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Los caminos de la utopía: memoria, identidad y futuro en UNASUR (3)

Written by Debate Plural

Ricardo Melgar Bao (Rebelion, 14-7-18)

 

La XXV edición de la Conferencia Naval Interamericana (CNI) realizada en mayo del presente año en Cancún, México, puso en primer lugar la cuestión de los nuevos retos de la “Seguridad Marítima Interamericana” en consonancia con la tesis de la posguerra que prescribió en 1947 el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) para los estados signatarios. La preocupación principal del Pentágono gira en torno al Pacífico, escenario principal de la economía mundial. La llamada “operación Martillo” al mando del general Douglas Fraser, jefe del Comando Sur, iniciada a partir de enero de este año entre el Pacífico y el Caribe, dista de tener como único objetivo el tráfico de drogas y la violencia que le acompaña, aunque consideró que debe ser tratado como “un problema hemisférico», que amenaza «desde Canadá hasta Chile».[14] El caso peruano es emblemático al respecto.[15]

La frontera estadounidense es móvil y se hace sentir en América del Sur en los terrenos diplomáticos, militares y económicos. No es casual que Roberta Jacobson, Subsecretaria interina para Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado, haya visitado Buenos Aires para reunirse con el Canciller Héctor Timerman, empresarios y políticos. Es la segunda visita de este tipo en el trienio, recuérdese la de Arturo Valenzuela, en diciembre del 2009. Valenzuela cuestionó la “seguridad jurídica” para los inversionistas estadounidenses y dijo con añoranza y tono provocador que bajo el gobierno de Carlos Menen el panorama de las inversiones era más saludable. La reacción del gobierno argentino fue oportuna y airada. En 2012, el gobierno argentino ha desactivado el convenio celebrado entre el Comando Sur y Jorge Capitanich, gobernador del Chaco para instalaciones de tipo militar. La política estadounidense no escatimará esfuerzos en tomar provocadoramente a su favor, la estructura federativa de algunos países para suscribir acuerdos no con los gobiernos centrales, sino con los estatales.

Ya se puede apreciar uno de los alcances del Convenio del 2006 y el Acuerdo de Cooperación firmado el 2 de septiembre de 2011 entre el Subsecretario de Defensa de Chile, Oscar Izurieta, y el Jefe del Comando Sur General, Douglas Fraser, sobre la frontera Pacífico de América del Sur. Las instalaciones del llamado Centro Conjunto para Operaciones de Paz (Cecopac) Fuerte Aguayo, en las cercanías de Valparaíso, estará nominalmente regida por el convenio bilateral “Programa de Fortalecimiento del Sistema Provincial de Emergencias”. [16]

Si lo anterior lo vinculamos al quehacer de Leon Panetta, Secretario de Defensa estadounidense, durante a sus visitas a Colombia, Brasil, Chile y Perú, la política de Washington se hará más transparente en su acelerada carrera por ganar posiciones militares. Estados Unidos vende a nuestras élites gobernantes su maquillada “cultura estratégica” junto con sus modelos de “seguridad” y su ideología sobre los derechos humanos, incluida su cara intervencionista militar.[17] Panetta explicó a los medios, su interés en “participar en consultas con varios de nuestros socios en esta parte del mundo e intentar fomentar alianzas de seguridad innovadoras en la región”. Frente a Brasil, la política de Estados Unidos es de presión, compromiso y premio consuelo. Un pacto de seguridad con Brasil es lo que está en juego. Paneta fue claro cuando sostuvo que: «Brasil es una potencia económica y la cooperación en alta tecnología, que necesita fluir en ambas direcciones, parece limitada por los controles a la exportación existentes actualmente. Respondiendo a esto, tomamos la decisión de librar 4 mil licencias de exportación para Brasil, un nivel similar al que tenemos con nuestros mejores aliados globales.» [18] La cuestión paraguaya tras la caída de Lugo, dará a Brasil el premio consuelo de Itaipú en términos más favorables que los ofrecidos por Lugo. Sin embargo, los escándalos mediáticos de espionaje electrónico y al injerencismo estadounidense en materia de navegación aérea internacional han enfriado las relaciones diplomáticas. Las relaciones entre los gobiernos de UNASUR y los Estados Unidos se han vuelto difíciles.

Memoria de los proyectos de integración

Los proyectos de integración en curso no pueden dejar de mirarse y dialogar con las iniciativas que se dieron en otros tiempos, por lo que justifican la presentación de una apretada sinopsis. Existe consenso de que las primeras ideas sobre la unidad suramericana se gestaron durante el proceso independentista que libraron los pueblos sometidos al colonialismo español. Lograda la independencia y establecidas la mayoría de las repúblicas suramericanas, padecieron los costos políticos, sociales y económicos que emanaron de la inserción asimétrica de sus regiones en el mercado mundial y sus caudillos, lo que trajo aparejado guerras civiles e inevitables antagonismos entre sus fuerzas centrípetas y centrífugas, capitalizados principalmente por el capital comercial y bancario, principalmente británico. La amenaza neocolonial española no había desaparecido, como lo probaría más adelante su flota naval en las costas del Pacífico sur, así como las presiones, amenazas e incursiones francesas, prusianas y británicas. Estados Unidos despertó fundadas preocupaciones con el lanzamiento de la doctrina Monroe, y a partir de la invasión de México en 1847, en potencial amenaza. En ese contexto, se reactivaron los encuentros y aspiraciones unionistas. Al Congreso Anfictiónico de Panamá realizado en 1826, siguió, dos décadas más tarde, un segundo congreso.

La realización del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 fue antecedida de acuerdos bilaterales que coadyuvaron a crear un clima favorable para avanzar hacia compromisos de mayor envergadura y de carácter multilateral. Joaquín Mosquera, Miguel Santa María y Pedro Gual, representantes de la Gran Colombia bajo la orientación de Bolívar, firmaron tratados de “unión, liga y confederación perpetua” con los siguientes países: Perú el 6 de junio de 1822; Chile el 23 de octubre de 1823; México, 3 de diciembre de 1823, la Unión Centroamericana el 15 de marzo de 1825. Argentina declinó firmar tal acuerdo y contrapropone uno de amistad el 8 de marzo de 1823. Los tratados bilaterales contenían una cláusula de cara a la realización ulterior del Congreso Anfictiónico, que obligaba a los países firmantes a acreditar dos delegados provistos de facultades para suscribir acuerdos.

Ninguna identidad cultural o política se afirma, desarrolla o reelabora al margen del reconocimiento de la historia de su propia heterogeneidad y de su relación con la alteridad. Si esta tesis es válida para la modelación de una identidad continental, podríamos en América del Sur iniciar un mejor camino que el que siguieron sus repúblicas en la construcción de sus identidades nacionales.

Las historias de las repúblicas suramericanas han dado cuenta de los procesos de construcción de sus identidades nacionales a costa de sus respectivas diversidades etnoculturales y en constante desconfianza o antagonismo frente a los países vecinos en grado mayor al que han tenido frente a las potencias neocolonialistas que vulneraron su soberanía de muchos modos y expoliaron sus recursos naturales y humanos.

Desde una perspectiva suramericana no dudamos en afirmar que las historiografías nacionales poco han ayudado y contribuido a cultivar una tradición compartida a favor de la integración. Expliquémonos. Si bien es legítimo el canon o paradigma historiográfico que orientó a los historiadores a investigar las tramas endógenas de cada país, dejaron muchos pendientes. Al incluir sus guerras fratricidas con tonos xenofóbicos entre los hitos más relevantes de sus existencias republicanas cultivaron resentimientos y desencuentros nacionales. Al escudriñar el pasado colonial, o el de las culturas de los pueblos originarios entre particularismos, continuidades y rupturas, segmentaron sus territorialidades e identidades que rebasaban las fronteras nacionales. Un capítulo relevante de dicha historiografía sobre el periodo republicano, se abocó a investigar nuestros intermitentes o crónicos conflictos fronterizos. Dicho afán, al mismo tiempo que nutría la pedagogía cívica con martirologios y rituales conmemorativos, sin querer, terminaba por erosionar el legado unionista de los próceres de la Independencia y de los que lo reactualizaron. En muchos casos, la obsesión por el mal vecino, invisibilizó el injerencismo de alguna potencia o de una gran corporación monopólica beneficiaria del conflicto. Las potencias o empresas productoras de armamentos que nutrieron nuestras guerras fratricidas o nuestras alucinadas carreras armamentísticas, no pueden ser olvidadas, forman parte de lo que debemos aprender en materia de seguridad suramericana.

Al mismo tiempo que se afirma un movimiento de rectificación historiográfica y antropológica acerca de las diversidades étnicas y sus territorialidades culturales, algunos mandatarios de UNASUR han invocado la necesidad actual de descolonizar nuestros saberes, memorias e imaginarios en aras de fortalecer el camino de la integración bajo nuevas bases. En esa dirección, una nueva historia y una nueva antropología se hace tan necesaria como los procesos de renovación de otras disciplinas humanísticas y de las Ciencias Sociales. Avanzar más allá de los lindes nacionales coadyuvará gradualmente a forjar un nuevo imaginario y memoria regional.

Las ideologías de la asimilación, de la integración y del mestizaje cultural solaparon muchos agravios. En la actualidad, enfrentamos el reto de atender sus demandas Reconocemos su emergencia política no como nuevos actores, la construcción de sus respectivas identidades nacionales a costa, descubriendo tardíamente, que nación y diversidad etnocultural no son ni antagónicas ni excluyentes.

La mirada puesta en el presente y la voluntad pragmática de forjar a UNASUR, generó tres significativas tensiones discursivas en documento intitulado Un Nuevo Modelo de Integración de América del Sur. Hacia la Unión Suramericana de Naciones, elaborado por la Comisión Estratégica de Reflexión. La primera tiene que ver con la idea presentista de “realidad más apremiante”, algo dislocada de la historia que debemos rescatar. Por ejemplo, el legado decimonónico, el de los “próceres”, es recordado con justicia pero reducido a su dimensión “utópica”. El voluntarismo y pragmatismo político fueron también atributos de quienes lideraron el proceso independentista y tejieron las primeras bases unionistas de nuestro continente. El legado decimonónico unionista en la región trasciende el ciclo de fundación de la mayoría de nuestras repúblicas, así lo refrendan los congresos de 1846-1847 y los de 1865-1866.

 

 

 

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