Un hijo meritísimo de la Patria
Lipe Collado (8-10-13)
Mediados de abril de 1965. Era de noche. Bañado por un chorro de luz pálida que proyectaba la vieja bombilla bajo la pantalla redonda de metal acanalado, que colgaba del viejo poste de madera ennegrecida, alcancé a ver al capitán militar que Carlos Gómez Ruíz señalaba con el índice derecho, quien de inmediato me saludó con la misma sonrisa amuchachada que aún lo acompaña. Con una gorra militar y vistiendo una especie de media capa verde ligera, su imagen se grabó para siempre en mi mente de adolescente revolucionario catorcista como si se tratara de un oficial alemán de personalidad robusta, como los que solemos ver en las películas sobre la Segunda Guerra Mundial.
Gómez Ruiz, a quien el doctor Peña Gómez calificó de “benjamín de la revolución de 1965”, había llegado al país días antes enviado por el profesor Juan Bosch como su enlace del inminente golpe militar constitucionalista, y se había alojado en una casa de la calle Félix María Ruíz, de San Carlos. Procuraba que los catorcistas sancarleños respaldaran la orquestada acción militar y como prueba de sus decires se había hecho acompañar de Lachapelle, así a secas, “un Capitán del pueblo”, como lo definió, y quien se mantuvo a prudente distancia, bajo la tenue luz, en la esquina de la Geraldo Jansen con Libertador, frente al parque San Carlos.
Volvería a encontrarme con Héctor Lachapelle Díaz en avatares de la revolución constitucionalista, y se me ha grabado en la memoria una noche aciaga en los entrepatios sancarleños, a apenas unos 30 metros de distancia de las trincheras de soldados enemigos brasileños, próximas a la esquina 30 de Marzo con Benigno del Castillo. Teníamos la misión de iniciar un ataque casi pecho con boca. Cuando se escuchó el “clic” elocuente al fallar el disparo inicial de bazooka, el cabo operador de la misma intentó sabiamente replegarse, lo cual secundaríamos, y entonces se oyó la voz determinante de Lachapelle, como un susurro encendido:
-¡Cabo, insista!
Luego de naturales vacilaciones, sólo por la casi descabellada persistencia de Lachapelle se ejecutó la ensordecedora operación que fue seguida del accionar principal del comando de hombres ranas encabezados por su comandante Manuel Ramón Montes Arache.
El hoy Mayor General (R) Lachapelle Díaz ha sido declarado “Hijo Meritísimo de la Patria” por el Senado de la República. El martes 15 de octubre se celebrará el acto de reconocimiento y entrega de un pliego en ceremonia especial encabezada por el sancarleño y donboscoeño Reinaldo Pared Pérez a partir de las 10 de la mañana en el salón polivalente de la biblioteca Juan Pablo Duarte, del Congreso Nacional.
Como el prestigio es en sí un proceso acumulativo, Lachapelle Díaz está barnizado por sus indudables méritos militares, sus sacrificios por el retorno a la constitucionalidad, su accionar durante los meses de aquella revolución democrática y su papel de Relacionista Público de nuestra revolución y de su progenitor inicial, el coronel Fernández Domínguez.
Hay que consignar que la aureola de este buen hombre y buen militar fue creada desde el medio, desde su posición de Capitán, y que hay un tipo de condensación de representatividad en Lachapelle Díaz compartida históricamente con el ahora automarginado Capitán Mario Peña Taveras, y es la de encarnar junto a los escasos tenientes y contados capitanes, los planos intermedios del poder militar que reclamó por las armas en 1965 el retorno a la constitucionalidad.
La conjugación del plano inferior militar representado en los sargentos, cabos y rasos, y del plano intermedio militar representado en los tenientes y en ligera elevación en los capitanes, conectados con los que conspiraron y accionaron desde arriba, hizo posible la expresión del poder militar constitucionalista, un poder militar que ellos eran sin saberlo conscientemente aunque sí instintivamente, en razón de que el poder no es real hasta que se manifiesta abiertamente.
¡Loor a un Hijo Meritísimo de la Patria! ¡Loor a mi amigo “Lachapel”! ¡Bien por el Senado! ¡Bien por Reynaldo!
