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El giro oportunista de Bolsonaro

Written by Debate Plural

Rafael Matovani (Rebelion, 28-9-20)

 

Bolsonaro llegó al gobierno con promesas de mano dura, conservadurismo cultural y neoliberalismo económico. Sin embargo, forzado por el desastre de la pandemia, decidió desplegar un amplio programa de asistencia social que le ha permitido mejorar su imagen, en particular en las zonas más pobres del país. Pero sostener este plan supone desconocer la promesa de ortodoxia económica y el apoyo del establishment.

Poco después de la segunda victoria de Dilma Rousseff en 2014, Lula dijo que había sido una estafa electoral. Rousseff fue elegida con un programa político desarrollista y una propaganda electoral que condenaba la austeridad fiscal y, tan pronto como se conoció el resultado, comenzó un gobierno de ajustes fiscales. Si se consolida la dirección que está tomando el gobierno de Jair Bolsonaro en este momento, la acusación de estafa electoral también le sería aplicable, pero en la dirección opuesta a la de Dilma.

Bolsonaro, fervoroso admirador de Donald Trump, fue elegido en 2018 con un discurso de extrema derecha, moralista, punitivista y simplificador de los fenómenos y problemas sociales: sus propuestas eran, entre otras, la liberalización del uso de armas para combatir la violencia, el combate implacable contra la corrupción, el exterminio de los “enemigos de Brasil” y la condena de las políticas estatales que estimulan la igualdad social, ya sea de género o de raza. Designó como ministro de Economía a Paulo Guedes, conocido por sus posiciones neoliberales extremas, graduado en la Universidad de Chicago, cuyo mentor intelectual era Milton Friedman. A partir de 2018, Guedes inició una campaña de austeridad que comprendía la limitación de derechos laborales, la desregulación y un vasto plan de privatizaciones, para lo cual creó la Secretaria de Desestatização e Desinvestimento (Secretaría de Desestatización y Desinversión). El mercado financiero lo aprobó entusiasmado, pero la economía, como se podía sospechar, tuvo un crecimiento decepcionante.

Paradojas de la pandemia

Con la llegada de la covid-19, Brasil desplegó una no política contra la pandemia, cuyo resultado fue llevar al país a uno de los peores números de contagios y muertes de todo el mundo. La paradoja es que el crecimiento de la popularidad del presidente que se está registrando actualmente se explica básicamente por la asistencia que el gobierno federal está proporcionando a la población afectada por una pandemia que él mismo agravó.

Durante el gobierno de Lula se implementó el programa Bolsa Familia, que garantizó ayuda financiera a las familias necesitadas, una política fuertemente criticada por la derecha que después erigiría a Bolsonaro como jefe del Estado. A partir de la destitución parlamentaria de Rousseff y la asunción de Michel Temer, la cantidad de personas que recibían el Bolsa Familia fue disminuyendo. Pero lo central es que gracias a este programa las familias más vulnerables ya estaban contabilizadas y registradas, lo que facilitó que hoy el gobierno de Bolsonaro concrete un plan de asistencia social que, pese a numerosos problemas y fraudes, no tardó mucho en hacerles llegar una ayuda monetaria a esas familias y a otras que fueron incluidas en los registros federales.

El valor inicial de esa ayuda sugerido por el ministro Guedes era de 200 reales. El Congreso, sin embargo, consideró que esa cifra era exigua y respondió que no negociaría menos de 500 reales. El valor finalmente se convirtió en 600 reales, unos 100 dólares. Para no ser derrotado, Bolsonaro instruyó a sus aliados a votar a favor de este monto.

Así, las familias que recibían 190 reales de Bolsa Familia comenzaron a obtener 600 reales de auxílio emergencial, junto con otras familias que comenzaron a percibirlo por primera vez. Para el 10% de las familias más pobres del país, este ingreso es prácticamente el único que reciben. Perciben este plan 66 millones de personas, más del 30% de la población de Brasil. El 65% se encuentra en la región Nordeste, donde cayó la tasa de desaprobación del gobierno federal: según las encuestas, en junio de 2020 el 52% pensaba que el gobierno era malo o pésimo; hoy, solo el 35% piensa así.

¿Popularidad pasajera?

Esta sensación de que la situación no es tan alarmante debido al gobierno federal –y, más aún, a causa de la intervención personal del Presidente– produjo un crecimiento momentáneo de la aprobación de Bolsonaro, sobre todo en las zonas más pobres del país.  Además, Bolsonaro ha aparecido constantemente en eventos en los estados del Norte y Nordeste para contrarrestar las opiniones prejuiciosas que con frecuencia emitió en el pasado. Se trata de la zona en la que obtuvo el menor número de votos en las elecciones presidenciales.

Además del efecto producido por este nuevo plan social, en las últimas semanas se registró una estabilización de las muertes por la pandemia, a pesar de que siguen siendo todavía muy significativas. La vida cotidiana de los brasileños es increíblemente similar a la de antes: las aglomeraciones siguen siendo reprimidas, pero los gimnasios, bares, restaurantes y centros comerciales están abiertos.

El gobierno está trabajando para convertir este crecimiento momentáneo de la popularidad del presidente en algo permanente: el ministro de la Casa Civil (cargo equivalente al de jefe del Gabinete de Ministros en Argentina), el general Walter Souza Braga Netto, intenta cambiar la política económica para darle un sesgo desarrollista similar al de los gobiernos del PT. El plan Pró-Brasil, presentado por el militar, contradice en varios aspectos el plan de austeridad de Guedes. Sus dos ejes, llamados “orden” y “progreso”, presentes en la bandera nacional, apelan a la simbología patriótica para diferenciarse de los programas petistas. Pero en realidad sucede que el gobierno está reformateando el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), uno de los pilares económicos importantes del gobierno de Rousseff.

Apropiación de planes sociales

Otro programa lanzado por el PT y reconfigurado por Bolsonaro es “Mi Casa Mi Vida”, ahora llamado “Casa Verde Amarilla”. Además, el gobierno está considerando crear un programa de ingreso mínimo después de la pandemia, también con un nuevo nombre. La ayuda se mantendría teóricamente en 600 reales y su denominación Bolsa Familia obviamente cambiaría: pasaría a llamarse Renda Brasil.

La gran pregunta es de dónde vendría el dinero, porque esta política entra en conflicto con el nuevo régimen fiscal aprobado en 2017, también llamado “techo de gastos”. Entendido por algunos analistas como un corsé para un posible gobierno de izquierda en caso de que el PT ganara las elecciones de 2018 y considerado por la Organización de las Naciones Unidas como la medida más radical contra los derechos sociales adoptada en el mundo, este régimen fiscal, estipulado en la Propuesta de Enmienda Constitucional 241/55, estableció un límite en el gasto del gobierno federal en los siguientes 20 años, es decir, hasta 2037. De acuerdo a la nueva norma incluida en la Constitución, el gasto público no podrá crecer más que la inflación; en otras palabras, deberá quedar congelado.

Sin embargo, esta restricción no ataca el peor problema de los gastos del Estado brasileño, que son los intereses de la deuda pública: la ley se limita al déficit primario y, por lo tanto, solo limita el gasto del Estado en salud, educación, seguridad social, etc. La categoría profesional que genera la carga más pesada para la seguridad social, los militares, que gozan de un régimen de jubilaciones especiales, fue dejada prácticamente intacta.

Disgusto neoliberal

Si consideramos el techo de gastos, el cambio de curso de la política económica concretado por Bolsonaro sería ilegal; si consideramos las promesas de campaña, sería una estafa electoral. Los grandes medios de comunicación, que defienden la idea de recortar los gastos del Estado, ya comenzaron a llamar la atención del Presidente de una manera contundente: en un editorial del 21 de agosto, el periódico A Folha de São Paulo publicó un texto titulado “Jair Rousseff”.

Las consignas de Bolsonaro para combatir la pobreza agitadas durante su campaña presidencial consistían en la esterilización de los pobres y la violencia policial y de las milicias contra ellos. Es decir: acabar con la pobreza eliminando a los pobres. El propio presidente ha declarado que entiende “igualdad” como un valor “comunista”. Sin embargo, su discurso actual se ocupa del cuidado de las poblaciones desfavorecidas. Incluso su postura anticientífica puede ser percibida de esta manera, con el argumento de que para la clase media es fácil confinarse y que los más pobres son los que más sufren con la pandemia.

Los especialistas llaman la atención sobre el hecho de que, independientemente de lo que haga el gobierno, conserva siempre un 30% de apoyo popular, un fenómeno brasileño que se parece a lo que ocurre en Estados Unidos con el respaldo a Trump. Una cierta intelligentsia que promueve el oscurantismo y la ignorancia, cuyo gurú es Olavo de Carvalho, pone en circulación la idea de que existe una conspiración que involucraría a todos los medios de comunicación y una presunta “izquierda pedófila” que busca poner fin a los valores cristianos occidentales.

Pero este 30% de apoyo puede alcanzar para ganar las elecciones municipales de este año, no para garantizar la reelección de Bolsonaro. Por eso el cambio de rumbo. La economía no estaba ayudando y el plan neoliberal de Guedes debía ser abandonado. Ahora, Guedes permanece como un espantapájaros, dando señales al electorado que lo eligió, pero con cada vez menos capacidad de orientar el destino del gobierno. Antes que morir de austericidio, Bolsonaro parece decidido a imitar la política económica de los gobiernos de los que era un enemigo jurado. Aunque en su momento criticó la reelección, ahora parece decidido a ir por ella. Y ya casi no menciona la tronante “lucha contra la corrupción”, dado que su familia está siendo investigada. En este marco, Bolsonaro teje alianzas con los partidos “fisiológicos” del centro, alianzas que había jurado que nunca haría.

Como se ve, Bolsonaro no tiene empacho en desconocer su programa y sus promesas, no solo en el campo económico.

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