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En vísperas de elecciones: incertidumbre, tensiones y debilidad de la izquierda

Written by Debate Plural

Dan La Botz (Viento Sur, 21-10-20)

 

Globalmente, el nivel de la lucha de clases sigue siendo bajo y la izquierda, pequeña. El Partido Verde es el más importante, pero nunca ha obtenido más del 2 % de los votos.

Donald Trump parece verse cada vez más como un superhombre en virtud de su propia experiencia con el coronavirus y tal vez también debido a efectos secundarios del tratamiento que ha recibido con esteroides. Nancy Pelosi, presidenta Demócrata de la Cámara de Representantes, ha anunciado que la Cámara que preside creará una comisión de investigación sobre la destitución del presidente en virtud de la 25ª enmienda de la Constitución, pues se halla en estado alterado y podría ser incapaz de desempeñar sus funciones. Ella y otros y otras legisladoras creen por lo visto que el presidente ha enloquecido, a raíz de su afirmación de que ha sobrevivido a la covid-19 porque es un “espécimen físico perfecto”, al tiempo que ataca a sus aliados más cercanos entre los ministros nombrados por él mismo y se muestra dispuesto a volver a viajar para hacer campaña antes de que transcurran los seis días de su confinamiento.

Al mismo tiempo, Trump parece estar en trance de perder las elecciones tras su desastrosa actuación en el debate presidencia nacional con Joseph Biden, seguida de su infección por covid-19 y su hospitalización. El descenso de Trump en los sondeos comenzó con el primer debate presidencial que tuvo lugar el 19 de septiembre, que degeneró en el caos cuando el moderador perdió el control y Trump interrumpió repetidamente a Biden. Mientras que Biden erigió la pandemia del coronavirus en el problema central, el comportamiento intimidatorio de Trump impidió a los candidatos realizar un debate. Acosado por Trump, Biden le contestó tratándole de payaso y diciéndole que se callara. En general, los debates apenas influyen en los sondeos, pero en este caso el debate ha provocado un descenso del apoyo a Trump.

El candidato del Partido Demócrata, Joseph Biden, encabeza ahora los sondeos en todas partes, incluso en los estados dudosos como Michigan, Wisconsin, Pensilvania y Florida. En conjunto, Biden tiene una ventaja de unos 10 puntos. Numerosos electores mayores, ciudadanos blancos de clase obrera sin diploma universitario y mujeres de los barrios residenciales de los extrarradios han dado la espalda a Trump y apoyan ahora a Biden.

El peligro de la extrema derecha y la posibilidad de que se produzcan actos violentos el día del escrutinio se hicieron evidentes el 8 de octubre con la detención por el Federal Bureau of Investigation (FBI) de trece hombres, miembros de una milicia armada ilegal acusados de planificar el secuestro de la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, y el derrocamiento violento del gobierno de este Estado. Whitmer, que es Demócrata, ha sido objeto de repetidas manifestaciones de personas armadas que la han calificado de tirana por haber impuesto restricciones sanitarias a causa de la pandemia de covid-19. Whitmer ha dado las gracias al FBI por su intervención, pero ha culpado a Trump de haber animado a esta clase de grupos de derechas y de supremacistas blancos, y Trump ha respondido tachándola de ingrata.

El complot de Michigan redobla el temor de que el presidente utilice agentes federales u otros policías o tropas y movilice a sus partidarios armados para tratar de falsear las elecciones, promover la violencia y tal vez incluso tratar de mantenerse en el poder contestando los resultados. En todo el país están organizándose grupos para proteger la seguridad de las elecciones, las papeletas y el recuento y resistir un golpe de mano.

El fracaso de Trump en la gestión de la pandemia

La causa principal del declive del apoyo a Trump radica en su desastrosa gestión de la pandemia de coronavirus. Ha supervisado la peor crisis sanitaria de la historia de EE UU y la peor gestión de la pandemia en el mundo desarrollado: han muerto 215.000 personas, y siguen muriendo otras al ritmo de 900 a 1.000 al día; se detectan unos 50.000 nuevos casos cada día y 7,7 millones de personas han sufrido la enfermedad, que sigue propagándose. El gobierno estadounidense sigue sin tener un plan completo para las pruebas, el rastreo de contactos, el aislamiento y la cuarentena. Trump ha creado un grupo de trabajo sobre el coronavirus, pero continuamente ha refutado a los expertos de la sanidad pública, divulgado informaciones falsas, proponiendo remedios ilusorios y ninguneando de modo flagrante las buenas prácticas del personal sanitario. Encima, ahora nos hallamos al borde de la segunda ola.

Además de todo esto, Trump –quien se ha negado a llevar mascarilla y ha despreciado a quienes sí lo han hecho– ha organizado una serie de actos sin mascarilla, sin distanciamiento social; algunas de estas reuniones celebradas en espacios interiores han sido auténticos focos de propagación que han causado el contagio del propio Trump, de una veintena de consejeros de la Casa Blanca, de un almirante y de tres senadores. En total, desde marzo han enfermado de coronavirus 20 senadores y 123 empleados del Capitolio (parlamento). La violación flagrante por parte de Trump de las normas sanitarias de su propio gobierno ha provocado su propia infección y una breve hospitalización.

Tras su estancia hospitalaria de tres días, todavía enfermo de covid-19 y tratado con remdesivir, regenerón y dexametasona esteroide, Trump ha vuelto a la Casa Blanca. Ha aparecido ostensiblemente en el balcón entre banderas estadounidenses y, siempre falto de aliento, se ha quitado la mascarilla. Se ha negado a permanecer en cuarentena en sus apartamentos dentro de la Casa Blanca y ha acudido al despacho oval para trabajar con sus consejeros. Ha tuiteado: “¡Me siento realmente bien! No tengáis miedo a la covidNo dejéis que domine vuestras vidas. Hemos desarrollado, bajo el gobierno Trump, excelentes medicamentos y conocimientos. Me siento mejor que hace 20 años.” Los médicos y las autoridades de la sanidad pública se han sentido consternados porque dio a entender que no había que temer a la enfermedad. Y mucha gente ha criticado al presidente por no haber mencionado a sus partidarios infectados y a los 200.000 muertos. Es exactamente esta clase de comportamiento el que hace que ahora Trump pierda puntos en los sondeos.

Parece que EE UU se halla actualmente al borde de una segunda ola del coronavirus, pues los casos registrados en numerosos estados alcanzan niveles parecidos a los del pasado mes de marzo. Se prevé que el final del otoño y los meses de invierno comporten un aumento de los casos de covid-19, porque más actividades tendrán que llevarse a cabo en espacios interiores. Asimismo, el coronavirus coincidirá con la gripe estacional, que cada año causa alrededor de 34.000 muertes. No se espera que haya alguna vacuna antes del año que viene, y su distribución puede tardar seis meses en completarse, de manera que el alivio no podrá llegar antes del próximo verano.

La crisis económica estadounidense
La incapacidad de Trump para gestionar eficazmente el coronavirus ha profundizado la crisis económica en EE.UU., que ya es igual de grave que la Gran Depresión de la década de 1930. Desde el 15 de marzo han solicitado el subsidio de desempleo en total 62 millones de personas y cada semana solicitan esta prestación alrededor de 900.000 más. Algunas han vuelto al trabajo, pero el ministerio de Trabajo estadounidense informó en septiembre de que 13,6 millones  (el 8,4 % de la población activa) siguen estando en paro. De hecho, es posible que la tasa de paro real supere el 11 %.

La pandemia ha afectado a la clase trabajadora de manera muy desigual. Muchos y muchas oficinistas pueden trabajar desde casa con su ordenador. El personal de las actividades esenciales –hospitales, guarderías, agricultura, industria alimentaria, comercio alimentario, agua y basuras, energía, transportes y algunos otros sectores– ha estado más expuesto, se ha contagiado en mayor medida y ha registrado más muertes que el resto. Muchas de estas personas son mujeres, negros, latinas e inmigrantes, con o sin papeles. La crisis económica también ha provocado una crisis fiscal con los consiguientes recortes presupuestarios por los Estados y los ayuntamientos, una mutilación de los servicios y el despido de funcionarios y funcionarias.

El 27 de marzo, el Congreso había aprobado la ley CARES, un proyecto de estímulo económico de 2,2 billones de dólares que ha prestado ayuda financiera a empresas, gobiernos estatales y municipios, así como a trabajadores y trabajadoras. La ley CARES preveía un pago único de 1.200 dólares a cada trabajador en paro y las familias recibirían además 500 dólares por hijo. Asimismo se establecían pagas quincenales suplementarias (es decir, además de los subsidios de desempleo pagados por los Estados) de 600 dólares a las personas en paro, aunque esta prestación dejó de pagarse a partir del 31 de julio.

Los subsidios de desempleo pagados por los estados varían notablemente, de Florida, que solo desembolsa 275 dólares a la semana, a Massachusetts, que paga 803 dólares. Los derechos de ciertas personas paradas caducarán y ciertos trabajadores que cobraban en dinero negro no han recibido jamás estas prestaciones. Así, numerosos trabajadores indocumentados no han cobrado nada. Y la recesión continúa: United Airlines y American Airlines despiden a 30.000 trabajadores, Walt Disney despide a 28.000 en sus parques temáticos y Allstate Insurance envía a casa a 3.800. El Congreso debate actualmente otro proyecto de ley de relanzamiento similar a la ley CARES, pero de momento el trámite está estancado.

La pandemia y la depresión han golpeado al pueblo estadounidense. Decenas de millones de personas se enfrentan al desalojo de sus viviendas, si bien una ley federal temporal, seguida de una orden de los Centers for Disease Control (administración sanitaria) y algunas leyes de los estados han impedido muchos desahucios. No obstante, los propietarios han seguido desahuciando a ciertos inquilinos y en todos los casos se acumulan las rentas de alquiler atrasadas. Cuando haya pasado la pandemia y se levanten las moratorias de los alquileres, decenas de millones de personas deberán decenas de miles de dólares de alquiler.

El seguro de enfermedad, que en EE.UU. suele tramitarse por mediación de la empresa en que se trabaja, también es un problema. Cuando es despedido un trabajador, pierde su seguro de enfermedad. Según un cálculo preliminar, hasta 27 millones de personas han perdido su seguro de enfermedad. Mucha gente carece de medios para acudir a un médico o un dentista. Asimismo, la seguridad alimentaria es un problema creciente. Se calcula que a causa de la covid-19 una familia de cada cuatro no cuenta con una alimentación adecuada y una familia con hijos de cada tres no recibe suficientes alimentos. La inseguridad alimentaria es más importante en los hogares de familias negras y latinas: antes de que apareciera la pandemia afectaba, respectivamente, al 19 % y al 17 %, frente al 7 % de los hogares blancos. Los organismos de beneficencia suministran actualmente alimentos a millones de personas.

La crisis climática
El cambio climático también ha tenido un impacto desastroso en EE.UU., con enormes incendios forestales en California, Oregón y otros estados del oeste, así como huracanes y tormentas tropicales en los Estados del golfo de México. En el sur de California, las temperaturas han alcanzado los 51 grados y el calor ha venido acompañado de vientos huracanados. En estas condiciones, los incendios, principalmente causados por rayos, han quemado más de dos millones de hectáreas de bosque, destruido miles de casas y causado 34 muertos. Los incendios han contaminado además la atmósfera de modo peligroso para millones de personas en la costa oeste.

Este año hemos tenido docenas de tormentas tropicales, incluidos ocho huracanes. La cuantía de los daños materiales causados asciende a 16.000 millones de dólares, mientras que numerosas casas y empresas han quedado reducidas a escombros y se han perdido 125 vidas humanas. Millones de personas han tenido que ser evacuadas a causa de incendios o inundaciones y se han visto alteradas las actividades económicas. Todo esto contribuye al sentimiento de que vivimos una catástrofe nacional.

Las luchas sociales y la izquierda

La pandemia de coronavirus y la crisis económica que la acompaña cerraron los lugares de trabajo y las escuelas, haciendo posible el mayor movimiento de protesta social contra el racismo de la historia de EE.UU. Tras la muerte de George Floyd en Minneapolis el 25 de mayo, entre 15 y 26 millones de personas han participado en protestas que han durado meses. El asesinato por la policía de Breonna Taylor en Louisville y varios casos más han acrecentado la indignación. Tras la pancarta Black Lives Matter, las manifestaciones dirigidas por comunidades negras han implicado principalmente a jóvenes de todas las razas y religiones. Los y las participantes llevaban en general mascarillas, por lo que estas manifestaciones no generaron nuevos focos de covid-19.

La policía llevó la violencia a las manifestaciones con su uso abusivo de porras, gases lacrimógenos, aerosoles de pimienta y granadas deslumbrantes y ensordecedoras. En respuesta, desde la multitud hubo quien lanzó botellas de agua de plástico o devuelto los cartuchos de gas lacrimógeno y algunos radicales destruyeron mobiliario urbano. Asimismo, militantes nacionalistas blancos se infiltraron y promovieron la violencia, con la idea de provocar una guerra racial. Allí donde hubo muertos, como en Kenosha y Portland, fue donde los manifestantes de derecha o, más raramente, de izquierda estaban armados. Sin embargo, a pesar de las provocaciones policiales, el 90 % de las manifestaciones fueron pacíficas.

Aunque las manifestaciones antirracistas fueran multitudinarias y combativas, su impacto ha sido limitado. No cabe duda de que han hecho que se tome conciencia de la existencia de racismo en EE.UU. La prensa ha publicado artículos didácticos y la televisión y la radio, así como las redes sociales, han difundido vídeos sobre la situación de la comunidad negra. Las universidades, las agencias gubernamentales e incluso empresas privadas han organizado debates sobre el racismo. Sin embargo, el movimiento no contaba ni con una organización nacional ni un partido político que hablaran en su nombre y sus reivindicaciones políticas eran ilimitadas o bien poco realistas.

La reivindicación principal del movimiento reclamaba la retirada de la financiación de la policía, una demanda que hay quienes interpretan como una reducción del presupuesto de la policía y la transferencia de estos fondos a los servicios sociales, mientras que otros sectores entienden que se trata de disolver la policía. Aunque la gente quiere poner fin al racismo y la violencia policiales, pocos desean disolver la policía, en particular en los barrios negros, latinos y blancos más pobres, donde los índices de criminalidad son más altos. Tan solo la extrema izquierda exige la abolición de la policía, con escaso eco en la sociedad en general. Algunas ciudades, poco numerosas, lan reducido el presupuesto de la policía o redirigido créditos a los servicios sociales, pero no en gran cantidad.

También ha habido manifestaciones de gente trabajadora, en particular de personal sanitario, aunque también en el transporte público, la hostelería y otros. Los sindicatos de enfermeras y sus miembros han convocado acciones de protesta en los hospitales, las clínicas y las residencias de la tercera edad. Numerosos trabajadores y trabajadoras de diversas industrias han protagonizado breves paros o incluso huelgas. Sin embargo, las direcciones de la mayoría de sindicatos nacionales no han apoyado estas iniciativas; no han defendido la organización de protestas o huelgas. Los dirigentes sindicales apuestan por que salga elegido un presidente y un congreso Demócratas y no por la movilización de sus bases. Así, a pesar de las numerosas acciones locales, no se ha planteado ninguna perspectiva de respuesta nacional de la clase obrera a la crisis sanitaria o la crisis económica.

La izquierda política ha crecido. Lo más visible y más cuantificable es la expansión de la corriente socialista democrática, DSA, que cuenta ya con 70.000 adherentes. Otros grupos de izquierda – socialistas y anarquistas– también crecen y crean nuevos sitios en internet, periódicos y vídeos. Aunque se ha desarrollado, la izquierda sigue siendo demasiado pequeña para ejercer una influencia significativa en los grandes acontecimientos políticos y sociales que tienen lugar. Sus militantes han participado en las manifestaciones antirracistas masivas, pero su impacto en ellas ha sido reducido. Hay grupos de izquierda presentes en los sindicatos, pero en su mayoría son demasiado débiles para tomar muchas iniciativas. Globalmente, el nivel de la lucha de clases sigue siendo bajo y la izquierda, pequeña.

El Partido Verde es el más importante que hay en la izquierda y su candidato en la elección presidencial, Howie Hawkins, junto con su compañera de candidatura, Angela Walker, son socialistas declarados, pero el partido nunca ha obtenido más del 2 % de los votos. DSA, el grupo socialista más grande, muestra escasa confianza en el Partido Verde y no apoya su candidatura. La verdadera confrontación política este año se da entre Trump y Biden.

Mientras que existe el riesgo de que haya intentos de falsear las elecciones, grupos como Protect the Results, Defend Democracy, Fight Back Table, Working Families Party, Movement for Black Lives y Majority Rising trabajan para proteger el proceso de votación y el recuento. Tal vez también tengan que ayudar a parar un golpe de mano. Por ejemplo, Trump podría enviar a agentes federales para incautarse de papeletas de voto y proclamar su victoria. El periodo entre los comicios del 3 de noviembre y la toma de posesión del presidente, el 20 de enero, podría ser caótico, violento y decisivo para la democracia estadounidense.

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