Juan Daniel Balcácer (Listin, 6-12-17)
La Independencia Nacional es un acontecimiento político que, por virtud de lo que podría denominarse como una suerte de sinécdoque histórica, generalmente se relaciona casi exclusivamente con el 27 de febrero de 1844, es decir, con el día en que fue proclamada la República. Pocos son los textos escolares que se refieren a la independencia nacional como a lo que en realidad fue: un proceso social cuya génesis, desarrollo y cristalización transcurrieron en un determinado período histórico insertado en un contexto internacional; y pocos son también las historias escolares que explican con claridad cristalina la circunstancia de que la revolución independentista de 1844 no fue resultado de un solo día, ni mucho menos obra de un solo hombre, aunque es evidente que Juan Pablo Duarte fue su más elevado exponente doctrinal e ideológico. La enseñanza de la historia patria -a través de textos escolares- en la mayoría de los países de Hispanoamérica data de la segunda mitad del siglo XIX y uno de sus propósitos fundamentales es la legitimación del Estado-nación cuyos ideólogos, inspirados en el legado intelectual de los enciclopedistas y del romanticismo, comprendieron la necesidad de estimular y desarrollar en el ciudadano, por medio de la representación del pasado, el sentimiento de pertenencia y lealtad al país con el fin de construir la memoria social y fortalecer la identidad nacional.
Tres sentidos de la historia. De entre las diferentes perspectivas o “escuelas” que estudian el pasado de una nación, un especialista en psicología cognitiva, el doctor Mario Carretero, identifica tres modelos o esquemas de representación del pasado que, según sostiene, están situadas de modo diferente en la experiencia social del individuo y de las instituciones. Esas tres formas de representar el pasado han sido objeto de numerosos estudios por parte de especialistas en historia, psicología, sociología, pedagogía y lingüística, y son fundamentalmente la historia académica, la historia escolar y la historia cotidiana o popular. Por lo general, existe cierta contradicción entre los contenidos narrativos, ideológicos y metodológicos de cada una de estas formas de representación del pasado, circunstancia que contribuye a generar percepciones diferentes acerca de la genealogía histórica de un pueblo o de una nación. La historia académica es la que cultivan los historiadores profesionales de conformidad con “la lógica disciplinaria de un saber instituido bajo condiciones sociales e institucionales específicas”. La historia escolar, en cambio, suele ser en gran parte una especie de adaptación de textos académicos, pero estrictamente ceñida a un currículo educativo especialmente diseñado para ser utilizado en el sistema escolar básico y medio de acuerdo con la ideología predominante. La historia cotidiana es en muchos aspectos diferente de las dos representaciones anteriores, pues es el producto de una memoria colectiva que se inocula en la mente de los ciudadanos y está hecha del recuerdo, también del olvido, de mitos y de tradiciones orales. Carretero explique que “La historia escolar brinda contenidos que se estructuran como narración oficial de la experiencia del pasado común, a los que se agrega una importante carga emotiva destinada a crear identificación (con los próceres y “hombres de la patria”) y un sentimiento de lealtad y pertenencia, fortalecida por el uso de los símbolos patrios, los íconos y los himnos de la rutina escolar. La historia académica ofrece un saber institucionalizado dentro de las ciencias sociales, el cual nace y se constituye en función de los estados nacionales, a los que aporta la garantía de legitimidad del pasado común que da lugar al desarrollo de la identidad. Por último, la historia cotidiana significa de modo informal parte del “saber enseñado” y parte del “saber sabio”, y lo utiliza para interpretar el presente en clave de “actualidad”.
El pasado, un país extraño. De la fiabilidad en el uso de las fuentes, huellas o evidencias que emplea el historiador para reconstruir el pasado, con arreglo de cualquiera de esos tres modelos, dependerá la percepción que tendrán los estudiantes al entrar en contacto con el pasado, “ese país extraño”, como lo denominó el historiador David Lowenthal. En cuanto se refiere a la independencia nacional y la manera en que ésta es abordada por los autores de historias para uso escolar, debe tenerse presente que todo cuanto el estudiante aprende en el aula está supeditado a un contenido específico diseñado por expertos en currículos educativos quienes, mediante lo que se conoce como transposición didáctica, de manera selectiva y de acuerdo con sus perspectivas ideológicas adaptan narraciones, relatos, sobre personajes y acontecimientos para ser destinados a la enseñanza de la historia patria. Una breve revisión de varios textos de historia patria o escolar nos permitirá forjarnos una clara idea de cuáles contenidos y conceptos aprendieron y asimilaron diversas generaciones de dominicanos acerca de la independencia nacional y del pensamiento político de Juan Pablo Duarte. Continuaré desarrollando este tema…