Cultura Nacionales

La ciudad y la representación de las regiones en la narrativa dominicana

Miguel A. Fornerín (Hoy, 8-4-17)

 

La literatura dominicana es el relato dominante de la ciudad, en la ciudad y por la ciudad. Postulo que, a pesar de su origen regional, la literatura dominicana es predominantemente el relato del centro y el olvido de los pueblos. Ya hemos dicho que en obras primigenias como “El montero” (1856) de Pedro Francisco Bonó y “La fantasma de Higüey” (1857) de Guridi, el espacio que contiene el tiempo y el discurso narrativo es el de Higüey o el de Matancitas en San Francisco de Macorís. Mientras que en obras como “Enriquillo” y “Baní o Engracia y Antoñita” predominan la zona Sur del país. Sin embargo, es bueno significar la descripción de la Ciudad Colonial en la obra de Galván.

“El montero” ha sido vista más por la práctica de la montería que se acelera con las devastaciones de Osorio en el siglo XVII, que por el dejo romántico que liga nuestras letras fundacionales al movimiento de la literatura moderna. Los elementos populares que describe el joven Bonó, las fiestas con sus bailes de figuras, y el tiple como instrumento campesino, donde queda ausente el rabioso merengue que se comienza a referir en la década de 1850, hacen que en esta obra encontremos las prácticas campesinas dominantes en el Caribe hispano.

Mientras que Javier Angulo Guridi, quien vivió en la villa blasonada de Salvaleón de Higüey, recoge en “La fantasma…”, las tradiciones orales que debieron producir el ataque de piratas a la villa y a su famoso santuario, centro del peregrinar del país, y nos lo deja en el personaje del indio Tuizlo y el pirata (corsario) Henry Morán, tocando el mar con una referencia inédita a la isla Saona. El romanticismo buscó construir la particularidad de estas tierras a través de tradiciones, amores y la figura indígena, como se echa de ver en esta obra donde el Este comienza a participar de lo que será nuestro relato ficcional, entre lo histórico y lo popular.

La narrativa de Tulio M. Cestero tiene como escenario la ciudad en “La sangre” y las montoneras en “Sangre solar”, tema que también aparece en “Baní o Engracia y Antoñita”, como una preocupación del liberalismo frente a la montonera de las ínsulas interiores. Aspecto que de cierta manera encontramos en “Rufinito”, de García Godoy, y que tendrá su mejor perfil en “La Mañosa”, de Juan Bosch. Tanto Bosch como Godoy trabajan el Cibao como región literaria. En el caso de Bosch se valora el honor del campesino, desde su “Camino Real” (1933). El Cibao tendrá otras significaciones en la colección de cuentos “Cibao” (1952) de Tomás Hernández Franco y en la gran epopeya (“Compadre Mon”) de Manuel del Cabral.

En “Rufinito”, García Godoy trabaja la proclamación del general Juan pablo Duarte como candidato a presidir la Junta Central Gubernativa. La proclama trinitaria, realizada por el general Mella, desató la lucha de los hateros de Pedro Santana. La ciudad de la Vega (hoy día narrada en las novelas de Pedro Antonio Valdez y en los cuentos de Eugenio García Cuevas), se muestra con su tradicional sociedad de dones y casinos rancios que llamaron la atención del joven Juan Bosch, que utiliza sus recuerdos para mostrarnos la existencia de una aristocracia provinciana en “Trujillo, causa de una tiranía sin ejemplo” (1959). De la misma provincia, René Rodríguez Soriano nos muestra su nativa Constanza entre lucha foquista, resistencia, militares y concomitancias caribeñas, “La radio y otros boleros”.

La zona Sur del país tiene una importante representación en la literatura dominicana, su mejor expresión aparece en “Baní o Engracia y Antoñita”, en el Enriquillo de Galván con la lucha de los caciques Guarocuya y Tamayo en las montañas de esa zona, con una plasticidad que es difícil de olvidar. El Sur es espacio privilegiado en los cuentos de Sócrates Nolasco. Y también aparece en los cuentos de Marrero Aristy y es referida en “Over” a través de sus personajes. En “Los enemigos de la tierra”, de Requena, son Duvergé y Azua, aunque también aparecen las ciudades de Santo Domingo y San Pedro de Macorís. El Sur en la poesía de Andrés L. Mateo, Freddy Gastón Arce y en los cuentos de Néstor Caro, quien es un autor del Este que toma el Sur como escenario de sus narraciones. Esa región también es descrita en la novela “Guazábara”, de Hernández Acosta, y aparece, sin ser mencionada, en ciertos cuentos de Bosch, como en “La mujer”.

El Este, por otra parte, es la zona representada en la obra de Veloz Maggiolo como “La vida no tiene nombre”, o en “Ritos de Cabaret”, con Uvero Alto, de aldea pueblerina hoy convertido en centro hotelero. También se representa a La Romana y la desembocadura del río Soco en “Florbella”, (no debe pasarse por alto la representación de la línea en “El hombre del Acordeón” de Veloz Maggiolo, quien construye una épica del merengue y las vívidas descripciones de la zona en la literatura nacional). El Este tiene también la representación de la novela de la caña en “Cañas y bueyes” de Moscoso, quien plantea el problema de las tierras comuneras, como lo hace Mir en “Cuando amaban las tierras comuneras” y Manuel Amiama en “El terrateniente”, que se interna en Hato mayor del Rey.

Uno de los autores del Este que mejor ha trabajado esta zona es Frank Núñez con “La Brega” y “Adiós a la Bohemia”, otro de igual intensidad en este aspecto es Avelino Stanley con sus cuentos y las novelas “Equis” y “Tiempo muerto”, en la que trabaja el mundo de los cocolos. Una autora olvidada y recuperada por Giovanni Di Pietro, Ludín Lugo, trabaja la ciudad de San Pedro de Macorís. San Pedro es recuperado en la obra de Mir, “Cuando amaban las tierras comuneras” como la sociedad de la Danza de los millones y la presencia de los emigrantes puertorriqueños.

La Romana es descrita por Marrero Aristy al inicio de “Over”, cuando el personaje Daniel Comprés parece un ente existencial en la lucha contra el poder de su padre, la búsqueda del trabajo, luego se interna en los bateyes. El encuentro con el Central aparece en “Equis” de Avelino Stanley, los juegos de los niños, el central, la máquina, hacen que el lector rememore los tiempos de la caña de azúcar y el trabajo de los obreros dominicanos, haitianos y cocolos.

El Este es también el escenario de “Guanuma” de García Godoy en la lucha por la Restauración y la figura del dictador Pedro Santana, como muy cerca las novelas de Osiris Madera trabajan los espacios de Monte Plata, Santo Domingo y San Francisco de Macorís. Como lo realiza Ángel Garrido en “Génesis si acaso”, que describe y presenta la vida en el Valle de Sabana de la Mar y la presencia de Los Jinetes del Este comandados por el esbirro Félix W. Bernardino.

En fin, a pesar de que la literatura dominicana nace con una vocación de múltiples espacios y representa la diversidad en que se manifiesta la dominicanidad, el discurso literario intenta, cada vez más, presentarla como un discurso de la ciudad y para la ciudad de Santo Domingo.

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