Cultura Nacionales

El Caribe, entorno cultural de SD

Written by Debate Plural

Marcio Veloz Maggiolo (Listin, 27-1-17) 

 

Pero la veta de origen europeo se mezcla generando siempre el sincopado que caracteriza los ritmos caribeños. El zapateado español se percibe en la mangulina dominicana, las salves religiosas apuntan hacia el sistema monofónico de canto y respuesta que se nota en la música africana; la rumba cubana de origen ritual, tiene entre sus partes el llamado guaguancó, en el que la letra sigue la métrica hispana, (como en el merengue dominicano), y a veces el único acompañamiento al cantante es la percusión que marca el ritmo de fondo.

Cuando hablamos de El Caribe, debido a esa rica variedad, pensamos en una zona en la que la diversidades son un elemento clave, pero además, en la que las historias coloniales son comunes, las leyendas vienen de fuentes en las que se correlacionan creencias de varias procedencias, los antiguos sistemas de explotación colonial similares y los ricos resultados del mestizaje un importante modelo que se manifi esta casi globalmente en los objetos de su prehistoria, en sus artes, en sus fenómenos naturales cíclicos, en sus mezclas raciales y culturales, en sus variantes paisajísticas, en sus colores, en su fauna, en su fl ora, muchas veces endémica, en sus tipos humanos, y en su visión alegre, jacarandosa, positiva del mundo festivo y de sus entregas lúdicas.

Dotado de sorpresivas expresiones, hirviente y anecdótico, el Caribe es, como lo defi niera el premio Nobel colombiano y también caribeño, Gabriel García Márquez, “el centro de gravedad de lo increíble” Frente a estas similitudes, muchas veces ignoradas, se cierne el problema de la integración cultural.

El fondo del elemento formativo colonial dado por la diversidad de lenguas criollas y europeas, infl uye notablemente en la difi cultad para la integración de las culturas.

El elemento étnico-racial domina muchos aspectos diferenciadores, porque en su desarrollo histórico el Caribe se asentó en la concepción racial que produjo la esclavitud.

Quizás por eso entre gentes de un mismo origen cultural existan aún rechazos étnicos. El explotador fue, fundamentalmente, el blanco, pero en segundo término, y en el caso de Haití –que no fue el único—el mulato, hijo del terrateniente, se alineó en numerosas ocasiones en torno a los intereses paternos y explotó igualmente, como elemento étnico intermedio, al esclavo mismo. Las diferencias étnico-raciales por tanto caracterizan parte de un Caribe donde aún predominan modelos de rechazo relacionados con cierto tipo de mestizaje y con resabios históricos que provienen del duro capitalismo esclavista. La primera forma de aceptación cultural para un Caribe unifi cado desde lo cultural mismo, sería, por lo tanto, aquello que integrara la ausencia de prejuicios, y en el caso de las modalidades culturales aceptara tal integración como un modelo caribeño. Habría que vencer tradiciones arraigadas en historias locales atadas a la percepción de una cotidianidad escindida desde el mismo siglo XVI. ¿Es entonces posible hablar de “lo caribeño” como una integración de valores y formas en el presente? ; “lo caribeño” puede referirse a las plantillas que se generaron dentro del proceso de explotación colonial, puede referirse a elementos geográfi cos, a un parecido tipo de historia local, pero sin embargo, los resultados se manifi estan como variados, como variados fueron los benefi ciarios de la trata de esclavos y los modelos socioeconómicos locales y como variadas fueron las formas de le explotación y del lenguaje, en el caso de las conquistas e implantaciones. Lo cierto es que nos percibimos como parte de un proceso que aún, con la globalización, no alcanza los objetivos ideales de integración cultural y mucho menos de integración política.

No bastan los elementos mencionados al principio de esta introducción, como serían las fusiones, los usos musicales, las dietas y la religiosidad popular, diversa según sea la diversidad del Caribe. La integración, pongamos por caso la literatura, debe ir más allá de la parte física y espiritual y necesita de medios académicos y proyectos en los cuales tengamos a mano una historia integral, escrita no con miras de resumen de hechos aislados, sino de hechos que se explican unos a otro, porque en la historia del Caribe existen contrapartidas y fenómenos que no se avienen a una interpretación totalizante si no se busca primero la integración de los datos que son complementarios. Los datos sobre la cultura dominicana, en el caso de esta obra, se alinean no tanto en las tradicionales forma de ver los productos artísticos, sin en la búsqueda de elementos que matizan nuestro mestizaje, un mestizaje particular, en el que modelos de explotación se tornan diferentes, como en el caso de los esclavos dominicanos frente a la esclavitud francesa, o como en el caso de la ausencia de lenguas criollas o creoles, a no ser las tardíamente llegadas y casi desaparecidas durante el siglo XIX.

El Caribe de fi nales del siglo XVI al siglo XVIII sufrió transformaciones globales cuyos efectos aún están por defi nirse. Del XVII en adelante las autoridades y los corsarios y piratas conformarían, ejemplos de colaboración que han sido tratados muy tímidamente y en algunos momentos el contrabando, aparte de la esclavitud sacarocrática, fue la base de muchas de las islas, con el apoyo de las propias autoridades coloniales.

El mundo exterior del Caribe, sus relaciones interétnicas, conformarían na especie de identidad fl otante, variable o de formas que tienen mucho que ver con sus identidades en formación.

Los modos de trabajo ligados por ejemplo al hato ganadero, a las haciendas de azúcar, al corsarismo, al contrabando, y tantos modos de explotación y negocios, permite hablar de una identidad parcial, pero jamás total. Para conocernos como Caribe, debemos avanzar hacia una integración de las historias locales para convertirlas en historias con explicaciones globales. Cuando podamos “ensamblar” las historias locales haciendo de las historias generales la versión fi nal de la región comenzaremos a ser verdaderamente caribeños.

 

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