La guerra de la Restauración fue la culminación de un complejo proceso de lucha que desarrollaron el pueblo dominicano y los seguidores del ideal duartiano de una patria absolutamente libre e independiente de toda potencia extranjera, entre los años 1861 y 1865, con las armas en la mano por el retorno del ejercicio soberano del poder en la República Dominicana.
Este acontecimiento histórico, de gran significación para la reafirmación de la nacionalidad dominicana, fue la reacción lógica de los patriotas dominicanos ante el hecho bochornoso e inconsulto realizado por el general Pedro Santana y sus acólitos de anexar el país a España el 18 de marzo de 1861 en calidad de “provincia ultramarina”, tras haber librado múltiples jornadas gloriosas frente al ejército expedicionario haitiano entre los años 1844 y 1856.
La guerra de la Restauración puede ser definida como la acción político-militar más trascendente de la República Dominicana durante su casi dos siglos de vida republicana. Con esta gesta se puso de manifiesto una vez más que el pueblo dominicano está dotado de un profundo sentimiento nacionalista y que es posible articularlo y unificarlo en torno a un proyecto alternativo, siempre y cuando se esté en capacidad de recoger, sistematizar e interpretar sus ansias libertarias, frustraciones y anhelos más sentidos.
Inmediatamente se dio a conocer la imprudente e inconsulta anexión de la República Dominicana a España en la plaza pública del hoy parque Colón, las manifestaciones cívicas y las acciones armadas del pueblo dominicano no se hicieron esperar en diferentes puntos del país. Esa fue la respuesta a la actitud entreguista de los sectores dominantes criollos y a la actitud arrogante, prepotente y discriminatoria de los sectores dominantes de origen hispánico.
Para el año 1863 se habían desvanecido todos los sueños y todas las expectativas de prosperidad económica y bienestar social que habían creado el general Pedro Santana y su grupo en la población dominicana para justificar la necesidad impostergable de la anexión de nuestro país a España. Estas situaciones negativas fueron las que hicieron posible la unificación de todo el pueblo en torno al proyecto liberador que se inició de forma firme y decidida en el cerro de Capotillo, en Dajabón. De esta manera, dejaron de lado, aunque fuese momentáneamente, las distintas parcelas políticas y las múltiples pugnas caudillistas desgarrantes que habían caracterizado al período de la Primera República, de cara a enfrentar a los enemigos comunes de entonces: España y sus aliados locales.
Los patriotas dominicanos se dieron cuenta de la magnitud de la empresa que se proponían llevar a cabo, razón por la cual desde el inicio entendieron como algo imprescindible contar con el apoyo decidido del pueblo haitiano y su Gobierno, quienes se convertirían en la retaguardia más firme y segura para garantizar el triunfo de su causa. Esto así porque el pueblo haitiano también se sentía amenazado por la presencia española en la parte oriental de la isla de Santo Domingo, ya que ello podría despertar en la metrópolis francesa igual deseo de recuperar su antigua colonia. Esto es lo que permite explicar por qué, desde el primer momento, las diferentes acciones desarrolladas por los dominicanos contaron con el respaldo público o solapado del Gobierno haitiano, muy a pesar de las amenazas constantes de España al hermano país.
Los diferentes episodios que se desarrollaron en la zona fronteriza de las dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo ponen de manifiesto que el destino político de ambas repúblicas está conectado por puntos comunes insoslayables, como son el combate a enemigos recíprocos en diferentes coyunturas históricas, como Francia, España y Estados Unidos, así como el apoyo y la solidaridad mutua a la hora de emprender cualquier proyecto de emancipación con respecto a sus opresores.
Además de ofrecer su territorio para la preparación de los alzamientos armados contra el Gobierno español, las autoridades haitianas colaboraron con la donación e introducción de armas, municiones y otros pertrechos adquiridos en el exterior a través de sus puertos, a favor de la grande y hermosa empresa de la restauración de la República Dominicana.
Después de los levantamientos ahogados en sangre en diferentes puntos del país a partir de la anexión a España, como el de Moca —que encabezó el coronel José Contreras el 2 de mayo de 1861—, el de San Juan de la Maguana —que lideró Francisco del Rosario Sánchez entre los meses de mayo y julio de 1861—, el de Neiba —que encabezó Cayetano Velázquez el día 9 de febrero de 1863—, los de Sabaneta, Guayubín y Montecristi –que encabezó Santiago Rodríguez el día 21 de febrero de 1863– y el de Santiago de los Caballeros —el 24 de febrero de 1863—, varios patriotas dominicanos liderados por Santiago Rodríguez, Benito Monción y José Cabrera procedieron a cruzar la frontera norte desde el vecino país de Haití el 16 de agosto de 1863, a redoble de tambor, e izaron la bandera tricolor en el cerro de Capotillo, comunidad perteneciente a la actual provincia de Dajabón.
En tan solo veinte días, todos los pueblos de la Línea Noroeste habían sido ganados por los patriotas dominicanos y la guerra tomó tal dimensión que se generalizó por todo el país, razón por la cual se hacía sumamente necesario y urgente el surgimiento de un instrumento político-militar que estuviera en capacidad de conducir hacia la victoria aquel glorioso e inmenso movimiento de liberación nacional.
Entre los días 31 de agosto y 13 de septiembre de 1863 se libró la decisiva Batalla de Santiago de los Caballeros entre los restauradores y las fuerzas invasoras españolas, que en su totalidad tuvo una duración de aproximadamente 14 días. Esta contienda bélica concluyó con la rendición de las fuerzas invasoras realistas, siendo la acción del 6 de septiembre de ese año la más decisiva en la definición del conflicto armado que se desarrolló entre los patriotas dominicanos y las tropas peninsulares.
Fue así como, en medio del fragor de la lucha, se creó el Comando Central, integrado por los generales Gaspar Polanco, Gregorio Lora, Ignacio Reyes y Gregorio Luperón, así como por los coroneles Benito Monción, José Antonio Salcedo (Pepillo) y Pedro Antonio Pimentel. Fue designado como jefe de operaciones el general Polanco, quien, al ostentar el rango de general desde la Primera República y haber diseñado varias tácticas de guerra victoriosas contra los españoles, fue investido con el rango máximo de generalísimo.
El general Gregorio Luperón (1992, Tomo I: 134), describe con gran colorido y dinamismo lo acontecido el 6 de septiembre de 1863 en la Batalla de Santiago, del modo siguiente:
“La batalla de Santiago, el 6 de septiembre de 1863, es un acontecimiento único por su grandiosidad en el país. Esfuerzos de valor y ejemplo de heroísmo dieron ambos combatientes aquel día memorable que no podría borrarse jamás de la historia de la guerra, ni de la memoria de aquellos que tuvieron la inmensa gloria de presenciarla”.
Tras librarse la cruenta y decisiva batalla de Santiago de los Caballeros entre los días 6 y 13 de septiembre de 1863, al día siguiente (14 de septiembre) se instala en la Ciudad Corazón el Gobierno Provisorio Restaurador bajo la presidencia del ahora general José Antonio Salcedo, que, en lo adelante, asumiría la jefatura político-militar del movimiento libertario con la creación del Ejército Libertador del Pueblo Dominicano.
Con la formación del Gobierno Provisorio y el Ejército Libertador del Pueblo Dominicano, comenzaba a tomar cuerpo el aparato de dirección que requería el movimiento restaurador para lograr el desarrollo sistemático y coordinado de la guerra popular contra España. Porque al iniciar el conflicto no se contaba con el grado de organización y disciplina requerido para conducir hacia la victoria a un pueblo con escasa o ninguna preparación en el campo de las armas y para dar solución adecuada a los ingentes e innúmeros problemas que se presentan siempre en situaciones complejas como esa. Con este paso se estaba asegurando el triunfo indiscutible de la causa dominicana, de los patriotas que participaron en esta gesta y de todo el pueblo dominicano, frente a un ejército profesional, bien disciplinado y bien armado como el ejército realista español.
Esta guerra de liberación duró alrededor de dos años, de forma ininterrumpida, logrando los patriotas dominicanos ganar la batalla a las tropas españolas al causarles alrededor de 18,000 bajas definitivas o accidentales.
Con su acción decidida y con la implementación de ingeniosas estrategias, métodos y tácticas de lucha, los patriotas dominicanos obligaron a la Corona española a tomar la decisión de retirar sus tropas de la República Dominicana en el mes de julio de 1865, sin aceptar las condiciones deshonrosas que a través del Pacto del Carmelo quiso imponer el último gobernador español en Santo Domingo, el brigadier José de la Gándara y Navarro.
Se puede afirmar, sin lugar a equívocos, que la guerra de la Restauración fue una obra arquitectónica de las masas populares dominicanas, quienes con su decisión, bravura e inteligencia táctica y estratégica lograron derrotar al ejército realista español al implementar el método de guerra de guerrillas, el uso de los incendios y desplegar otras acciones contundentes que les permitieron ganar la mayor parte de las batallas libradas.
1- Características de la guerra y actores sociales
La guerra restauradora fue una obra diseñada y construida por las masas populares dominicanas, quienes, inmediatamente después de producirse la anexión a España, expresaron su descontento y rebeldía a través de diversas formas de protesta, tanto cívicas como armadas, dándole continuidad de ese modo a los ideales y a la lucha por la independencia absoluta de la República Dominicana, iniciada por Juan Pablo Duarte y los integrantes de la sociedad secreta La Trinitaria.
La guerra de la Restauración fue una revolución de liberación nacional que tenía como propósito central recuperar la independencia perdida a manos de España, que le había sido entregada por el sector hatero-terrateniente que encabezaba el general Pedro Santana.
La intención de este sector era perpetuarse en el poder para evitar el retorno del sector comercial exportador de madera preciosa del Sur, representado en la persona del caudillo Buenaventura Báez, o el de los sectores liberales de los pequeños y medianos productores de tabaco, cacao y café, representados por personajes como José Desiderio Valverde, Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas, Pedro Francisco Bonó, Juan Luis Franco Bidó, Máximo Grullón, Ricardo Curiel, Belisario Curiel, Pablo Pujol y Alfredo Deetjen, entre otros. Estos últimos, continuadores del ideal duartiano y trinitario, irrumpieron en la escena política nacional con gran intensidad en la guerra civil del 8 de julio de 1857 contra el Gobierno corrupto de Buenaventura Báez y con su participación en la Asamblea Nacional Constituyente de Moca, lo que posibilitó la elaboración de la Constitución política más liberal con que contó la República Dominicana en el siglo XIX.