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Pierde Trump: gana el trumpismo

Written by Debate Plural

Eduardo Luque (Topo Express, 17-11-20)

 

No opino como Alberto Garzón ni como Pablo Iglesias. Yo no estoy alegre porque haya ganado un político neoliberal y de derechas como Joe Biden.

Me sentí alegre cuando ganó Evo Morales en Bolivia, cuando lo hizo Lula da Silva, cuando venció Hugo Chávez, cuando Venezuela derrota a los golpes de Estado promovidos por los EE.UU. antes, mucho antes, de Donald Trump, me sentí contento cuando ganó Pepe Mujica, cuando el pueblo chileno tumbó la Constitución de Pinochet y la enorme ola popular derrotó al golpe fascista en Bolivia impulsando a Luis Arce a la presidencia. Entonces había motivos para estar contento, pero la elección entre lo malo y lo peor no es uno de ellos.

Es posible que cambien las formas diplomáticas pero no el fondo. Donald Trump desaparecerá del escenario, pero el “trumpismo”, su legado, ha venido para quedarse. La política de Trump ha consolidado y ampliado el peso electoral y social que lo aupó a la presidencia y que ahora grita “fraude”. Hemos asistido a una votación donde el candidato demócrata es un hombre físicamente acabado, sin tirón electoral (con mítines como el de Arizona, cuatro días del final de campaña, con ocho asistentes), limitado intelectualmente, que ha precisado de la movilización del “Estado Profundo” y una Pandemia para ganar. No es ni siquiera el candidato menos malo, es malo a secas.

Ha sido una votación que ha polarizado enormemente a la sociedad norteamericana. No se ha votado por Biden; se ha votado en contra o a favor de Trump. Finalmente, la alianza de Servicios Secretos, la CIA, los medios, el estamento militar y parte del Partido Republicano, en definitiva, el “establishment” han conseguido empujarlo fuera de la Casa Blanca. Estamos asistiendo a una disputa interna de las élites estadounidenses. Se ha estado utilizado contra Trump las mismas operaciones de “cambio de Régimen” que la Casa Blanca utiliza en el exterior. Esta disputa aún no resuelta, y con un país tan profundamente dividido, amenaza con una balcanización de la Unión y la Guerra Civil.

Es un escenario impensable hace sólo 10 años. La población está tan extraordinariamente polarizada que las encuestas muestran un hecho significativo: en el 82% de los casos, ni unos ni otros, ni demócratas ni republicanos reconocen ninguna validez a los argumentos del contrario. Esta división social es un síntoma más de la agonía del Imperio. El “experimento” Trump, que pretendía doblegar a China y Rusia vía reforzamiento del unilateralismo Imperial, ha fracasado. Sus dos rivales paleolíticos son hoy más fuertes que hace cuatro años. La tentación de unificar las voluntades del país y unirlo bajo la bandera a través de una gran guerra es una de las bazas, siempre presente, con las que juegan las élites gobernantes para unificar el país. Lo vimos con las administraciones republicanas y lo promovieron las demócratas. Recordemos como Bill Clinton usó los bombardeos sobre Yugoslavia para ocultar sus devaneos sexuales con sus becarias.

No; la administración demócrata de Biden no será mejor que la de Trump. Lo advierte cautamente Josep Borrell cuando se refiere a la política de aranceles impuesta por EE.UU. a la UE. En el plano internacional hemos de esperar una continuidad. Recordemos que fueron el demócrata Obama y su vicepresidente Joe Biden los responsables de inmiscuir a EE.UU. en siete nuevas guerras en su mandato manteniendo y ampliando, por otra parte, el muro que habían construido los Bush y los Clinton. Financiaron a los grupos terroristas en Siria e Irán, rescataron con fondos públicos a su propio sistema financiero mientras aumentaba estratosféricamente el presupuesto militar y fracasaban en su política de promover una mejor cobertura sanitaria para su país. Todo eso mientras era adorado por los medios de comunicación occidentales y obtenía el desprestigiado Premio Nobel de la Paz.

Las políticas de Trump, como no podía ser de otra forma, han beneficiado especialmente a los muy ricos; en ese punto no habrá diferencias con Biden, los grandes donantes a la campaña electoral ya se han asegurado de cobrar su apoyo. En el campo internacional los miembros del núcleo duro del futuro gobierno están en deuda con el lobby sionista, así que Israel seguirá marcando la política internacional en Oriente Medio y la doctrina Monroe seguirá siendo el referente para América Latina. Recordemos que fueron Obama y Biden los que estuvieron detrás de los intentos de asesinato contra Chávez y Maduro. Tanto demócratas como republicanos han utilizado de igual modo el miedo a Venezuela. En junio, Biden acusaba a Trump de ser un admirador de Nicolás Maduro. Donald Trump, por su parte, tuiteaba el 12 de octubre: «Nuestro país no puede sobrevivir como nación socialista, y eso es lo que los demócratas quieren que sea. Estados Unidos nunca se convertirá en una versión a gran escala de Venezuela».

Trump ha seguido el camino de la guerra dibujado por Obama, pero no ha ido más allá. Sus amenazas y palabrerías chocaron con la realidad de sus capacidades como fue el caso de Corea del Norte, Siria e Irán. Trump no ha podido ni querido abrir nuevos frentes contra esos países porque de alguna forma tiene conciencia de sus limitaciones. Obama por el contrario necesitó anegar en sangre Oriente Medio para darse cuenta al final de que era necesario un acuerdo con Irán. Aunque los medios quieran pintarnos otra realidad, el belicismo gana con demócratas como Biden. Es un presidente débil que posiblemente no acabe su mandato y que estará indefectiblemente controlado por el lobby militar que está necesitado de nuevos conflictos. Los neoconservadores más belicistas entrarán en masa en la Casa Blanca. En pago a sus servicios, Hillary Clinton se ha propuesto para directora del Pentágono. La operación Biden/Harris consiste en usar al Presidente electo, un hombre muy mayor, para presentar a su vicepresidenta como futura gobernante ¿Cuánto tardará la vicepresidenta en ocupar el sillón presidencial? ¿Dos años como mucho? Biden será el presidente más débil que podamos imaginar. En la sombra se oculta otro tándem el Obama-Clinton. Fue Hillary la que inició la campaña de descrédito con Trump en 2016 acusándolo del Russiagate y ha sido Obama quién se ha volcado en la campaña, dado el escaso impacto del candidato.

Trump no merece ni una lágrima ni la más pequeña conmiseración. Ni ha pacificado su país ni al mundo en estos cuatro años. Los movimientos radicales de derecha y de extrema derecha han recibido un gran impulso. Su nacionalismo, añadido a la creencia en su excepcionalidad histórica, le hace insistir en el conflicto como método de discusión diplomático, esto no cambiará. Oriente Medio seguirá conmocionado. La presión sobre Rusia, China e Irán se mantendrá incluso se incrementará. EE.UU. pondrá su mira en el segundo ciclo progresista abierto en Latinoamérica y se reforzará el militarismo europeo (la ministra de defensa alemana Annegret Kramp-Karrenbauer ha dejado clara su sumisión a la OTAN). EE.UU. y su nueva administración seguirán apoyando al fascismo hindú. La respuesta que se necesita con urgencia al cambio climático será replanteada nuevamente por la nueva administración que buscará profundizar sus ventajas a cambio de mantener el tratado.

La imagen de un país tan enormemente polarizado y con un trumpismo que ha crecido electoralmente refuerza la idea de una derechización, aún más, del espectro político. Congresistas demócratas han acusado a su propio partido de tener tendencias “socialistas”. El añorado Domenico Losurdo puso el dedo en la llaga al analizar cómo determinadas bases materiales de las sociedades occidentales empujan a estas hacia el fascismo que hoy podríamos definir como fascismo tecnológico o tecno-fascismo. Estas tendencias se refuerzan en los Imperios cuando estos declinan lentamente. La velocidad de la caída permite a las clases dominantes preparar planes de contingencia (anti-estallido social) que fusionen la amalgama de todas las tendencias que han dado forma al Imperio (fundamentalismo religioso, supremacismo racial, etnicismo, irracionalidad etc.) en un movimiento de masas dirigido a la guerra total contra el enemigo exterior.

EE.UU. aún no se ha acostumbrado a ver como su presidente ha dejado de ser el hombre más “poderoso del mundo”. Estamos en una nueva era. La impotencia geoestratégica (la incapacidad por imponer sus criterios y mantener sus zonas de influencia), irá en paralelo al declive económico y social. Se genera así un círculo vicioso muy peligroso. Los estadounidenses necesitan a su Emperador Trajano cargando con el botín de las guerras dacias (siglo II d. C.), lo que les aseguraba pan, circo y nuevas guerras: si la guerra de Irak fue tan popular en una primera fase lo fue porque puso el galón de gasolina a un precio increíblemente bajo. Al problema económico de EE.UU. ni Trump ni Biden pueden oponer soluciones porque son cuestiones endémicas del propio modelo, no de quién está a cargo. Saber lo que está mal es bien diferente a tener la capacidad para solucionarlo. El hecho de que podamos diagnosticar un cáncer no significa que podamos curarlo. A veces, los problemas son insolubles y terminales. La campaña electoral contra Donald Trump ha balcanizado a EE.UU. La está encerrando en contenedores de irracionalidad que excluyen cualquier posibilidad de debate real y civilizado. Decía Abraham Lincoln que “EE.UU. nunca sería destruido desde el exterior”, aunque añadía con enorme clarividencia: “Si flaqueamos y perdemos nuestra libertad, será porque nos destruimos a nosotros mismos».

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