Alex Jimenez (Primicias, 23-10-16)
Durante los siglos de mayor pobreza de la colonia española de Santo Domingo y también durante buena parte del periodo republicano, el lavado de oro fue una de las bases de la economía comunitaria dominicana en determinadas regiones, considera el doctor Frank Moya Pons en un nuevo libro sobre el oro dominicano.
El historiador resalta que “poca gente sabe o recuerda que sacar oro en bateas era una actividad que daba ocupación a muchísimas personas, casi siempre mujeres, pobres y no tan pobres, que dominaban la técnica y que producían hasta sus propias joyas pero que, sobre todo, aportaban fondos sustanciales al ingreso familiar”.
Moya Pons indica que después de haber examinado en detalle la historia de esa actividad durante los siglos XX y XX, se atreve a sugerir que el oro que sacaban con sus bateas las campesinas dominicanas funcionó durante décadas como el lubricante principal de la economía local y regional, en muchas partes del territorio nacional.
“Ese oro funcionaba entonces como una moneda no fiduciaria que facilitaba las operaciones de compra y venta en los pueblos y campos del país.
“Si esa función ha sido escasamente reconocida, pienso que ello se ha debido a la informalidad de su extracción y la discreción de su comercialización. La compra y venta de oro extraído en bateas era, y todavía es; una actividad poco visible pero muy intensa”, agrega.
Expone que aunque esta obra dedica muchas páginas a esa minería de aluvión, la narración no se detiene ahí, señalando que el redescubrimiento de las celebres minas de Cotuí, en 1947, abrió un nuevo capítulo en la historia del oro dominicano, el que llevó al gobierno de entonces a ordenar una evaluación a fondo de la cantidad de oro que podía existir en el llamado Pueblo Viejo de Cotuí.
Esos estudios, agrega Moya Pons, revelaron que el metal se encontraba en pequeñas cantidades incrustado en cuarzo aurífero como oro nativo, pero los mayores volúmenes estaban fundidos microscópicamente en piritas y blendas oxidadas y sulfuradas que debían ser procesadas utilizando costosos procedimientos físico químicos.
La última parte del libro de Moya Pons está dedicada a narrar cómo, sin que la minería artesanal desapareciera del todo, la República Dominicana volvió a ser un importante productor de oro, esta vez mediante la aplicación de procesos industriales en gran escala.
La obra contiene un amplio capítulo dedicado a mostrar el origen y evolución de la primera de las compañías que importaron las tecnologías necesarias para hacer posibles esas explotaciones industriales: La Rosario Dominicana, S: A, fundada por un consorcio minero estadounidense.
“Esta compañía tuvo una accidentada historia que culminó en su nacionalización por el Estado Dominicano. Durante los catorce años que estuvo en operación, la Rosario Dominicana se dedicó a explotar los yacimientos de óxidos en base a una tecnología de cianuración”, apunta.
Moya Pons profundiza señalando que la extinción de esos yacimientos obligó a cerrar esas operaciones dejando atrás un considerable pasivo ambiental que ha sido objeto de grandes debates y discusiones.
“En sus mejores tiempos la Rosario Dominicana llegó a producir más de 350, 000 onzas troy de oro anuales. Los yacimientos de la Rosario Dominicana fueron adquiridos por una compañía canadiense, la Placer Dome que, a su vez, fue comprada por otra empresa de Canadá, Barrick Gold”, indica.
Explica que en asociación con la compañía Goldcorp, de su misma nacionalidad, Barrick creó Pueblo Viejo Dominicana Corporation y desde 2013 esta empresa ha estado explotando los sulfuros con una nueva tecnología que permite extraer cerca de un millón de onzas troy de oro cada año.
Moya Pons se hace eco que tanto Rosario Dominicana como Barrick Gold enfrentaron fuertes movimientos de oposición de individuos y grupos nacionalistas e izquierdistas, así como de funcionarios estatales de distintas tendencias políticas, que cuestionaron sus concesiones y contratos.
“En el primer caso esas presiones desembocaron en la estatización de la Rosario Dominicana. En el Segundo, el resultado fue la revisión forzosa del contrato con Pueblo Viejo Dominicana Corporation para otorgar al Estado una mayor participación en los beneficios netos del negocio y una temprana entrega de los mismos”, apunta.
EL NUEVO LIBRO DE MOYA PONS
Fue puesto en circulación esta semana el Libro El Oro en la Historia Dominicana, de la autoría del doctor Frank Moya Pons.
La actividad se llevó a cabo en el Salón de Conferencias del Hotel JW Marriott, en la capital dominicana, donde el autor le comunicó a los presentes que se trata de un libro que cuenta una historia que comenzó hace más de quinientos años y que ha sido olvidada por los dominicanos, a pesar de que ha estado acompañándolos continuamente desde que Cristóbal Colón puso sus pies en la isla que bautizó con el nombre de Española.
Según Moya Pons, “ el oro, objeto de estudio de este libro, atrajo hacia América a miles de hombres y mujeres que soñaban hacerse ricos en un continente inexplotado que contenía imaginarias ciudades doradas gobernadas por reyes vestidos de oro que residían en grandes y lujosos palacios”.
Explica que en las Antillas los españoles tuvieron que esforzarse mucho para explotar yacimientos productivos que garantizaran su permanencia en estas tierras del “ Nuevo Mundo” y tuvieron la suerte, sin embargo, de descubrir temprano que los cursos fluviales más ricos en oro nacían en la Cordillera Central en la llamada Isla de Santo Domingo.
“Los más productivos de esos ríos vierten todavía sus aguas hacia el Norte, Este y Sur del territorio que ocupa la República Dominicana y, por ello, no es casualidad que las principales villas y ciudades creadas en los primeros años de la conquista estuvieran en la parte oriental de la isla y que los más importantes de esos centros poblados fueran levantados en las cercanías de las minas”, puntualiza Moya Pons en su libro.
Moya Pons enfatiza que continua y persiste una minería artesanal basada en el uso de bateas para lavar de arenas, cascajos y lodos auríferos, que por más de quinientos años ha sido una minería practicada de la misma manera que lo hacían los mineros españoles, a finales del siglo XV y principios del XV1.
El autor del libro agradece a todos quienes aportaron para hacerlo realidad, mencionando al historiador José Chez Checo, a su ayudante Yovanny Céspedes así como a otras personalidades.