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La crisis capitalista es peor que la COVID-19

Written by Debate Plural

Manuel E. Yepe (Prensa Latina, 28-5-20)

 

El 1% más rico de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del planeta mientras el 80% más bajo tiene que conformarse con apenas el 4.5% de esa riqueza. Mientras se extiende el descontento popular contra esta desigualdad, la movilización ultraderechista y neofascista juega un papel crítico en el esfuerzo por parte de los grupos dominantes por canalizar dicho descontento hacia el apoyo a la agenda de la clase capitalista transnacional.

El confinamiento finalmente decretado en Estados Unidos para hacer frente a la pandemia de COVID-19 ha paralizado la economía capitalista y, por tanto, ha demolido el proceso de acumulación de capital, escribe William I. Robinson, profesor estadounidense de sociología especializado en la economía política, globalización, América Latina y materialismo histórico en la sede de Santa Bárbara de la Universidad de California,

“El hecho de que esta parálisis económica arroje a decenas de millones de trabajadores a una crisis de supervivencia es totalmente fortuito para la preocupación de la clase capitalista transnacional por reanudar de inmediato la maquinaria lucrativa, ya que el capital no puede permanecer ocioso sin dejar de ser capital. El impulso de reavivar la acumulación explica que en muchas ciudades norteamericanas se hayan producido manifestaciones públicas de la ultraderecha para exigir el levantamiento de la cuarentena, al igual que los sectores más reaccionarios del capital promovieron el Tea Party a raíz del colapso financiero del 2008, movimiento que a su vez se movilizó en apoyo al trumpismo.

Aunque las protestas parecen espontáneas, de hecho han sido organizadas por las agrupaciones conservadoras, entre ellas la Fundación Heritage, Freedom Works (Obras de Libertad) y el Consejo Americano de Intercambio Legislativo (conocido como ALEC por sus siglas en inglés), que reúne a los directores ejecutivos de las grandes corporaciones junto con los legisladores derechistas locales de todo Estados Unidos. Donald Trump enardeció a los manifestantes mediante una serie de tweets, entre ellos uno que llamaba a “Liberar (al estado de) Virginia, y por proteger su gran Segunda Enmienda, que está bajo asedio”. El llamado a defender dicha enmienda a la Constitución estadounidense, que garantiza el derecho a portar armas, prácticamente constituía un llamado a la insurrección armada. En el estado de Michigan, seguidores de Trump armados bloquearon el tráfico para impedir el paso a la ayuda. Días atrás, Trump adujo tener poder “total” para levantar la cuarentena.

A pesar de su retórica populista, el trumpismo ha servido bien a los intereses de la clase capitalista transnacional implementando un programa neoliberal que va desde la reforma impositiva regresiva y la amplia desregulación y privatización hasta una expansión de los subsidios al capital, recortes al gasto social y represión sindical. Trump – miembro él mismo de la clase capitalista transnacional – retomó el Tea Party donde lo había dejado a raíz del colapso financiero del 2008 y forjó una base social entre aquellos sectores de la clase obrera (mayoritariamente blancos) que anteriormente habían gozado de privilegios tales como empleos estables y bien remunerados, y que en años recientes han sufrido una aguda desestabilización socioeconómica y movilidad descendente en la globalización capitalista.

Al igual que el Tea Party que le precedió, Trump ha sabido despertar una cada vez mayor ansiedad social que sienten estos sectores, desde una crítica radical al sistema capitalista hasta una movilización racista y patriotera contra chivos expiatorios tales como los inmigrantes. Estas tácticas trumpistas han convertido dichos sectores en fuerzas de choque para la agenda capitalista ultraderechista que los ha llevado al borde de un proyecto verdaderamente fascista.

La cada vez mayor crisis del capitalismo global ha acarreado una rápida polarización política en la sociedad global entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas y neofascistas que han logrado adeptos en muchos países del mundo. Ambas fuerzas recurren a la misma base social de los millones de personas devastadas por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el empleo precario y su relegación a las filas de la humanidad superflua. El nivel de polarización social global y de desigualdad no tiene precedentes en estos momentos.

El 1% más rico de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del planeta mientras el 80% más bajo tiene que conformarse con apenas el 4.5% de esa riqueza. Mientras se extiende el descontento popular contra esta desigualdad, la movilización ultraderechista y neofascista juega un papel crítico en el esfuerzo por parte de los grupos dominantes por canalizar dicho descontento hacia el apoyo a la agenda de la clase capitalista transnacional, disfrazada en una retórica populista.

En este contexto, los grupos conservadores se empeñan en organizar una respuesta ultraderechista a la emergencia sanitaria y a la crisis económica, abarcando una mayor dosis de subterfugios ideológicos y una renovada movilización de sus fuerzas de choque que para demandar el levantamiento del confinamiento, recurso que bien podría exigir que el Estado proporcione ayuda a millones de trabajadores y familias pobres en vez de insistir en la inmediata reapertura de la economía.

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