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Julia Alvarez: Puentes hacia la patria interior Cruzando por encima de los mares lingüísticos y de los límites de las palabras

Written by Debate Plural

Chiqui Vicioso (Hoy, 25-11-17)

En 1985, la poeta boricua Luz María Umpierre descubrió en un puesto de libros de una estación de tren de la calle 34 en Nueva York la edición de 1984 de la Serie de poesía de Grove Press, de “HOMECOMING. Dos cosas le llamaron la atención: que la poeta era dominicana y que en el prefacio del libro había una frase de Czeslaw Milosz, afirmando que el lenguaje es la única patria.
De ahí a la lectura de los poemas y de estos al deslumbramiento fue solo un paso y, feliz, llamó a Daisy Cocco para informarle sobre el hallazgo y pedirle que ubicáramos a Julia. Daisy comenzó a investigar y descubrió que Julia había nacido en Nueva York, pero había emigrado de meses a Santo Domingo. Era hija de una familia de la alta burguesía santiaguera, estudiado en la Abbott Academy, en Middlebury College y en la Universidad de Syracuse.
Además, Julia había sido la única dominicana que (1984-85), había recibido algunos de los premios literarios más importantes de Estados Unidos: The American Academy Poetry Prize; The Lenny McKean Moore Visiting Lecturship in Creative Writing de George Washington University, y la beca del Bread Loaf Writers’ Conference.
En uno de mis viajes, en 1986, para participar en un evento sobre Mujeres Escritoras del Caribe, en el Centro de Estudios de Doctorado de la Universidad de Nueva York, Daisy me habló de esa poeta dominicana cuya poesía la maravillaba y acordamos aprovechar el evento en CUNY para ubicarla (Julia enseñaba en el Departamento de Inglés de la Universidad de Illinois), e invitarla al coloquio, previo encuentro conmigo, un cedazo para su entrada a nuestro círculo.
Nos citamos en una cafetería y unas horas más tarde llamé a Daisy para informarle que la poesía de Julia no le hacía justicia al candor, asombrosa y aparente fragilidad de la poeta. Y esto se debía a que la Julia erudita y académica en inglés; la poeta extraordinaria en esa lengua, era una dominicana cuyo español estaba detenido en los diez años, edad que tenía cuando salió del país, influenciado por Gladys, una niñera joven, aspirante a cantante, con quien Julia compartió los días de su infancia y a quien ha incluido como personaje de varios de sus cuentos y poemas en el libro “El otro lado”, donde (traduzco) Julia se permitió dejar aflorar su nostalgia:

“Gladys…
Herida por tu ausencia
Caminé la casa inmaculada
Ahora silente sin tu canto
Tirando los cajones al piso
Ensuciando los vidrios brillantes
…En mi gavetero
Desaté todas las medias
Y descordoné todos mis zapatos
Tú había dejado el mundo en orden
Con tu canto de cisne
Habías limpiado la casa
Tranquilamente
Desordenándolo todo
Yo trataba de destruir esta perfección
Para atraerte de nuevo a lo que habías creado”.
Lo que Julia no pudo decirnos en español lo dijeron sus poemas, entre ellos US (Nosotros), uno de primero que publica, y traduzco:
“Soy muy blanca
Para quejarme por mi gente
Muy marrón
Para pasar por blanca
Demasiada americana
Para cambiar
Y no lo suficiente
Para intentarlo
Demasiado bajita
Para menospreciarme
Demasiado alta
Par a pasar por niña
Y esconderme
Detrás de una vocecita
O de una sonrisita de caramelo
De a centavo
Demasiado flaca
¿Muchacha no te alimentan por allá?
Demasiado inteligente
Demasiado trabajadora
Para ser un genio
Demasiado humana
Par escapar
Tratando de ser algo
Que no es
Demasiado de nada
Y suficiente de mí”…

Esta primera mano extendida y luego los primeros tres cuentos que me hizo llegar, el 21 de febrero de 1987 (tengo el hábito de guardar la cartas), fueron el preludio de lo que habría de convertirse en la primera novela de Julia: “Cómo las Muchachas García perdieron el Acento”, novela que, en 1991, le ganó el Premio Penn Oakland-Josephine Miles y no pocos dolores de cabeza en un país acostumbrado a confundir la ficción con la realidad.
“Cómo las Muchachas García perdieron el acento” habría de dar a conocer a Julia a nivel nacional en USA, y sentaría las bases para el puente con este país, que hasta entonces solo había comenzado a construir con su poesía.

Habiendo hecho las paces con las obsesiones de su infancia y adolescencia (la perdida de la amistad con Gladys, o las fiestas de su familia donde los trabajadores eran testigos de una desconocida y dolorosa abundancia); Julia emprendió un camino más difícil: el del reencuentro con su país y para hacerlo entendió claramente que debía intentarlo a través de sus mujeres, esa mitad de la dominicanidad que da a la luz la otra mitad.

¿Por dónde comenzar? La historia de su padre como exiliado de la dictadura Trujillista le aportó las primeras luces que la guiaron hacia las Hermanas Mirabal. Comenzaron entonces sus conversaciones y apuntes. Lo demás es historia conocida: Sus entrevistas con Dedé; sus viajes a Salcedo; su devoción por la Virgen de la Altagracia; las dudas políticas de Julia; el temor de que se interpretara como historia real lo que era ficción y alguien se ofendiera. Procesos por los que pasa toda mujer escritora frente al acto de creación y que solo su círculo más cercano comparte.
“En el Tiempo de las Mariposas” le ganó a Julia, en 1995, el Premio Nacional de Críticos de Libros en US, pero más que este premio le ganó el corazón nacional. Le otorgó la ciudadanía dominicana. También le otorgó el poder de hacer que renacieran en Dinamarca, Alemania, Holanda y otros países europeos (donde se han traducido sus novelas) no solo las Mirabal sino todas las mujeres dominicanas que habitan en su isla interior.

Con sus dos novelas: “Cómo las Muchachas García perdieron el acento” y “En el tiempo de las Mariposas”, Julia (sin proponérselo) estaba escribiendo un muestrario de la mujeres dominicanas. Comenzando con el segmento que emigra y educa fuera, y prosiguiendo con la generación heroica de los años cincuenta.
Para completar lo que sería una trilogía de novelas sobre mujeres dominicanas, faltaba trabajar la generación de comienzos de siglo, donde originó la mayoría de las pioneras de la educación y emancipación de mujeres y de la cual Salomé Ureña es un paradigma. Así estaríamos seguras de que Salomé tampoco se quedara aprisionada en las antologías locales de poesía, en los libros de historia, o el pequeñísimo espacio que dedica el Diccionario Larousse a los grandes escritores de América. De esa necesidad de contarnos nació “En el nombre de Salomé”, libro al cual dedicaré otra entrega.

Es en este viaje de Julia hacia su palabra, hacia su Patria interior, donde surge su reencuentro con la Julia emigrante, en un poema títulado “El otro lado”, que publicó en julio de 1995, descrito por el Book Review del New York Times como “poderoso”, porque “captura las experiencias en los bordes de una nueva dominicanidad, la emigrante, donde el pasado aún no es memoria y el futuro es todavía un sueño ansioso”.

¡Por fin! Los puentes construidos por Julia Alvarez hacia la patria interior se cruzaban por encima de los mares lingüísticos; de los límites de las palabras. Vigas invisibles los sostenían, indestructibles en su perennidad, frente a la innata pequeñez de las islas: los maravillosos puentes de la escritura.

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