Nacionales Sociedad

La matriz transnacional haitiana (I)

Written by Debate Plural

Frank Moya Pons (D. Libre, 12-6-10) 

 

La unificación política de la isla en 1822 cambió la dinámica social y cultural de esta isla para siempre. Comenzó entonces un larguísimo proceso que podríamos llamar «evolución de la matriz transnacional haitiana» en la República Dominicana.

Hasta 1822, las autoridades de la parte española de Santo Domingo habían mantenido un eficiente control de su espacio colonial. Los haitianos se habían constituido en un Estado independiente en 1804 (diez y ocho años antes) y desde entonces dirigían su mirada colectiva hacia adentro, hacia la construcción de una nación nueva compuesta por la fusión de los fragmentos sobrevivientes de las etnias africanas que habían sido transformadas por la esclavitud, la revolución y la guerra de independencia.

En otras palabras, hasta 1822 haitianos y dominicanos (dominico-españoles se llamaban algunos) vivían en sus territorios respectivos ocupándose de la ganadería y de la agricultura y practicando un precario comercio entre ambas partes de la isla, al tiempo que exportaban algunos productos de alto valor entonces, como el café, el tabaco y la caoba.

La ocupación haitiana de la parte oriental de la isla cambió esta situación pues dio inicio a un proceso gradual de asentamientos campesinos en muchos puntos del territorio dominicano. Muchas familias de origen haitiano optaron por trasladarse a la parte dominicana de la isla, unas para ejercer la agricultura, y otras como parte de la burocracia administrativa y militar del gobierno haitiano.

Cuántas personas emigraron de la parte occidental de la isla a la parte oriental durante la Dominación Haitiana es algo que tal vez nunca podamos cuantificar, pero sí sabemos que docenas de familias, tal vez varios cientos, se establecieron en la parte dominicana durante los veintidós años que duró la dominación.

Hubo zonas, como San Cristóbal y sus alrededores, que se convirtieron en centros densamente poblados por inmigrantes haitianos. He publicado la lista de apellidos de las más conocidas familias haitianas que se dominicanizaron durante y después de la Dominación Haitiana.

Cuando los dominicanos se separaron políticamente de Haití en 1844, muchos haitianos optaron por regresar a su país de origen. La impresión que dan los documentos de aquella época es que la mayoría de los que regresaron fueron los funcionarios civiles y militares, y algunos políticos que habían tomado residencia en las principales ciudades dominicanas.

Algunas de las familias haitianas que se quedaron pasaron por momentos de gran dubitación política y hasta hubo aquellas se rebelaron contra las nuevas autoridades dominicanas, como ocurrió en la comunidad de Monte Grande, en San Cristóbal, en 1845, que tuvieron que ser sometidas por la fuerza.

No tenemos noticias de otras rebeliones internas durante los diecisiete años de la Primera República, lo que puede deberse a varias causas. Una de ellas podría ser que aquellos haitianos que se quedaron en este país optaron por asimilarse política y culturalmente a la sociedad dominicana.

No conozco ningún estudio que se haya ocupado de dilucidar este tema de la asimilación temprana de las primeras familias haitianas en la República Dominicana, pero parece que esta fue una tendencia creciente a todo lo largo del siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo veinte. Esto se deduce de las frecuentes noticias que tenemos acerca de lo que entonces se llamaba «ocupación pacífica» del territorio dominicano por parte de inmigrantes haitianos.

Cuando se examinan los manifiestos, artículos, ensayos, declaraciones, memorias y otros documentos producidos por la elite intelectual dominicana durante los primeros noventa años de la República Dominicana en relación con la presencia haitiana en el territorio nacional, saltan inmediatamente a la vista un discurso que señala como un hecho inexorable la asimilación y la incorporación gradual de familias haitianas en la sociedad dominicana.

Este fue un discurso tradicionalmente anti-haitiano que ocultó, creo que hasta hoy, el hecho de que numerosas familias haitianas que se hicieron dominicanas se empeñaban en ser reconocidas como tales.

Aparentemente, ese discurso no captaba la dimensión real de la transformación cultural que estaba ocurriendo en el país pues resentía, en vez de aceptar, el proceso de dominicanización creciente de muchos inmigrantes haitianos, entre los cuales hubo, en segunda, tercera y cuarta generación, individuos que exhibieron rasgos nacionalistas (dominicanistas) más radicales que ciertas familias criollas de larga data.

Esa dominicanización de familias haitianas que tuvo lugar durante los primeros noventa años de vida republicana, entre 1844 y 1934, podría permitirnos hablar de un primera fase que podríamos llamar de «asimilación al estilo melting pot», como ocurrió en los procesos de asimilación de inmigrantes en los Estados Unidos, Brasil, Argentina y México que asimilaron y «criollizaron» millones de inmigrantes europeos y sus descendientes en los siglos XIX y XX.

En la República Dominicana esa dinámica de asimilación quedo súbita y violentamente rota a partir del año 1937, pues la masacre de los haitianos y el programa de dominicanización de las tierras fronterizas significó, entre muchas otras cosas, el cierre y militarización de la frontera dominico-haitiana.

En los textos convencionales de historia y sociología dominicana se habla mucho de la dominicanización y cristianización de la frontera, y de la eliminación de la influencia cultural haitiana en la sociedad dominicana durante la Era de Trujillo.

Esos textos dan por sentado que solamente quedaron toleradas como zonas culturales haitianas los bateyes azucareros que recibían trabajadores estacionales durante los meses de la zafra azucarera.

Esta es una visión parcial de los hechos que refleja una cierta miopía sociológica pues, a pesar de la represión y la persecución trujillista, muchos haitianos lograron permanecer en el país y confundirse, por asimilación, con la población dominicana. Tengo en la mente varios apellidos, muy conocidos, hoy dominicanos, que ilustran esta afirmación.

Esa miopía todavía afecta a muchos hombres y mujeres que ejercen cierta influencia en la vida nacional, e impide a muchos dominicanos, intelectuales y otros, percibir que a pesar de la represión trujillista y neo-trujillista que se extendió hasta el año 2000, en la frontera se fue formando una población que no era totalmente haitiana ni totalmente dominicana, una sociedad fronteriza que desde antaño se conoce como «rayana», que vive a lo largo de la raya fronteriza.

La población rayana es un conglomerado de personas más o menos bilingües y más o menos binacionales, más o menos católicas y más o menos voduístas, más o menos negras y más o menos mulatas, más o menos dominicanas y más o menos haitianas.

Freddy Prestol Castillo identificó brevemente esta población cuando escribió su libro El Masacre se pasa a pie. Más tarde, el equipo de profesionales que produjo el estudio de El Batey, publicado en 1986, la describió sociológica y antropológicamente.

Algunos estudios recientes han comenzado a mencionarla, pero todavía carecemos de estudios a profundidad de los rayanos y de su mundo bicultural, aunque complace ver que algunos recientes estudios de los equipos de Flacso han empezado a describir y entender más de cerca las poblaciones fronterizas.

Pero no es solamente hacia los rayanos que deseo llamar la atención en este artículo, sino hacia los llamados am-bas-fils, hacia los haitianos que durante décadas, aún durante la Era de Trujillo, cruzaron y han estado cruzando la frontera burlando los controles militares, o comprando el favor de los comandantes militares y los caciques políticos, y han terminado estableciéndose en territorio dominicano.

Hay pocos estudios sobre los am-bas-fils, y mucha falta que hacen pues hay diferencias según las zonas en que se divide la frontera. De ellos lo que me interesa destacar es que no sabemos suficiente, no sabemos qué ocurre culturalmente con ellos.

No conocemos casi nada de los procesos de adaptación de esta creciente población en las zonas fronterizas. No sabemos si están pasando por un proceso de asimilación similar al que ocurría con los haitianos que inmigraron entre 1844 y 1937. Y no sabemos qué porcentaje de ellos se aleja de la frontera y se establece en las ciudades y campos del interior del país.

Sabemos, sí, que muchos se convierten en peones de los terratenientes dominicanos, y cuando digo terratenientes no estoy hablando de latifundistas ricos necesariamente, sino de campesinos pobres tanto de las zonas fronterizas como del interior del país que necesitan mano de obra barata para ayudarles a preparar y sembrar sus campos y recoger sus cosechas.

Cuando digo «no sabemos» estoy hablando de saber académico. Son muy pocos y fragmentarios los estudios sobre esta población, aunque Wilfredo Lozano, Carlos Dore, Franc Báez y otros comenzaron a identificarlos hace algunos años.

A pesar de la represión trujillista y neo-trujillista que se extendió hasta el año 2000, en la frontera se fue formando una población que no era totalmente haitiana ni totalmente dominicana, una sociedad fronteriza que desde antaño se conoce como «rayana», que vive a lo largo de la raya fronteriza.

II

En nuestro artículo anterior comenzamos a hablar de la evolución de la matriz transnacional haitiana y describimos brevemente la existencia de una población transfronteriza que se llama a sí misma «rayana».

También comenzamos a describir a otro grupo de inmigrantes haitianos llamados am-bas-fils, que durante décadas han estado cruzando la frontera burlando los controles militares o comprando el favor de los comandantes militares y los caciques políticos, y han terminado estableciéndose en territorio dominicano.

Dijimos que hay pocos estudios sobre los am-bas-fils. Estos estudios hacen mucha falta pues apenas conocemos casi los procesos de adaptación de esta creciente población en las zonas fronterizas, y no sabemos qué porcentaje de ellos se aleja de la frontera y se establece en las ciudades y campos del interior del país.

Sabemos, sí, que muchos se convierten en peones de los terratenientes dominicanos, y cuando digo terratenientes no estoy hablando de latifundistas ricos necesariamente, sino de campesinos pobres tanto de las zonas fronterizas como del interior del país que necesitan mano de obra barata para ayudarles a preparar y sembrar sus campos y recoger sus cosechas.

Cuando digo «no sabemos» estoy hablando de saber académico. Son muy pocos y fragmentarios los estudios sobre esta población, aunque Wilfredo Lozano, Carlos Dore, Frank Báez y otros comenzaron a identificarlos hace algunos años.

No sabemos mucho acerca de los flujos migratorios, tampoco, ni de los senderos que utilizan los am-bas-fils para penetrar en territorio dominicano sin documentos de inmigración.

Ocasionalmente la prensa describe incidentes que tienen lugar, algunos de ellos sangrientos, cuando se descubren camiones y furgones que importan clandestinamente a los am-bas-fils por las carreteras de la Línea Noroeste y del Suroeste de la República.

Pero, repito, faltan los estudios sistemáticos. Falta todavía que nos digan como se escalona el flujo migratorio a lo largo de las rutas de la inmigración clandestina.

También faltan estudios que describan la formación de micro-comunidades haitianas en la periferia y hasta en el mismo centro de muchas comunidades dominicanas, como ocurre actualmente en Río Limpio o en Constanza, por ejemplo.

Sabemos más de otro grupo de haitianos que durante más de cincuenta años vinieron contratados por los ingenios estatales y privados para cortar caña todos los años.

De éstos había algunos que lograban quedarse o se las ingeniaban para retornar fuera de la temporada de zafra y se asentaban en los bateyes o en zonas de alta densidad de población negra como los campos de San Cristóbal o las zonas rurales circundantes a la ciudad de Santo Domingo (Villa Mella, Perantuén, La Isabela, Manoguayabo, Bayona, Engombe, Haina, Nigua, etc.).

Ahora bien, esos haitianos residentes permanentes de los bateyes ¿En qué se diferencian de los am-bas-fils que se quedan estacionados en la frontera? ¿Cuán rápido se asimilan y se dominicanizan unos y otros?

No lo sabemos tampoco, pero mi hipótesis es que ambos grupos se dominicanizan gradualmente con modalidades subculturales distintas pues no compartimos una sola frontera con Haití sino varias (por lo menos ocho), según he escrito en otra parte.

Aun cuando los medios de comunicación (la radio y la televisión particularmente) han estado unificando lingüística y culturalmente la población dominicana, todavía hay diferencias culturales entre los habitantes de las fronteras y los residentes de los bateyes.

Hasta hace pocos años había diferencias observables entre los habitantes de los bateyes circundantes a las grandes ciudades azucareras (Santo Domingo, San Pedro de Macorís, San Cristóbal, Puerto Plata) y los de bateyes de zonas más remotas, como Sabana Grande de Boya, Monte Plata, etc.

Como se ve, el proceso migratorio haitiano hacia la República Dominicana ha pasado por varios momentos muy distintos, y cada momento tiene varias historias muy diversas. Lo mismo ha ocurrido con el prejuicio.

Por ejemplo, el rechazo al haitiano durante la Primera República (1844-1861) es muy distinto al que se observa después de la Restauración y, más todavía, después de la firma del Tratado de Reconocimiento, Paz, Amistad, Comercio y Navegación con Haití en 1874.

Asimismo, hubo variaciones en la intensidad del prejuicio durante la ocupación norteamericana de ambos países. Según ha observado Bernardo Vega en uno de sus libros, hubo menos expresiones de prejuicio en los años anteriores a la masacre de 1937.

Menciono el prejuicio porque pienso que tiene relación con los procesos de adaptación y asimilación de la población haitiana en este país, pues la oficialización o no del prejuicio ha condicionado mucho las políticas migratorias del Estado Dominicano.

Los haitianos que emigraron a la República Dominicana entre 1961 y el año 2000 tuvieron que elaborar y practicar nuevas estrategias de adaptación y asimilación muy distintas a las que pasaron por la experiencia migratoria antes de la masacre de 1937.

Lo mismo puede decirse de los que pasaron por la experiencia migratoria durante los largos gobiernos de Balaguer (los doce y los diez años) y durante el interregno de los gobiernos perredeístas, entre 1978 y 1986.

Durante los más de sesenta años (1937-2000) en que la frontera dominico-haitiana estuvo formalmente cerrada, la inmigración clandestina continuó y la población haitiana continuó creciendo.

Creció tanto entonces que los medios de comunicación se referían a ella como un fenómeno visible al cual las autoridades nacionales debían ponerle atención. Hubo sociólogos, como Frank Marino Hernández, que le dedicaron libros al fenómeno (1973), y hasta la Iglesia Católica escribió varias cartas pastorales sobre el tema durante los últimos veinticinco años del siglo pasado.

Hoy, más que antes, una masa creciente de haitianos continúa adoptando el territorio dominicano como lugar de residencia para ellos y sus descendientes, fenómeno éste que se interrumpió bastante durante la Era de Trujillo, pero que se reactivó a partir de la desaparición del dictador.

Históricamente, entonces, tenemos varios hilos de acontecer. Por un lado tenemos una masa bastante voluminosa de trabajadores de sexo masculino que venían anualmente a trabajar en los campos de caña, que aprendían algo o mucho de español en los bateyes, que asimilaban costumbres y valores culturales dominicanos, que regresaban y repetían la experiencia inmigratoria estacional varias o muchas veces en el curso de sus vidas, que se relacionaban y hasta dejaban descendencia entre la población residente en los bateyes.

Además, tenemos a los rayanos, de los cuales ya hemos hablado. Y por otro lado tenemos a los am-bas-fils, muchos de los cuales fueron, y son todavía, reclutados por residentes dominicanos en las provincias fronterizas.

Muchos am-bas-fils se establecen en las provincias fronterizas y se dominicanizan parcialmente, se hacen rayanos sin dejar de ser haitianos, van y vienen, y cruzan continuamente la frontera, aprenden español más o menos bien, envían sus hijos a escuelas dominicanas, se relacionan con la población dominicana, y tienen descendencia con nativos y nativas dominicanos.

De estos inmigrantes clandestinos podemos aventurarnos a decir que son haitianos transnacionalizados pues tienen la capacidad de moverse entre uno y otro país con poca dificultad y mantienen vigentes sus lazos familiares y vínculos económicos, sociales y culturales con su sociedad de origen.

Pero los am-bas-fils no se quedan en las zonas fronterizas. Desde hace más de dos décadas la mayoría se aventura a dar un salto aún más largo y se muda a los campos y ciudades del interior dominicano para trabajar como peones agrícolas en los campos de café, arroz y otros, como lo registró Wilfredo Lozano en varios trabajos suyos de los años 80 y 90 del siglo pasado.

Muchos de estos inmigrantes se esparcieron y siguen esparciéndose por todo el mundo rural dominicano y hoy se les ve trabajando en plantaciones de tabaco, en hatos ganaderos, en fincas bananeras, en los platanales y conucos del Cibao, etc.

La dispersión de los am-bas-fils durante los años 80 y 90 del siglo pasado ocurrió en un tiempo en que todavía el discurso nacionalista dominaba la política migratoria nacional y dominaba también las decisiones supremas del Estado.

Creo que nos vendría bien contrastar la intensidad de la migración haitiana con el discurso nacionalista dominicano en los medios de comunicación y en los escritos académicos, así como en los pronunciamientos políticos, oficiales y no oficiales, durante esos años.

Según esos textos, esta fue una década en que un político de origen haitiano estuvo a punto de subvertir las estructuras tradicionales del poder articulando fuerzas políticas que trataban de llevarlo a la presidencia de la República. Me refiero a José Francisco Peña Gómez.

También fue un período en que en Haití estaba viviendo una profunda crisis política: golpes de Estado, un embargo económico, una nueva intervención militar extranjera, y una crisis económica que obligó a muchos haitianos a escapar en bote hacia los Estados Unidos y a cruzar la frontera para establecerse en la República Dominicana. Me refiero al largo y tormentoso proceso que va desde la caída de Jean Claude Duvalier, en 1986, hasta el segundo derrocamiento de Jean Bertrand Aristide, en 2004.

La larga tiranía de los Duvalier hizo que muchos emigrantes haitianos perdieran la esperanza de regresar a su país. Algo parecido a lo que ocurrió en República Dominicana en tiempos de Trujillo.

Entonces se hablaba de una diáspora haitiana, como se habló durante siglos de la diáspora judía. Se hablaba de una diáspora haitiana de más de un millón de personas dispersas en los Estados Unidos, Canadá, Francia, Martinica y Guadalupe.

En esos países, efectivamente, la población haitiana se ha dispersado y ha experimentado un intenso proceso de asimilación. En algunas ciudades de esos países se han constituido verdaderas comunidades y vecindarios haitianos.

Las recientes crisis de Haití han extendido la diáspora haitiana hacia la República Dominicana, al mismo tiempo que se ha ido formando una diáspora dominicana en los Estados Unidos y otras partes del mundo. Hoy tenemos más de millón y medio de dominicanos viviendo en el extranjero. Muchos de esos dominicanos, como los haitianos, se han transnacionalizado.

Para hablar de las semejanzas y diferencias entre ambas diásporas debemos primero explicar qué son los procesos de transnacionalización. Intentaremos hacerlo en el siguiente artículo.

Muchos am-bas-fils se establecen en las provincias

fronterizas y se dominicanizan parcialmente,

se hacen rayanos sin dejar de ser haitianos,

van y vienen, y cruzan continuamente la frontera,

aprenden español más o menos bien, envían sus

hijos a escuelas dominicanas, se relacionan

con la población dominicana, y tienen descendencia

con nativos y nativas dominicanos.

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