Economia Nacionales

La guerra comercial de Trump en la era de la globalización

No hay duda de que las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza y con el decidido apoyo y compromiso de los organismos de cooperación multilateral, se pusieron de acuerdo para terminar de imponer en el mundo la era de la globalización o la era de la hegemonía global de la economía de mercado o de la economía capitalista.

El fundamento esencial de la globalización, en el contexto de la ideología neoliberal, es y ha sido el libre mercado o el libre comercio en las naciones y en el mundo.  Aunque ese fenómeno del libre comercio no ha sido total ni tan libre porque siempre ha estado presente el proteccionismo agrícola, expresado en el colchón de subvenciones agrícolas, que practican los países altamente desarrollados.

Claro, las naciones-estado, los aranceles y la política comercial de los Estados, vale decir, las fronteras políticas y económicas no han desaparecido ni van a desaparecer con la universalización de la sociedad capitalista vía el proceso de globalización.

Y como todo proceso económico, social y político no es homogéneo, sino heterogéneo y contradictorio, se han establecido bloques comerciales en el marco de acuerdos de libre comercio.

También el proceso de la globalización se ha dado de manera muy desigual entre las naciones y en el mundo o sea que la globalización reproduce y amplía las enormes desigualdades estructurales que arrastran consigo la sociedad y la economía capitalistas.

Es más, hay regiones y zonas –África y Asia sobre todo- que todavía al día de hoy están integradas marginalmente al proceso de globalización.

La competitividad, o la capacidad competitiva, es el elemento central y nodal para participar en el mercado mundial y global y en los mercados nacionales.

Ocurre que no puede haber un aumento sostenido de la competitividad real, no ficticia, si no hay aumento sostenido de la productividad, y esto último no es posible al margen de la aplicación de la tecnología moderna y de procesos de innovación.

Y las grandes desigualdades se dan también a nivel del desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la innovación, que requiere de grandes presupuestos y del involucramiento del Estado y de las empresas, está monopolizado y concentrado en los países más desarrollados de la Tierra.

Aclaro que la competitividad ficticia se lograría a través del aumento de los aranceles y de las devaluaciones competitivas como norma de vida de los Estados.

¿Cómo es posible que sea Estados Unidos, el país más desarrollado de la tierra, única potencia global y uno de los principales centros del desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la innovación, quien esté llevando a cabo la primera guerra comercial en la globalización?

Es cierto que Estados Unidos es el país más endeudado de la tierra–principal emisor de títulos de deuda pública en el mundo-, es innegable que tiene déficits comerciales gigantescos o astronómicos con muchas naciones del mundo incluyendo a México y también es cierto que es el mercado más grande que hay sobre la tierra al día de hoy por la gran capacidad adquisitiva que tiene su población, pero nada justifica que Estados Unidos haya desatado una guerra comercial en el mundo de la globalización porque ello contradice su condición de principal impulsor de ese proceso y porque es un gigante en el desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la innovación.

¿O es que los megadéficits fiscales, la astronómica deuda pública y los gigantescos déficits comerciales están lacerando muy seriamente el desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la innovación que Estados Unidos está recurriendo al aumento de los aranceles para disminuir aquellos y “reposicionarse” en el comercio mundial?

Creo que Donald Trump es quien marca la diferencia, porque estos problemas existían cuando George W. Bush y Barack Obama y ninguno recurrió al expediente de la guerra comercial para enfrentar aquellos agudos problemas de la economía y de la sociedad estadounidense, aún cuando todo parece indicar que esos megadéficits podrían estar limitando el desarrollo de la ciencia y de la tecnología.

Esa competitividad que Trump está tratando de lograr es una competitividad espúrea o ficticia, pero su reforma tributaria es contradictoria con la medida de política comercial suya consistente en aumentar los aranceles.

Trump quiere disminuir los déficits comerciales de la economía estadounidense aumentando los aranceles pero su reforma tributaria aumentará enormemente, en el mediano plazo, los galácticos déficits fiscales, la astronómica deuda pública y los gigantescos déficits comerciales.

Y si esos casi incuantificables niveles de déficits fiscales y comerciales y de deuda pública han estado limitando el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, mucho más limitarán el desarrollo de la ciencia y de la tecnología en el mediano plazo cuando comiencen a sentirse los efectos perversos inevitables de su muy equivocada reforma tributaria.

Esas limitaciones en el desarrollo de la ciencia y de la tecnología podrían estar afectando el aumento sostenido de la productividad y de la competitividad en la economía estadounidense. Y esos problemas estructurales de la productividad y de la competitividad de la economía estadounidense no se resuelven con la medida de política comercial aplicada ya por Donald Trump.

Pero con esa medida de aumentar los aranceles Trump no logrará disminuir de manera significativa los enormes déficits comerciales, mucho menos podrá lograr eliminarlos en tres años que le quedan de mandato. En definitiva, con ese disparado incremento de aranceles no hay manera de resolver los problemas estructurales de fondo. Antes al contrario, con medidas de ese tipo se agravan esos problemas estructurales.

Frente al aumento de aranceles dispuesto por Trump, de 25 y 10% respectivamente a las importaciones de acero y de aluminio, diferentes naciones del mundo han respondido aumentando aranceles a importaciones de productos agroindustriales e industriales procedentes de Estados Unidos.  También hay naciones que dispusieron de exención total de impuestos a la inversión extranjera ante la reforma tributaria que el Congreso federal estadounidense le aprobó a Trump.

El cuado de la guerra comercial en el mundo ya está configurado por iniciativa de Donald Trump.

Y esa guerra comercial en el contexto de la globalización se está dando ya entre Estados Unidos y sus principales aliados en el mundo que son también economías desarrolladas.

Estamos frente a una guerra comercial equivocada, hija natural de la irreflexión, de la insensatez y de la falta de visión política. Todos estos sobresaltos e improvisaciones en materia de políticas públicas reflejan un vacío de autoridad y de inteligencia en la presidencia de Estados Unidos.  No se supone que esto se dé en la presidencia de un país desarrollado, que se supone, además, institucionalizado.

Pero se supone, además, que en todo Estado organizado e institucionalizado, máxime si es el Estado de una sociedad altamente desarrollada, tiene que haber una burocracia, altamente capacitada y entrenada –con altos de niveles de calificación científica, profesional y técnica-, capaz de contribuir con su sapiencia y vasta experiencia a que se haga un buen gobierno.

Creíamos que en una democracia organizada e institucionalizada, y con más de dos siglos de existencia, no era válido aquel razonamiento propio de una dictadura, tiranía o gobierno autoritario: “Yo soy el presidente, y como tal yo soy ley, batuta y constitución”.

Frente a situaciones de dumping o de competencia desleal por parte de otros países, un país, después de denunciar dicha situación ante la Organización Mundial de Comercio, puede disponer de medidas de salvaguardia tal como lo consagran los estatutos fundacionales de la OMC. Pero ese no es el caso de Estados Unidos, quien ha dispuesto unilateralmente aumentar los aranceles para enfrentar situaciones comerciales desfavorables.

Si se generaliza en el mundo el comportamiento de Estados Unidos de lograr competitividad en los mercados internacionales y mundiales en base al aumento de aranceles y de depreciaciones de su moneda, el orden de la globalización sería suplantado por el orden mundial del proteccionismo.

De darse la situación anterior, de lograr o generar competitividad espúreamente, y no en base al desarrollo de la ciencia, de la tecnología y de la innovación, el mundo experimentaría y viviría un tremendo retroceso o involución en las relaciones económicas.

Es cierto que el orden de la globalización no constituye ni ha representado la tabla de salvación para las naciones subdesarrolladas, pero el orden del proteccionismo constituiría y representaría el colapso y el hundimiento de estas naciones que no están en capacidad de resistir el embate y la fiereza de las naciones desarrolladas del mundo.

Pero ese mismo orden mundial basado en el proteccionismo no solo  terminaría por arruinar la globalización sino que drenaría la seguridad y el equilibrio mundiales.

El orden mundial del proteccionismo sería un orden sin orden: un gran desorden mundial

Las amenazas que penden sobre el mundo, sobre todo sobre el mundo subdesarrollado, son de tal magnitud que la ONU, la OMC, los organismos de cooperación multilateral, los organismos regionales de la ONU, las universidades y las fuerzas vivas de las naciones deben abocarse a discutir seriamente este asunto en virtud de la guerra comercial que ha iniciado el señor Donald Trump.

Debería estarse gestando ya una oposición mundial a este desatino de Trump.

About the author

Victor Manuel Peña

Economista y Abogado, Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

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