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¿Qué es en realidad el Partido Demócrata?

Written by Debate Plural

Luke Elliott-Negri (Jacobin, 12-11-20)

 

La gente de izquierda pasa mucho tiempo discutiendo –y con razón– qué debería hacerse con el Partido Demócrata. Pero primero es necesario entender qué es en realidad el Partido Demócrata. Una pista: es mucho más complejo de lo que parece.

La izquierda estadounidense siempre ha estado dividida en torno a cómo relacionarse con el perdurable sistema bipartidista del país y, desde los años treinta, con el Partido Demócrata en particular. En una época pos-Trump, estas preguntas están circulando de nuevo, reanimadas por la campaña de Bernie Sanders en 2016 y por las candidaturas que inspiró, especialmente la de Alexandria Ocasio-Cortez.

Un ida y vuelta muy común en los foros de debate de la izquierda es el siguiente:

«Estamos haciendo un uso táctico del Partido Demócrata. ¡Los partidos en EE. UU. no son partidos de verdad!»

«¿No te das cuenta? El Partido Demócrata es mucho más que una lista electoral. Basta mirar lo que hicieron los grupos de poder con Bernie durante los tres días previos al supermartes!»

La expresión «Partido Demócrata» es utilizada de forma imprecisa, lo que hace que no nos entendamos. A continuación, intentaré desglosar la expresión en sus componentes –sus dimensiones y funciones, o más bien qué es y qué hace el partido– intentando aportar a que tengamos una conversación más precisa y productiva en la izquierda.

La conclusión es que, al menos en la actualidad, utilizar la frase «el Partido Demócrata» oscurece las cosas en lugar de aclararlas. Las tareas prácticas de nuestro análisis colectivo son más difíciles a medida que la izquierda crece y elige en tiempo real a partir de un conjunto de estrategias para construir poder electoral.

Dimensiones partidarias: identidad, cargos electos, organizaciones y elecciones primarias

Frank Sorauf, politólogo del siglo veinte, estableció un buen punto de partida para elaborar una anatomía del Partido Demócrata. Sorauf sugiere que los partidos políticos tienen tres dimensiones principales: el partido en el electorado, el partido en el gobierno y la organización partidaria. No contempló una cuarta dimensión fundamental: el sistema electoral del partido, es decir, las primarias.

El partido en el electorado se resume en la identidad partidaria que asumen los distintos segmentos de la ciudadanía: quienes se piensan como demócratas y quienes votan al Partido Demócrata. Con el crecimiento del análisis de encuestas durante el siglo veinte y el debilitamiento progresivo de las organizaciones partidarias, este aspecto del Partido Democráta se ha vuelto particularmente importante. Sin embargo, también es intrínsecamente más difuso, y es difícil inferir el estado del «Partido Demócrata» sumando las actitudes individuales e incluso las conductas.

Una transformación observable en quienes se identifican con el Partido Demócrata es particularmente relevante. Hoy, por primera vez en la historia de EE. UU., el Partido Demócrata y el Partido Republicano son distintos en términos ideológicos, lo que implica que alguien que se sitúa en el extremo derecho del Partido Demócrata se encuentra, generalmente, a la izquierda de alguien que se sitúa en el extremo izquierdo del Partido Republicano.

Esto no siempre fue así.

Hasta no hace tanto tiempo, el Partido Demócrata era una coalición de máquinas urbanas y segregacionistas del sur. La elección de Franklin Delano Roosevelt en 1932 dio inicio a un proceso de selección gradual y de largo aliento cuyos resultados empiezan a observarse recién ahora. El New Deal y el movimiento industrial integraron en gran medida a las personas negras al Partido Demócrata, aunque a la hora de aprobar leyes Roosevelt todavía tenía que negociar con sectores segregacionistas. De aquí su reticencia a impulsar leyes en contra de los linchamientos y de los impuestos electorales.

Durante esa década comenzó un proceso de selección que integró a muchas personas negras y a liberales al interior de la coalición demócrata, dejando afuera al conservadurismo blanco. Este proceso se aceleró drásticamente con la emergencia del movimiento por los derechos civiles y la conquista del derecho a voto para las personas negras. La respuesta de la derecha –célebre en la estrategia sureña de Nixon– implicó una campaña activa para reclutar a la gente blanca conservadora que habitaba en los suburbios y a segmentos de la población sureña, explotando el miedo y el rencor raciales en una época de militancia negra.

En muchos sentidos, la elección de Barack Obama –y la reacción violenta del Tea Party que le siguió en 2010– completó este proceso ideológico y demográfico. Esta es la paradoja del Partido Demócrata: incluso si se ha desplazado hacia la derecha en cuestiones de política económica durante el período neoliberal, también se ha vuelto más coherente en términos ideológicos y más distinto al Partido Republicano. Y el electorado demócrata está más identificado que nunca con las candidaturas del partido.

Sin embargo, las personas que se identifican con el partido no son más que una faceta del Partido Demócrata. En algún sentido, esta es la dimensión más fácil de definir.

El partido en el gobierno refiere a los funcionarios y a las funcionarias electas que integran el gobierno en tanto demócratas. Aquí hay que pensar en el espectro que va desde Chuck Schumer, pasando por Alexandria Ocasio-Cortez, hasta la candidatura más pequeña de cualquier localidad. Quienes ocupan cargos en el gobierno elaboran y ejecutan políticas, pero su posición también hace que jueguen un rol más amplio en la percepción pública del Partido Demócrata y, en términos generales, en las operaciones de las organizaciones formales del partido. El partido en el gobierno también incluye las reuniones en las cámaras legislativas, que son simplemente las organizaciones cuasi formales que los funcionarios y las funcionarias crean para controlar las posiciones de la dirección y elaborar la agenda política dentro de la legislatura.

La tercera dimensión que Frank Sorauf define es la organización partidaria, que refiere exactamente a lo que la expresión sugiere. Sin embargo, hay muchas organizaciones formales en el Partido Demócrata. De hecho, es confuso hablar de una «organización partidaria» única. Como mínimo deberíamos pensar en sesenta y cuatro organizaciones distintas en el Partido Demócrata (aun sabiendo que este número está por debajo de la cantidad real): cincuenta partidos estatales, el Comité de Campaña Senatorial Demócrata (DSCC, por sus siglas en inglés), el Comité de Campaña del Congreso Demócrata (DCCC, por sus siglas en inglés), el Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés) y el comité de campaña que trabaja para el nominado o la nominada a la presidencia por el partido. Hasta aquí se cuentan cincuenta y cuatro organizaciones. Luego están las diez ciudades de EE. UU. que tienen más de un millón de residentes, cada una de las cuales tiene su propia organización «local» del Partido Demócrata, emplazadas en general, aunque no exclusivamente, a nivel de los distritos.

Aunque, por ejemplo, la ciudad de Nueva York tiene muchas secciones distintas que con frecuencia están en guerra las unas con las otras, y los suburbios tienen maquinarias propias de una magnitud similar. Además, incluso las ciudades con mucho menos de un millón de habitantes tienen sus propias organizaciones partidarias o algo similar. Por lo tanto, hay que pensar en sesenta y cuatro organizaciones como mínimo. En realidad, hay probablemente varios cientos de organizaciones formales del Partido Demócrata, y sin investigar mucho, no hay ninguna razón para pensar que estas organizaciones funcionan de forma unificada. De hecho, en muchos casos puede observarse todo lo contrario.

La última dimensión del Partido Demócrata (ausente del marco teórico de Frank Sorauf) ha evolucionado durante el siglo veinte, y es lo que hace posible la estrategia de las listas electorales que buena parte de la izquierda ha adoptado: el sistema de las primarias. Es difícil exagerar lo excepcional que es el sistema de elecciones primarias estadounidense y cuánto socava la función principal que tienen los partidos en otros contextos nacionales.

A diferencia de lo que sucede en cualquier otra parte del mundo, en Estados Unidos la selección de las candidaturas de los partidos principales es un proceso público y regulado por el Estado. Tal como argumenté en otra ocasión, hay muy pocas excepciones de gran repercusión a esta regla –especialmente cuando se trata del proceso de selección de las candidaturas presidenciales– que tiende a empañar nuestro pensamiento sobre las listas electorales. Sucede que las organizaciones formales del Partido Demócrata no tienen prácticamente ningún control legal ni técnico de «sus» listas electorales en las primarias. Este extraño hecho –que el Estado le haya arrebatado el control sobre la selección de las candidaturas a las organizaciones partidarias– es la razón por la cual grupos como Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés), el Partido de Familias Trabajadoras (WFP, por sus siglas en inglés), y Demócratas por la Justicia (JD, por sus siglas en inglés) han sido capaces de incluir candidaturas externos en las listas del Partido Demócrata.

Funciones partidarias

Podemos desagregar al Partido Demócrata entre las listas electorales, los cargos electos en las listas electorales, quienes votan y se identifican con las listas electorales y las organizaciones formales que tienen el nombre Demócrata con d mayúscula. Pero, ¿qué hacen estas organizaciones formales en la actualidad y qué deberían hacer si funcionaran realmente como organizaciones partidarias?

Para decirlo en pocas palabras, los partidos políticos deberían construir las mejores candidaturas para las elecciones (evitando que otros lo hagan), brindar su personal y su conocimiento para la realización de campañas (especialmente en lo que respecta a la comunicación mediática y a la movilización –y transformación– del electorado) y proveer dinero. Una vez que logran entrar al gobierno, los partidos deberían proveer instrumentos políticos –una plataforma– a sus funcionarios y funcionarias, asistencia estratégica y tal vez un plantel de asistentes. Además, el partido debería ayudar a que estas personas conserven sus cargos luchando contra potenciales rivales. Por último, el partido debería ser capaz de destituir a las personas de sus cargos en el caso de que se aparten del rumbo establecido.

La fundación para ganar el gobierno debe encontrar a alguien idóneo para que se postule y convencer al resto de que no lo haga. En algún momento, tal vez al comienzo de su segundo mandato, Barack Obama comenzó a pensar seriamente quién quería que lo reemplazara en la Casa Blanca. Eligió a Hillary Rodham Clinton, y luego se dio la tarea de abrirle el camino. Los sectores liberales de izquierda, junto a Bernie Sanders, alentaban la candidatura de Elizabeth Warren. Finalmente, Warren rechazó la oferta y –esto me lo dijo alguna gente que se mueve en estos círculos– Obama tuvo algo que ver a la hora de convencerla de que debía esperar su turno.

A pesar de que no tuvo la misma influencia sobre Bernie, quien efectivamente se postuló aunque perdió, Obama tuvo éxito a la hora de mantener a Hillary Clinton al frente, quien terminó ganando la nominación del partido. Distintas versiones de estos procesos de reclutamiento y disuasión se producen en todo el país durante cada ciclo electoral. Los sectores más poderosos del Partido Demócrata reclutan gente y abren el camino para que algunos individuos específicos se postulen.

En algunos casos, este trabajo es realizado por líderes partidarios, pero como las organizaciones partidarias se han erosionado, son los mismos funcionarios y funcionarias, independientemente de si ocupan posiciones en la organización partidaria, quienes tienden a dirigir el proceso de reclutamiento y disuasión. El reclutamiento de las candidaturas es una de las funciones fundamentales de una organización partidaria, pero en el Partido Demócrata del siglo veintiuno, este proceso es realizado por lo que Frank Sorauf denominaría el «partido en el gobierno» (es decir, por los funcionarios y las funcionarias).

En Brooklyn (Nueva York), por ejemplo, el partido local fue dirigido por Frank Seddio desde 2012 hasta 2020. Su principal compromiso político durante este período fue haber ocupado un cargo en el gobierno. En la actualidad, el partido es dirigido por Rodneyse Bichotte, quien a su vez es titular en la legislatura estatal.

Incluso en contextos en los que la izquierda se las ha arreglado para tener sus propios partidos, se le ha planteado todo este tema de si las organizaciones pueden limitar el poder de sus propios funcionarios y funcionarias y, si es así, cómo pueden hacerlo. En el contexto de Estados Unidos, que está muy centrado en las candidaturas y en los cargos electos, el problema se presenta de una forma particularmente acentuada.

Sucede que en la política estadounidense el personal partidario y el saber político son albergados cada vez más por empresas consultoras y por otras entidades externas, y no por las organizaciones partidarias formales. Por ejemplo en 2008, cuando el Partido Demócrata quiso mover algunas fichas para controlar el Senado estatal de Nueva York por primera vez en décadas, no sabía cómo operar en el territorio, así que delegó las localidades oscilantes al WFP, que supo cómo hacerlo. De forma similar, el trabajo de comunicación es realizado generalmente por empresas consultoras, no por las organizaciones del partido.

La recaudación de fondos es uno de los aspectos del partido que todavía se realiza en gran medida «puertas adentro». La DSCC y la DCCC recaudan grandes sumas de dinero y las envían a las localidades en las que tienen expectativas razonables de recolectar votos demócratas. Hay análogos a estas dos entidades a nivel estatal que funcionan al interior o que directamente son adyacentes a los partidos locales (en Nueva York, por ejemplo, el Partido Demócrata cuenta con el Comité de Campaña de la Legislatura Demócrata y el Comité de Campaña Senatorial Demócrata. Por supuesto, como sucede con todos los aspectos del sistema electoral estadounidense, los candidatos y las candidatas tienen un rol más amplio en su propia financiación. Sin embargo, los partidos recaudan y despliegan el dinero de forma estratégica para campañas clave.

Una vez que alguien gana un cargo, especialmente si se trata de la primera vez, necesita apoyo: analistas políticos y personal de este tipo, una orientación en la cámara legislativa en la que ingresa y otras formas de asesoramiento estratégico. En el sistema estadounidense, el apoyo proviene generalmente, de nuevo, de consultoras y de otras entidades externas, y especialmente de otros funcionarios y funcionarias electos, independientemente del rol formal que ocupen en la estructura del partido.

Los caminos que la izquierda tiene por delante

Esto nos lleva de nuevo a nuestra tarea principal: desagregar al Partido Demócrata en sus componentes para proveer un lenguaje en el cual podemos estar en desacuerdo manteniendo la claridad en relación con la realidad de la que hablamos al referirnos al «Partido Demócrata». ¿Estamos hablando de votantes? ¿De cargos electos? ¿Del sistema de las primarias? ¿Del dinero de la recaudación de fondos al que en general tienen acceso quienes se postulan para un cargo? ¿Estamos hablando de las organizaciones formales del Partido Demócrata, o del ejército de consultoras que lo rodea?

La precisión es importante porque el análisis material es la base para una estrategia justa; o, para decirlo en otros términos, la estrategia que se desarrolla en función de caracterizaciones imprecisas del terreno material corre grandes riesgos de fracasar.

Hablando en términos más generales, hay cuatro posiciones básicas en el debate de la izquierda sobre el Partido Demócrata. Un número cada vez menor de gente todavía argumenta a favor de una política electoral «pura» que vaya por fuera del Partido Demócrata (una posición que tuvo mucho apoyo durante las décadas anteriores, cuando la izquierda era mucho más débil que hoy). Suelen agrupar todos los componentes del partido bajo la expresión «el Partido Demócrata» y argumentan que se trata de un partido capitalista. Les cuesta explicar cómo puede ser que una desconocida como Alexandria Ocasio-Cortez haya podido derrotar en las primarias al jefe del partido en Queens, Joe Crowley, y les cuesta todavía más explicar cómo una lista de cuatro candidaturas radicales de DSA ganó en Nueva York, derrotando a los sectores centristas del Partido Demócrata y a la dirección del partido que los apoyó en cada una de las elecciones en las que se presentaron. (Quienes ponen en cuestión su radicalidad deberían ver el discurso de Jabari Brisport en el Día de la emancipación).

Quienes sostienen esta alternativa «pura» de un tercer partido suelen tener como principales interlocutores a quienes sostienen la teoría de una «ruptura sucia». Mucha gente que se mueve en esta órbita viene de una tradición que siempre reivindicó la vía de un tercer partido pero que se convenció de utilizar las listas electorales del Partido Demócrata luego del análisis material desplegado durante la campaña presidencial de Bernie Sanders. Argumentan que una «ruptura abierta» con el Partido Demócrata es entre imposible e imprudente, pero que una ruptura sucia –es decir, una ruptura con el partido que se realice progresivamente durante un extenso período de tiempo– es necesaria. En algún sentido, operan «dentro» del Partido Demócrata durante un período de tiempo indefinido luego del cual romperán para formar un partido propio.

Quienes defienden esta alternativa conviven con quienes pertenecen a la tradición del «realineamiento» (la idea de que el proceso de selección que se desarrolló entre los años treinta y nuestros días podría llevar a que «el Partido Demócrata» se haga de izquierda). El realineamiento sugiere que el camino hacia un control más democrático de la economía y de la sociedad pasa inevitablemente por «el Partido Demócrata».

Finalmente, existe otro enfoque de izquierda sobre la política electoral, en el cual me incluyo como miembro: el agnosticismo. Tal como escribí en otra ocasión, está claro que, en 2020, no hay ninguna vía seria que lleve hacia el poder electoral por fuera del «Partido Demócrata». El sistema de las primarias brinda en muchos sentidos un terreno incluso más favorable que la representación proporcional, por la cual aboga muchas veces la izquierda pero que no debemos olvidar que históricamente fue una reforma dirigida por las clases dominantes. En el sistema de las primarias, primero competimos contra el centro y, si ganamos, competimos cara a cara contra la derecha, lo cual fuerza a que buena parte del centro –cuando no todo– se una detrás nuestro.

A pesar de que hay diferencias estratégicas entre grupos como DSA, WFP y JD, especialmente respecto a cómo la izquierda debería orientar sus batallas electorales entre los sectores demócratas del centro y los republicanos de derecha, todos comparten el mismo enfoque organizativo frente a las listas del Partido Demócrata: reclutan, disputan elecciones y financian sus propias candidaturas, con independencia y en oposición a las organizaciones del Partido Demócrata y a sus funcionarios y funcionaras electas. En síntesis, tratan a la lista electoral como el sistema electoral que es y actúan como partidos políticos.

Para mejor o para peor, el futuro está abierto. No me sorprendería que el camino hacia el socialismo democrático pase a través del «Partido Demócrata», pero tampoco me sorprendería si el sistema partidario estadounidense se quiebra, como sucedió en los años 1850.

En muchos sentidos, la tarea principal en la actualidad es la misma de siempre: comprender el terreno material y desarrollar una estrategia adecuada. Vistas las cosas, es necesario comenzar con un análisis sobrio y concreto de lo que es «el Partido Demócrata» (y también de lo que no es).

Solo esta comprensión puede llevarnos hacia una buena estrategia, y solo una buena estrategia puede llevarnos a conquistar el poder que necesitamos.

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