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Mujeres dominicanas atormentadas Leonor Feltz: (III)

Written by Debate Plural

Diógenes Céspedes (Hoy, 10-12-16)

V

Salvo error de mi parte, la primera carta de Leonor Feltz (LF) a Pedro Henríquez Ureña (PHU), ahora residente en Nueva York, está fechada en Santo Domingo el 19 de febrero de 1901, en respuesta a la que le envió el joven intelectual en embrión. Ella le dice estar muy complacida con esta correspondencia, pero le advierte:«… aunque yo deje de escribirte alguna vez, tú debes hacerlo siempre, convencido de que me causará un gran placer.» ((Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, p. 63).

El contexto implícito de esta misiva significa que LF y PHU se reunieron antes de que él se marchara a NY y convinieron seguir las relaciones de madre sustituta y mentora intelectual del joven hijo de Salomé Ureña, pero la advertencia tiene que ver, probablemente, con las múltiples ocupaciones de la maestra para enfrentar la sobrevivencia suya, de su hermana Clementina y su madre Margarita y que va, desde la responsabilidad de maestra de escuela, luego directora de la escuela primaria “Padre Billini” y de las compras diarias o interdiarias de frutas para abastecer a los clientes de su ventorrillo, descrito por Eduardo Matos Díaz y R. A. Font Bernard, como se vio en una crónica anterior.

En sus Memorias (p. 38), PHU dice que para 1896 había decidido leer más obras teatrales que verlas en escena en el teatro La Republicana, donde acudía junto a sus hermanos y las hermanas Feltz. Quizá las últimas representaciones que vieron juntos fueron las escenificadas por la Compañía de Variedades de Manolo Lapresa y la de Luisa Martínez Casado, que siempre montaba obras como Mar i cielo Tierra baja, María Rosa y María del Carmen. Es de Mar i cielo que le comenta Leonor en esta primera carta a PHU el montaje de esa obra:«Apenas hai aquí nada nuevo de qué hablarte. Hemos leído poco, i a excepción de Mar i cielo, todo lo demás es conocido o enviado por ti.» (BVega, 64).

Instalado el gobierno de Juan Isidro Jimenes en 1900, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores de aquel gobierno y de paso para Europa a cumplir una misión relacionada con la deuda externa del país, el padre de los Henríquez-Ureña, decidió enviar a Frank y Pedro a Nueva York para que siguieran sus estudios y aprendieran el inglés. Salieron de Santo Domingo el 16 de enero de 1901 y llegaron a la gran urbe el 30 de enero de ese año.

A partir de esta fecha ya el Pedro que conocieron en Santo Domingo todos sus amigos, amigas y familiares no será jamás el mismo. Su formación intelectual y cultural, adquirida a base de inteligencia y trabajo tesonero, dejará atrás a aquellos intelectuales que se quedaron vegetando en la muy noble y muy leal, de apariencia conventual, entregada al desorden, la guerra civil y el chismorreo y que la desoladora carta de LF describe muy bien y, a la vez, nos revela lo limitado de aquel mundillo y sus gustos literarios y culturales provincianos. LF se refiere a las obras montadas por la Compañía de Luisa Martínez Casado, la que PHU dejó atrás para consagrarse más a la lectura literaria que a la producción, hecho que contribuyó decisivamente a formar su “gusto literario”, mientras que el de las Feltz y los miembros del salón Goncourt languidecía.
A este respecto dice LF:«Mar i cielo es la obra que ha puesto en escena la Compañía en ambas temporadas [la ortografía de LF es la de Bello, la que PHU abandonará, según confiesa, en 1903, DC]. No es la tragedia clásica, encerrada en los soberbios moldes de la escuela antigua, pero es un drama trágico de hermosura encantadora. Lo leímos primero en concurso de los de la “selecta reunión” i luego lo vimos en escena.

Es magistral [,] Luisa [Martínez Casado] nos hizo una Blanca sublime [,] González hizo el Said de la tragedia. Su trabajo fue bueno [,] pero él no puede presentarnos el héroe de quimera como nos lo sugirió la lectura, en todas sus fases, las múltiples manifestaciones de un alma grande, noble, ruda, apasionada. González, luce mucho cuando copia un solo aspecto del carácter [,] entonces descuella como en el Pepe Cruz de Galdós. Tuvimos ocasión de ver por segunda vez a María del Carmen, i como siempre me ha acontecido, tuve que reconocer que tenías razón cuando afirmabas que es de lo mejor, en su género. Es tal vez la más perfecta i armoniosa en conjunto por lo sostenido de sus caracteres i por el realismo de sus escenas; aunque sea menos brillante que María Rosa i de menos efecto que Tierra Baja.» (BVega, 64).

Por supuesto, estas obras citadas por LF, así como los autores que leían ella y PHU antes de este marcharse a Nueva York indican que, con excepción de Manuel Díaz Rodríguez, venezolano, autor de buenos cuentos, pero quizá no tan poeta y dramaturgo al nivel de los que PHU comenzará a leer ávidamente en la urbe americana, aquellos autores hispanoamericanos y españoles, que al parecer se tenían como celebridades en aquel sin de siglo XIX, no alcanzaron luego la estatura de los Galdós, D’Annunzio, Shakespeare, Tolstoi e Ibsen, estos últimos devorados por el futuro crítico.

Si PHU afirma que LF es la mujer más culta del Santo Domingo de aquella época, el fragmento donde muestra su garra analítica está mal puntuado, salvo que no sean erratas las faltas de comas donde deben ir y las palabras con acentos mal colocados, quizá también erratas del transcriptor de la carta manuscrita. En cuanto al juicio crítico, es el propio de la estética y los gustos estilísticos de la época, sin ningún efecto sobre la valoración literario de las obras comentadas.

Ese juicio hiperbólico de PHU con respecto a su madre sustituta es una transferencia del amor que le profesó a su madre Salomé y que en joven de diecisiete años es normal que tienda a sobreestimar y sacralizar tal figura maternal, tal como hace la mayoría de los alumnos de una profesora inteligente.

Pero como se revela en los juicios sobre PHU y la solicitud que le extiende, LF es quien admira y respeta la figura filial del futuro crítico: «Estoi haciéndome de algún tiempo para dedicarlo a la lectura, i entonces te hablaré de lo que lea i me guste. Siempre que halles algo notable, mándalo. Además, quiero que siempre me des tu opinión sobre lo que leas ó admires, que para mí tiene gran valor (… tus juicios siempre rectos i acertados sobre cualquiera cuestión i por hábito ya, me complazco en suponer lo que pensarías tú en tal ó cual circunstancia.» (BVega, 64).

VI

Tal como Leonor Feltz (LF) se lo solicitó a Pedro Henríquez Ureña (PHU)en la primera carta del 19 de febrero de 1901, en la que le remite el 8 de abril de ese mismo año se refiere –una especie de acuse de recibo– a la lectura que ha hecho de los libros que el joven discípulo, estante en Nueva York, le ha enviado a la madre sustituta: «Poe ‘el New York’ no pude escribirte pues estaba mui ocupada con las costuras de la Santa Semana.»(Bernardo Vega. Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2015, p. 65).

Esta primera frase libera una información adicional sobre la vida cotidiana de LF. Aparte del negocio del ventorrillo y la docencia en la escuela primaria, también se dedicaba a la costura como medio de vida complementario. Son todas esas ocupaciones, indispensables para el mantenimiento de la familia, las que le restarán tiempo para la lectura y la escritura y provocarán que abandone poco a poco el gusto por la literatura: «Una vez pasado el exceso de trabajo, reanudo mis lecturas. Hasta ahora he leído poco: lo que mandaste de Ibsen i de D’Annunzio, la Dama del mar, El enemigo del pueblo, Ídolos rotosí. La rosa de la tarde que aún no he terminado.» (BVega, 65).

El editor aclara que de estas obras citadas por LF, Ídolos rotos es de Manuel Díaz Rodríguez y Las rosas de la tarde de José María Vargas Vila y el resto pertenece a D’Annunzio, nombre que por cierto no ha sido bien escrito por la maestra y tampoco coloca ella coma delante de tarde, aunque habría que examinar la carta original para saber si son faltas atribuibles a ella.

Cuando LF le comenta a PHU la obra Vírgenes de la roca, de D’Annunzio, basada en el cuadro de Leonardo da Vinci, los términos que usa la corresponsal son los de la estilística del sigloXIX: «Para mí tiene ese poema un encanto i una poesía indefinibles (sic) que lo hacen adorable.» (BVega, 65). Todas las reflexiones sobre obras leídas por LF tendrán este sello subjetivista. Solo interesan, para un estudio del gusto literario a finales del siglo XIX y principio del XX, los títulos de las obras.

LF comenta la novela de Díaz Rodríguez: «Ídolos rotos» es una novela conceptuada por Tumeta (sic) como la mejor novela americana. En mi concepto, como novela, son superiores otras: La charca, por ejemplo [novela del boricua Manuel Zeno Gandía, DC]. Hai en ella, sin embargo, una pintura majistral del medio, de ese medio que tanto es Venezuela, como Santo Domingo, como la mayor parte de los países hispano-americanos.»(BVega, 66) El Tumeta con sic del editor, es Zumeta.

Dos datos más, importantes para la historia literaria: el primero, la solicitud de LF a PGU para que le envíe alguna colaboración para la Revista, sin especificar cuál, pues el contexto entre ambos provee la información, que sin duda es la Revista Letras y Ciencias, dirigida por el tío de PHU, don Fed y para la que colabora, también con artículos y trabajo, la maestra. La otra es la información que LF le ofrece a PHU sobre la evolución del salón Goncourt: «Tulio [Manuel Cestero, DC] se ha agregado á los contertulios i nos visita con frecuencia. Me dice que te escribe i me complacer ver que hace de ti merecida apreciación» Durante la primera ocupación militar norteamericana al país, Cestero, autor de La sangre, será uno de los brazos derechos de Francisco Henríquez y Carvajal, junto a Fabio Fiallo, de la lucha nacionalista. Pero todo ese fervor se desvanecerá a partir del 16 de agosto de 1930.

Más interesante que las dos misivas anteriores a PHU, resulta esta tercera, porque libera una faceta de la personalidad de LF que, como mujer muy atormentada y pesimista, incluso me atrevo a adelantar, por el semantismo de su discurso epistolar, depresiva, nos brinda ella, al hacerle a su alumno predilecto, la siguiente confesión: «Consecuente en [con, DC] mi manía de aplazarlo todo mientras tengo delante algún tiempo, dejo para última hora tus cartas. De ahí que ellas, de suyo pobres é insulsas, resulten por la premura del tiempo más cortas i aún vacías.» (BVega, 76). Este final es una manifestación clara de auto desvalorización ante un imberbe a quien considera superior. Mal pronóstico para LF.

¿Qué significa ser postergador o postergadora? ¿Se capta bien la expresión que vengo escuchando desde la segunda mitad del siglo XX y los años que van de este en el sentido de que el dominicano lo deja todo para último momento? El dominicano, no; la abrumadora mayoría. ¿Ser postergador o postergadora [procastinator, DC] es un rasgo de la sicología de esa abrumadora mayoría de dominicanos? Según los sicólogos y siquiatras, sí. Pero principalmente de quienes tienen una personalidad soñadora, rebelde o reactiva. Un promotor, con o sin ética, un persistente o un trabajólico difícilmente dejan para después lo que tienen que hacer a su hora. El postergar conduce casi siempre a la obtención de malos resultados. Como los que obtendrá LF en la vida.

Para los postergadores, la vida no es urgente. Obran a su aire. Exigen a los demás lo que no se exigen a sí mismos: «Tus cartas, por el contrario[,] me complacen en extremo (…) Veo reflejado en ellas tu espíritu sereno i elevado, tal como lo he juzgado siempre. No tienes el derecho de privarme de ellas; i exijo en gracia de la amistad que[,] aunque yo deje por cualquiera circunstancia de escribirte, no te desligues de ese deber que te impone mi cariño.» (BVega, 68).
Luego de comentarle a PHU su opinión sobre distintas obras que ha leído, añade varios datos literarios interesantes y uno sobre su carácter, un tanto esbozado supra:«Recuerda que yo soi impresionable i que me enamoro apasionadamente de ciertas obras.» (BVega, 68).

Esta información significa quizá que comienza a despertar entre los escritores la manía de publicar obras como ideología del mérito para acceder a posiciones burocráticas en un Estado de incipiente capitalismo y donde los intelectuales sienten que ya principia a resquebrajarse su estatuto social:«Por aquí ha entrado ahora el afán de publicar libros i se habla de unos cuantos en preparación. Hasta yo (…) voi á sorprenderte el mejor día con la publicación de un folleto (?)»

Finalmente, LF celebra el triunfo de Mercedes Mota en la Exposición Panamericana de Búfalo, Estados Unidos, donde pronunció un discurso sobre la situación de la mujer en su país, pero concluye con estas palabras, atormentada al fin y al cabo por la condición humana:«Ella acaba de probar que el propio esfuerzo i la buena voluntad se abren paso en todos los medios. Desgraciadamente mui pocas de nuestras mujeres harían lo que ella.» (BVega, 68-69).

Y LF, debido a su particular condición de mujer atormentada, se adhirió a la ideología de un feminismo al estilo del positivismo armónico aclimatado por Hostos en nuestro país y que Salomé Ureña practicó, pero que devino en feminismo paraoficial durante la dictadura de Trujillo.

 

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