Jose Carreño (El Heraldo, 14-8-18)
Es una de esas batallas que tiene potenciales consecuencias de enorme gravedad.
De acuerdo con el gobierno turco, es una guerra económica que busca doblegarlo; para el estadounidense, una necesaria forma de presionar para obtener la liberación de uno de sus nacionales.
Es también el duelo entre dos populistas autoritarios, el estadounidense Donald Trump y el turco Reccep Tayip Erdogan, centrado ahora tanto en la suerte del pastor protestante Andrew Brunson, preso en Ankara hace ya dos años, como en las sanciones comerciales impuestas por Trump para presionar al gobernante turco.
Para Trump el tema se puede reducir a las necesidad de mantener contentos a sus votantes evangélicos, un grupo de importancia crítica para él y los republicanos, mientras para Erdogan se trata de exigencias no correspondidas, pues Washington le negó la extradición del clérigo Fetullah Gulen, al que acusa de planear un golpe de Estado frustrado en 2016, y un banquero turco preso.
Uno y otro se acusan de no haber cumplido compromisos, pero el diferendo se ha convertido sobre todo en un choque entre dos viejos aliados estratégicos distanciados ahora por recelos y ofensas reales y percibidas que, de ahondarse, podrían afectar extraordinariamente el balance geopolítico en una región que es por lo regular un polvorín.
Turquía fue por décadas uno de los principales, si no el más importante de los aliados estadounidenses en la región: su ubicación geográfica, a caballo entre Europa y Asia, lo hacen paso casi obligado para flujos de Oriente Medio y Asia Menor –sean petróleo y gas o migrantes-; esa misma localización lo pone en control del Mar de Marmara y lo convierte en el “tapón” natural para el paso de la flota rusa del Mar Negro hacia el Mediterráneo; su posición en la frontera rusa lo hizo durante 60 años un puesto de escucha y una ubicación de avanzada para las bases militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), encabezada por EU .
Adicionalmente, sus fronteras con Siria, Irak, Irán, Armenia y Georgia, la ponen en el centro de situaciones explosivas, incluso la guerra contra extremistas islámicos.
Agréguense los propios problemas turcos con rebeldes separatistas kurdos, que también tienen presencia en Irán e Irak, para completar un mosaico geopolítico difícil en el que además, pesa también el rechazo europeo a incorporar a Turquía en la Unión.
Turquía percibe pues que le tocan todas las consecuencias negativas, pero ninguna de las ventajas de la alianza con Occidente.
En ese marco, el pleito llevó ya a que Trump duplicara las tarifas arancelarias contra las importaciones de acero y aluminio de Turquía, que estaba ya en un “slump” económico, que provocó un descenso brutal a la cotización de la lira turca y que Erdogan denunciara la “puñalada por la espalda”.
Falta ver si Erdogan cumple su amenaza de buscar apoyo en otros lados, específicamente Rusia.