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¿Es posible un nuevo “ciclo progresista” en Nuestra América? (y 2)

Written by Debate Plural

Miguel Mazzeo (Rebelion, 23-7-18)

 

Para gestar un proyecto nacional-popular radical, antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal, resulta una condición necesaria salirse de la serie que hilvana falsas opciones: modelo neoclásico o modelo keynesiano/estructuralista, modelo neoliberal o modelo neo-desarrollista/neo-estructuralista, capitalismo off-shore o capitalismo posneoliberal, gestión directa de los asuntos de las clases dominantes o gestión mediada y negociada de los mismos, Washington o el Vaticano. Es imprescindible salirse de esta serie para no repetir lo existente y fracasado.

Para gestar un proyecto nacional-popular radical es una condición necesaria liberarse de las elites políticas que se constituyen en intermediarias de un sistema al que consideran definitivo e incuestionable; por eso para ellas la política se reduce a un debate en torno al grado de agresividad de un mismo patrón de acumulación. Pero sin alternativas no habrá política. Política de verdad o “Gran política”. Política sin mistificaciones. Política que no sea ni reminiscencia ni repetición. Sin alternativas sólo habrá gestión de lo que existe con diferentes revestimientos declarativos, la administración de una decadencia.

Para gestar un proyecto nacional-popular radical es una condición necesaria ir más allá de las instituciones del Estado liberal. Los “golpes blandos” o las injusticias perpetradas por el poder judicial, las operaciones destituyentes de la “prensa libre” demuestran que estas instituciones fácilmente se vuelven en contra de cualquier proceso popular, aunque sea moderado. Estas instituciones pueden amoldarse fácilmente a las estrategias del Imperio, de ningún modo resultan incompatibles con la Guerra de Cuarta Generación.

El “primer ciclo progresista” muestra que el sistema puede tolerar ciertas anomalías acotadas, situadas en los marcos del sistema. De ningún modo las clases dominantes promueven esas anomalías, pero las aceptan como reaseguro de las continuidades de fondo en contextos de avance de avance popular. El capital no le teme a esas anomalías mientras no contradigan ostensiblemente la ley de continuidad del sistema.

En contextos de crisis de dominación, frente al desprestigio de las instituciones políticas tradicionales, las organizaciones y figuras políticas que aparecen como disruptivas y externas al sistema (pero que no asumen el horizonte de transformación radical del mismo) pueden devenir atractivas para las clases dominantes que no dudan en asimilarlos como conductores de una transición apacible y como garantes de las continuidades de fondo. O, sin llegar a ser atractivas para las clases dominantes, pueden se aceptadas por estas como el “mal menor”. Suele ocurrir que en la opción por los males menores y en el realismo que no confía en la potentia popular, muchas organizaciones dizque “progresistas”, “nacional populares” o “de izquierda” terminan coincidiendo con las clases dominantes.

Sin dudas, el progresismo podrá retomar al gobierno (en uno o en varios países de la región) pero difícilmente será igual a lo que fue. También podrá irrumpir por vez primera en los países que sólo han conocido el neoliberalismo duro, pero difícilmente pueda reeditar las “concesiones a dos puntas” del primer ciclo progresista y sus destrezas para emparchar algunos de los problemas del capitalismo dependiente. Nada presagia una segunda ola progresista “recargada”. Las nuevas condiciones no se lo permitirán. Su margen de maniobra, esta vez, será demasiado estrecho. Tendrá menos sustento la idea de un Estado que, en los marcos del sistema, asuma la función de reemplazo de la burguesía e impulse el desarrollo económico y social. También será más difícil la articulación de las retóricas nacional-populares con los proyectos que no asuman abiertamente el compromiso de reducir el poder económico, social y político del capital. Aunque el desquicio de la derecha y un descenso general en todos los órdenes le suministre algún oxigeno inicial en donde lo tibio y escaso aumente su valuación por un tiempo. ¿Y después qué? ¿Optará el progresismo por Dios o por el Diablo ante imposibilidad de estar bien con ambos?

Por su parte, las propuestas que ponen el acento de la honradez y en la honestidad de la clase dirigente, las cruzadas “anticorrupción”, cuando son sinceras, resultan incompatibles con la posición dominante del capital financiero, las grandes corporaciones trasnacionales y los poderes locales ultra-conservadores y reaccionarios. Sin políticas antiimperialistas y anticapitalistas se avanzará muy poco en la lucha contra la violencia y la corrupción y no serán viables las “constituciones morales”. El “honestismo” tiene limitaciones muy estrictas, sino logra excederlas se convierte en discursividad vacía e intrascendente.

Entonces: ¿qué será el progresismo? ¿Será copia degradada de sí mismo? ¿Se asemejará a lo que Ernesto Che Guevara llamó la planificación de las letrinas? ¿Cómo hará para reeditar sus funciones estabilizadoras del sistema en un contexto económico y político adverso? ¿Dará lugar a un conjunto de versiones raquíticas, ubicadas a la derecha de lo que fue la “primera oleada”? ¿O, por el contrario, se radicalizará, romperá la alianza pluriclasista, politizará las luchas sociales y socializará las luchas políticas al tiempo que asumirá horizontes anticapitalistas? ¿Combatirá la pobreza combatiendo a los ricos e impulsando decididamente los procesos de autoorganización y la autoconciencia de los y las pobres? ¿Acaso las mediaciones políticas existentes resultan aptas para darle una perspectiva política afín a los intereses de fondo de los diversos espacios de resistencia o aparecen más predispuestas a privilegiar sus vínculos institucionales? Como sea, nos cuesta pensar en un nuevo ciclo progresista en los términos que conocemos.

La lucha de clases tendrá la primera palabra. Puede ser que el pueblo tenga la última. Siempre y cuando logre exceder la condición de traicionado, engañado, dirigido, manipulado, suplente de la nada. Siempre y cuando resista el asedio de la conciliación que se cuela en sus acciones y en sus discursos y que alienta la participación subordinada en la política oficial. Siempre y cuando se libere de las direcciones componedoras, de los burócratas y los comisionistas del poder que buscarán administrar/regular la lucha de clases para perpetuar sus beneficios de casta o para concretar sus aspiraciones de ascenso social (no se perciben diferencias significativas entre los politiqueros viejos de la “Generación X” y los politiqueros jóvenes de la generación “milenian”, lo mismo cabe para las politiqueras). Siempre y cuando consiga dotarse de una organización y una política que esté a la altura del desafío del proyecto civilizatorio propio y alternativo. Siempre cuando este proyecto civilizatorio propio y alternativo posea un vínculo férreo con la cuestión del poder. Sólo así la práctica de los y las de abajo será auténtica praxis popular y no mero activismo plebeyo.

La única unidad que vale es la unidad interior de los y las de abajo. La unidad para la ruptura con las prácticas y los programas obsoletos. La unidad que coloca al conflicto en un piso más alto y no la que busca conjurarlo. Ese es un momento de unidad disruptivo y estimulante porque promueve las relaciones más genuinas y productivas. La unidad que se presenta como superior al conflicto es una unidad abstracta y está hecha a la imagen y semejanza del poder, aunque use el ropaje de la bondad y la justicia.

Si la unidad se construye en la lucha y en base a la imaginación, la democracia de base y la autonomía popular, si la unidad gira en torno a la construcción colectiva de un programa antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal, seguramente se podrá enfrentar a la derecha en las mejores condiciones posibles y, sobre todo, se podrá construir una base más sólida (un sentido, una visión histórica) para encarar el ciclo subsiguiente, para no tener que construir, después, de cero y desde la orfandad.

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