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Una retícula de poderes

Written by Debate Plural

Andrés L. Mateo (Hoy, 22-5-13)

 

Después de la obra de Michel Foucault en el siglo XX,  los estudios sobre el poder entraron en una nueva etapa. Nadie como él ha abordado  el poder en sus diferentes manifestaciones sociales. Nadie como él ha dibujado esa madeja intrincada sobre la que se sostienen los diversos discursos que tienden a la dominación social. Estudió la relación entre la ciencia y toda forma de saber con el poder (“Vigilar y castigar”, “La verdad y las formas jurídicas”),  desbrozó la historicidad particular del castigo como una de las  maneras como se manifiesta la opresión institucional (“Vigilar y castigar”), analizó la clínica médica desde la perspectiva del poder disciplinario (“Historia de la locura”,  “El nacimiento de la clínica” dio al discurso una dimensión entre los poderes de la sociedad (“Las palabras y las cosas” “Arqueología del saber”), y, finalmente, reconfiguró el concepto de  “poder”  llevándolo más allá de lo que la categoría marxista del siglo XIX había establecido.

Michel Foucault indagó sobre la naturaleza del poder en fuentes muy diversas, y planteó la existencia de una red de poderes que determinan la legitimación coercitiva en las relaciones sociales: “Me parece que por poder hay que entender, primero la multiplicidad de las relaciones  de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte;  los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que forman cadena o sistema”.  Con este juicio Foucault establece que no existe un único centro de poder, sino una retícula de poderes, y que no hay que ver operando en el orden social un único poder, sino que  el poder crea ámbitos de saber, rituales de verdad, normas, establece reglas, y administra la separación entre lo “normal” y lo “patológico”.
Quienes han estudiado el marxismo encontrarán aquí esa ausencia vinculante de manera exclusiva entre  economía y poder, y eso es porque Foucault cree que el poder está por todas partes, y el dualismo clásico de Carlos Marx no podría explicar la realidad sobre la que el poder modernamente edifica su legitimación. Y si el poder está por todas partes, también la oposición al poder lo está. Es por eso que Foucault llama “discurso-poder” a todos los recursos de  legitimación que emplean los grupos dominantes (un poco lo que Marx llamaba ideología) para justificar su dominio. Porque no hay duda que no existe poder sin retórica propia, y que los discursos con los que los modelos jurídicos se legitiman, son las máscaras con las cuales  el poder se presenta. La sociedad no es más que un sistema de fuerzas y poderes, y por debajo del juego de las libertades que se escenifica con partidos  políticos, constituciones y elecciones “libres” cada cierto tiempo; se esconde la mano férrea de la dominación.

Algunos de mis lectores pensarán que yo he equivocado el escenario, porque esto que escribo es un artículo y no una cátedra universitaria; pero  hay que entender lo que está ocurriendo en  este momento, y enfrentar la lucha de acuerdo al régimen de fuerza que se ha instaurado, con las características propias de los que tienen el poder y los sometidos por el poder. ¿Qué ha ocurrido en la sociedad dominicana que, pese a que existe un poder formal constituido, parece como si “otro poder” gravitara sobre las cosas? ¿Cómo entender que si la sociedad es un sistema de reglas haya grupos que se constituyan en “retícula de poderes”, e impongan sus intereses, por violencia o subrepticiamente, e intenten imponer resultados plegados a una voluntad superior?  ¿Quién manda realmente hoy en la República Dominicana?

Hay que estudiar  todas las técnicas de dominio que se han implementado en nuestro país para poder entender la sociedad en la que estamos viviendo. Y sólo así podremos enfrentar la lucha de acuerdo al régimen de fuerzas que ha emergido luego  de doce años de dominio peledeísta. Pido a mis lectores que guarden este artículo para  ponerlo como telón de fondo del  que sigue, porque  es imprescindible para entender la “retícula de poderes” que nos ha gobernado, y  el “discurso-poder” que aspira a seguir gobernándonos.

II

Cuando el PLD subió al poder por primera vez, había una esperanza difusa de que ejerciera la práctica política de manera diferente. El discipulado de Juan Bosch  debía una parte considerable del poder a la proclama ética con que se identificó la pequeña burguesía  que  padecía la decepción de la historia. Mareados por ese vaho sagrado del discurso ético que apelaba al valor simbólico de Juan Bosch, se creyó que el mundo deslumbrante de la riqueza material no los atraería.  ¿Por qué,  entonces, ningún viejo guayacán de la moral boschista ha condenado el desparpajo de la corrupción que ha caracterizado los gobiernos del PLD? ¿Qué ha pasado que no parece haber una sola brizna de vergüenza en esos viejos exponentes de la moralidad pública? ¿De qué valió la advertencia de Juan Bosch contra una pequeña burguesía depredadora, que se ha transformado pomposamente en rica y muy rica, y para la cual sus viejas cantilenas sobre la moral son hoy un florecimiento insípido en perpetua abolición?

Simplemente que el líder máximo del PLD ha  hecho del partido una “retícula de poderes”, y en esas circunstancias se impone el código de lealtad tribal.  Y no es sólo el silencio, sino que también la complicidad. Después de la muerte de Trujillo, jamás habíamos sentido tan nítidamente  la impotencia de vivir en una sociedad secuestrada. Uno sabe que el poder se ejerce más bien que se posee, circulando a través de todos los engranajes de la sociedad, por todas partes donde se pueden observar las relaciones de fuerza y estrategia de dominación.  Leonel tejió su ascendencia sobre el poder judicial, cada uno de los tribunales de la justicia tiene un número de tributarios a su persona que garantiza el dominio, e incluso, en el caso de la Suprema Corte, llevó allí a la presidencia  más que a un partidario, a un socio. Todo el sistema judicial dominicano está pues signado por la amenaza arrogante de un orden, que dimana de esa retícula de poderes.
El poder legislativo es el más estrafalario de todos los poderes públicos bajo el dominio de esta retícula. Se le ha obligado a hacer de la sumisión y la falta de gallardía una mercancía, un objeto de comercio, insertado en un sistema de intercambio: la aceptación de toda iniciativa del líder máximo (Barrick Gold, por ejemplo) a cambio de barrilitos, exoneraciones y prebendas. Y lo mismo se puede decir de la  estructura partidaria. Juan Bosch hizo un gran esfuerzo intelectual para  organizar un partido  que fuera un gran proyecto social, pero cuando el buró político se reúne lo que hay ahí es una pequeña casta de millonarios que pertenece a un arribismo que no se inquieta por el honor, y que prefigura el abandono de todo proyecto social. Ministros que ganan más de un millón de pesos al mes, administradores de bancos que alcanzan casi dos millones, senadores que reciben hasta dos millones de pesos al mes, miembros de juntas que redondean seiscientos mil pesos, antiguos dirigentes magisteriales que se admiten públicamente millonarios en sus declaraciones juradas, etc. Un verdadero desfile de “jorocones”, magnates de la política  cuya  ostentación le pondría el “moco p’abajo” a la moral kantiana del viejo Juan Bosch.

El cemento invisible que une esa “retícula de poderes” que Leonel Fernández ha erigido, después de doce años de dominio del aparato del Estado por el PLD,  es la corrupción. Él distribuyó el Estado, adjudicó parcelas de poder, dio a la corrupción una legitimación política, abusó de los fondos públicos para construir su engrandecimiento personal, dio disfrute pleno de áreas del Estado a aliados políticos (El caso de la aberrante explotación del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuyo escándalo todo el mundo conoce), entregó a más de 436 movimientos y 12 partidos áreas del Estado que han sido saqueadas, y permitió la acumulación de fortunas descomunales y obscenas de muchos de sus funcionarios. Sin dudas, un verdadero sinvergüenza en el manejo de la riqueza pública.

Pero su “retícula de poderes” requiere  del oxígeno del Estado para sobrevivir y  seguir creciendo. A ese “discurso-poder” le es imprescindible el gobierno, aunque la acumulación  de dinero que ya tiene esa “retícula de poderes” sea abundante; y por eso batallan por reposicionarse. ¿Cuál será el papel de esa riqueza acumulada, para que esta “retícula de poderes” se reposicione? Veremos.

III

Si Michel Foucault afirma que “por poder hay que entender, primero la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que forman cadena o sistema”; hay que deducir que Leonel Fernández es un hombre  muy poderoso.

 Su éxito no adopta la forma de un argumento histórico sustentado en las ideas, sino en el despliegue de una estructura partidaria que opera como fuente de acumulación originaria de capital, y que desde el poder tiene la dimensión de su propia continuidad a través del dominio de las instituciones. Lo primero es el dinero. El grupo que rodea al ex presidente Fernández es ahora inmensamente rico, y éste hecho incluye, más allá de la cúpula de dirección del partido, a figuras notables de la sociedad. El fenómeno es relevante por dos motivos: 1ro.  Porque el dinero es la “prisión sin guardias” que compacta su liderazgo. Y 2do. Porque  el dinero pasa a ser la esencia de la vida política de nuestros días en la República Dominicana. Es el dinero el que le ha permitido legitimar su hambre de mandar.

Una parte sustancial de la acumulación de capitales del grupo del ex presidente Fernández proviene del despojo al Estado. Y eso lo hace un capital anhelante del recurso que significa dominar el gobierno. Por eso la retícula de poderes dejó todo organizado para regresar en el 2016.  Y , además, maniató las instituciones. En países como el nuestro la tiranía está oculta bajo la ficción democrática. Mucha gente se asombra de que Leonel Fernández no pueda ser llevado a los tribunales, olvidando que esa retícula de poderes que erigió  integran un sistema (Foucault), que hacen de la política la habilidad de maniobrar las apariencias. Desde el cambio de la Constitución hasta la integración de las cortes, todo ha sido ficción. Un nivel tan exageradamente alto de acumulación de capital por la vía de la corrupción, no puede ser concebido sin el control del aparato estatal. Los jueces  son un profetismo utópico de la realización de la ley, los fiscales un crepúsculo  pálido de todas nuestras miserias morales, el Partido oficial tiene 18 mil funcionarios financiados por el Estado, el Tribunal electoral  es un rollo compresor  de la  ilusión democrática en el voto, las cámaras legislativas expresan el absolutismo estatal de la retícula, la Cámara de Cuentas es un largo monólogo,  los medios de comunicación han convertido el silencio en creador de riquezas, y las palabras en factor de producción; y los poderes fácticos (industriales, comerciantes, financieros, etc.) se hacen verdaderos expertos en ocultar sus pensamientos, temerosos porque  el grupo económico sobre el que se empina  la retícula se hizo competitivo con el aparato productivo privado;  mientras lo que emergió como poder de los gobiernos del doctor Fernández, dentro y fuera del PLD,   se prepara para el regreso.

Esa es la sociedad en la que estamos viviendo; una sociedad intimidada, secuestrada, sin conciencia crítica, entregada a las cosas. A merced del dinero y la manipulación. Una sociedad que ha tenido crecimiento económico en poco más de cincuenta años continuos, y en la que los pobres  se han multiplicado en un sentido inversamente proporcional. Sociedad en la que el don de la ignorancia y la miseria material y espiritual son el caldo de cultivo de los políticos sin escrúpulos, y en la que el poder es un corruptor. Si no queremos engañarnos hay que contar que es contra los poderes de esta retícula que estamos enfrentados.  Leonel Fernández no es tan solo su megalomanía,  es también la posibilidad concreta de todos estos intereses de reproducirse en el poder.  Y como dice Michel Foucault “por poder hay que entender, primero la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen”,  y las luchas y escarceos del leonelismo las vemos manifestarse todos los días en nuestra sociedad. Hay que entender esta nueva modalidad de la opresión, el régimen de fuerza en el que estamos viviendo.

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