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¿Qué va a hacer ahora Washington?

Written by Debate Plural

Steve Ellner (Consortium News, 28-8-20)

 

El senador del Partido Demócrata de EE.UU. Chris Murphy recientemente caracterizó la política de su país hacia Venezuela como un desastre absoluto, dejando claro que el orden político establecido en Washington reconoce la necesidad de un cambio de estrategia.

La declaración hecha por un senador del Partido Demócrata tan influyente como Murphy, pudiera apuntar a una revisión de la política hacia Venezuela, aunque no sea particularmente profunda, por parte de un gobierno demócrata liderado por Joe Biden.

Murphy dirigió esos comentarios al “Representante Especial para Venezuela” Elliott Abrams en su comparecencia ante la Comisión de Relaciones Exteriores del senado. Aseveró que la disensión dentro de la oposición venezolana amenaza la posición de liderazgo del “presidente” autoproclamado Juan Guaidó. Murphy preguntó a Abrams: “¿Juan Guaidó va a ser para Trump el líder reconocido de Venezuela de manera permanente, aunque cambien las condiciones en ese país?” Esa fue una buena pregunta porque el éxito de la estrategia de Trump hacia Venezuela está supeditado al liderazgo indiscutible de Guaidó. Trump no tiene un plan B.

Washington ha empleado todos los recursos disponibles para lograr el reconocimiento internacional de Guaidó desde su autoproclamación el 23 de enero de 2019, así como lo ha hecho para socavar la autoridad de Nicolás Maduro. Pero los esfuerzos por remover a Maduro del poder han fracasado uno tras otro, incluyendo una intentona de golpe de Estado el 30 de abril de 2019 y la incursión militar desde Colombia el mayo de este año. Inclusive Trump ha admitido que Guaidó (un inexperto político que recientemente cumplió 37 años de edad) no ha tenido la talla para esta misión. Murphy dijo en la audiencia de la comisión del senado “nuestra gran jugada de reconocer a Guaidó de entrada simplemente no funcionó”.

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Sin embargo, si nos dejamos llevar sólo por las acciones provenientes de Washington, podríamos pensar que ha ocurrido todo lo contrario, que Guaidó está a punto de tumbar a Maduro. Cada dos o tres días, el gobierno de Trump, empeñado en obtener algún éxito llamativo que pueda luego convertirse en votos para las elecciones presidenciales de noviembre, intensifica la guerra contra Venezuela, a la que considera un blanco más vulnerable que Irán. El 14 de agosto Trump se jactó de que EEUU obligó a cuatro tanqueros procedentes de Irán, con ruta hacia Venezuela, dirigirse a Houston.

El mismo día, un portavoz del Departamento de Estado resaltó el éxito de la “campaña máxima de presión” hacia Venezuela en la cual “más y más flotas de transporte globales están evitando el comercio Irán-Venezuela debido a nuestras sanciones”, las cuales están siendo usadas actualmente para amenazar compañías navieras, compañías de seguro, y capitanes de barco, entre otros.

La persistente esperanza de Washington es que la situación de Venezuela va a ir de mal a peor. Así lo planteó el asesor del Departamento de Estado Evan Ellis en su informe titulado “Venezuela: la pandemia y la intervención extranjera en un narco-estado colapsado”. Ellis indicó que “El Covid-19 ahora promete transformar la crisis venezolana en una crisis de mayor envergadura”. Agregó que “la sentencia a muerte por esa enfermedad puede ser la última gota que desmorone la disciplina de los militares y otras fuerzas de seguridad”.

Los argumentos de Murphy: los buenos y los malos

Los argumentos de Murphy en la audiencia del senado fueron pragmáticos, no principistas. Su posición en cuanto a que la estrategia de Trump no haya dado resultado sugiere la posibilidad de un distanciamiento entre Biden si fuera elegido presidente y Guaidó. La posición de Murphy tiene implicaciones positivas y negativas. Es positiva por cuanto viene de un partido (el Partido Demócrata) cuyos líderes principales aplaudieron apasionadamente la presencia de Guaidó en el discurso (“State of the Union Address”) de Trump ante el congreso en febrero.

La decisión de dejar de reconocer a Guaidó como “presidente”, por parte de Biden si fuera elegido presidente, sería un reconocimiento tácito que Washington había errado al entregar mil millones de dólares de activos venezolanos incluyendo CITGO al gobierno paralelo de Guaidó. Esta no es una equivocación cualquiera. El papel activista del gobierno de Trump al tratar de convencer a otros países, organizaciones y corporaciones – incluyendo Rusia, China, Cuba y, aunque usted no lo crea, Irán – de acatar las sanciones contra Venezuela prácticamente no tiene precedente en la historia. El argumento de Washington en favor de las sanciones está sostenido por el argumento de que Guaidó, y no Maduro, es el presidente legítimo de Venezuela. Un distanciamiento de Washington hacia Guaidó restaría valor a esta campaña y socavaría el prestigio norteamericano, al menos a corto plazo.

Murphy, hay que reconocerlo, manifiesta que la oposición en Venezuela está fuertemente dividida. El gobierno de Trump califica la corriente anti-Guaidó como una banda de políticos delincuentes, algunos de los cuales han sido sancionados por Washington. Pero recientemente, la jerarquía de la Iglesia Católica, la cual se ha opuesto tenazmente a Maduro y su predecesor Hugo Chávez, criticó firmemente al bloque pro-Guaidó por rechazar la participación en las elecciones parlamentarias programadas para diciembre. El 11 de agosto, la Conferencia Episcopal Venezolana emitió un documento que dijo que el abstencionismo “hará crecer la fractura político-social en el país y la desesperanza ante el futuro”. En otro acontecimiento reciente, Enrique Mendoza del partido social cristiano COPEI agregó su nombre a una lista de políticos veteranos que están participando en las elecciones de diciembre. Mendoza declaró “la abstención no ayuda a nada, te haces cómplice y te pones a favor del contrincante. COPEI va a participar”. Los medios de comunicación corporativos norteamericanos dicen poco acerca de este tipo de noticia que desacredita a Guaidó y sus aliados, como también a la posición de la Casa Blanca.

La verdadera lección

Pero la posición del Senador Murphy pasa por alto los verdaderos asuntos de la política fracasada de Trump hacia Venezuela, como también las lecciones de ese fracaso, específicamente la importancia del respeto a la soberanía nacional de los países no alineados. En vez de abordar este asunto, Murphy criticó a Abrams y Trump por no haber sido más inteligentes en su esfuerzo de tratar de lograr el “cambio del régimen”. Murphy dijo a Abrams “Nosotros podríamos haber usado el reconocimiento diplomático o la amenaza de imponer sanciones a nuestra ventaja”, como también consultar a nuestros aliados europeos y “entablar conversaciones o neutralizar a China y Rusia” en una etapa inicial. En fin, “nosotros jugamos todas nuestras cartas el primer día, y eso no dio resultado”.

Glenn Greenwald, quien recibió el premio Pulitzer para el periodismo, atacó el argumento de Murphy en favor de la hegemonía norteamericana, al decir “Murphy estaba furioso que EEUU bajo Trump perdiera su ‘derecho natural’ de controlar quien gobierna a Venezuela”.

El asunto de la soberanía nacional se manifiesta en el debate entre la tendencia pro y anti Guaidó de la oposición venezolana, un choque que los medios norteamericanos también ignoran. La fracción anti-Guaidó ha empezado a identificarse con la bandera de la soberanía nacional. Miguel Salazar, presidente de una de las dos fracciones del partido conservador COPEI, recientemente aseveró (en palabras de El Universal) “la comunidad internacional ha exacerbado la conflictividad… la resolución de los problemas es venezolana y no pasa por directrices de los Estados Unidos”.

China y Rusia, los dos adversarios norteamericanos más poderosos, defienden la bandera de la soberanía nacional en sus pronunciamientos sobre Venezuela, y así se realza la imagen de ambos países, sobre todo en el Tercer Mundo. Al mismo tiempo, EEUU se encuentra cada vez más aislado internacionalmente, como se evidenció hace poco con la derrota humillante en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuando Washington contó solamente con el voto de la República Dominicana en su propuesta para reanudar el boicot de la venta de armas a Irán. Aunque es muy poco probable que si Biden fuera elegido presidente haría un cambio de 180 grados en la política de Trump hacia Venezuela, una modificación del activismo intervencionista de Trump ayudaría a ese país a aliviar los agudos problemas económicos y políticos que enfrenta y reduciría la creciente pérdida de prestigio de Washington a nivel mundial.

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