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Trump perdona a los asesinos de civiles iraquíes de Blackwater

Written by Debate Plural

Paul Dickinson (The Intercept, 26-12-20)

 

El indulto de Trump a los mercenarios de Blackwater que asesinaron a 14 civiles iraquíes en la plaza Nisour muestra al mundo lo que significa la justicia en Estados Unidos.

Ali Kinani tenía nueve años cuando los mercenarios de Blackwater le dispararon en la cabeza en una rotonda de Bagdad el 16 de septiembre de 2007. Iba en el asiento trasero del todoterreno de su padre con dos de sus primos. Su madre estaba sentada delante. El padre de Ali, Mohammed Kinani, iba conduciendo cuando vio que cuatro coches blindados entraban en el tráfico de la rotonda por dirección equivocada. Los “soldados” levantaron las manos para parar el tráfico. Mohammed detuvo su coche. Al principio pensó que los hombres eran soldados estadounidenses. Pero no eran soldados.

No era inusual que los convoyes regulares del ejército estadounidense detuvieran el tráfico. La rotonda, la plaza Nisour, estaba a solo una manzana de una de las puertas principales de entrada a la Zona Verde de Bagdad. Cuando Mohammed miró a su derecha, el conductor del automóvil que estaba a su lado gritó que los “soldados” acababan de disparar contra otro automóvil frente a ellos. De repente, las balas empezaron a acribillar el coche de Mohammed mientras una granada impactaba también contra el automóvil que había a su lado. El hombre que acababa de hablar con él estaba muerto. Había intentado salir corriendo, pero ahora yacía en un charco de sangre, asesinado por los disparos de ametralladora de los vehículos blindados.

Representé a la familia Kinani y a otras cinco víctimas de los mercenarios de Blackwater que fueron condenados por matar ese día al menos a 14 ciudadanos iraquíes inocentes y herir a varias docenas más. Casi todos los que murieron o resultaron heridos por los disparos transitaban por allí en automóviles, taxis o autobuses. A los que perdieron la vida en la calle les habían disparado cuando corrían tratando de ponerse a salvo. Ali era la más joven de las víctimas de Blackwater de ese día. Demandé a Blackwater, a su fundador Erik Prince y a los cuatro hombres que fueron condenados por acusaciones de asesinato y homicidio imprudente por armas de fuego en una demanda civil presentada en Carolina del Norte, el lugar donde se ubica la sede de Blackwater y las instalaciones de entrenamiento de Moyock.

Para poder entender la carnicería que se produjo en las calles ese día, es necesario escuchar las palabras de Mohammad explicándomela.

Mohammad se dirigía a visitar a su hermana y sobrinos. Cuando salió de casa, su hijo menor, al que le habían puesto cariñosamente el apodo del “alauí”, le pidió que le dejara ir con él. Aunque Mohammad iba a regresar rápidamente a casa con su hermana y los primos de Ali, le dijo a su hijo que podía acompañarlo. El camino hasta la casa pasaba por la plaza Nisour.

Mohammad se sintió entusiasmado cuando Estados Unidos entró en Bagdad unos años antes, en 2003. Se reunió con miembros del ejército de Estados Unidos en las calles y repartió entre ellos dulces y zumos. Mohammad era un comerciante que se dedicaba a restaurar automóviles. Despreciaba a Saddam Hussein por sus maneras opresivas y vengativas. Mohammad se alegró de que finalmente pudiera terminar su reinado de terror.

Cuando Mohammad vio al convoy entrar en la rotonda, creyó inicialmente que eran miembros regulares del ejército de EE. UU. Al estar tan cerca de la Zona Verde, pensó que alguien importante podría estar entrando o saliendo del área. No era algo inusual. Pero cuando comenzó el tiroteo, su vida -y la de toda su familia- cambió para siempre.

Por suerte, antes de que atacaran su todoterreno, Mohammad, su hermana y sus hijos tuvieron tiempo de agacharse en el vehículo. Mohammed y su hermana gritaron para que sus hijos se acurrucaran. Las balas zumbaban por todas partes. Mohammed intentó mirar para ver qué estaba pasando. Entonces vio cómo el hombre que iba en el coche que estaba a su lado salió de él y se puso a correr. Disparos de ametralladora atravesaron su cuerpo. Se disparaba en todas las direcciones. Mohammad vio cómo atacaban a otros coches. Los guardias de Blackwater disparaban indiscriminadamente. En un principio, la policía de tráfico iraquí intentó decir a los hombres de Blackwater que no había ninguna amenaza, pero ellos también tuvieron que correr para cubrirse. Mohammad vio que seguían disparándole al hombre que yacía en el suelo y que ya estaba muerto. Los disparos de ametralladora hacían temblar su cuerpo sin vida en un charco de sangre. En medio del ataque, Mohammad no podía entender por qué ese hombre muerto era un objetivo. No podía entender qué estaba pasando ni por qué. Pero sabía que estaba sobreviviendo mientras seguía gritando a los niños que estaban en la parte trasera de su todoterreno que siguieran agachados y quietos.

El tiroteo terminó tan repentinamente como comenzó. Los cuatro vehículos blindados se alejaron. Todo se quedó inquietantemente silencioso. A Mohammad no le habían alcanzado. Su hermana estaba a salvo. Pensó que había sido un milagro después de ver morir a tantas personas. Pero uno de los hijos de su hermana dijo que Ali estaba herido.

Mohammed salió rápidamente del coche y vio sangre por la parte interior de la ventana trasera. Ali se había desplomado contra el cristal. Cuando Mohammad abrió la puerta, su hijo cayó hacia él, su cráneo se partió y gran parte del cerebro de Ali cayó sobre el pavimento entre los pies de su padre. El video de las secuelas incluye una imagen de un cerebro humano en la calle en la plaza Nisour.

Mohammad dio la vuelta con su todoterreno acribillado a balazos y condujo de regreso hasta el hospital más cercano, a solo unas calles de allí. Conducía con los neumáticos pinchados y el parabrisas roto. El reposacabezas junto a él, donde estaba sentada su hermana, tenía un agujero de bala. Era como si alguien hubiera apuntado hacia el todoterreno donde debía haber estado la cabeza de una persona. Mohammad sabía que las heridas de su hijo eran fatales, pero tenía que intentarlo. Cuando llegó al hospital, aquello parecía una zona de guerra. Las víctimas estaban por todas partes y llegaban más en la parte trasera de camiones. Los pasillos estaban llenos. Todo era un caos.

Mohammad obligó a un médico a que mirara a Ali. Nada pudieron nada por él. Le dijeron que tenía que ir a un hospital neurológico al otro lado de Bagdad. Se llamó a una ambulancia, y a Ali y Mohammad los llevaron al otro lado de la ciudad. Cuando Mohammad tomó la mano de su hijo, Ali sufrió una convulsión y murió en la parte de atrás de la ambulancia.

Mi bufete recibió una llamada de un abogado de inmigración al año siguiente en busca de representación para las víctimas de Blackwater. Finalmente me contrataron para representar a la familia Kinani en una demanda civil contra Blackwater, Prince y varias otras compañías de Blackwater y, por supuesto, los hombres que fueron acusados y finalmente condenados por cargos de asesinato y homicidio armado. La demanda civil se presentó como una demanda por homicidio imprudente y lesiones personales contra los hombres y las empresas responsables de las pérdidas de mis clientes.

Además de la familia Kinani, representé a otras cinco familias y víctimas. Abraham Al Mafrage era un agricultor de 70 años y padre de siete hijos que también recibió un disparo en la cabeza y murió ese día. Le dispararon mientras iba sentado en un autobús público.

Mahde Shamke tenía 25 años y conducía un taxi para poder mantener a sus padres y hermanos. Recibió un disparo por la espalda que le produjo un enorme boquete de salida en el pecho. Murió en el pasillo del hospital rodeado de familiares mientras pedía agua. No llegó a recibir tratamiento alguno. El hospital estaba desbordado. Tuvo que permanecer tumbado en el pasillo durante una hora antes de morir.

Ghasson Mahmud era un ingeniero civil de 55 años. Recibió un disparo que atravesó el techo de su automóvil cuando el convoy de Blackwater pasó disparando contra todo. Estuvo más de un año sufriendo las heridas que le causaron hasta que murió de una lesión cerebral.

Mayid Al Karim tenía 51 años cuando le hirieron. Iba en el coche que había junto al de Mohammed. Su socio comercial era quien yacía en el charco de sangre tras recibir repetidos disparos. Mayid sobrevivió porque iba en el lado del copiloto y pudo protegerse de la mayor parte del aluvión de balas. Un disparo le alcanzó el abdomen. Le quedó metralla en el cuerpo de la granada lanzada contra su vehículo cuando intentaba escapar.

Nassar Hamza tenía 67 años cuando le dispararon y le hirieron en el brazo. No le trataron bien porque sus heridas eran menos mortales y no les dieron importancia, pero quedó con un brazo desfigurado e inútil.

Para mí era un honor representar a estas víctimas y a sus familias. Sé que todos y cada uno de ellos tenían mucha fe en el sistema jurídico estadounidense. Cada vez que los cargos penales parecían haberse perdido, el Departamento de Justicia les decía que no les habían olvidado, que íbamos a continuar exigiendo la condena de quienes cometieron esos crímenes.

No fue un camino fácil, ni en el sistema legal civil ni en el penal. A Blackwater y sus empleados les habían concedido inmunidad frente a cualquier denuncia civil o criminal en Iraq, algo que formaba parte del contrato de Prince con el Departamento de Estado. La única forma en que estos hombres podían comparecer ante la justicia era en Estados Unidos. Cuando se desestimaron las primeras acusaciones en la víspera del Año Nuevo de 2009, se les dijo que los procesamientos continuarían. El entonces vicepresidente Joe Biden celebró una conferencia de prensa en la que comunicó a los ciudadanos de Iraq que no iban a abandonarles. En cada paso del camino, el sistema legal de Estados Unidos se aseguró de que estos hombres fueran sometidos a enjuiciamientos imparciales y justos. Cuando el guardia de seguridad de Blackwater, Nicholas Slatten, fue juzgado y condenado por asesinato y sentenciado a cadena perpetua, el sistema legal estadounidense determinó que era necesario un nuevo juicio.

El resultado de la larga batalla legal fue que a cada hombre se le aseguró un juicio justo, libre de parcialidad y sin favoritismos injustos. Del mismo modo, el caso civil que se presentó en el tribunal estatal de Carolina del Norte, fue trasladado a un tribunal federal y luego devuelto al tribunal estatal. Durante el litigio, se cursó una apelación ante el Tribunal de Apelaciones del 4º Circuito en Richmond, Virginia. Una vez más, el resultado fue que el sistema legal civil agotó cualquier defensa que se hubiera ofrecido a Blackwater y a sus hombres.

Nuestro caso civil acabó en una resolución aceptable para las partes. Las condenas hicieron sentir a las víctimas que se les había hecho justicia. El sistema legal de Estados Unidos, un pilar de la justicia en el mundo, había funcionado. Todo esto cambió ayer con los indultos del presidente Donald Trump.

Cuando se dictaron las condenas por primera vez comenté que estaba seguro de que mis clientes, que todavía residían en Iraq, se sentían complacidos de saber que se había hecho justicia. Cuando se anuló la condena de Slatten, me preocupaba que se ignorara el caso. No fue así. Se le aseguró un juicio justo y fue condenado por sus crímenes. Una vez más, sabía que a mis clientes les complacería saber que se había hecho justicia y que se habían protegido sus derechos. Eso es lo que muchos abogados intentamos en Estados Unidos: luchamos por aquellos que no pueden luchar por sí mismos. Sentía que había hecho eso y sabía que los fiscales también lo estaban haciendo.

La masacre de la plaza Nisour motivó la investigación criminal más completa y costosa del FBI desde el 11 de septiembre. Se trasladó a Estados Unidos a decenas de testigos para que declarasen sobre lo sucedido el 16 de septiembre de 2007. El esfuerzo de los investigadores, los fiscales y los hombres y mujeres que los apoyaron fue inconmensurable. El coste estaba justificado si se conseguía que al pueblo iraquí le quedaba claro que el gobierno de Estados Unidos hacía rendir cuentas a sus ciudadanos por sus crímenes, sin importar cuándo o dónde se perpetraron.

Es lamentable y triste que esos esfuerzos se hayan desperdiciado ahora. Esos hombres van a quedar libres a pesar de sus crímenes, y no cumplirán el tiempo de prisión que merecían. Seguramente mis clientes se sienten ignorados, maltratados y utilizados. Su fe en nuestro sistema legal estaba fuera de lugar. El resultado no es solo la injusticia que vemos en Estados Unidos, sino que el mundo también va a ser consciente de las grietas existentes en los pilares de la justicia sobre los que se basa nuestro sistema. Ese puede ser el mayor daño que causen estos indultos.

Paul Dickinson es abogado de litigios civiles en The Law Offices de James Scott Farrin en Carolina del Norte. Representa a personas comunes que han resultado perjudicadas por las acciones de otros en casos de muerte por negligencia y lesiones personales frente a las grandes corporaciones. Ha intervenido en el veredicto de casos en tribunales federales y estatales en numerosas jurisdicciones. El caso Blackwater es solo un ejemplo de algunos de los complejos litigios que ha manejado.

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