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Una fría historia circular

Written by Debate Plural

Andres L. Mateo (Hoy, 14-12-11)

 

La nuestra es una fría historia circular en la que todo se repite, como si hacer política no pudiera ser otra cosa. La trabajosa telaraña en la que se ha enredado todo el atraso social de los dominicanos, recorriendo ya el siglo XXI, debe a los partidos políticos una cuota apreciable.

La nuestra es la tragedia infinita de sustituir las instituciones por las relaciones primarias, pervirtiendo y personalizando todos los actos de la vida pública. Y el nicho en el que estas deformaciones se han impuesto a la sociedad, es el de los partidos políticos.  Y para demostrarlo basta el tema de la corrupción. Los peledeístas difundieron  una esencia perredeísta corrupta, santiguándose con puras palabras del maleficio sobre el que saltaban después de veintidós años de corrupción de sus aliados reformistas.

Sólo que la realidad no es nunca tan rotunda, y en la estructura del pensamiento los axiomas totalizadores existen sólo como artificios. La realidad es múltiple, plural, nada es unívoco. Los partidos políticos no encarnan esencia, están constituidos por seres humanos que cargan sobre sus hombros  todas las urgencias de la vil podredumbre de la carne.    No hay una esencia perredeísta corrupta, ni existe una esencia peledeísta similar.  Lo que hay es la ausencia de instituciones sancionadoras. Hay seres humanos, paradigmas de la impunidad desplegándose en la sociedad como un cortejo vergonzante que se repite una y otra vez. El perredé tiene tantos ladrones potenciales como el múltiplo de los peledeístas que puedan ir a la cárcel.

La piel de la decepción en que nos hemos hundido como pueblo, después de las bellas metáforas que sobre sí mismos tejían los peledeístas, ilustra más que todo respecto del papel que han desempeñado los partidos, y que consiste en formalizar  el desorden social, sustituyendo a las instituciones. Hasta el punto de que todo el mundo dominicano de hoy es un teatro.  Y,  por cierto, un teatro de mala muerte, sin catarsis, porque no se castiga a los corruptos, y porque el público, desesperado y al borde de los asientos, teme ver diluida la trama en agua de borraja.

Si algo asombra a quienes estudian las ciencias sociales dominicana es la visión tan aldeana del Estado que se tiene, porque la ideología conchoprimesca subsiste íntegramente todavía. Lo que humilla es que la  instrumentalización vulgar de la riqueza pública sirva para financiar canallas que se disfrazan de “líderes” con los fondos del erario. Lo que subvierte es que, en la práctica, los partidos políticos se convierten en una gigantesca red de grandes y pequeñas complicidades.  Y es por eso que en la vida republicana la corrupción ha llegado a ser percibida como algo natural, sustentándose en la ideología patrimonialista del Estado que ha caracterizado a los partidos políticos.

Un comentarista radial, que además es vicesecretario general del PLD,  ha llegado a plantear que “la corrupción es necesaria en una determinada etapa del desarrollo”, y que es “parte de la condición humana”. Pero ambas cosas son la manifestación más descarada del nivel de perversión a que hemos llegado. Por su función de paradigma negativo estas teorías pervierten la comprensión diáfana entre hecho y valor.

La corrupción no es genética, es social; y asumir que es parte de la noción de desarrollo de un proyecto político es como darle categoría de estrategia de Estado al ejercicio de la corrupción, transfiriéndole la aureola de la legitimidad. Son los políticos quienes han fracasado en la aventura de organizar de otra manera la interactuación social. Es ante el gravísimo descalabro de toda contención ética que la corrupción se ha desplegado en nuestro país, y por su recurrencia histórica se ve como algo natural y propio de la condición humana.  Es lo que Hegel llamaba falsa conciencia, y que hoy conocemos como ideología.

Una fría historia circular en la que todo se repite, como si no se pudiera hacer política de otra manera.

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