta de armas, control del capital y los negocios, pago de la deuda, extracción de recursos, etc.). Lo que sí es incuestionable es que Trump va más allá del contenido y se adentra, como en otros aspectos de su peculiar política exterior, en lo (in)formal con un estilo inapropiado para el paladar occidental (Barack Obama ha sido, con sus exquisitas maneras, el presidente que más migrantes ‘sin papeles’ ha expulsado: 2,6 millones).

En cualquier caso, Estados Unidos ha comenzado a dificultar el asilo de migrantes: se han eliminado categorías de persecución que antes permitían el asilo y se ha aumentado el procesamiento de solicitantes de asilo, ya que si estos no se presentan ante la Patrulla Fronteriza son procesados inmediatamente. Por ejemplo, las víctimas de violencia doméstica, y también los perseguidos por bandas criminales, tendrán mucho más difícil, cuando no imposible, conseguir asilo. Igualmente se ha endurecido la conocida como «entrevista de temor creíble», que permitía a los solicitantes de asilo circular por el país con libertad mientras se tramitaba su solicitud de asilo una vez superada la entrevista. Pero ello no quiere decir que antes fuera fácil entrar en Estados Unidos, no lo era ni para un europeo.

Por otra parte, como era de prever, este endurecimiento no solo no ha solucionado el problema, sino que lo ha multiplicado: miles de personas duermen en largas filas a la espera de conseguir el acceso y otros tantos miles, más osados o desesperados, se han convencido de cruzar ilegalmente la frontera.

La vacilación mexicana

En esta situación, México ha sido un actor clave e interesado. Hasta la fecha, la caravana de migrantes se ha encontrado en México con vacilación estatal y con hospitalidad y violencia a nivel ciudadano, desde mexicanos que han ayudado solidariamente a los migrantes hasta los que les han rechazo por los clásicos miedos inoculados desde las élites (pérdida de empleos o aumento de una criminalidad). Situación de incierta evolución tras la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, cuya toma de posesión genera un escenario completamente nuevo. Al menos si tenemos en cuenta las duras críticas del nuevo presidente mexicano a la política norteamericana en la cuestión migratoria.

Ante esta vacilación, la caravana ha superado la frontera sur mexicana y se dirige al norte ante la creciente perplejidad de las actores y el aumento del interés mediático. Situación que se basa, según la versión mexicana, en la imposibilidad de seguir actuando como fortaleza antimigratoria del primer mundo ante la avalancha que se avecina, pues en 2017 unos 14.000 migrantes fueron acogidos y a los 6.000 migrantes que ya lograron atravesar la frontera sur de México se le podrían añadir más, pues existen rumores sobre la formación de nuevas caravanas. Y ante un supuesto éxito de la actual caravana, no cabe duda que vendrán más en una especie de ‘efecto llamada’.

Esta retórica puede considerarse como una forma de posicionarse ante unas negociaciones en las que, antes o después, los Estados Unidos tendrán que pagar para que los migrantes se ahoguen en el foso mexicano y la muralla del sur de México vuelva a ser efectiva.

La trata

En aras de llegar a ese acuerdo, las autoridades estadounidenses y mexicanas se reunieron sin éxito en Guatemala en julio pasado. Donald Trump, como ya hemos comentado, está presionando (o amenazando) todo cuanto le es posible para conseguir un acuerdo satisfactorio que termine de una vez por todas con el movimiento migratorio hacia Estados Unidos y este quede recluido, otra vez, en México.

Sin ir más lejos, el pasado domingo 25 de noviembre cerró la frontera en Tijuana durante cinco horas (un paso por el que cruzan 70.000 vehículos y 20.000 peatones), algo que no había pasado desde el 11 de septiembre de 2001, tras el ataque a las torres gemelas. No solo eso, sino que amenazó con un cierre permanente de la misma si México no deportaba a los migrantes de la caravana. Lo hizo, como suele ser habitual, en un tuit.

Llamarán alta política o política de estado al acuerdo que solucionará la cuestión migratoria que ahora tantos titulares (y tuits) acapara, pero en realidad es un gran negocio. Una trata de migrantes, y alguien pagará por ello, como en el caso de Europa y España con Turquía o Marruecos.

Porque si comprobamos que Estados Unidos tiene una población de 325 millones de habitantes concluir que la detención anual de 400.000 migrantes, incluso de un millón de personas en los años de cifras más elevadas (2006), supone un problema demográfico ello resulta cuanto menos inapropiado.

Ejemplos en el mundo no faltan y, aunque la tónica habitual en Occidente es la insolidaridad más absoluta (países como España, Italia o Grecia incumplen reiteradamente sus compromisos de acogida de refugiados), existen países que demuestran que acoger migrantes es posible. Suecia, por ejemplo, acogió a 163.000 migrantes en 2015, un 1,63% de su población y dedicó el 1% del PIB (unos 5.000 millones de euros) a la integración de estos. Lo hizo hasta que ya no pudo más. Entre Líbano y Jordania acogieron ese mismo año a casi dos millones de refugiados sirios cuando su población conjunta se sitúa en algo más de 15 millones de habitantes. Esto es, más del 10% de su población.

Si Estados Unidos se comportara como Suecia, podría acoger a 3,25 millones de migrantes y dedicaría a integrarlos unos 190.000 millones de euros, pero lejos del altruismo sueco los norteamericanos gastarán, previsiblemente, 25.000 millones de euros en un muro y pagarán, como los europeos, para que los migrantes desaparezcan de su vista. Ahora solo falta saber cuánto.

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