Economia Internacionales

Karl Marx y El Capital frente a las soflamas sin valor de Silvia Federici (1)

Written by Debate Plural

Ignazio Aiestaran (Rebelion, 20-6-18)

 

Resumen introductorio:

En este texto se hace una reflexión inicial sobre la importancia de las aportaciones de Karl Marx en El capital, para posteriormente explicar cómo la lectura que hace Silvia Federici de Marx es parcial y en algunos casos incluso contraria a lo que dice el propio Marx, tanto en Calibán y la bruja como en El patriarcado del salario. No es un texto que quiera entrar en ninguna polémica, aunque tampoco la rehúye. Solo pretende contribuir al homenaje de Karl Marx en el bicentenario de su nacimiento y aclarar algunas cuestiones. El artículo consta de las siguientes partes: 1) Karl Marx y el valor de El capital; 2) Silvia Federici y la acumulación del capital; 3) Prostitución, lumpen y la Comuna de París; 4) La cuestión del trabajo esclavo en América; y 5) A modo de conclusión: Eleanor Marx, la mujer olvidada. Este análisis es una traducción al castellano de un artículo que se publicó originalmente en euskera en el número 224 de la revista Jakin (enero-febrero 2018; también se puede consultar en el blog “Komunzki”: http://www.argia.eus/blogak/ignazio-aiestaran/2018/04/30/karl-marx-eta-kapitala-silvia-federiciren-soflama-baliogabetuen-aurrean/ ).

Por lo demás, este análisis parte de una firme convicción: como dice Felipe Martínez Marzoa, caben diversas interpretaciones de Marx, pero no cualquier interpretación es válida. Por otro lado, lo que está en juego no es solo la interpretación de Marx y del mundo que alteró el capital moderno, sino la transformación de este, y esto difícilmente se podrá producir si los proyectos sociales que desean otra forma de vida que no sea la hegemonía del capital realizan un trabajo deficiente en la comprensión de las dinámicas del capital, del trabajo en todas sus variedades, del mismo valor económico-político y del legado del viejo topo de la historia.

1- Karl Marx y el valor de El capital

Muchos movimientos izquierdistas citan a Marx en el presente. En otros casos, aunque su nombre aparece entre las menciones, no se toma en consideración toda su aportación. La lucha de clases no constituye toda la investigación de Marx. Si no se analiza el valor del capital, la enseñanza de Marx se trunca por la mitad y se pierden su profundidad y sagacidad. Por tanto, es conveniente poner de manifiesto algunos puntos en torno a las mercancías y el valor económico en El capital. Veamos qué supone una sociedad capitalista.

La mercancía es cualquier producto que se cambia por otro. Cualquier mercancía se puede cambiar por otra mercancía en el capitalismo. Esta mercancía se cambia por esa otra mercancía o por aquella otra. No hay límite en el sistema económico del capital. Desde este punto de vista, todas las mercancías son iguales, aunque los precios (y los objetos) sean diferentes. Ese proceso material se logra con el dinero. Y en ello residen la fuerza y la eficacia del capital. En la vida los objetos (y las acciones) son diversos, pero en el mercado del capital todos son iguales, todos son intercambiables, el uno por el otro. Por eso, el procedimiento del capital es universal y el capitalismo no tiene fin o límite en su finalidad.

Se denomina sociedad capitalista a aquel tipo de sociedad donde se ha impuesto esa clase de sistema económico. En la sociedad capitalista todos los objetos son iguales, todos los trabajos son iguales, esto es, todos son equivalentes en el intercambio del valor. De hecho, se cambian por medio de un equivalente universal: a cambio de dinero. Eso supuso un cambio histórico impresionante, alterando, transformando y en muchos casos destruyendo los sistemas comunitarios del pasado. Todos los trabajos se igualan por medio de la universalidad abstracta del capital. Por eso, lo que valora el capital es el trabajo abstracto –no el trabajo concreto, ni tampoco los diversos usos de los productos–. El valor económico reside en el intercambio de mercancías en el mercado del capital, aunque los trabajos para producir las mercancías sean diversos. Aunque el proceso de producción del sistema capitalista presuponga la división del trabajo, en el mercado de ese sistema todo se intercambia, equiparando todos los productos de los trabajos. Karl Marx lo expresa así en El capital:

«A través del cúmulo de los diversos valores de uso o cuerpos de las mercancías se pone de manifiesto un conjunto de trabajos útiles igualmente disímiles, diferenciados por su tipo, género, familia, especie, variedad: una división social del trabajo. Esta constituye una condición para la existencia misma de la producción de mercancías, si bien la producción de mercancías no es, a la inversa, condición para la existencia misma de la división social del trabajo. […] En todas las fábricas el trabajo está dividido sistemáticamente, pero esa división no se halla mediada por el hecho de que los obreros intercambien sus productos individuales. Solo los productos de trabajos privados autónomos, recíprocamente independientes, se enfrentan entre sí como mercancías » (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 52).

El valor de las mercancías que se intercambian en el sistema abstracto del capital procede del trabajo, medido en horas de trabajo. Por eso, a la hora de analizar la sociedad capitalista, un elemento fundamental es el trabajo general abstracto, pues lo que ese sistema valora es ese valor abstracto. Con el salario se le paga a quien trabaja sus horas de trabajo –recordemos que el dinero es un equivalente abstracto–, pero con Karl Marx sabemos que a la trabajadora o al trabajador no se le paga todo el valor de lo que ha producido. El valor que no cobra el trabajador o trabajadora se llama plusvalía. Por otra parte, ese trabajador o trabajadora no tiene bajo su dominio o control los medios de producción. En la sociedad capitalista el trabajo de ese trabajador no es nada del trabajador, sino su fuerza de trabajo puesta en el mercado y explotada.

Además, en el mercado del capital no se valoran todos los trabajos, o por lo menos no se pagan todos los trabajos. El caso más llamativo es la reproducción para mantener la fuerza de trabajo del asalariado vivo, todo aquello que sea necesario para su conservación. Marx lo subraya en El capital:

«La fuerza de trabajo sólo existe como facultad del individuo vivo. Su producción, pues, presupone la existencia de éste. Una vez dada dicha existencia, la producción de la fuerza de trabajo consiste en su propia reproducción o conservación. Para su conservación el individuo vivo requiere cierta cantidad de medios de subsistencia» (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 207).

Para que se mantenga la fuerza de trabajo, «se gasta una cantidad determinada de músculo, nervio, cerebro, etc., humanos, que es necesario reponer». Asimismo, se deben satisfacer ciertas «necesidades naturales» para la conservación de la fuerza de trabajo viva. Tales necesidades están moldeadas o adaptadas por los pueblos o países:

«La suma de los medios de subsistencia, pues, tiene que alcanzar para mantener al individuo laborioso en cuanto tal, en su condición normal de vida. Las necesidades naturales mismas –como alimentación, vestido, calefacción, vivienda, etc.– difieren según las peculiaridades climáticas y las demás condiciones naturales de un país. […] Por oposición a las demás mercancías, pues, la determinación del valor de la fuerza laboral encierra un elemento histórico y moral » (Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 1975, Tomo 1/Vol. 1, p. 208).

Por tanto, los medios de subsistencia y las necesidades para mantener la vida no aparecen en el mercado, no se miden directamente, pero son necesarios para que la fuerza de trabajo cumpla su función económica. Los trabajos para alimentación, ropa, calefacción y vivienda no se pagan en el mercado capitalista, aunque este tipo de mercado los presupone. Con ello Marx plasma el conflicto entre capital y vida. En ese conflicto Marx ya había descrito también cómo eran la distribución, el reparto y la explotación del trabajo doméstico fuera del mercado, tal y como lo indicó en La ideología alemana:

«Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que se corresponde perfectamente con la definición de los modernos economistas, según la cual el derecho del trabajo y la propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta » (Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana Akal, Madrid, 2014, pp. 26-27).

Tal y como se puede leer en este párrafo citado, Karl Marx dejó claro que «la mujer y los hijos son los esclavos del marido» y que esa «esclavitud» era latente. Además, siguiendo El capital, también queda claro que esa explotación de trabajo latente se quedaba sin valorar fuera del mercado capitalista y sin salario.

2- Silvia Federici y la acumulación del capital

Por todo ello, reprocharle a Karl Marx que el trabajo hecho por las mujeres en las familias no se haya valorado es una falsedad. Sin embargo, esto ha sido lo que ha querido imputarle la activista y teórica Silvia Federici. Desde su obra Calibán y la bruja esta ha sido una de las objeciones, cuando se refiere al cuerpo de la mujer que se había convertido en un medio para expandir la fuerza de trabajo:

«Este aspecto de la acumulación primitiva está ausente en el análisis de Marx. Con excepción de sus comentarios en el Manifiesto Comunista acerca del uso de las mujeres en la familia burguesa –como productoras de herederos que garantizan la transmisión de la propiedad familiar–, Marx nunca reconoció que la procreación pudiera convertirse en un terreno de explotación, y al mismo tiempo de resistencia » (Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva, Traficantes de Sueños, Madrid, 2010, p. 139; en adelante esta obra será CB).

Más tarde diré algo sobre el lugar de las mujeres en el Manifiesto comunista. De momento es importante percatarse de la falta de verdad en lo que dice Federici. En La ideología alemana hemos visto cómo Karl Marx relacionó a la mujer con la esclavitud, criticando la familia patriarcal. Igualmente en el texto Bruno Bauer, la cuestión de los judíos se encuentran críticas duras y directas denunciando « la virtud del hombre de dinero » que quiere dominar a la mujer:

«La misma relación de la especie –la relación entre hombre y mujer, etc.– ¡se convierte en un objeto de tráfico! La mujer se convierte en objeto de lucro » (Karl Marx, OME, vol. 5, Manuscritos de París. Escritos de los “Anuarios Francoalemanes” , Crítica, Grupo Editorial Grijalbo, Barcelona-Buenos Aires-México, 1978, p. 206).

 

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