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Empate catastrófico

Written by Debate Plural

Napoleón Saltos Galarza (Rebelion, 23-11-20)

 

«La buena noticia es que perdió Trump, la mala es que ganó Biden.»
(Anónimo)

«¡Que se intercambien gozos compartiendo /el amor, y que odien/ como si un solo corazón tuviesen! /Esto es, en muchos males, /un remedio en el mundo.» -Esquilo (Las Erinias)

LOS RESULTADOS

La hegemonía es un proceso inestable, en construcción sucesiva, de acuerdos y presiones, de consensos y fuerzas, entre los diferentes actores sociales-políticos, atravesados por clivajes de clase, etnia, género, edad, nacionalidad, religión, territorialidad.

Los diversos actores disputan “campos” de hegemonía, pues ésta no es un objeto, es un tejido de relaciones. Se conforma una cadena, un proceso que se expresa como múltiples desenlaces, cristalizaciones, en referencia a las estructuras del Estado y el poder, a las correlaciones de fuerzas, a los imaginarios en juego. Se mueve en un proceso de correlaciones de poder y contrapoder, de sentido y discrepancia, de razones y mitos, en diversos campos. En una situación “normal”, el desenlace sería la construcción de un bloque hegemónico y una visión del mundo que ordenan el funcionamiento del Estado y la sociedad.

Las elecciones operan como una estadística de las correlaciones de fuerzas y consensos; la representación se asienta en la presentación. Hay una alta participación: Biden obtiene 78 millones de votos, y Trump 73 millones, ambos por encima de todas las votaciones anteriores.

El resultado electoral en Estados Unidos decantó en el triunfo de Biden en la presidencia, pero no hay una ola azul, sino más bien un empate en el control del Congreso y el Senado entre republicanos y demócratas, lo que se refuerza con el control 6 a 3 en los jueces de la Corte Suprema por los republicanos. División y polarización. Una ventaja mínima: control del Ejecutivo y empates en el Parlamento, más el control de la Corte Suprema por los republicanos. No hay una hegemonía azul y la aceptación del triunfo en forma pacífica; la tendencia es a una fractura profunda, más allá de los resultados electorales. O más bien a varias fracturas que permanecen sin pasar por el tamiz de una nueva hegemonía ordenadora.

POLARIZACIÓN

De ambos lados, han convertido a estas elecciones en la madre de todas las batallas, la decisión sobre el futuro de Estados Unidos. El discurso de Trump parte del relato de la conspiración del “deep power”. El discurso de los demócratas parte de la defensa de la democracia y la forma de vida americana, ante el ataque a las tradiciones liberales.

El poder entra en un juego de espejos polarizados. En tiempos de polarización, hay que aceptar la definición schmittiana de la política, como una primera guía de comprensión del fenómeno, ver las expresiones extremas de los bandos, y regresar a la forma pura del ejercicio del poder, la ruta antigua de los hombres perversos. (Girard, 1985)

En un lado, Trump es el héroe bajo el consenso de fe de sus adeptos, mientras condena al otro abstracto como el enemigo, el conspirador que maneja redes secretas de dominio. En el otro lado, Trump es el demonio, la encarnación de todos los males, la salvación es sacrificar a la víctima propiciatoria; el apoyo a Biden es un reflejo de exorcismo más que el apoyo a la propuesta.

Los relatos de la pandemia se sobrepusieron a los cálculos tradicionales de la economía como detonante de la opción del voto, para construir discursos divergentes sobre temas civilizatorios. La pandemia era, en un lado, la conspiración final del “deep power”, en una mezcla caótica, los globalistas, los organismos multilaterales, los pederastas, los mass-media, representados por los demócratas y calificados como el demonio del socialismo y el comunismo. En el otro lado, la pandemia tenía que ser tratada desde las estrategias de la razón y la ciencia, las directrices de la OMS y la colaboración de la ciudadanía. La mascarilla se convirtió en el símbolo del alineamiento político. La vacuna era el milagro político esperado por Trump; mientras los monopolios farmacéuticos jugaban con la vida de la gente para controlar el negocio del remedio.

EL DOBLE RÉGIMEN

Los procesos del “doble régimen”, el poder hacia adentro, el poder hacia afuera, no se aplican sólo a la potencia emergente, China; sino también a la potencia decadente, Estados Unidos. Esa disyunción es el signo principal del carácter de transición de la fase actual.

El piso material para la ruptura del consenso hegemónico en Estados Unidos sigue un doble cauce: la crisis de hegemonía norteamericana en el contexto geopolítico; y la crisis de hegemonía de la democracia liberal en el contexto interno.

En un destiempo macro, se empieza a cerrar el lago Siglo XX, con el derrumbe de los dos sistemas imperantes. Después de la Caída del Muro, en Occidente se instaló el discurso optimista del “fin de la historia”, el siglo americano. Pronto la realidad trazó otro rumbo: la necesidad de un Estado global ante el debilitamiento de los Estados-nación y el copamiento del sistema capitalista en todo el mundo, no podía ser llenada por el imperio de un Estado particular, de una potencia dominante. Los intentos de llenar el vacío con la expansión del poder americano desembocaron en una crisis de la hegemonía norteamericana.

La ausencia de un enemigo global ante la caída del bloque comunista, para poder exportar las contradicciones, terminó por introyectar los problemas y profundizar las fisuras. Una y otra vez, el poder americano trató de crear el nuevo enemigo global, el narcotráfico, el terrorismo; pero con ello, se creó la estructura para que el otro, el terrorista, el enemigo se ubique en la calle del frente.

LA CRISIS DE HEGEMONÍA

Los pies de barro del gigante aparecieron en la base económica: la reproducción basada en la acumulación por desposesión y en el control monopólico de los cinco campos fundamentales de recursos naturales, bélicos, comunicacionales, informáticos, financieros, desataron sucesivos procesos de estallido de las burbujas financieras-especulativas, hasta afectar al corazón de la economía norteamericana. El período de decadencia se inicia en los setenta del siglo pasado, en el salto a la reproducción financiera del capital, con la declaración unilateral de la “libre convertibilidad” del dólar. El dólar pudo absorber los flujos del capital mundial y retener por un tiempo las crisis de las burbujas financieras fuera de las fronteras de Wall Street. La expulsión de la crisis se basa en el dislocamiento de los capitales hacia los territorios que ofrecían ventajas de ganancias extraordinarias, especial a Asia y China.

El nuevo milenio empieza con la crisis punto com, en el 2001, que es el marco de la Caída de las Torres, utilizada como justificativo para la estrategia en contra del Eje-del-mal, en nombre de la guerra antiterrorista global, y también para rebasar los límites de los derechos individuales consagrados en la Constitución estadounidense, en nombre de la seguridad nacional. La crisis hipotecaria del 2008 se presenta como la primera crisis financiera global, a partir de la afectación a los bancos norteamericanos.

Paralelamente asistimos al fortalecimiento de un polo competitivo desde el Eje Este-Oeste, liderado por China-Rusia. Los intentos tardíos de Trump de revertir la tendencia para recentrar los flujos de los capitales en Estados Unidos, acudiendo incluso a guerras comerciales y tecnológicas, agravan la situación y desembocan en la fractura política interna entre globalistas y territorialistas, entre Wall Street y Main Street.

La pandemia acelera los tiempos e introduce en la vida cotidiana las preguntas sobre la vida y la muerte, la relación entre la humanidad y la naturaleza. El negacionismo de Trump sobre el cambio climático se amplía al negacionismo de la pandemia que viene a interferir con los cálculos de la recuperación económica los negocios. Los intentos de expulsar al demonio a la responsabilidad del adversario chino, chocaron con el fracaso del manejo interno de la pandemia. Las invocaciones a la llegada de la vacuna salvadora se estrellaron con los tiempos de las pruebas y la experimentación.

LA CAMPAÑA DE ODIO

La fractura constitutiva del Estado norteamericano, el racismo, jamás pudo ser cerrada; aflora cíclicamente y desata otros nudos contenidos. La Guerra de Secesión ha vuelto al centro: los supremacistas blancos y los predicadores del conspiracionismo crean sus propios ejércitos; los estallidos de las movilizaciones “Black Lives Matter” recogen un sentimiento multitudinario y rozan formas de “violencia divina”. Surgen nuevos actores y nuevas formas de participación, las luchas de mujeres, de los ecologistas, de los trabajadores, de los migrantes, sin encontrar cauces pacíficos de salida.

Desde los bordes surgen voces que alteran el juego tradicional entre azules y rojos, entre demócratas y republicanos. La contienda electoral, regulada desde el control del sistema de voto indirecto, se mueve permanentemente en la línea del empate, dirimido con juegos de última hora. En las cinco últimas elecciones, los demócratas han obtenido victorias en el voto ciudadano, pero en dos ocasiones el paso al voto de los delegados ha terminado por proclamar como ganador al candidato republicano.

En 2016, Trump se benefició del sistema con ganancias mínimas en los Estados bisagras; y en las lecciones actuales buscó fortalecer el dispositivo. Construyó el discurso del fraude seis meses antes de la contienda y pudo condicionar el cauce. Preparó el último recurso de la mayoría en la Corte Suprema, como el juez final de la contienda.

La genealogía de la modificación del terreno de la política hacia la relación extrema amigo-enemigo parte de los acontecimientos del 11S. Disuelto el piso liberal de los derechos individuales, la condena al otro fue creciendo en olas sucesivas: de la fisura racista original contra los negros, se pasó a la condena a los migrantes, sobre todo latinos y asiáticos. El Muro en la frontera con México pasó a ser el símbolo de la nueva seguridad para la vida americana amenazada por la invasión del mal.

El triunfo de Trump en 2016 se asienta en las nuevas fronteras de identidad ante el otro, el enemigo, y la necesidad de defender la seguridad y la economía nacional. La respuesta combinada del establishment como de los actores sociales, durante los cuatro años de administración de Trump, respondió en un terreno funcional de polarización. Los bloqueos permanentes de gobernabilidad y las confrontaciones se evidenciaron en las respuestas a la pandemia; cada acción era un paso de propaganda y alineamiento electoral. El resultado, tanto por la actuación de Trump, como por la respuesta de los Estados, de los grandes medios de comunicación, por los juegos de intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas, es que Estados Unidos se ha convertido en el país con mayor afectación por la pandemia.

El triunfo de Biden en el Ejecutivo no asegura una gobernabilidad suficiente desde el otro lado. En un nuevo terreno, la tendencia va a ser la obstrucción de la gobernabilidad desde el Senado, desde los Estados bajo control republicano, desde el control de la Corte Suprema, desde la crispación social de los supremasistas blancos.

Tiene razón la pregunta que se hace Paul Krugman, “Estados Unidos: ¿un Estado fallido? Un Estado cuyo gobierno ya no es capaz de ejercer control efectivo.” (Krugman, 2020)

AMIGO-ENEMIGO

El terreno amigo-enemigo creado por el discurso y la práctica política de Trump, terminó por unir corrientes diversas en torno al objetivo de detener la posibilidad de la reelección del Presidente. Arriba se juntaron los representantes del “deep power”, con los magnates de Wall Street, los jefes de los mass-media y los dueños de las cinco grandes de la realidad virtual, GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft). Y también se sumaron los representantes de la izquierda del Partido Demócrata, encabezados por Bernie Sanders, los líderes de las luchas por las vidas negras, de las movilizaciones por los derechos de las mujeres, los dirigentes de la defensa de la naturaleza, incluidos algunos pueblos y comunidades indígenas. El “escuadrón” apoya, buscando mantener su propia identidad. La movilización social estuvo presente. Y se sumaron también un grupo de Republicanos que se alejaron de Trump. Un alto porcentaje, más que en apoyo a Biden, se junta en el rechazo a Trump.

El apoyo republicano es más homogéneo. De lado de Trump se alinearon los supremasistas blancos, los pastores evangélicos, los republicanos, el mundo rural, los no-universitarios.

Las preocupaciones de los votantes por Biden se centraron en la desigualdad racial, en el manejo de la pandemia y en las políticas de salud. Mientras las de los votantes por Trump, en los temas de crimen y seguridad y en la economía. La pandemia trastrocó el orden de preocupaciones, ya no fue lo económico lo prioritario; tampoco el tema de los migrantes ocupó los primeros puestos.

¿Cuál ha sido el asunto más importante a la hora de decidir su voto?

Se producen realineamientos de los votantes respecto a las elecciones del 2016

FRACTURA CULTURAL

Lo nuevo es que no se trata únicamente de una fractura política, se ha transformado en una fractura cultural, que atraviesa al conjunto de la sociedad y la divide en múltiples fragmentos de identidad e influencia.

El tiempo, la historia, se mueve en espiral, pero parte de un punto originario; pareciera que evoca el punto de partida y el mito, el corte y la salida. El punto de partida de la nación norteamericana está en el mito de los “Padres peregrinos”, una visión religiosa puritana, que fundamentó el individualismo liberal interno y el relato del nuevo pueblo elegido, el expansionismo con una misión universal. Los obstáculos tenían que ser eliminados, primero las tribus indígenas y luego los negros en demanda de libertades e igualdad.

“Donald Trump, ha montado una narrativa de “causa perdida” semejante a la que abrazaron los estadounidenses sureños una vez abatida la Confederación. (…) A pesar de haber perdido en el voto popular ante el exvicepresidente Joe Biden por más de 5 millones de votos, Donald Trump se rehúsa a concederle la victoria y ha entablado demandas que cuestionan la decisiva ventaja que lleva Biden en el Colegio Electoral. (…) Trump dejará su cargo o será apartado el 20 de enero de 2021. Sin embargo, el trumpismo no se esfumará una vez que Trump se haya ido; permanecerá como la nueva encarnación de la antigua “causa perdida de la Confederación”. (Goodman & Moynihan, 2020)

La negativa de Trump seguramente no logrará detener el triunfo de Biden, pero apunta a sostener el terreno de la polarización creada, para presentarse como el contradictor indiscutido y mantener el liderazgo dentro del Partido Republicano. Requiere un resguardo ante los riesgos de los juicios entablados contra el Presidente; pero sobre todo para cohesionar las fuerzas del republicanismo en torno a la versión trumpista.

LA DECADENCIA DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA LIBERAL

Esta crisis afecta al funcionamiento de la democracia liberal, no sólo hacia adentro, sino también ante los ojos del mundo. El discurso oficial ha pretendido presentar a la democracia norteamericana como el modelo global. Las últimas elecciones han expuesto nuevamente su real carácter.

Pero no es algo nuevo. Podemos evocar los análisis de Martí, cuando reportaba sobre la política norteamericana entre 1881 y 1992.

“Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyan a nombrarlo y sacarle victorioso.” (Martí, 2010, pág. 185)

“Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aún los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor.” (Martí, 2010, págs. 184-185)

Figuras como la de Trump se han sucedido en la historia. Es aleccionador el retrato que hace José Martí de Blaine:

“… es Blaine el acometedor, Blaine ambicioso, brillante y turbulento, Blaine, un Beaconsfield desenvuelto y temible, el que el partido republicano elige para candidato a la Presidencia. (…) Halaga odios; y no busca la manera de ennoblecer a los hombres, sino de lisonjearlos para que le sigan de buena voluntad. Piensa en sí más que en su pueblo; y no vacila, con pretextos hipócritas o confesados, en llevarlo al ataque y a la aventura. Pero es persona móvil y parlera; llama a todos por su nombre de pila; da palmadas en el hombro a la gente menor, que queda oronda; flagela a los chinos con lo que halaga a los inmigrantes naturalizados; y arremete contra el librecambio, con lo que tiene de su parte a los trabajadores ignorantes y a los manufactureros. En política, el que sirve, será servido.” (Martí, Cartas a la Nación. Buenos Aires, 16 de julio de 1884, 2010, pág. 68)

La democracia norteamericana está marcada por el asesinato de cuatro presidentes en funciones: Abraham Lincoln, asesinado el 14 de abril de 1865; William McKinley, asesinado el 5 de septiembre de 1901; James Gardfield, murió el 19 de septiembre de 1881; John F Kennedy, asesinado el 22 de noviembre de 1963. A lo que habría que sumar el asesinato de Robert Kennedy, asesinado el 5 de junio de 1968 en la celebración del triunfo en las primarias de California para la candidatura demócrata a la Presidencia. Además 9 presidentes en funciones sobrevivieron a atentados contra su vida.

Ahora todas las fracturas se suman. La negativa de Trump a aceptar la derrota ahonda no sólo la polarización, sino la crisis de la democracia norteamericana. El coro de la buena conducta presiona al nuevo “chivo expiatorio” para que acepte en paz el veredicto de la mayoría. Pero en medio de una crisis que afecta al propio funcionamiento de la democracia, los llamados sólo refuerzan la eficacia de la discrepancia.

ANTE LA DECADENCIA

Más que por partidos, hay que ver las estrategias por períodos y geografías. El Partido Republicano que inicialmente luchó contra el racismo y la esclavitud, termina en las antípodas. El origen del Partido Demócrata está en el Sur. Después del asesinato de Abraham Lincoln se inicia un viraje de representaciones, la oligarquización del Partido Republicano y la apertura del Partido Demócrata a la presencia de las fuerzas sociales ascendentes. Hoy el Partido Demócrata se mueve en la tensión del poder oligárquico del “Deep power” y la presencia de las fuerzas sociales en ascenso. Controlado el “riesgo Sanders”, puede presentarse unido ante el enemigo común, el trumpismo. Biden, un demócrata sureño es la fórmula.

Sin embargo los dos partidos han operado con políticas complementarias. A raíz de la crisis de los 70, se impone la matriz neoliberal a lo interno y la estrategia de seguridad nacional a lo externo. Los demócratas inician las guerras de control, y los republicanos las consolidan, bajo el imaginario de la “nación elegida” y la misión universal. Los republicanos instauran el modelo neoliberal y los demócratas lo consolidan, con aditamentos de rostro humano, un neoliberalismo ambientalista y feministas. Se instaura el consenso en torno a una estrategia globalista-neoliberal, sustentada en el poder militar y en el monopolio financiero-rentista.

El juego complementario, más allá de los discursos diferentes, se expresa sobre todo en las guerras permanentes. Obama, que ofreció terminar las guerras y recibió el Premio de la Paz, es el Presidente que al terminar el mandato llevó más tiempo en guerras continuas que cualquier otro presidente estadounidense. (Lander, 2016) Paradójicamente, Trump, más allá del discurso confrontacionista, dio pasos para tratar de terminar las guerras en Medio Oriente, y no concretó las amenazas de invasión a Venezuela.

La irrupción de Trump cuestiona el juego de espejos entre demócratas y republicanos, e intenta un viraje de la geopolítica a la geoeconomía: las relaciones internacionales como una estrategia de negocios, para tratar de recuperar la gloria perdida.

La pregunta para los gobernantes norteamericanos es ¿cómo enfrentar esta decadencia y competencia? Pero, en realidad, la pregunta parte de ¿cómo romper el “empate catastrófico” que vive el Estado norteamericano tanto hacia adentro, como hacia afuera?

García Linera define: “El empate catastrófico es una etapa de la crisis de Estado, si ustedes quieren, un segundo momento estructural que se caracteriza por tres cosas: confrontación de dos proyectos políticos nacionales de país, dos horizontes de país con capacidad de movilización, de atracción y de seducción de fuerzas sociales; confrontación en el ámbito institucional –puede ser en el ámbito parlamentario y también en el social– de dos bloques sociales conformados con voluntad y ambición de poder, el bloque dominante y el social ascendente; y, en tercer lugar, una parálisis del mando estatal y la irresolución de la parálisis. Este empate puede durar semanas, meses, años; pero llega un momento en que tiene que producirse un desempate, una salida.” (García Linera, 2008, pág. 26) Pone el acento en la presencia de un bloque social ascendente.

La situación de Estados Unidos se refiere a un proceso diferente, el empate catastrófico se da entre dos fuerzas dominantes en disputa, con una presencia subordinada de las fuerzas sociales. Los intentos de constituir un tercer polo o de disputar la representación desde adentro, como en el caso de Bernie Sanders, han terminado absorbidos por la polarización del bipartidismo. En las elecciones 2020 se ratifica la presencia del “escuadrón” y de un ala izquierda del Partido Demócrata, pero no hay todavía espacio para una acción independiente. La polarización somete al bloque social ascendente a una estrategia de mal menor.

Se ha operado una “considerable expansión del ala progresista del Partido Demócrata en el Congreso, un verdadero hecho histórico. (…) en el año 2018 cuatro mujeres progresistas de color ganaron sus respectivas contiendas electorales, tras lo que pasaron a ser conocidas como “el escuadrón”. Alexandria Ocasio-Cortéz trabajaba como camarera en la ciudad de Nueva York. Ayanna Pressley, hija única de una madre soltera, tuvo que dejar la universidad para poder trabajar y mantener a su madre. (…) pasó a ser la primera mujer afroestadounidense en representar al estado de Massachusetts en el Congreso. Rashida Tlaib ganó el escaño de la Cámara de Representantes que le corresponde a la ciudad de Detroit. (…) Tlaib, la mayor de 14 hermanos, nació en el seno de una familia de clase trabajadora que emigró de los territorios palestinos ocupados por Israel. Cuando Ilhan Omar obtuvo su escaño en representación de la ciudad de Mineápolis, se convirtió en la primera somalí-estadounidense electa al Congreso. (… En el 2020) Cori Bush, una enfermera y madre soltera que vivió durante un tiempo en la calle, (…) se convirtió en la primera mujer afroestadounidense elegida para el Congreso por el estado de Misuri. (…) En tres distritos congresionales contiguos del estado de Nueva York, tres hombres afroestadounidenses progresistas también ganaron sus primeras contiendas electorales esta semana. (…) Jamaal Bowman, un exdirector de escuela secundaria (…) desbancó al congresista Eliot Engel, otro poderoso demócrata que se mantuvo en el cargo durante 16 mandatos consecutivos. (…) Mondaire Jones obtuvo la victoria en las elecciones primarias, y ahora es uno de los dos primeros afroestadounidenses electos al Congreso que han declarado públicamente que son homosexuales. El otro es Ritchie Torres, que se postuló en el décimo quinto distrito congresional, justo al sur, en el distrito del Bronx. En la ciudad de Chicago, Marie Newman ganó el escaño que ocupaba el demócrata conservador y antiabortista Dan Lipinski desde el año 2005. (…) Los progresistas Katie Porter y Mike Levin ganaron la reelección para un segundo mandato en el sur del estado de California. (…) El activismo de los movimientos populares surgidos en las comunidades a lo largo y a lo ancho del país se está traduciendo en poder en los pasillos del Congreso.” (Goodman, Rompiendo la barrera del silencio, 2020).

El “empate catastrófico” tiene proyección global, como una fase de la decadencia del poder americano. El riesgo para el mundo, es que la nueva administración pretenda expulsar hacia afuera el conflicto interno en aventuras bélicas, para unir a la nación ante el enemigo común. Ya que no es posible ¡que se intercambien gozos compartiendo /el amor; al menos que odien/ como si un solo corazón tuviesen!

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