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Agonía y muerte del Libertador

Written by Debate Plural
José Alfredo Rizek Billini (Listin, 16-12-12)

En los finales del mes de mayo de 1830, bajaba por el río Magdalena de una rústica embarcación llamada Champanes, que en estos tiempos comunicaba la costa atlántica con las planicies granadinas, este hombre de baja estatura, delgado y tez morena.

Con movimientos rápidos, reveladores de su temperamento nervioso y fuerte, pero delatores de un cuerpo que denotaba el agotamiento del músculo y del espíritu.

En la pupila negra y grande había esos fulgores que convierten en rayo la mirada de los que dominan el genio; pero su ancho párpado que revelaba la pupila bajo la ceja arqueada y extensa daba un semblante al viajero de una expresión de tristeza vaga y profunda.

El rostro vigoroso, con las sienes hundidas hacía resaltar su frente -la de un joven prematuramente envejecido.

El viajero era en efecto un hombre cuya existencia de menos de medio siglo se había concentrado en el juego, la acción y las emociones que solo encuentran los hombres que son los protagonistas de la historia. Conoció desde la infancia el Fausto que dan los linajes esclarecidos.

Coronó con una boda feliz sus ilusiones juveniles para pasar al cabo de un año la pena de perder a la esposa ideal. Gran peregrino por las capitales del mundo, se permitió un refi nado sibaritismo y mirar un boato de glorifi caciones futuras. Se codeó con los poderosos y grandes de la tierra; fue amigo de Reyes y de sabios. Conoció la angustia de las derrotas y saboreó las bondades del triunfo.

Tuvo amigos que lo idolatraron y compañeros que lo traicionaron. Tuvo su vida amenazada por las balas de los ejércitos enemigos y por el puñal de los asesinos.

Realizó una creación política grandiosa que vio desmoronarse por la desunión y las ambiciones.

Aquel viajero melancólico era Simón Bolívar, creador de Colombia, libertador del Perú, Venezuela, Ecuador y fundador de Bolivia. La incertidumbre lo invadía y deseaba marcharse a Europa, pero carecía de los recursos para mantenerse en el viejo continente, solo de fortuna le quedaban las minas y tierras del señorío de Aroa, el cual temía perder en los tribunales.

El congreso le había otorgado una pensión de 30,000 pesos anuales y los sueldos de primer magistrado el Colombia y Perú nunca fueron sufi ciente. Su desprendimiento no le permitió acumular fortuna.

Su visión unitaria
Este hombre que pudo disponer de la renta de cinco países, expresaba su deseo de salir de Colombia: “Estoy decidido a no volver más, ni a servir otra vez a mis ingratos compatriotas’’, escribía con gran pesar; ya no iría a Europa, ni siquiera a las Antillas.

El destino había decretado que no saliera de Colombia.

Después de su separación de las funciones públicas, varios de sus prosélitos comenzaron a desobedecer y pronunciarse contra el orden constitucional, mientras Bolívar les aconsejaba a sus amigos la obediencia al gobierno constitucional y a su llegada a Turbaco persuadió a los cabecillas del movimiento boliviano en la costa a que se sometieran al gobierno legítimo.

El 24 de junio de 1830 llegó Bolívar a Cartagena de Indias dispuesto a embarcarse en una fragata inglesa para Europa.

Pero dado su estado de deterioro físico el general Montilla le expresó: “A donde vais, señor, con unos seis mil u ocho mil pesos que os quedan?’’ Bolívar se mostró irreductible y ordenó a los suyos embarcar su equipaje, así le obedecieron sus criados.

El libertador esperaba la fragata de guerra Shannon; el capitán le mostró gran hospitalidad, pero como el barco volvería a la Guaira, El Libertador decide esperar su regreso para embarcarse.

Alquila una casa modesta al pie de la fortaleza de La Popa, para no ocuparse de los asuntos políticos, emprender el viaje como remedio a sus padecimientos físicos, mas le estarían reservados mayores angustias y dolores.

En la noche del 1ro. de julio, el general Montilla le llevó la noticia del asesinato del general José Antonio Sucre, su lugarteniente más querido, el probo y vistoso mariscal de Ayacucho. Tras el golpe, Bolívar enmudeció por la consternación, luego pidió a sus amigos que le dejaran solo y hasta altas horas de la noche se paseaba en el patio a pesar de la fi ebre que lo consumiría hasta su fi nal.

Recibe la comunicación del presidente de Mosquera en que Venezuela reclamaba a Colombia la salida del libertador de su territorio, puesto que el congreso de Valencia veía en Simón Bolívar el origen de todos sus males .

Con una situación de máxima precariedad económica vendió sus alhajas, caballos y todo lo que podía desprender- se, pero el sentido del humanismo mermó esas entradas ya que sus manos de ayuda las cedía a todo aquel que le solicitaba una ayuda cordial.

Ser solidario
Sus armas y hasta su propia ropa solía regalar expresando: “Quisiera tener una fortuna que dar a cada colombiano’’. En Cartagena se consumió rápidamente el dinero que trajo Bolívar de Bogotá.

Con gran estrechez, con los sinsabores de sus enemigos, los padecimientos y a instancia de sus amigos que le encarecían desistir de su viaje, Bolívar, siempre deseoso de emprenderlo y aun vacilante a la llegada de la fragata acabó por decidirse: “Tienen ustedes razón, nobles amigos míos”, les dijo, “por mi voluntad estaba resuelto a irme; echado, no debo hacerlo por el honor mismo de Colombia, por el honor de Venezuela.

Además me siento morir, mi plazo se cumple, Dios me llama, tengo que prepararme a darle cuenta y una cuenta terrible, como ha sido terrible la agitación de mi vida y quiero exhalar mi último suspiro en los brazos de mis antiguos compañeros, rodeado de sacerdotes cristianos de mi país y con el crucifi jo en las manos, no me iré”.

Entretanto, las pasiones políticas se acentuaban, la revuelta de los generales Florencio Jiménez, Justo Briceño, la actitud de José Domingo Espinal separaba a Colombia del Istmo de Panamá y decidía no incorporarlo mientras no se lo ordenaba el libertador.

La anarquía se apoderaba de la situación y el General Urdaneta despachó sin demora una comisión a Cartagena para ofrecer al libertador el mando supremo.

Este hombre despojado del poder, exento de fortuna y tachado de ambicioso, a quien sus enemigos habían querido quitarle la vida, se le ofrecía nuevamente el poder. Un poder expuesto en su forma pero poder al fin.

Temeroso de que desarrollase la anarquía, le escribe al General Urdaneta “como ciudadano y como soldado hasta tanto que una elección constitucional diera a la patria un cuerpo legislativo y nuevos magistrados”, instándolo a marchar a Bogotá.

Dentro de este estado de cosas, los síntomas del mal que minaban su organismo arreciaban, unidos al descuido del paciente que no había buscado tratamiento médico.

El subir las escaleras le producía mareo, el calor y la humedad le oprimían las fuerzas para mantenerse en pie.

En carta al General Paris le escribía: “Adiós, mi querido General no puedo dictar más; los accesos de tos me ahogan, apenas me quedan fuerzas para soportar los últimos días que me quedan de mortifi cación”.

A mediados de octubre decide embarcarse a Santa Marta, necesitando ser llevado en silla de ruedas.

En Santa Marta es donde irremediablemente tarde se encuentra con un joven médico francés, Alexandro Próspero Reverend, antiguo bonapartista quien le aplica los auxilios de la ciencia. Sin embargo, la tos, el insomnio, el desgano se intensifi caban y revelaban los estragos de la enfermedad.

Un día se hallaba el libertador solo con su médico y de repente, le pregunto: – Y usted, ¿qué vino a buscar por estas tierras? – La libertad, respondió Reverend .

– ¿Y usted la encontró? – Sí, mi General.

– Usted es más afortunado que yo, pues todavía no la he encontrado.

En otra ocasión Reverend leía unos periódicos mientras el enfermo reposaba.

– ¿Qué usted está leyendo? – Noticias de Francia, mi General.

– Serán acaso referentes a la Revolución de Julio? – Sí señor.

– ¿Gustaría usted ir a Francia? – De todo corazón.

– Pues bien, póngame usted bueno doctor e iremos juntos a Francia. Es un bello país que además de la tranquilidad que tanto necesita mi espíritu, me ofrece comodidades apropiadas para que yo descanse de esta vida de soldado, que llevo hace tanto tiempo.

El 10 de diciembre las escenas conmovedoras en que el libertador se despedía de este mundo y se prepara para entrar al otro.

El Dr. Reverend le aplica un tratamiento enérgico logrando despejarle el cerebro y convencido el libertador que se acerca su fi nal, pide a Montilla llamar al obispo Estévez para arreglar sus cosas.

La llegada del prelado le sorprende y expresa: “¿Qué es esto? ¿Estaré tan malo que se me habla de testamento y de confesarme?’’ El egregio doliente se resigna al decreto de los inexorables y, lleno de confi anza, hace testamento. Luego dicta su última proclama, ese documento inmortal cuyo llamamiento patético a la concordia resonará a través de los tiempos, como los truenos de un protesta moribunda ante la tragedia de la gran Colombia, despedazada por las luchas internas.

Se procedió a leer la proclama en alta voz para que el libertador la fi rmara. Al lado de sus más fi eles amigos, acompañando a héroe de América como en un tristísimo calvario estuvieron el obispo Estévez, los generales Montilla, Carreño, Silva; los coroneles Wilson, Paredes y Mier; el auditor de guerra Pérez de Recuero; el comandante Glen; el edecán Ibarra, el capitán Meléndez, el teniente Molina y el juez político Ujeta.

El escribano comienza la lectura, pero al llegar a la mitad del formidable documento la emoción inunda su garganta.

El auditor recuerda, toma el papel en sus manos, prosigue su lectura y resuenan las lúgubres y agonizantes palabreas.

“Sí al sepulcro… Es lo que me han proporcionado mis conciudadanos, pero los perdono.

Ojalá yo pueda llevar conmigo el consuelo de que permanezcan unidos”.

Desde el día 11 los síntomas de la enfermedad se agravan, cada vez más demacrado; llegado el mediodía del 17 de abril el pulso era casi insensible.

El Dr. Reverend dirige a sus generales edecanes y demás acompañante del moribundo.

“Si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del libertador, ya es tiempo”.

Tras una larga agonía, pero tranquila, a la una de la tarde del 17 de diciembre de 1830 el héroe inmortal de América entregó sus despojos mortales a la tierra, su alma al creador y sus glorias a la posteridad .

Obras consultadas e Investigadas
1- La muerte y los funerales del Libertador Por. A. Reverend

2- Resumen de Historia de Venezuela Por. Rafael María Baralt y Ramón Díaz

3- Historia Constitucional de Venezuela Por: J. Gil Fortoul

4- Psicopatología de Bolívar Por. D. Carbonell

5- El Libro de Oro de Bolívar Por. Cornelo Hispano

6- Autobiografía del General Jose Antonio Páez Tomo II

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