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Elecciones presidenciales en Estados Unidos 2020: ¿Una nueva política hacia Cuba?

Written by Debate Plural

Abel González Santamaría (Cubadebate, 12-10-20)

 

Hace una semana el candidato demócrata a la Casa Blanca, Joe Biden, visitó la Florida, considerado uno de los estados claves para ganar las elecciones presidenciales el venidero 3 de noviembre. Como parte de su campaña acudió a Miami para buscar mayor apoyo de los votantes de la comunidad cubanoamericana. En el barrio de la Pequeña Habana pronunció un discurso que en su esencia estuvo dirigido a criticar la posición de línea dura contra Cuba mantenida por su contendiente republicano Donald Trump, y a reiterar que está dispuesto a implementar una “nueva política” hacia la Mayor de las Antillas.

En sus argumentos Biden no se distanció de la posición que tradicionalmente asumen los candidatos de ambos partidos, sobre todo cuando hacen campaña en Miami, de atacar a la Revolución Cubana. Mantuvo la misma retórica fracasada en materia de los derechos humanos al señalar que “Cuba no está más cerca de la libertad y la democracia hoy que hace cuatro años”. No obstante, señaló que “necesitamos una nueva política hacia Cuba. El enfoque de esta Administración no está funcionando”.

Esa ha sido la posición pública que ha defendido Biden durante toda la campaña electoral, a pesar de las presiones y acusaciones de Trump al calificarlo como socialista y de la izquierda radical. El manejo del tema Cuba lo abordan fundamentalmente desde dos prismas, uno doméstico para complacer al electorado cubanoamericano de la Florida, y otro de política exterior para frenar su influencia en América Latina y el Caribe.

Así lo reveló el asesor del candidato demócrata para la región, Juan Sebastián González, quien considera que cuando se trata de Cuba y Venezuela, la diferencia entre Biden y Trump es una cuestión de “valores e intereses nacionales”. Precisó que la campaña de Trump para incentivar el voto en el Sur de la Florida “le ha fallado al pueblo cubano y venezolano, en el país y en el extranjero”. Aseguró que “el objetivo primordial de los Estados Unidos en ambos países debe ser presionar para lograr un cambio democrático”, y en cuanto a la Isla “el compromiso no es un regalo para un régimen represivo”, sino que “es un acto subversivo para promover la causa de los derechos humanos y empoderar al pueblo cubano como protagonistas de su propio futuro”.[1]

Agrega el asesor, quien sirvió en varios puestos de América Latina y el Caribe en el Departamento de Estado, en el Consejo de Seguridad Nacional como Director para Asuntos Hemisféricos (2011-2013) y Asesor Especial del entonces Vicepresidente Biden (2013-2015), que la visión del candidato demócrata para la región está basada en la creencia fundamental de que la promoción de un “hemisferio seguro, de clase media y democrático” es de enorme interés para la economía y la seguridad nacional de Estados Unidos. Además, que deben trabajar en colaboración con sus vecinos si quieren ganar la lucha contra la pandemia de la COVID-19 y reconstruir la economía estadounidense de una mejor manera que en el pasado.

Se debe tener en cuenta que el candidato demócrata fue el vicepresidente de la administración de Barack Obama (2009-2017), que logró en los dos últimos años de mandato se mejoraran las relaciones con Cuba, las cuales se afectaron con la asunción de Trump y su alianza con la extrema derecha anticubana. Aquella etapa quedó marcada por el 17 de diciembre del 2014 (17 D), cuando los presidentes de Cuba y Estados Unidos, Raúl Castro Ruz y Barack Obama, anunciaron de forma simultánea que se restablecerían las relaciones diplomáticas entre los dos países y se avanzaría hacia la normalización de los vínculos bilaterales.

En esa ocasión se informó también del regreso a nuestra Patria de los tres héroes cubanos, Gerardo, Ramón y Antonio, quienes permanecieron presos injustamente durante 16 años en cárceles norteamericanas, al igual que los héroes René y Fernando que cumplieron sus condenas. Ambos mandatarios reconocieron que el proceso hacia la normalización sería largo, complejo y difícil, pero no imposible de lograr.

Los dos países asumieron el desafío de la nueva etapa, luego de varias décadas de intensa confrontación. La posición fue la misma proclamada desde 1959 por el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, y continuada por el General de Ejército Raúl Castro Ruz:  los principios no se discuten, mucho menos se negocian, pero se pueden encontrar soluciones a los problemas e identificar temas de interés común, en condiciones de igualdad y respeto mutuo.

Por primera vez desde el triunfo revolucionario un presidente estadounidense, con la única excepción del demócrata Jimmy Carter (1977-1981), reconocía al gobierno cubano como un interlocutor legítimo. Se crearon espacios de diálogo y de cooperación, que demostraron que a pesar de las profundas diferencias en varios temas, se podían encontrar soluciones de beneficio para ambas partes y crear un clima de «convivencia civilizada», reiterado por Raúl. [2]

Pero todo no quedó en la voluntad política de avanzar, sino que se concretaron en varias acciones bilaterales. Entre las más significativas estuvieron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y reapertura de las embajadas; la creación de la Comisión Bilateral; la exclusión de Cuba de la unilateral lista de Estados patrocinadores del terrorismo internacional; la creación del mecanismo de diálogo en materia de Aplicación y Cumplimiento de la Ley; la firma de la Declaración Conjunta para garantizar una migración regular, segura y ordenada; la reanudación del correo postal directo, el restablecimiento de los vuelos regulares de aerolíneas estadounidenses y el inicio de la operación de cruceros; más de 1 200 acciones de intercambios culturales, científicos, académicos y deportivos entre ambos países durante el 2016; incremento de los viajes de los estadounidenses a Cuba; se mantuvieron relaciones con 25 asociaciones empresariales, especialmente con la Cámara de Comercio de Estados Unidos; y se firmaron 22 instrumentos bilaterales de cooperación, que abarcaron áreas como salud, agricultura, protección del medio ambiente y aplicación de la ley.

A pesar de los avances alcanzados el principal obstáculo se mantuvo con la aplicación del bloqueo económico, comercial y financiero contra la Isla. No surtieron efecto los llamados reiterados del entonces presidente Obama al Congreso para que lo levantara y tampoco el mandatario estadounidense usó al máximo sus prerrogativas ejecutivas para avanzar en su desmantelamiento. Además, en la práctica lo aplicaron con fuerza y tuvo un record de multas contra entidades que sostenían negocios con Cuba.

La realidad fue que Estados Unidos no hizo concesiones a Cuba y no aprovechó todas las posibilidades que tenía por la vía ejecutiva de vaciar de contenido la política del bloqueo. También se mantuvo sin variaciones esenciales la proyección injerencista de promover cambios en el orden político, económico y social del país, con un enfoque más sutil y en correspondencia con la concepción estratégica del denominado “poder inteligente”, que combina los instrumentos tradicionales del denominado “poder duro”, relacionado con el uso del poderío militar y la coerción económica, con los instrumentos del “poder blando”, vinculados con la capacidad de persuadir utilizando la diplomacia, las transnacionales de la comunicación, la promoción del modo de vida norteamericano y la asistencia al exterior.

La normalización de los vínculos transitará por disímiles obstáculos, pero es previsible que retomará su rumbo con un gobierno estadounidense dispuesto a avanzar en las relaciones bilaterales. La posición cubana se mantiene invariable, como lo ratificó el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, durante su primera visita a Estados Unidos en septiembre de 2018 para participar en la 73 Asamblea General de Naciones Unidas. En su discurso reiteró que la Mayor de las Antillas mantiene su disposición de continuar una relación respetuosa y civilizada con el gobierno de Estados Unidos sobre la base de la igualdad soberana y el respeto mutuo. También ratificó que Cuba no realizará concesiones que afecten la soberanía e independencia nacional, ni negociará sus principios, ni aceptará condicionamientos. [3]

En el contexto de la visita a Nueva York, el presidente cubano se reunió con personalidades estadounidenses interesadas en mejorar las relaciones entre ambos países. En los diferentes encuentros que sostuvo con miembros del Congreso de ambas Cámaras del Partido Republicano y del Partido Demócrata, con líderes y empresarios de los sectores agrícolas y las nuevas tecnologías, altos directivos de la Cámara de Comercio y de la industria de viajes, y personalidades de la cultura, trasladó que asistía a Estados Unidos con un mensaje de diálogo y convocatoria sobre la base del respeto, a pesar del recrudecimiento del bloqueo y de las medidas contra Cuba.

Sin embargo, el gobierno estadounidense optó por la confrontación, cortar el diálogo y afectar a las familias cubanas. Desde entonces se experimenta una escalada de la hostilidad que se ha incrementado en los últimos meses con más restricciones, a pesar del impacto de la pandemia de la COVID-19. De ganar Trump la reelección se esperan nuevas y más duras medidas agresivas contra Cuba.

De lo contrario, si ganara Biden habrá una “nueva política” del gobierno de Estados Unidos hacia la Isla, que debe retomar el rumbo del complejo proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales. Lo primero que deberían plantearse es que cualquier cambio en la política es imprescindible eliminar los elementos de confrontación y hostilidad que adoptó el gobierno de Trump. En ese camino es esencial involucrarse en el levantamiento del bloqueo económico, comercial y financiero, ya sea por la eliminación en el Congreso de la Ley Helms-Burton que lo codificó en 1996 o por el poder constitucional que tiene el presidente para eliminarlo unilateralmente y derogar las leyes que lo constituyen, como lo ha argumentado recientemente el reconocido abogado estadounidense Robert L. Muse.[4]

Aunque existan marcadas diferencias políticas e ideológicas, los vínculos pueden funcionar como una autopista de doble sentido, donde las dos partes se beneficien de sus desarrollos a pesar de las asimetrías, en un contexto en que existe un consenso generalizado en las sociedades cubana y estadounidense a favor de mejores relaciones entre los dos países. Al pueblo cubano lo unen lazos culturales, científicos, económicos, deportivos y familiares con el estadounidense de hace más de dos siglos.

En los diferentes periodos de historia común entre ambos países, han existido simpatías hacia Cuba de diversos sectores de la sociedad en Estados Unidos. Algunas figuras de los gobiernos y congresos han asumido posiciones favorables hacia la Isla, pero han sido desplazadas generalmente por fuerzas de extrema derecha anticubana que se han opuesto a cualquier acercamiento y han logrado dominar la proyección e implementación de las concepciones geopolíticas de las diferentes administraciones hacia la Mayor de las Antillas, dirigida a la recolonización o reconquista de la nación.  De ahí que las relaciones históricas entre los dos países nunca han sido normales ni en igualdad de condiciones.

A pesar de ese reto presente y futuro, Cuba tiene todas las potencialidades para convivir civilizadamente con Estados Unidos. Uno de los aspectos más importantes en esa dirección lo constituye la cultura de respeto del pueblo cubano hacia el pueblo estadounidense, inculcada por la dirección histórica de la Revolución. Fidel en múltiples intervenciones insistía en que no se podía culpar al pueblo norteamericano por las agresiones de su gobierno, y reiteraba que la política de principios seguida por la Revolución ha estado dirigida a “educar al pueblo en una conciencia política elevada, en una idea clara de quién tiene la responsabilidad de cada cosa, en un sentimiento de amistad hacia el pueblo de Estados Unidos”. [5]

Y ese espíritu de fraternidad lo abrazamos los cubanos desde el grito de independencia. Precisamente este 10 de octubre se cumplieron 152 años que el abogado Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, en acto patriótico abolicionista, otorgó la libertad a sus esclavos y proclamó el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, el cual por su vigencia comparto un fragmento que continúa marcando el rumbo de sus hijos:

“Cuba no puede pertenecer más a una potencia que, como Caín, mata a sus hermanos, y, como Saturno, devora a sus hijos. Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos”. [6]

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