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Trump pasa la papa caliente de Afganistán a Biden y a la OTAN

Written by Debate Plural

Luis Rivas (Sputnik, 17-12-20)

 

Solo cinco días habrán pasado entre la toma de posesión de Joe Biden como presidente y la salida de la mitad de las tropas norteamericanas acantonadas en Afganistán. Donald Trump sembró así otra mina explosiva al paso de su rival demócrata.

Durante décadas, medio mundo se manifestaba contra la implicación norteamericana en los asuntos de otros países. Muchos de los que entonces criticaban la participación de Estados Unidos en conflictos lejos de su territorio lloran ahora indignados por lo que consideran un abandono de sus aliados afganos y sus socios de la Alianza Atlántica.

Donald Trump —es inevitable recordarlo— cumple otra de sus promesas de la precampaña previa a su mandato. El 15 de enero, 2000 del total de 4500 soldados de su país abandonarán Afganistán. El próximo mayo, veinte años después del envío de tropas norteamericanas, Trump previó el punto final —la retirada completa de sus tropas— a lo que él denominó «guerra sin fin». Un conflicto que fue justificado por el atentado perpetrado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.

El presidente saliente tomó esa medida como parte de sus argumentos electorales para consumo interno. Durante los cuatro años al frente de la Casa Blanca, sus asesores militares, incluidos los máximos responsables de la Defensa, han intentado disuadirle de la desconexión afgana sin éxito. Es más, algunos pagaron su insistencia con una patada en la parte posterior del uniforme.

La OTAN suplica a Biden

Ahora, cuando los principales apoyos de Trump empiezan a aflojar, aceptando definitivamente la derrota electoral, otras voces se unen al coro de apoyo a Afganistán. Así, el jefe de la mayoría republicana en el Senado, el influyente Mitch McConnell, considera hoy que la retirada de los solados norteamericanos es una decisión «prematura», que «podría dar vida a nuestros enemigos».

A los que va a complicar la vida es a sus amigos de la OTAN. El Secretario General de la organización militar occidental, Jens Stoltenberg, reitera en las últimas semanas su temor de ver a Afganistán convertido en «la base de grupos terroristas internacionales». El noruego sabe que la salida de las tropas norteamericanas puede ser el golpe definitivo a la primera operación en la historia de la OTAN fuera de Europa. Nadie con sus neuronas al completo puede pensar que esa alianza pueda mantenerse firme en una acción militar sin la participación de Estados Unidos.

En varias declaraciones de amor y una petición desesperada, Stoltenberg ha invitado al presidente electo, Joe Biden, a visitar la sede de la Alianza Atlántica en enero. El futuro mandatario nunca se opuso claramente a la retirada de sus tropas de suelo afgano. Apremiado por las presiones, solo llegó a sugerir el mantenimiento de «una pequeña fuerza antiterrorista». Stoltenberg podrá confesar que lo ha intentado, pero Biden no utilizará la invitación a Bruselas, al menos en enero.

Diálogo de paz, sembrado de cadáveres

Si hay alguien que puede sentirse ofendido por la decisión de Donald Trump es sin duda el Gobierno de Kabul. Las negociaciones entre Washington y los talibanes se hicieron sin la participación de los responsables políticos del gobierno oficial afgano, debilitado tras la elección en 2019 de Ashraf Ghani, impugnada por su rival, Abdullah Abdullah, que pretendió formar un gobierno paralelo y enviar a sus propios representantes a negociar con los islamistas radicales. Abdullah fue el encargado, al final, de negociar con los talibanes, especialmente la amarga medida impulsada por Estados Unidos de amnistiar a 5.000 terroristas de esa organización.

El acuerdo EEUU-Talibán estipulaba, entre otros puntos, que la organización armada debería abstenerse de atacar a las tropas norteamericanas, las principales ciudades del país y evitar la instalación en su territorio de organizaciones terroristas extranjeras.

En los últimos meses, semanas y días, la actualidad de Afganistán no refleja más que muerte y pesimismo. Los atentados sangrientos han tenido como objetivo centros públicos, como la Universidad de Kabul; hospitales, como el gestionado por la ONG Médicos Sin Fronteras, mercados o prisiones. Incluso algunos de los representantes de la Fiscalía del Estado que negociaban la liberación de presos fueron asesinados.

Los talibanes afirman que los ataques son obra del autodenominado Estado Islámico (proscrito en Rusia y otros países), pero fuentes gubernamentales consideran que «ISIS [acrónimo de Estado Islámico] es solo una máscara que utilizan los talibanes». Así lo afirma Maher Yacubi, el número dos de los servicios secretos afganos (NDS), para quien «los que se sientan en Doha siguen matando». Doha (Catar) es la sede del «diálogo interafgano para volver a la paz».

Playa Girón, Bengazi o Somalia

La línea del frente talibán está a solo 30 kilómetros de Kabul. Muchos, dentro y fuera del país, solo ven dos posibilidades para el futuro de Afganistán: o una guerra civil que enfrente a los talibanes (ayudados por aliados islamistas) contra las tropas federales (con apoyo de jefes de guerra locales), o la victoria militar talibán sin resistencia. Nadie sueña ya con un Afganistán democrático y mucho menos con la libertad de las mujeres afganas.

Otros, como Jim Golby, exconsejero de Defensa de Biden y de la OTAN, recuerdan fiascos del pasado reciente para describir lo que puede ocurrir tras la salida de las tropas norteamericanas:

  • Bahía Cochinos (Cuba),
  • Bengazi (Libia),
  • Black Hawk Down (Somalia).

Una papa más que caliente, hirviendo, en manos de Joe Biden.

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