Marcio Veloz Maggiolo (Listin, 11-3-16)
En este artículo, articulo mejor que en otros, aparecidos en el Listin Diario, algunas de mis atenciones sobre la narrativa de Fray José de Acosta, notable cronista del siglo XVIII.
El relato del Padre Acosta al que nos referimos en articulo anterior fue enviado al Vaticano entre otros papeles de donde fue rescatado y donde se hace referencia al progenitor del personaje diciendo que el mismo era comerciante portugués, y que por lo tanto esta es la vía por la cual Bartolomé viene a dar con sus primeras experiencias en la isla de Santo Domingo en el último cuarto del siglo XVII, y ya en 1572, llegando a Lima, Perú, donde según el padre Acosta conoce al personaje cuya historia relata con atisbos novelísticos. Hecho que algunos consideran en parte imaginarios y otros dan como ciertos del todo.
Vamos a referirnos ahora a lo que son las experiencias de Bartolomé Lorenzo en la isla de Santo Domingo y luego en Jamaica, su última escala antillana.
En llegando a la isla Española, y recalando en las costas de Montecristi, villa entonces de mucha importancia, donde el contrabando era uno de los más importantes menesteres tuvo el mismo sus primeras experiencias. El occidente de la isla era lugar bien conocido, por el trasiego del contrabando, y allí adquiere experiencias fundamentales para su permanencia en La Española.
La incipiente vida criolla, en la cual predomina la montería heredada del bucanerismo, es una de las mismas. Pero antes hay que apuntar que el trayecto hacia la isla de Santo Domingo fue marcado por marejadas que casi hunden el buque, llegando el agua hasta sus rodillas.
La Peregrinación, al ser narrada, adquiere los dramáticos sabores de la aventura, y cada evento un matiz relacionado con uno de los puntos clave de la vida de Cristo.. La isla, en el relato, parece ser el punto básico para que el personaje acentúe, lo que el autor describe como una peregrinación de orden místico, hasta su llegada a Perú, a Lima, donde lo espera la congregación a la que pertenece,
Una de las escenas de notable realismo descriptivo se produce cuando al llegar a Montecristi es hecho prisionero junto a varios de sus compañeros por los piratas de tres buques franceses; nada dice de como la mercancía, que incluía negros comprados en Cabo Verde, (durante la última escala de la nave con destino a América), fue confiscada o tratada. Al parecer estos esclavos venían destinados a Santo Domingo. En esa etapa del viaje, que se convierte a veces en simbólico, percibe la presencia de una misteriosa mujer que lo protege, como si fuese una visión que desaparece luego. Arrom, al interpretar lo que era la llamada “peregrinación”, considera que la obra está llena de aventuras que se enfocan hacia su sentimiento católico, logrando por la interpretación de la mística conducta del personaje.
Llegado a Montecristi, donde su padre le habría ordenado quedarse para las acciones del intercambio de objetos europeos por cueros, Bartolomé viaja hacia el interior, a la urbe de La Vega Real, luego de haber malpasado aquellas aventuras con los piratas “luteranos” franceses al saberlo portugués y católico. En la ciudad de La Vega enfermaría de “calenturas” y puede decirse que allí se inician sus visiones, su fantasmagórico concepto del Nuevo Mundo. Bartolomé Lorenzo, siguiendo las ya lejanas instrucciones de su padre, pasa luego a la ciudad de Santo Domingo donde las calenturas volvieron a cebarse en él. “En esa enfermedad le dio Nuestro Señor aborrecimiento de hacienda y deseo de soledadÖ. Y ya convalecidoÖ.le cansaba el trato y el bullicio de la gente”. Nace entonces su deseo místico, oriundo del retiro forzado, el que se acrecienta.
Lorenzo habla entonces de sus actividades en las cacerías de puercos cimarrones cundo armado con desjarretadera y cuchillo, reposando recostado sobre el tronco de un árbol, vino a darse cuenta que era este una inmensa serpiente, pero antes el Señor le había librado de la persecución de un toro salvaje. Un paisaje que hace referencia la vida montaraz empalma con la época en la que la sociedad hatera estaba en desarrollo pleno. Con narraciones de este tipo, en las cuales la exageración marca muchas de las aventuras, Lorenzo, personaje, entra en el camino de la imaginación que se basa en la exagerada visión de otro mundo, el que inventa para hacer más atractiva su aventura. Una manera de muchos posteriores narradores de exagerar los hechos tratados con una visión hiperbólica, común a la sorpresa que pretenden estimular.
Un poco al estilo del cronista Fernández de Oviedo, habla de los cultivos y frutales del centro de la isla. El y su compañero, que sería así como un guía criollo, anduvieron perdidos por los cerros y valles de la isla Española durante seis meses. Teniendo noticias de que los oidores tenían avisos de que unos portugueses habían llegado sin permiso a la isla y estaban prófugos, fue cundo decidió irse a La Yaguana, villa entonces importante por su libre comercio e ilegal trafico marino, de donde enfermo, pasa a Jamaica rescatado por un navío que lo transportó y donde encontró la ayuda necesaria para embarcarse hacia el Perú, su destino final como aspirante a sacerdote jesuita.
El relato, por sus anotaciones de su paso al través de La Española, permite una visión novelada que apunta no solo hacia la aventura marcada por una imaginación desbordada, sino también hacia el conocimiento de un ambiente mestizado, donde las experiencias se basan en el entorno del casi novicio que espera llegar ansiosamente al Perú y unirse a los jesuitas en aquel país. Las más destacables experiencias del personaje que pudieran ser parte de la imaginación, son antillanas.
Escrita en Lima, la Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, plena de experiencias isleñas, es por haber sido confeccionada en Perú, considerada por José Juan Arrom, el primer relato peruano, con el que el Padre José de Acosta asienta las bases de una nueva narrativa americana repleta de momentos maravillosos. Apuntando su recorrido y por su prosa grandilocuente a veces, Arrom considera La Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, un relato de la América colonial con ínfulas místicas, representativas de las estancias de alguien que considera las mismas como puntos claves que acendradamente influyen, como símbolos de su vocación, en su decisión de confirmarse con el sacerdocio. Por ello en la presentación de la obra el conocido critico peruano Antonio Cornejo Polar afirma, sin ambages, que en el texto resaltado por Arrom y por otros investigadores, se percibe como fundamental, la importancia de un “protagonista” con que se “recupera la condición novelesca” apartándose de las tantas novelas de Caballería y permitiéndonos entrar en un texto opositor de las mismas, produciendo un argumento anterior en Perú a los de El Lazarillo de Ciegos Caminantes 1773, o “las narraciones de Pedro de Olavide, 1828, “las que también han merecido en ocasiones el calificativo de novelas” y a otras narraciones americanas.
En próxima entrega me referiré a otra concepción algo contradictoria de lo expresado por Arrom, al analizar el texto de Fray y José Acosta en el que aparentemente acepta como cierta la aventura del narrador la cual sin embargo, por su alto nivel de imaginación y exageraciones, es considerada por el gran ensayista cubano, como perteneciente al género narrativo, calificándola de novela.