Tony Raful (Listin, 13-9-16)
De Brasil hay recuerdos memorables, algunos dolorosos y otros hermosos. En este gran territorio que parece liderar el continente latinoamericano, cohabitan formas diversas de vida, pluralidad histórica, expresiones seculares de aborígenes y de esa multiplicidad racial que José de Vasconcelos llegó a proclamar como la raza cósmica del futuro, y que el indómito Pedro Andrés Pérez Cabral, llamó la “comunidad mulata” para compartirla con la República Dominicana, las únicas dos comunidades mulatas del mundo (a cuyo estribo, Corpito agregaba, en su ácida criticidad, la causa de nuestra servil descomposición social). De Brasil, el inmenso Jorge Amado, en Salvador de Bahía, sus altas denuncias sociales, “Doña flor y sus dos maridos”, el film donde Sonia Braga nos hizo fantasear en demasía, y “Gabriela, clavo y canela”, o la empinada alusión al héroe del patio, en Luis Carlos Prestes, “el caballero de la esperanza” que recorrió abismos y llanuras, instalando “soviets” como si estuviera inaugurando el cielo en la tierra.
De Brasil la Bossa Nova y “Sergio Mendes y su Brasil 66”, aquella música popular que venía de la samba y el jazz, que un grupo de amigos y amigas escuchábamos en el hogar del poeta Federico Jóvine Bermúdez, frente al Palacio Nacional, cuando un disparo interrumpió la vida del querido presidente, Antonio Guzmán. De Brasil el gobierno decente del presidente Joao Goulart (parecido al de Bosch) derrocado por gorilas y maleantes en 1964. De Brasil el modelo del “milagro brasileño” en la más dura de la represiones y el fuerte crecimiento económico, y luego la teoría de la CEPAL y el “modelo de sustitución de importaciones”, los esfuerzos teóricos de la teoría de la dependencia en Vania Bambirra y Theotonio Do Santos o los aporte de Enzo Faletto y Fernando Henrique Cardoso, discutidos en las aulas universitarias. De Brasil, el Carnaval de Rio de Janeiro, esa locura anual desbordante, impresionante de las mulatas que detienen el tiempo, la noción del instante pleno de tentaciones y desvaríos. De Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, el líder del Partido de los Trabajadores, un obrero que dirigió al Estado y liberó a millones de brasileños de la miseria. De Brasil, Dilma Rousseff, la presidenta electa por millones de brasileños, contra quien se orquestó una sucia y falaz campaña que conllevó un virtual “golpe de Estado”, acusándola de hechos que no comprometían su dignidad ni honestidad, en actos punibles de corrupción administrativa. La trama contra Dilma hiere profundamente a todos los latinoamericanos vinculados a las luchas sociales, por las reivindicaciones de las clases oprimidas. Sus acusadores han sido sindicados como reales corruptos, invalidados por la comisión de actos comprobados de dolo y prevaricación.
La actitud democrática y consecuente debe ser, el apoyo a las fuerzas sociales brasileñas que se enfrentan al desgobierno del presidente Michel Temer, a toda esa mascarada seudo legal que enfrenta desde ahora la resistencia del pueblo brasileño. He compartido las críticas que el padre Frei Betto ha hecho al modelo de su propio partido, las sugerencias que ha formulado para los correctivos, la reflexión sobre la necesidad de crear ciudadanos y no consumidores, los aspectos a enfrentar y corregir, los brotes de corrupción anidados en instancias del poder democrático de la plataforma del Estado, pero ninguno de ellos aluden a Lula o Vilma, ninguno de ellos dos ha representado esa deformación propia del sistema, aún en vía de cambio y transformación de la vieja política de las clases dominantes. Evidentemente que la actual experiencia que vive Brasil, conlleva un agudo proceso crítico, para relanzar al PT sobre bases sólidas de desarrollo humano y liberación ideológica, dentro de los parámetros de la sociedad de consumo y la llamada globalización. Tener los pies sobre la tierra, desechar los dogmas y caminos trillados por el fracaso, implica no permitir ser seducidos por el capitalismo salvaje y su secuela deformante, codiciosa y perversa.
Apelando a los subterfugios más miserables, la camarilla golpista congresual logró sus objetivos, pero se enfrentará en breve tiempo a la mayor resistencia y capacidad de lucha por la democracia en Brasil. No se puede detener el reloj de la historia, que marca la evolución e impronta de los procesos de cambios sociales. No es cierto que los grupos sediciosos que depusieron a la presidenta Dilma Rousseff, estén en capacidad de sostener el modelo de marginalidad, injusticias y desigualdad de la sociedad brasileña. En el continente siguen siendo válidos los esfuerzos de Bolivia y Ecuador, en el sendero de reivindicaciones sociales y cambios sustanciales en beneficio de sus pueblos. La revisión de las políticas sociales y sus aplicaciones para impedir su desnaturalización, debe ser materia prioritaria que nos ayude a preservar las conquistas y objetivos democráticos populares. Pienso que de toda la amarga experiencia, podemos extraer lecciones trascendentes en términos políticos. Para Lula y para Dilma, esta crisis servirá para redefinir las nuevas alternativas y propuestas, que bajo la dirección política de los trabajadores y demás sectores sociales, deben enfrentar a los grupos extremistas de la derecha, que pretenden torcer el destino libre del pueblo brasileño, abierto por Lula y continuado por Dilma.
El Gral. norteamericano Douglas MacArthur, Cmdte. en jefe de las fuerzas americanas en el extremo oriente, cuando se vio obligado a retirarse ante el ataque japonés y refugiarse en Australia (1942) en plena II Guerra Mundial, pronunció una frase que se convirtió en consigna y promesa de lucha, para los aliados, cuando dijo, “me voy, pero volveré”. Guardando las distancias históricas, Lula y Dilma, pueden decir, que volverán al Poder, y ese día no muy lejano, allí junto a ellos, estaremos nosotros, escribientes y amigos de la utopía, celebrando su victoria definitiva.