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Imperialismo y dependencia: semejanzas y diferencias con la época de Marini (2)

Written by Debate Plural

Claudio Katz (Rebelion.org, 8-2-18)

DESIGUALDADES DIVERSAS

Numerosos estudios coinciden en destacar el ensanchamiento actual de las fracturas sociales en todos los puntos del planeta. Un conocido análisis de esa polarización en 30 países demuestra que el 1% de la minoría más enriquecida controla el 25-35% del patrimonio total en Europa y Estados Unidos (2010). En ambas regiones el 10% de los habitantes maneja el 60-70% de la riqueza. Niveles semejantes de desigualdad se verifican en otras zonas centrales, emergentes o periféricas ( Piketty, 2013).

Pero el curso seguido por la desigualdad entre países es más controvertido. Ese indicador es evaluado comparando los distintos PBI per cápita con ponderaciones poblacionales ( Milanovic, 2014) . De esa forma se mensura la incidencia de las tasas de crecimiento sobre la desigualdad global, tomando en cuenta la población involucrada. Un incremento sustancial del PBI en la India tiene efectos muy distintos que el mismo aumento en Nueva Zelanda (Goda, 2013) .

Durante las últimas décadas la creciente brecha social fue acompañada por nuevas polaridades entre los países. Pero si se incluye el factor poblacional el resultado final es variado. El c recimiento de naciones con gran peso demográfico achicó las brechas nacionales totales. El curso de las desigualdades fuera y dentro de las fronteras -usualmente sintetizado por el coeficiente Theil- se redujo un 24% desde 1990. El incremento del 14% de la desigualdad al interior de esas naciones fue compensado por una disminución del 35% de la brecha entre países ( Bourguignon; Châteauneuf-Malclès, 2016) .

Por su gran número de habitantes China alteró el indicador mundial. Mientras que la economía global se estancó en torno al 2,7% anual (2000-2014), el gigante asiático creció al 9.7%. Aunque esa trayectoria presenta semejanzas con los antecedentes de Japón y Corea del Sur, su efecto sobre la polaridad entre los países es muy diferente.

En plena explosión de las desigualdades sociales la continuidad de ese achicamiento de la fractura global es muy dudosa. China asciende a costa de sus rivales de Occidente y reconfigura el marco de las potencias dominantes. Pero el espectro restante de la jerarquía mundial continúa segmentado en los compartimentos tradicionales. Hay pocas modificaciones en la pirámide mundial. Una reversión de la “gran divergencia” gestada durante el siglo XIX debería quebrantar esa jerarquía.

En estudios previos al ascenso reciente de China, los teóricos del sistema-mundo expusieron muchos ejemplos del carácter perdurable de esa estructura. Ilustraron la reducida movilidad internacional de los países en el largo plazo, ejemplificando esa permanencia en 88 de 93 casos considerados ( Arrighi, 1990) .

Otra evaluación realizada en el debut de la mundialización (1960-1998) observó la paradoja de una creciente participación de las nuevas economías en la globalización productiva, con escasos efectos sobre el nivel relativo de los PBI per cápita.

Ese trabajo observó que la producción manufacturera en esos países (como porcentaje comparado del PBI del Primer Mundo) ascendió significativamente (de 74,6 a 118%), frente a un PBI per cápita (como porcentaje de su equivalente los países avanzados), que se mantuvo casi invariable (de 4,5 a 4,6%). La convergencia industrial no se tradujo en mejoras equivalentes en el nivel de vida (Arrighi; Silver; Brewer, 2003: 3-31) . También el despegue posterior de China se ha consumando preservando grandes distancias con el PBI per cápita de sus pares de Occidente.

El curso de la desigualdad global es determinante de las relaciones centro-periferia que Marini indagó con tanta atención. Pero sobre las distintas trayectorias abiertas operan fuerzas muy diferentes a las prevalecientes en los años de esplendor del dependentismo.

INTERNACIONALIZACIÓN SIN CONTRAPARTE POLÍTICA

La ampliación actual de las desigualdades sociales por encima de las nacionales se desenvuelve en un escenario muy singular: la internacionalización de la economía no tiene correlato equivalente en las clases dominantes y los estados. Esa contradicción apenas se insinuaba en la década del 60. La coexistencia de la globalización productiva con estructuras estatal-nacionales es un conflicto del siglo XXI.

La gravitación de los organismos económicos (FMI, BM, OMC) y geopolíticos (ONU, G 20) globales no reduce la perturbadora escala de ese divorcio. La configuración de estados forjados en el debut del capitalismo continúa cumpliendo un papel central. Aseguran la gestión localizada de la fuerza de trabajo, en un contexto de gran desplazamiento mundial de productos y capitales.

Este fortalecimiento de las regulaciones laborales a escala nacional repercute, a su vez, sobre las identidades específicas de las distintas clases dominantes. Aunque mundialicen sus negocios, esos grupos mantienen comportamientos políticos y culturales contrapuestos. Las empresas se internacionalizan, pero su manejo no queda desvinculado de los estados de origen . Por las mismas razones, la competencia internacional por atraer capitales se desenvuelve premiando siempre a los inversores más próximos.

El orden neoliberal expande una mundialización administrada por estructuras nacionales. Los mismos estados que analizaban los marxistas clásicos y de posguerra, ahora operan en un nuevo marco de globalización productiva.

En ese cuadro de asociación económica mundial, las confrontaciones geopolíticas se desenvuelven recreando relaciones de dependencia. Las principales potencias renuevan esa sujeción en sus zonas de influencia, mientras disputan supremacía en las áreas más codiciadas del planeta.

Estados Unidos intenta recapturar su hegemonía comenzando por las regiones que tradicionalmente estuvieron bajo su control (América Latina). La vigencia de una moneda común -entre economías con enormes diferencias de productividad- refuerza la supremacía de Alemania en Europa. China amplía las brechas con sus vecinos asiáticos . La dependencia que estudió Marini adopta nuevas formas e intensidades.

PROBLEMAS DEL TRANSNACIONALISMO

La actual etapa de globalización productiva -sin correspondencia directa en las clases dominantes y estados- contradice la tesis de una transnacionalización plena. Esa mirada supone que los principales sujetos e instituciones del sistema han quedado divorciados de sus pilares nacionales (Robinson, 2014). Estima que se ha disuelto el viejo anclaje de las empresas en el mapa de los países.

Este enfoque convierte las prolongadas transiciones de la historia en transformaciones instantáneas. Observa acertadamente que la internacionalización de la economía genera dinámicas del mismo tipo en otras esferas, pero desconoce las enormes brechas temporales que separan a ambos procesos. Que una firma asuma en pocos años perfiles transnacionales no implica la mundialización equivalente de sus propietarios. Tampoco supone procesos de ese tipo en los grupos sociales o estados que cobijan a la compañía.

El capitalismo no se desenvuelve con ajustes automáticos. Articula el desarrollo de las fuerzas productivas con la acción de clases dominantes amoldadas a distintos escenarios estatales. Las diferentes esferas de ese trípode mantienen niveles de conexión tan intensos como autónomos.

Ya en los años de Marini algunos teóricos marxistas (como Poulantzas) percibieron que la internacionalización productiva, no entrañaba secuencias idénticas en la superestructura estatal o clasista . Ese señalamiento inspiró la posterior caracterización de la globalización como un proceso asentado en las instituciones del estado más poderoso del planeta (Panitch; Gindin, 2014).

El enfoque transnacionalista desconoce esa mediación de Washington en la gestación de la nueva etapa. Por eso ignora también el rol actual de Beijing. La asociación entre ambas potencias coexiste con una intensa rivalidad entre estructuras estatales muy diferenciadas. Los vínculos entre empresas chinas y estadounidenses no implican ningún tipo de disolución transnacional.

Basta recordar la compleja trayectoria de gestación del capitalismo en torno a clases y estados preexistentes, para notar cuán variados han sido los patrones de cambio de esas entidades. La tesis transnacionalista sintoniza con las corrientes historiográficas, que postulan la abrupta constitución de un sistema capitalista mundial integrado, olvidando la compleja transición desde múltiples trayectorias nacionales (Wallerstein, 1984). De la misma manera que concibe esa intempestiva aparición hace 500 años, supone que la globalización actual alumbra con gran rapidez clases y estados mundiales.

La tradición opuesta -que indaga los senderos diferenciados seguidos por cada capitalismo nacional- registra en cambio, cómo los sujetos y las estructuras locales condicionan a la globalización actual (Wood, 2002). Cuestiona la existencia de una sincronizada irrupción del capitalismo global y demuestra la preeminencia de inciertas transiciones guiadas por intermediaciones estatales. Un curso genéricamente común de internacionalización se desenvuelve con altísima diversidad de ritmos y conflictos.

Las relaciones de dependencia justamente persisten por la inexistencia de un súbito proceso de completa mundialización. El entramado del centro y la periferia se remodela sin desaparecer, en un contexto de fabricación globalizada y redistribuciones de valor entre clases y estados competidores. Este diagnóstico -congruente con la tradición de Marini- es contrapuesto a la visión transnacionalista.

REORDENAMIENTO SEMIPERIFÉRICO

El teórico brasileño estudió las transferencias internacionales de valor para analizar la reproducción dependiente de América Latina. Estimó que la región recreaba su status subordinado por el sistemático drenaje de recursos hacia los países centrales. Las desventajas comerciales, la remisión de utilidades y los pagos de intereses de la deuda perpetuaban esta sumisión.

Pero el pensador brasileño no se limitó a retratar la fractura bipolar (entre el centro y la periferia) generada por esas hemorragias. Indagó la nueva complejidad introducida por la existencia de formaciones intermedias. Investigó especialmente cómo la industrialización colocaba a ciertos países en un segmento semiperiférico. Observó esa transformación en Brasil, que se mantenía alejado de los centros imperiales sin compartir el retraso extremo de la periferia (Marini 2013: 18). .

Esta caracterización fue compartida por su colega del dependentismo, que diferenció a las economías latinoamericanas por su desenvolvimiento interno y por el tipo de productos exportados (Bambirra, 1986: 23-30). El mismo abordaje encaró el principal exponente del marxismo endogenista, al evaluar cómo el subdesarrollo desigual separaba a los países agrarios más retrasados de las economías embarcadas en cierto despegue industrial ( Cueva, 2007).

Estas distinciones son muy útiles para analizar el contexto actual. La simple polaridad centro-periferia es más insuficiente que en el pasado, para comprender la mundialización. Las cadenas de valor han realzado la gravitación de las semiperiferias .

Las firmas multinacionales ya no priorizan la ocupación de los mercados nacionales para aprovechar los subsidios y las barreras aduaneras. Jerarquizan otro tipo de inversiones externas. En ciertos casos se aseguran la captura de recursos naturales determinados por la geología y el clima de cada lugar. En otras situaciones aprovechan la existencia de grandes contingentes de fuerza de trabajo abaratada y disciplinada.

Estas dos variantes -apropiación de riquezas naturales y explotación de los asalariados- definen las estrategias de las empresas transnacionales y la ubicación de cada economía en el orden global .

Tanto las periferias como las semiperiferias continúan integradas al conglomerado de los países dependientes. El rol subordinado que Marini asignaba a las dos categorías no ha cambiado. Están insertas en la cadena de valor, sin participar en las áreas más lucrativas de ese entramado. Tampoco ejercen el control de esa estructura. Actúan en la producción globalizada bajo el mandato de las compañías transnacionales.

Ese posicionamiento relegado se corrobora incluso en aquellas economías que lograron forjar empresas multinacionales propias (India, Brasil, Corea del Sur). Ingresaron en un campo que estaba monopolizado por el centro, sin modificar su status secundario en la producción globalizada ( Milelli, 2013: 363-380).

Otro indicador de ese posicionamiento relegado es la reducida participación de esos países en la dirección de las instituciones globalizadas. Esta ausencia es coherente con la escasa representación de esas regiones, en los cuerpos directivos de las firmas transnacionalizadas (Carroll; Carson, 2003: 67-102).

Pero dos cambios significativos se observan en comparación a la época de Marini. El papel de cada semiperiferia en la cadena de valor introduce un elemento de peso muy definitorio de su ubicación en la pirámide mundial. A diferencia del pasado no alcanza con registrar el nivel del PBI per cápita o la magnitud del mercado interno.

Por otra parte, al interior del segmento semiperiférico es muy evidente el avance de las economías asiáticas (Corea del Sur) y el retroceso de sus pares latinoamericanos (Argentina, Brasil). Cómo el mismo reordenamiento se observa en otras regiones, algunos autores sugieren la introducción de nuevas clasificaciones para conceptualizar el cambio (semiperiferias fuertes-débiles, altas-bajas, superiores-inferiores) (Morales Ruvalcaba; Efrén, 2013: 147-181). Marini no llegó a presenciar esas transformaciones.

INCIDENCIA DEL SUBIMPERIALISMO

El pensador brasileño analizó el papel de las economías intermedias en los mismos años que los teóricos del Sistema Mundial estudiaban el doble rol de las semiperiferias. Estimaban que esos países atenúan las tensiones globales y definen las mutaciones de la jerarquía global . Destacaron cómo atemperan las fracturas entre el centro y la periferia y de qué forma protagonizan las movilidades ascendentes y descendentes que remodelan la división internacional del trabajo.

Los pensadores sistémicos atribuyeron ese papel al carácter intermedio de los estados semiperiféricos, que no detentan el poder del centro y tampoco padecen las debilidades extremas de los estados relegados. Describieron casos de ascenso (Suecia, Prusia, Estados Unidos) estancamiento (Italia, Flandes) y retroceso (España, Portugal) de ese segmento en las últimas cinco centurias. Postularon que su lugar equidistante les permite liderar grandes transformaciones, mientras equilibran la pirámide mundial (Wallerstein, 1984: 247-33, 1999: 239-264, 2004: cap 5).

Marini convergió parcialmente con esa tesis en su evaluación de los países intermedios. Utilizó esa óptica para diferenciar a Brasil de Francia y Bolivia. Pero introdujo además el nuevo concepto de subimperialismo, para caracterizar una franja de potencias regionales con políticas exteriores asociadas y al mismo tiempo autónomas del imperialismo estadounidense.

Con esa noción enfatizó el papel disruptivo de esos actores. En lugar de observarlos como colchones de las tensiones globales, analizó su función convulsiva . La alta conflictividad de esas regiones ha sido posteriormente atribuida a la explosiva coexistencia de universos de bienestar y desamparo (tipo “Bel-India”) ( Chase-Dunn, 1999) .

El enfoque de Marini fue semejante al utilizado por un excepcional marxista del siglo XX, para explicar con razonamientos de desarrollo desigual y combinado, la vulnerabilidad de los países intermedios ( Trotsky, 1975). Como esas naciones quedaron incorporadas a la carrera de la acumulación con gran tardanza, afrontan desequilibrios superiores al centro que son desconocidos por sus inmediatos seguidores de la periferia. Por esta razón concentran localizaciones potenciales de un debut socialista . Al igual que otros pensadores de su época, Marini situó la dinámica de esas formaciones en un horizonte de confrontación entre el capitalismo y el socialismo ( Worsley, 1980) .

Pero su acepción del subimperialismo requiere una significativa revisión en la era de la mundialización neoliberal. El teórico de la dependencia asignó a esa categoría una dimensión económica de expansión externa y otra geopolítico-militar de protagonismo regional. Esa simultaneidad no se verifica en la actualidad.

El subimperialismo contemporáneo no presenta la connotación económica que observaba Marini. Es propio de los países que cumplen un doble rol de gendarmes asociados y autónomos de Estados Unidos. Turquía e India juegan ese papel en Medio Oriente y el Sur de Asia. Pero Brasil no desenvuelve un papel equivalente en América Latina y Sudáfrica tampoco cumple esa función en su continente ( Katz, 2017b) .

El cariz geopolítico del subimperialismo y la naturaleza económica de las semiperiferia son más visibles en la actualidad que en el pasado. El primer aspecto está determinado por acciones militares tendientes a acrecentar la influencia de las potencias zonales. El segundo rasgo deriva del lugar ocupado por cada país en la cadena de valor. Marini no llegó a percibir esta diferencia.

“¿SUR GLOBAL?”

La nueva combinación de creciente internacionalización del capital y continuada configuración estatal-nacional de las clases y los estados obliga a revisar otros aspectos del dependentismo tradicional. La mundialización productiva es habitualmente investigada por los exponentes de esa tradición, pero la reconfiguración geopolítica imperial es frecuentemente soslayada. Esa omisión se verifica en el difundido uso del término “Sur Global”.

Ese concepto es postulado para resaltar la persistencia de las clásicas brechas entre los países desarrollados (“Norte”) y subdesarrollados (“Sur”). El desplazamiento de la producción a Oriente y la captación del nuevo valor generado por Occidente son presentados como evidencias de esa contundente polaridad (Smith, 2010: 241) .

Estas caracterizaciones confrontan acertadamente con el venturoso futuro de convergencias entre economías avanzadas y retrasadas, que difunden los neoliberales (y frecuentemente convalidan los heterodoxos). También demuestran que el modelo actual se cimenta en la explotación y en la transferencia de plusvalía a un puñado de empresas transnacionales. Explican detalladamente las ventajas que mantienen los países más poderosos para capturar el grueso de los beneficios.

Pero estas valiosas observaciones no clarifican los problemas del periodo. El simple diagnóstico de un contrapunto entre el Sur y el Norte choca con la dificultad para encasillar a China. ¿En cuál de los dos campos se ubica a esa nación?

A veces se exceptúa al país de la divisoria, con el mismo argumento utilizado hace veinte años para resaltar la singularidad de Corea del Sur o Taiwán. Pero lo que resultaba plausible para dos pequeños países, no puede extenderse a la segunda economía del planeta, que alberga a un quinto de la población mundial. Si se soslaya la transformación protagonizada por el gigante asiático resulta imposible caracterizar al capitalismo actual.

Excelentes trabajos de investigación sitúan de hecho erróneamente a China en el bloque de países subdesarrollados. Estiman que la plusvalía extraída a su enorme proletariado es transferida a Occidente ( Smith, 2010: 146-149) . Pero es poco sensato colocar en ese universo a una potencia que socorre a los bancos de Occidente, sostiene al dólar en la crisis, acumula un superávit comercial mayúsculo con Estados Unidos y encabeza las inversiones externas en África y América Latina.

Tampoco es lógico interpretar que la masa de plusvalía generada en China es íntegramente transferida a Occidente y apropiada por las casas matrices de las firmas mundializadas. Un drenaje de ese tipo habría imposibilitado las altísimas tasas de acumulación que caracterizan al país.

Es evidente que una porción mayúscula del beneficio gestado en China es capturado por los capitalistas-burócratas locales. Ese monumental lucro es equivocadamente interpretado como una simple “tajada” de lo apropiado por las firmas occidentales ( Foster, 2015).

Pero China es un desafiante y no un títere de Estados Unidos. Sus grupos dominantes se ubican muy lejos de cualquier burguesía dependiente, con pequeñas participaciones en la torta de la globalización. Los nuevos dominadores asiáticos no guardan ningún parentesco con las viejas burguesías nacionales de posguerra.

La emergente potencia oriental ha demostrado capacidad para limitar el drenaje de plusvalía, mientras aumenta su apropiación del valor generado en la periferia. Ninguna de estas acciones sintoniza con su clasificación en el “Sur Global”.

RENOVAR EL DEPENDENTISMO

En sus análisis de la economía política de la globalización Marini sentó las bases para comprender el período actual. Resaltó tres focos de estudio: la explotación del trabajo, las transferencias de valor y la reestructuración imperial. Legó importantes pistas, pero no respuestas. La actualización de su teoría requiere indagaciones más complejas que la simple corroboración de conceptos enunciados hace medio siglo.

El pilar de esa reevaluación es la caracterización de la globalización productiva en la nueva geopolítica imperial. Este estudio exige notar cómo la transferencia de plusvalía rediseña el mapa de drenaje, retención y captura de los flujos de valor. Resulta también indispensable analizar l as nuevas relaciones de sometimiento, subordinación y autonomía que despuntan en el mosaico internacional. Marini nos ha dejado pendiente un monumental trabajo de investigación.

3-2-2017

RESUMEN

El principal teórico de la dependencia anticipó tendencias de la mundialización neoliberal. Analizó la globalización productiva, la centralidad de la explotación y la gravitación de las transferencias de plusvalía. Pero la crisis del empleo supera lo avizorado por Marini, en un escenario trastocado por la mutación de Estados Unidos, el desplome de la URSS y el ascenso de China.

Las nuevas brechas nacionales y sociales emergen en una economía internacionalizada, sin correlato en los estados y clases dominantes. Esta ausencia de transnacionalización total recrea la dependencia. Las semiperiferias presentan una dimensión económica diferenciada del status geopolítico del subimperialismo. El “Sur Global” no reencarna la vieja periferia, ni incluye a China. Hay sólidos pilares para renovar el dependentismo.

 

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